sábado, 16 de junio de 2018

GdP2: XIX

Hasta el día de hoy, eran tres las cosas que más odiaba.

Hasta el día de hoy.

Aunque no necesariamente en este orden, la primera que mencionaré es cuando te estás enamorando de alguien de quien no debes enamorarte. Y lo sabes. Pero da igual, porque terminarás haciendo el gilipollas. Y eso también lo sabes. Pero igual lo haces. Y aunque vaya mal mil y una veces, sabes que habrá una milésimo segunda vez que también lo harás. Y piensas, bueno, si al menos follo, habrá servido para algo... en fin.

La segunda es cuando debes pelear por algo o alguien... y realmente es una pelea que no quieres librar. Tienes el ojo morado, la ceja abierta, le estás reventando la cabeza contra el suelo a tu oponente y, de repente, te cruza un pensamiento tipo "pobrecillo, si igual no se merece esta paliza". La adrenalina baja a mínimos y tú te sientes mal por dentro mientras le estás retorciendo el brazo hasta rompérselo.

La tercera es cuando haces una promesa, la cual eres consciente que no vas a cumplir. Pero igual la haces. Como cuando te levantas con una resaca horrible, prometes que no vas a beber más en tu puta vida y esa misma noche te llaman para ir al carrete del siglo...

Sí. Hasta el día de hoy, esas tres eran las cosas que más odiaba.

Hasta el día de hoy.

Bueno, he de reconocer que también tengo un problema con el queso. No es que lo odie, es que me sienta mal. Lo que odio son las miradas de desaprobación de mis amigos cuando pido los nachos sin queso fundido...

De todos modos, estoy desvariando. Esas eran las cosas que más odiaba... hasta ahora mismo, que he descubierto algo que odio más que toda esa mierda junta.

La lucha contra Sir Rosis era reñida. Para mi sorpresa (a pesar que ese bipolar de Cafre me cae como una patada en los huevos), he de reconocer que su pavo gigante estaba soberbiamente entrenado. Aunque mi enemigo tenía la superioridad aérea gracias a Fresón, mi montura era mucho más ágil de lo que su envergadura hacía suponer. Sir Rosis y su tábano gigante eran veloces, pero cada vez que intentaban flanquearnos se encontraban con la amenaza de un tremendo picotazo.

Mientras nuestras respectivas monturas danzaban su mortal baile, el acero de Sir Rosis y el mío se entrecruzaban violenta y sonoramente. Sir Rosis era un letal espadachín, me gustaría haber podido enfrentarme a él en tierra firme... dudo quién de los dos habría ganado. En estas condiciones, ambos debíamos mantener el equilibrio mientras las bestias luchaban y aprovechar cuando cerraban distancia para lanzarnos tajos a degüello.

Durante minutos que a ambos se nos hicieron eternos, la lid permaneció igualada. Pavo gigante y tábano gigante se movían vertiginosamente rápido, en busca del mordisco o picotazo que decidiera la batalla. Sir Rosis y yo nos manteníamos alertas, fintando, esperando la oportunidad de enterrar nuestra espada en el cuerpo del otro...

Y, por fin, el pavo gigante fue algo menos de un segundo más rápido que el tábano gigante. No necesité más. La defensa de Sir Rosis, en ese instante, quedó desguarnecida.

Y yo cometí un error fatal.

Cuando lanzaba la estocada que debía otorgarme la victoria, grité con todas mis fuerzas:
-¡MUERE!

Ese fue el final de la batalla.

Porque el gran cabrón de Cafre había enseñado a su pavo gigante a obedecer distintas órdenes como "sit", "patita", "gira"... o "muere"... para hacerse el muerto.

Fue gritar esa desafortunada palabra y el pavo gigante saltó, haciendo una excelsa pirueta, cayendo sobre su espalda, quedando patitas arriba y aplastándome entre el suelo ensangrentado y su inmensa mole.

Antes dije que había tres cosas que odiaba. Tres cosas que odiaba más que a cualquier otra en mi vida... hasta hoy. Hoy he descubierto que lo que más odio es estar ahogándome, sin casi poder respirar, aplastado entre las plumas de un estúpido pavo gigante que le gusta hacerse el muerto, sintiendo como todas esas garrapatas, pulgas y chinches corretean por debajo de mi armadura y escuchando al muy noble Sir Rosis intentando contener la risa para no acrecentar mi humillación.

