miércoles, 26 de junio de 2013

Estoy de Vuelta (tras demasiado tiempo) 86


Estaba vivo. Rubén estaba vivo. Estaban seguros. Habían intentado explicárselo a la policía, a sus familiares… pero nadie creyó a los padres de Rubén. Todo el mundo fue amable, sin embargo. Les dijeron palabras de consuelo, les intentaron convencer de que realmente no habían visto a su hijo por televisión, gracias a una cámara de seguridad de un centro comercial en el que algo había pasado y nadie sabía qué. Que era absurdo. Que era imposible.

Se les acababan las opciones. Decidieron llamar al que había sido el mejor amigo de su hijo, al que había sido atropellado junto con Rubén…

El teléfono de Sebas comenzó a sonar con un pitido estridente.

-“Rubén Fijo llamando” –informó Canael.
-¡Son mis padres! –se alarmó Rubén-. ¡Oh, Dios! Pero… pero… ¿para qué llaman a Sebas?
-¿Quieres que lo coja? –preguntó Fito-. ¡Puedo decirles que no se preocupen, que resucitaste como Jesucristo y que los muertos vivientes que te acompañan son muy responsables!

El pitido estridente no parecía tener intención de parar.

-¿Qué hago? –gritó Rubén.
-El teléfono es de Sebas, ¿verdad? –dijo Canael-. Es mejor que se ocupe el propio Sebas. Nosotros no podemos perder tiempo. Tenemos que llegar al museo de ciencias naturales lo antes posible…

Y el teléfono móvil se desvaneció.

-¡Maldita sea! –gritó un apaleado Harry mientras le daba un puñetazo a la furgoneta-. ¡Les teníamos! ¡Les teníamos!

Manolo y Sebas observaban con curiosidad al inglés, a Jingjing y al Pater. Los tres estaban frustrados, doloridos y vencidos. Y a Harry además parecían haberle dado una paliza. Todos ellos seguían en el aparcamiento del centro comercial. La policía les creyó cuando dijeron que paseaban por ahí y de repente se desmayaron. Tomaron sus nombres y les dejaron ir. Total, otros testigos habían mencionado esqueletos andantes, demonios, tiroteos y abrigos que levitaban, así que…

De repente, pareció como si se abriera un pequeño agujero en el aire, al lado de Sebas. Como un pequeño agujero que conectara con otro espacio u otro tiempo. Harry cayó hacia atrás mientras el Pater imploraba al demonio que retrocediera.

Sin previo aviso, un estridente pitido sonó, y el teléfono móvil de Sebas apareció por el agujero, acompañado de las siguientes palabras de Canael:
“…no podemos perder tiempo. Tenemos que llegar al museo de ciencias naturales lo antes…”

-¡Es mi móvil! –se alegró Sebas mientras cogía su teléfono y atendía la llamada.
-¿Qué era eso? –preguntó anonadada Jingjing.
-¿Sí? –preguntó Sebas-. ¡Ah, hola! ¿Sí? ¡Sí, claro! ¡Claro que está vivo! ¡Estuve con él anoche!
-¿Tú no has escuchado algo del museo de ciencias naturales? –Harry frunció el ceño.
-¿Con quién hablas? –preguntó Jingjing a Sebas.
-¡Con los padres de mi amigo Rubén! –respondió el joven- ¡El que va con los muertos! ¡Sí, sí! ¡Algo he oído yo también del museo de ciencias naturales! ¿Qué? ¡No, no! ¡Hablaba contigo! ¿Cómo?
-Jingjing, estoy a punto de volverme loco –susurró el inglés.
-Yo también –respondió la oriental-. Vamos a ese museo. Ya.

Continuará