Estaba vivo. Rubén estaba vivo. Estaban seguros. Habían intentado
explicárselo a la policía, a sus familiares… pero nadie creyó a
los padres de Rubén. Todo el mundo fue amable, sin embargo. Les
dijeron palabras de consuelo, les intentaron convencer de que
realmente no habían visto a su hijo por televisión, gracias a una
cámara de seguridad de un centro comercial en el que algo había
pasado y nadie sabía qué. Que era absurdo. Que era imposible.
Se
les acababan las opciones. Decidieron llamar al que había sido el
mejor amigo de su hijo, al que había sido atropellado junto con
Rubén…
El
teléfono de Sebas comenzó a sonar con un pitido estridente.
-“Rubén
Fijo llamando” –informó Canael.
-¡Son
mis padres! –se alarmó Rubén-. ¡Oh, Dios! Pero… pero… ¿para
qué llaman a Sebas?
-¿Quieres
que lo coja? –preguntó Fito-. ¡Puedo decirles que no se
preocupen, que resucitaste como Jesucristo y que los muertos
vivientes que te acompañan son muy responsables!
El
pitido estridente no parecía tener intención de parar.
-¿Qué
hago? –gritó Rubén.
-El
teléfono es de Sebas, ¿verdad? –dijo Canael-. Es mejor que se
ocupe el propio Sebas. Nosotros no podemos perder tiempo. Tenemos que
llegar al museo de ciencias naturales lo antes posible…
Y
el teléfono móvil se desvaneció.
-¡Maldita
sea! –gritó un apaleado Harry mientras le daba un puñetazo a la
furgoneta-. ¡Les teníamos! ¡Les teníamos!
Manolo
y Sebas observaban con curiosidad al inglés, a Jingjing y al Pater.
Los tres estaban frustrados, doloridos y vencidos. Y a Harry además
parecían haberle dado una paliza. Todos ellos seguían en el
aparcamiento del centro comercial. La policía les creyó cuando
dijeron que paseaban por ahí y de repente se desmayaron. Tomaron sus
nombres y les dejaron ir. Total, otros testigos habían mencionado
esqueletos andantes, demonios, tiroteos y abrigos que levitaban, así
que…
De
repente, pareció como si se abriera un pequeño agujero en el aire,
al lado de Sebas. Como un pequeño agujero que conectara con otro
espacio u otro tiempo. Harry cayó hacia atrás mientras el Pater
imploraba al demonio que retrocediera.
Sin
previo aviso, un estridente pitido sonó, y el teléfono móvil de
Sebas apareció por el agujero, acompañado de las siguientes
palabras de Canael:
“…no podemos perder tiempo. Tenemos que llegar al
museo de ciencias naturales lo antes…”
-¡Es mi móvil! –se alegró Sebas mientras cogía su
teléfono y atendía la llamada.
-¿Qué era eso? –preguntó anonadada Jingjing.
-¿Sí? –preguntó Sebas-. ¡Ah, hola! ¿Sí? ¡Sí,
claro! ¡Claro que está vivo! ¡Estuve con él anoche!
-¿Tú no has escuchado algo del museo de ciencias
naturales? –Harry frunció el ceño.
-¿Con quién hablas? –preguntó Jingjing a Sebas.
-¡Con los padres de mi amigo Rubén! –respondió el
joven- ¡El que va con los muertos! ¡Sí, sí! ¡Algo he oído yo
también del museo de ciencias naturales! ¿Qué? ¡No, no! ¡Hablaba
contigo! ¿Cómo?
-Jingjing, estoy a punto de volverme loco –susurró el
inglés.
-Yo también –respondió la oriental-. Vamos a ese
museo. Ya.
Continuará