Lo había jurado ya varias veces, pero lo prometí una vez más. En cuanto ese puto Cafre cumpliera con su supuesto papel de salvar a mi pueblo... yo lo mataría lentamente...


RESULTADO DEL COMBATE:
Sir Rosis - 1
Herji - 0


Continuará

domingo, 10 de junio de 2018

GdP2: XVIII

Mi espada terminó con la existencia de otros dos demonios. Aunque era obvio que los problemas sólo iban a aumentar. Con Chencho desconectado de la realidad, estábamos rodeados entre los demonios invocados por el Señor del Castillo de la Rosa y los muertos vivientes a las órdenes del Mariscal de Campo... sin contar con el poder de los propios integrantes del Grupo Armado Mata Cabras. Más aún, se esfumaba nuestro modo de huida.

Sí, estábamos jodidos.

Me preparé para enfrentar a un grupo mixto de demonios y zombis. Estaba a punto de invocar mis lobos espirituales (aprovechando que Vicky no estaba cerca) pero, antes, ocurrió el milagro...

Los zombis se abalanzaron contra los demonios. Por todo el campo de batalla, los muertos vivientes parecían haber cambiado de bando y atacaban a nuestros enemigos.

La respuesta estaba en nuestra nigromante. Chess avanzaba con paso firme, despidiendo poder e ira por cada poro, con sus ojos inyectados en sangre y una voz gutural que resonaba por todo el campo de batalla...

-Llevo casi veinte entradas siendo humillada... ¡ahora os vais a cagar, hijos de puta!

El Mariscal de Campo, portando un viejo subfusil en sus esqueléticas manos, se enfrentó a ella.

-Mis... zombis... ¿qué... has hecho?

Los ojos de Chess brillaron. El Mariscal de Campo apuntó su arma a su propia calavera y disparó, reventándose él mismo.

-¡Tú también eres un muerto viviente! -gritó Chess- ¿Lo habías olvidado, capullo?

En un momento, gracias a nuestra nigromante, el campo de batalla había quedado libre de demonios y muertos vivientes... ahora era el Comando Caprino contra el Grupo Armado Mata Cabras.

Chess, con una sonrisa, alzo el puño al cielo.
-¿Quién es la puta ama ahora? ¿Eh? ¿Quién?

-Estoy de acuerdo en que ha sido realmente sorprendente cómo has vaciado el campo de batalla de muertos vivientes -dijo el simio llamado Cuchuflí Montoya-. Pero, ahora que no hay tropas no-vivas presentes, ya no es que sirvas de mucho, ¿verdad?

Todos pudimos escuchar el corazón de Chess rompiéndose en mil pedazos. La nigromante se fue llorando del campo de batalla.

Apreté los dientes. Tras el primer embate, nosotros habíamos perdido a Chess y a Míster Transsssporterr; ellos, sólo al Mariscal de Campo. Miré alrededor. Celia y Xhugra estaban frente a frente.

Nuestra líder, portando su poderoso traje de batalla señaló a su odiada enemiga.
-Es tu final, Xhugra. Esta vez, estoy preparada contra ti.

Xhugra sonrió, mostrando su lengua bífida. Unas gotas de saliva ácida gotearon de las comisuras de sus labios y cayeron al suelo, chisporroteando. Era obvio que creía estar preparada para cualquier cosa que hubiera ideado Celia. Para cualquier cosa... menos para eso.
-¡Fer! -gritó Celia- ¡Esta tía votó en las últimas elecciones a la ultraderecha!

Se hizo un silencio en el campo de batalla. El comunista hombre-dragón interrumpió su duelo contra el enano Durk.
-¿Qué has dicho? -chilló Fer, mientras se lanzaba contra Xhugra.

Xhugra parecía que iba a objetar algo, pero no le dio tiempo. Fer exhaló su ígneo aliento y Xhugra cayó muerta al suelo, con un muñón humeante en vez de cabeza.

Los números se igualaban.

Sir Rosis, montado en su tábano gigante y armado con espada y escudo se colocó delante de mí.

