jueves, 28 de enero de 2016

GdP2: I


En el registro de la academia militar de Nueva Ávila, mi nombre oficial consta como Hernández Jiménez. Para abreviar, todos me llaman Herji. No me gusta ese diminutivo... pero me he acostumbrado con el tiempo. Yo soy el campeón de mi pueblo. El mejor combatiente de mi tribu. Mas, a pesar de todo, no soy capaz de salvar a mi gente. Por ello, he caminado miles de kilómetros, he superado decenas de obstáculos y vencido a cientos de enemigos… Y no estoy solo. Me  acompañan en este peligroso viaje mis tres mejores amigos.

Y todo ello para encontrar al único ser en este mundo que puede salvarnos a todos.

No conozco de él más que relatos. Y en esta tierra cambiante, donde los continentes cambian cada día de forma y tamaño, donde bosques monstruosos y montañas vivientes aparecen y desaparecen como la niebla matutina, donde el mismo tiempo se retuerce sobre sí mismo, donde las fuerzas del Caos reinan supremas… sólo tengo una manera de encontrarlo. La magia.

Hace ya lo que me parecen siglos, en mi amarga búsqueda de alguien que pudiera ayudarme, conocí a una aventurera llamada Carol. Era una poderosa hechicera que controlaba las fuerzas elementales y había pertenecido al legendario Comando Caprino, probablemente el mejor grupo de combate que haya existido jamás en esta tierra oscura. Al principio pensé que la propia Carol sería la persona que libertase a mi gente, pero ella misma me convenció de que no era así. Carol conocía a la persona indicada, había luchado durante años al lado de tan formidable guerrero. Y conjuró un hechizo para que yo lograra encontrarlo...

Encontrar al salvador de mi pueblo.

Durante muchos días, muchos ocasos y muchas noches, caminamos guiados por una fuerza invisible. Y hoy, el hechizo se ha desvanecido. Lo hemos encontrado.

Estamos en un páramo desolado, con enfermizos brotes de hierba naranja aquí y allá. Las ruinas de una antigua ciudad humean a lo lejos. Los restos de una hoguera y un saco de dormir sin recoger, con diversos enseres desperdigados a su alrededor (un cepillo, una tartera vacía, una linterna, una navaja multiusos, varias revistas eróticas, una escopeta recortada, un estuche, un collar de orejas humanas, un bazooka, un chándal viejo, un chaleco antibalas, unos calzoncillos rosas sucios, una mochila, un abrigo color verde caqui con multitud de bolsillos, un surtido de mecheros, una pistola automática, un cuaderno de dibujo, unas botas desgastadas y el tomo “H-J” de una enciclopedia, entre otros) me indicaban que había llegado a mi destino.

Sin embargo, nunca creí que “el supuesto salvador de mi pueblo” sería un hombre de unos treinta y tantos años, feo, no demasiado musculoso, de cabello canoso y largo hasta casi la cintura, perilla de chivo también cana, con toda su piel tostada surcada de horribles cicatrices y quemaduras…

y completamente desnudo y ocupado, al parecer, en enseñarle a bailar el “waka-waka” a un sanguinario pavo gigante de casi tres metros de altura. 

-¡Qué no, pavo! ¡Qué no! –chillaba- ¡Tienes que menear más el culito! ¡Así!

El supuesto salvador de mi pueblo” estaba tan embelesado en su tarea que ni se había enterado que ya no estaba solo, y para dar más énfasis a sus palabras, puso su peludo trasero en pompa y comenzó a “menearlo” en nuestra dirección. 

-¿Lo ves, pavo? ¿Lo ves? ¡Tienes que poner el alma en el movimiento! ¡Cadera-cadera-culito! ¡Levanta esas plumas, coño!

-Esto… -comencé a decir.

El supuesto salvador de mi pueblo” quedó como paralizado y lentamente dio media vuelta y se nos quedó mirando con cara.... bueno, su cara no es que reflejara una gran inteligencia, en realidad…

Uno por uno, nos observó detenidamente. A mí y a cada uno de los miembros de mi equipo.

