domingo, 9 de noviembre de 2014

Araña de Rincón

Mi nombre es Daniela,
aunque muy pocos sean los que me llaman así.
Prefieren los términos "loxosceles laeta",
"araña de rincón" o "asco de bicho, fuera de aquí".

Hace cosa de un año, yo sólo buscaba un hogar.
Un sitio oscuro y polvoriento donde poder descansar
(creo que no es tanto pedir el querer vivir en paz).

En mi búsqueda me crucé en plena calle Bellavista
con un delgaducho, despistado, agotado español
que arrastraba una maleta y un petate bajo el sol
y, aunque en su pasaporte se especificaba turista,
parecía estar buscando lo mismo que yo...

Me subí a su pierna sin que él se diera cuenta
y trepé hasta el sombrero que cubría su cabeza.
Mi instinto tampoco me había fallado esta vez;
este joven canoso sería quien me proporcionara
la que sería la adecuada morada para una araña.
De noche, con él dormido en una cama arrendada,
no tardé en encontrar la herida abierta en su pecho
que me permitió llegar hasta su corazón.

Junto a las dos aurículas y los dos ventrículos
(repletos de los recuerdos de sus seres queridos),
había también un espacio polvoriento y vacío,
un compartimento tenebroso, húmedo y frío...
que se suponía reservado para que lo ocupara
cierta persona especial;
pero tan abandonado y triste resultaba
que no tardé en elegirlo como mi vivienda ideal.

Durante tantos meses juntos vivimos,
en perfecta simbiosis compartimos...
El español incluso mencionaba en sus poesías
a la araña de rincón que habitaba su corazón;
y en mi querido, lóbrego y cardíaco torreón
yo devoraba a todos los intrusos lepismas
que amenazaban con enquistarse en su interior:
Lepismas creados de todas esas falsas emociones,
fracasos, desengaños, golpes bajos y desilusiones
que se producen cuando crees haber encontrado algo
y, en realidad, sólo tienes fría brisa en tus manos.

Todo empezó a cambiar, sin embargo,
hace poco más de un par de meses.
Un cambio sencillo, al que no dí importancia.
En una de las sanguíneas paredes de mi casa
la foto de una muchacha apareció enmarcada.
Una niña morena de ojos oscuros y largo cabello
y yo pensé "no creo que dure ahí mucho tiempo".

Las cosas, sin embargo, siguieron avanzando.
La que hasta ese momento era mi conocida morada,
día a día, poco a poco, la encontraba más cambiada.
Hoy un poco más limpia, hoy un poco más luminosa;
hoy se escucha una suave melodía;
hoy en la pared hay una nueva fotografía;
hoy está grabado en el suelo el nombre de Martina;
hoy hay un cofre que guarda el primer beso;
hoy han aparecido nuevos recuerdos;
hoy me temo que ha descubierto esta araña
que mi casa ya no puede ser mi casa.

No voy a negar que le he tomado cariño
a este desastre de inmigrante español.
Pero he de reconocer que no puedo vivir más
en este músculo que hoy se siente estrella
por tener ahora otra dueña.

Con un poco de melancolía,
abandono el que ha sido mi hogar durante un año.
Aunque me vaya, te deseo que no te hagan daño,
te deseo lo mejor, amigo español.
Y ojalá este rincón de tu corazón
no vuelva a quedar abandonado.
Yo ahora intentaré solucionar
el problema de donde voy a habitar.

Menos mal que no llevo equipaje.
Me preparo para iniciar el viaje,
pero...
Pero...
Pero la herida en su pecho
está cicatrizada ahora.
No puedo salir afuera, de hecho.
No me queda otra
que ascender por su interior
hasta llegar a la azotea
y por nariz, boca u oreja
salir al exterior.
Pero tomé el desvío que no era
y, de alguna extraña manera,
he llegado hasta su cerebro.
Cerebro que está prácticamente
vacío, polvoriento y hueco...
Sólo quedan tres neuronas en su mente
y están apostando cual de ellas
es la más valiente (o demente)
para lanzarse en caída libre por el esófago,
agarrar un trozo de chocolate recién tragado
antes de que llegue hasta el estómago
y subirlo hasta el bulbo raquídeo
donde tener así algo que picotear
(viendo esto, a mí me da que pensar
que los otros cientos de miles de neuronas
han debido perecer de modo similar).

Estúpido, estúpido español...
sigue amando a tu chica,
le cedo gustosa y con cariño a Martina
ese espacio especial en tu corazón.
Yo, a cambio he descubierto
que tu cerebro vacío y polvoriento
es un lugar aún más perfecto
para que haga su casa una araña de rincón.

martes, 4 de noviembre de 2014

Horquilla

Ahora me siento frustrado.
Es cuando las cosas van mal,
cuando me llueven palos,
cuando la bilis quiere manar...
es ahí
cuando nace mi mejor poesía.
Y ahora se da la ironía
de que quiero componer para ti,
para la mujer que amo,
para quien me hace feliz
en este aún, al año, país extraño.
Enfrentado al folio en blanco,
veo que no estoy acostumbrado
a escribir así...
Pero igual quiero intentarlo.

La brisa caliente abre la puerta
de este bar de carretera.
¿Afuera?
Es el dominio del sol y el polvo.
No exagero, sobreviví por poco.
¿Acá dentro?
El café está hirviendo,
el aire demasiado reseco
y yo (obvio po), pienso en ti.
Sol, café y viento del desierto.
Mis labios se han quemado;
están doloridos, agrietados,
heridos pero, aún así,
pagaría ahora mismo
por besarte de nuevo
desesperada, apasionadamente...
Sentir tu respiración,
el roce de tus dientes,
el latir de tu corazón,
perder mis dedos entre tu cabello...

No conseguí acabar la poesía en el bar.

Y ahora, tumbado en mi cama,
desnudo y chascón en la madrugada,
contemplo la luna que vigila la ciudad.
Miro tu horquilla
que la otra noche quedó olvidada
en mi mesilla
y acaricio cada uno de tus recuerdos
hasta quedarme dormido.
Quizás pueda seguirte escribiendo
esta noche desde el sueño...
Aunque mi mejor esfuerzo
no haga justicia a todo lo que eres
ni tampoco a lo que siento.