-¡Campeón Herji de Nueva Ávila! -me gritó- ¡Te desafío!
-Acepto -respondí con solemnidad.
-¡Herji, colega! -se escuchó la voz de Cafre- Sir Rosis está montado y tú no... ¡estás en desventaja! ¡Usa mi pavo como montura! Yo no lo necesito para vencer al hermafrodita. O a la hermafrodita. O a le hermafrodita... ¡como coño se diga!

El pavo gigante de Cafre llegó trotando hasta mí y se agachó para que pudiera subirme. Sir Rosis podía ser un enemigo, pero era muy noble. Asintió con la cabeza y esperó, sin atacar, a que yo estuviera sentado en el inmenso animal.

De repente, sentí un gran aprecio por Cafre. Sabía perfectamente el cariño que mi compañero tenía por su montura. El que me la cediera, aunque fuera por unos momentos, suponía un gran honor para mí.

Agarré las riendas... e hice una muesca de asco. Entre las plumas de la gran ave correteaban garrapatas. Una pulga saltó a mi hombro. Comenzaban a picarme las piernas.
-¡Cafre, cabrón! -grité-. ¡Esto está lleno de parásitos!
-¿Qué esperabas, imbécil? -contestó Cafre, también a gritos-. ¡Es un jodido pavo gigante, no un puto unicornio rosa!

Maldije en todo lo maldecible. Por mi bien, más valía que el duelo contra Sir Rosis terminara rápido...

Continuará






sábado, 9 de junio de 2018

GdP2: XVII


Yo, Kayampa, suspiré. Vi cómo mis compañeros del Grupo Armado Mata Cabras lamían sus heridas... habían sido derrotados. Esos crueles humanos llamados La Doctrina eran más de lo que parecían. Usaban tácticas ordenadas, armamento pesado y no tenían escrúpulos en utilizar a pueblerinos inocentes como escudo humano. Quizás Xhugra o el Mariscal de Campo no tenían tantos reparos en matar civiles, pero para Sir Rosis o Cuchuflí Montoya era un límite moral que no estaban dispuestos a traspasar. Además, en un amplio perímetro habían minado el terreno, por lo que Cubbi arriesgaba perder una pierna si se acercaba. Si a eso juntamos que el loco de Durk hacía lo que le daba la gana en la batalla...

Me sentí abatido. Yo sólo soy un escriba, no sé pelear. El Mariscal de Campo discutía con Kuroko y con el Señor del Castillo de la Rosa. Les echaba en cara que no hubieran querido ayudarles contra La Doctrina. Pero era una discusión estéril.

Suspiré. Por su parte, Sir Rosis estaba repartiendo pociones curativas. Las heridas físicas podían cerrarse, pero la humillación de haber sido rechazados por unos simples humanos perduraría demasiado tiempo...

De repente, todos nos pusimos alerta. Se escuchaba un zumbido, nuestro vello se ponía de punta por la electricidad estática, un tenue olor a ozono flotaba en el aire...

-¡Míster Transsssporterr! -aulló de alegría el Señor del Castillo de la Rosa-. ¡Es hora de saldar cuentas!

Un portal se abrió desgarrando el espacio y el tiempo. El Comando Caprino lo atravesó gritando de furia, disparando sus armas. Buscaban la revancha, nos habían pillado desprevenidos... Pero el Señor del Castillo de la Rosa alzó los brazos y, mientras reía a carcajadas, gritó:

-¡Yo también sé abrir portales!

***
Mi nombre es Chencho. Pero en este y en otros muchos mundos soy conocido como Míster Transsssporterr. Sí, es un nombre ridículo. Pero, en su momento, me pareció que molaba. Es como cuando echas la vista atrás y relees tus primeras direcciones de correo electrónico. Supongo que me entiendes.

Bueno, volviendo a la historia, mi teletransportación había sido perfecta. Pillamos desprevenidos al Grupo Armado Mata Cabras y caímos sobre ellos... pero subestimé la rapidez de mi archienemigo Daniel. Levantó los brazos mientras reía locamente y un portal se abrió sobre él... un portal conectado al mismo infierno. Antes de que pudiéramos darnos cuenta de qué estaba pasando, cientos de demonios cruzaron a nuestro plano de existencia. No íbamos a luchar sólo contra esos capullos del Grupo Armado Mata Cabras. También tendríamos que despachar a miles de criaturas infernales.