Me miró a mí, Herji. Quiero creer que admiró mi cuerpo musculado, protegido por un conglomerado de cuero y malla de acero. Me quité mi espléndido yelmo, tallado de manera que asemejase la cabeza de un lobo, y que así “el supuesto salvador de mi pueblo” pudiera mirar fijamente mis oscuros ojos, y que nuestras dos almas guerreras pudieran encontrarse y reconocerse como iguales...

Sin embargo, antes de que su mirada se cruzara con la mía, él ya estaba mirando detenidamente a mis dos compañeras.

Y no sólo creció su curiosidad.

Rojo como la grana, el supuesto salvador de mi pueblo recogió rápidamente los calzoncillos rosas y sucios del suelo, se los puso en un fugaz movimiento y después hizo lo mismo con el pantalón del chándal. Cubiertos ya sus bajos, se dirigió a nosotros con unas... esto... inspiradoras palabras...

-¡Me cago en el hijo malparido del cura preñado de mi puto barrio! ¿Es que no tenéis mundo que explorar? ¿Es que no tenéis bosques, montañas, ríos, abismos y baretos de mala muerte donde perderos? ¿Es que no tenéis aventuras que vivir y piernas que perder? ¡No! Tenéis que venir al páramo más desolado y solitario que existe (al menos hasta que vinisteis) en este puñetero mundo. ¡No había otro! ¡No había otro páramo solitario y desolado más que este desolado y solitario páramo, precisamente el páramo desolado y solitario que yo había elegido por ser el más desolado y solitario, hasta el presente momento, pues sigue siendo desolado, pero ha dejado de ser solitario! ¡Joder! ¿Se puede saber qué mal os he hecho yo? ¿Os he hecho yo algo? Pero cuánto cabrón suelto...

-Eres el supuesto salvador de mi pueblo –respondí con un hilo de voz.
-¿Cómo? –preguntó sorprendido.
-Eres el supuesto salvador de mi pueblo –respondí con voz más fuerte.
-No, no… eso lo he escuchado. Es sólo que… ¿supuesto salvador de tu pueblo? ¿Salvador? ¿Yo? La última ciudad que me contrató para “salvarla” es esa que humea en el horizonte… ¿tú estás seguro de lo que dices?
-Creo… creo que sí… -respondí atónito.
-Pero vamos a ver, alma cántaro –dijo “el supuesto salvador de mi pueblo”-. ¿Cómo has llegado a la conclusión de que yo soy el supuesto salvador de tu pueblo?
-Bueno, Carol creía que…
-Para el carro. ¿Carol? ¿Te refieres a la Carol que yo conozco? ¿A mi antigua compañera del Comando Caprino?
-Sí…
-Pues te ha tomado el pelo, chaval. Carol es mil veces más poderosa que yo, y si no ha salvado ella a tu pueblo, habrá sido por vagancia. Y probablemente te habrá mandado a buscarme porque le divierta la idea de…
-¡Pero tú eres Cafre! –grité, llamándole por su nombre-. ¡Eres miembro fundador del legendario Comando Caprino! ¡Eres el hombre que venció a Némesis! ¡El que conquistó el Torreón del Mago Pájaro! ¡El héroe del Paraíso Tropical de las Mujeres Gatas! ¡El que ganó tres veces el torneo del Fútbol Total contra los Campeones Caóticos con tres equipos diferentes! ¡Con el propio Comando Caprino, con las Mariquitas Futboleras y con el Patíbulo Murcia Fútbol Club! ¡Nadie podrá nunca superar todo eso!
-Sí, sí, todo eso es cierto… -me respondió Cafre con desdén-. Pero también soy el que destrozó el Bastión Rojo y Negro, el que fue exiliado de la Corte de Fuenlabrada por anegar el sector oeste de cagadas de pavo, el que causó la disolución del propio Comando Caprino, el que incendió “presuntamente” de manera accidental el baluarte rebelde de Teruel Post-Caos, el que ha sido declarado varias veces “persona non grata” en el Paraíso Tropical de las Mujeres Gatas y también el jugador que fue expulsado en la última final de Fútbol Total, jugando con los Tigres Sin Rayas, por decapitar a cuatro jugadores contrarios, al árbitro, a una animadora y a tres jugadores de mi propio equipo. ¡No soy el héroe que buscas! –cogió aire- Y además, ¿quién coño sois?

Suspiré. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.