Por mí, bien.

Escupí al suelo. Decenas de demonios que pretendían atacarme desaparecieron. Soy un interdimensionador. Soy uno de los seres más poderosos que jamás hayan existido. Espero que les gustara el espacio exterior.

Nuevos demonios ocuparon el espacio de los anteriores. Una duda cruzó mi mente. Como en tantas otras ocasiones, me pregunté qué hacía aquí. Soy un solitario. Siempre lo he sido. Y me veo ahora luchando en una batalla que no he elegido, aliado con un tipo al que detesto. Si soy tan poderoso, ¿por qué parece que no tengo control sobre mi vida? En su momento quise apartarme, alejarme de todo y de todos, dedicarme simplemente a observar universos alternativos en otro plano de existencia, sin querer intervenir en ellos. Y sí, lo hice. No era feliz, pero estaba tranquilo...

Moví mis manos. Numerosos demonios cayeron descabezados al suelo. Pude ver a Cafre, montado en su pavo gigante, atravesando las líneas de muertos vivientes del Mariscal de Campo, intentando acercarse a Cubbi.

Cafre. Hubo un tiempo en el que lo llamé amigo. Un error que no volveré a cometer. A pesar de tener cuentas pendientes, se atrevió a sacarme de mi zona de confort, a pedirme ayuda, a involucrarme en esta aventura sin sentido... ¿Por qué? ¿Por qué accedí a ello? Me da miedo la respuesta. ¿Acaso me sentía solo? ¿Quería formar parte de algo aunque fuera de esta mierda?

Un campeón infernal comenzó a desafiarme. Antes de que terminara de hablar, ya había teletransportado sus vísceras fuera de su cuerpo.

Resoplé. Soy una persona delicada, sensible. Al contrario que estos lunáticos, no disfruto con esta violencia sin sentido. ¿Por qué no uso mis poderes para largarme al otro confín del universo y olvidarme de toda esta jodienda? Mis compañeros saben cuidarse solos...

-¡Chencho! -Rigoberta llegó hasta mí-. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Sus ojos, tan bellos, se clavaron en los míos. Después, nuevos enemigos aparecieron y me vi forzado a apartar la vista de ella.

Rigoberta. ¿Por qué mi corazón se acelera tanto cuándo está cerca de mí? Capé mis sentimientos hace mucho. Me convertí en un malote. Y ahora me derrito cuando ella aparece... joder. No tengo idea de cómo tratarla. No la conozco apenas. Si ella no estuviera aquí, ¿seguiría yo con esta gente?

Miré hacia Rigoberta, pero mis ojos sólo hallaron enemigos. Grité de furia y me dirigí hacia otro campeón infernal.

-El sol del desierto abrasó mi piel. Mis pies se han hundido en la nieve. He cruzado tanto el océano como la cordillera sin saber qué esperaba detrás. He visto manar a borbotones mi propia sangre. Me he tambaleado borracho en calles desconocidas. He amado demasiadas primeras noches, como he llorado demasiadas últimas. Prometí no volver a sentir y hoy vuelvo a estar enamorado. ¡Demonio! ¿Osas enfrentarme? Más vale que estés tan dispuesto a morir como yo lo estoy.

***

Mi nombre es Herji. Soy el campeón de mi pueblo, la tribu de Nueva Ávila. Mientras la hoja de mi espada corta en dos el cuerpo de un demonio, echo un vistazo a cómo lucha uno de los poderosos compañeros que he encontrado en mi camino. Chencho, el llamado Míster Transsssporterrr, parece que ha activado el modo deidad, arrasando hordas de enemigos. Una sonrisa asoma a mis labios. Estoy convencido de que con él en nuestro bando, la victoria es nuestra.

Bueno, eso pensaba yo... hasta que, tras pronunciar un emocionado discurso, a Chencho le dio uno de sus cortocircuitos, dejó de matar demonios y comenzó a cantar que era la viudita del conde Laurel...

-¡Proteged a Chencho! -grité aterrado- ¡Está fuera de combate!

Pero sin Chencho, sin los poderes de Míster Transsssporterrr... ¿podríamos ganar la batalla?


Continuará