-Yo me llamo Herji. Soy el campeón de la tribu de Nueva Ávila, y el elegido por mi pueblo para buscar a su salvador. Soy un guerrero capaz, puedo probarlo. Maestro en todas las disciplinas del ninjitsu, experto en el arte de la espada y también en combatir desarmado. He vencido a…
-Tú me importas un pito, preguntaba por ellas -me interrumpió Cafre, señalando a mis dos compañeras.

La bella Chess adelantó un paso, retiró la capucha de su cabeza, dejó caer su larga melena azabache y saludó. Con su falda de tela negra, un corpiño de cuero y una larga capa oscura, pareciera que el mismo misterio cubriera su pálida piel.
-Me llamo Chess. Soy una nigromante.

Rigoberta, tan opuesta a Chess, con su cabellera rubia, su piel tostada y sus grandes ojos azules, vestida con una ceñida túnica blanca, saludó dulcemente:
-Me llamo Rigoberta. Domino la magia de la curación.

Por último, mi compañero y hermano de armas Machu saludó marcialmente, haciendo tintinear los remaches de sus arreos bélicos.
-Mi nombre es Machu. Tengo el poder de regenerar mi cuerpo.

-¡Ni de coña! –chilló Cafre agarrándome de la pechera- ¡Una nigromante, una sanadora y un regenerador! ¿Sabes lo que eso significa, bakayaroo? ¿Es que nunca has leido un tebeo de superhéroes, una novela de fantasía o un manga de ciencia-ficción? El guionista va a machacarnos sin piedad, porque sabe que por muchas heridas sangrantes, mucho flotar en el túnel, mucha diarrea asesina o muchos tajos desmembradores… ¡da igual! ¡Da igual! ¡Da igual porque sabe que siempre nos van a curar, a revivir o a regenerar! ¡Esto no va a ser una aventura, esto tiene pinta de convertirse en una puta novela sadomasoquista!
-Pero… -intenté replicar sin comprender nada.
-¡Te lo demostraré! –chilló Cafre.

Y agarrando la escopeta recortada que había en el suelo, en un movimiento relámpago, “el supuesto salvador de mi pueblo” disparó y le voló la cabeza a Machu. Su cuerpo cayó a plomo al suelo, manando sangre.

-¿Lo ves? –siguió chillando- ¡Esto es lo que pasa! ¡Ahora se regenerará y se habrá llevado un tiro para nada! ¡Por simple morbo!
-Machu no puede regenerar una herida tan grave en la cabeza –repliqué aterrado en un murmullo, mientras contenía las lágrimas.
-¡No pasa nada! –gritó histérico Cafre-. ¡Porque tu amiga la curadora le sanará la herida, justo a tiempo de recibir otro balazo!
-Pero la ha palmado –susurró Rigoberta, con los ojos desorbitados-. No puedo curar a quien ya está muerto…
-¡No pasa nada! –siguió gritando Cafre-. ¡Porque la nigromante lo va a revivir de todos modos!
-Sólo puedo crear muertos vivientes –replicó Chess, aterrada-. Te has cargado a Machu y sólo puedo hacer de su cuerpo un zombi sin cabeza…
-¡No pasa nada! Porque… porque…

Cafre calló en ese momento y se nos quedó mirando a los tres. Su ceño se arqueó mientras Chess y Rigoberta rompían a llorar y en mi propia garganta se hacía un nudo.
-Pues… lo siento mucho… -dijo Cafre-. De todos modos, creo que os hecho un favor. Ese tal Machu tenía pinta de traidor, ¿eh?

No pude evitarlo. Comencé a llorar desconsoladamente.

En un intento de disculparse con nosotros por matar a nuestro compañero, Cafre aceptó escuchar nuestra historia (aunque advirtió que no se uniría a nosotros ni loco) e incluso se ofreció a prepararnos algo de comida (un nauseabundo plato que él llamaba “vísceras de sectario acribillado”; Cafre juró por su conciencia que el ingrediente principal era el repollo).

-Mi tribu, Nueva Ávila, ha sido invadida -expliqué.
-Me la suda –respondió Cafre-. Eso es lo que hacen las fuerzas del Caos. Invadir. Pero, como es su naturaleza, cambian a mejor, luego a peor, luego desaparecen, luego reaparecen… todo pasa.
-No han sido las fuerzas del Caos –respondí.
-Me la trae floja –Cafre negó con la cabeza-. ¿Salteadores humanos? ¿Rebeldes renegados? ¿Bandidos? En vez de a mí, contrata a unos cuantos mercenarios y escupid plomo. Problema solucionado.
-No es ese tipo de problema –le dije.
-¿Cucarachas? ¿Pulgas? ¿Piojos? Hazte con una buena provisión de insecticida. Cuando vuelvas a tu pueblo, la invasión será historia.
-¡Que no! –grité desesperado.
-Pues chico, no se me ocurren más invasiones… no será tan grave. Pero vamos, que sea lo que sea, no pienso ir con vosotros.
-¡Mi tribu era una aldea pacífica, familiar y anárquica! ¡Y ha sido invadida por un grupo militarmente organizado de nostálgicos del antiguo mundo! ¡Quieren reinstaurar el uso del dinero, los partidos políticos, la burocracia, los visados para inmigrantes, los contratos por obra y servicio, los intereses bancarios y hasta el festival de Eurovisión!

Cafre palideció.

-Hijos de puta… no son capaces de dejar que las mareas caóticas sigan su curso… ¡No puedo consentirlo! ¡Agarraos los machos, gente! ¡Nos piramos! ¡Vamos a meterles espadas de bronce por el culo a esos cabrones hasta que escupan esculturas de Rodin!

En ese momento, muy a mi pesar, asumí que Carol tenía razón. Este lunático era perfecto para esta misión.

Era el perfecto salvador de mi pueblo.


miércoles, 27 de enero de 2016

Guerra de Pavos 2: Introducción

Me resulta tan difícil creerlo… todo se ha ido. Todo. Ya no existe. No hay Fuerzas del Caos. No hay ocasos eternos. No hay una alteración bizarra y surrealista en nuestra civilización, no hay monstruos saliendo de desagües rotos, no hay gallinas gigantes corriendo por páramos desolados, ni cuervos parlantes, ni ridículos mutantes por doquier, ni…

No. Todo se ha ido. Todo se ha marchado. El mundo ha vuelto a ser normal. Sospecho que algún estúpido rebelde ha descubierto la manera de despedir las Fuerzas del Caos de nuestro mundo. Todo vuelve a ser como antes. Todo.

Miro el amanecer a través del sombrío cristal de un tren. Me miro a mí, con traje, corbata y bien afeitado, en dirección a la oficina. Miro a mi alrededor. Una multitud de gente apretujada y con cara aburrida y somnolienta, leyendo grises noticias en grises periódicos que hablan de gente muriendo por la indiferencia de otros, sin querer pensar en cómo la gris rutina les devora a ellos.

Esto no debería ser así. O, mejor dicho, sí debe ser así. Pero durante un tiempo, no lo fue. No debería serlo.
Las Fuerzas del Caos entraron en nuestro mundo y lo convirtieron en algo distinto. Pero no peor. Nunca peor. Yo era un guerrero. Ahora no sé lo que soy.

Y lo más inquietante, no sé porqué soy el único que puede recordarlo. Mis amigos han vuelto a como eran antes. Creen que siempre han vivido aquí. Ni siquiera los que mutaron. Y yo he intentado transformarme de nuevo, miles de veces. Nada ha pasado. Nada ha ocurrido.

Me siento solo.

Me siento tan solo…

Grité una maldición al despertar. Miré a mi alrededor. Un extenso páramo desolado. Yo estaba dentro de un viejo saco de dormir, tumbado en un lecho de hierba anaranjada, arropado por un rojizo cielo decorado de nubes violáceas y bandadas de pteranodones. En el horizonte, sólo son distinguibles las ruinas humeantes de una antigua ciudad. A mi lado, un enorme pavo de dos metros y medio de altura dormita con cara de mala leche. Un poco más lejos, los cadáveres medio devorados de tres mapaches cornudos gigantes y el cuerpo descabezado de un sectario propagandista son el mudo aviso de que mi pavo y yo no somos tan gentiles como parecemos.
-Qué pesadilla tan horrorosa –murmuré-. Por un momento, creí que todo había dejado de ser normal…

Y, suspirando, me acomodé en mi saco de dormir y cerré los ojos.