lunes, 18 de noviembre de 2019

GdP2: XXXII


Respiro hondo. Un hedor acre inunda mis pulmones. A duras penas consigo que mis manos dejen de temblar. Los ojos me lloran. Quiero pensar que es por las nubes de gas y no por los compañeros que han muerto. El sonido de las balas parece detenerse por un momento. Están recargando. Miro hacia arriba. Busco el cielo, pero sólo veo humo.

El cadáver de Fresón, la fiel montura de Sir Rosis, me sirve de improvisada trinchera. De repente, entre varias explosiones, escucho lo que parece una melodía. ¿Estoy acaso desvariando? Echo una rápida ojeada al campo de batalla y mi corazón se encoge.

Es Cafre. Transformado en hombre-chivo, lucha contra un pelotón de soldados. Los enemigos disparan, pero a él no parece importarle las balas que perforan su cuerpo. Les embiste, quebrando huesos y rompiendo cabezas. No sé si admirarle o compadecerle. Si en su forma alternativa tuviera el suficiente cerebro, sabría que sus heridas son ya mortales. Pero no lo sabe. Y mientras la parca no decide que ha sido suficiente, continúa luchando. Si le quedan minutos o segundos de vida, sólo el destino lo sabe.

Y mientras riega con su sangre el campo de batalla, en su desvencijada radio suena su grupo favorito, "Los Pollastres Mitológicos".

Otra noche sueño contigo
aunque aún siga sin conocerte.
En este plano oscuro
sólo intuyo la línea que nos une.
Mis ojos buscan el punto
donde consiga encontrarte.
Reconozco que dudo 
si lo conseguiré en esta vida
o será ya en la siguiente.
No importa.
Aunque sólo me quede la muerte
seguiré corriendo hacia ti.

Cierro los ojos y sueño
y te busco sin ser consciente.
Quiero creer que existe
la línea invisible que nos une.
Que, aunque tiempo y espacio
se retuercen,
tú también me sientes.
Quiero descifrar
la pista que me dejé a mí mismo
cuando estaba borracho y dormido.
Mas sólo veo un garabato;
tengo miedo de volver a dormir
por si todo cobra sentido
y deja de tenerlo al despertar. 

Mi pecho se oprime
al querer llenarse con lo que aún no eres.
Mi voz se enmudece
al escuchar la realidad.
Mi razón quiere justificar
lo que no tiene existencia.

Mi instinto quiere cambiar la canción,
quiere olvidarte antes de que llegues;
prefiere caminar con mi única compañía
y me mira, mitad pena, mitad desprecio. 
Me siento tentado de darle la razón;
pero eso implica reconocer 
que he desperdiciado mi vida
y prefiero creer la esperanza de una mentira
antes que en una realidad vacía.

La música termina, antes de tiempo, con una explosión. También la vida de Cafre. Mi compañero, el que tantos dolores de cabeza me provocó, el supuesto salvador de mi pueblo, cae al suelo desmembrado. Recuerdo que esa canción terminaba con el instinto llamando gilipollas al autor y reventándole la cabeza para que dejase de sufrir.

Se hace, por un instante, el silencio en el campo de batalla.

El humo se dispersa. Veo a Chencho tendido sobre las piernas de Rigoberta. La sanadora llora mientras, impotente, intenta devolver la salud al maltrecho cuerpo. Grita que le ama, que le ama desde la primera vez que le vio. Pero Chencho no tiene fuerzas para responder. Sólo consigue alzar la mano lo suficiente como para acariciar una mejilla anegada en lágrimas.

Me levanto. Todo está perdido, pero aún puedo llevarme a alguno por delante. Ni siquiera eso me es concedido. Sin comprender, siento cómo algo atraviesa mi espalda y veo sobresalir la hoja de una espada por mi abdomen. La voz de Daniel, el Señor del Castillo de la Rosa, resuena en mi nuca.

-Lo siento, Herji. Esta batalla se ha perdido. Prefiero apostar a caballo ganador.

Todo se vuelve negro.

-Y ya está -dijo Chess, recogiendo sus dados de hueso-. Ese es el relato de los antiguos espíritus difuntos. Lo siento, Herji. Según sus predicciones, todos morimos si decidimos seguir esa mierda de estrategia tuya.

Sentí como todos me miraban con cara de circunstancias. Tragué saliva.
-¿Puedo preguntar cuántos posibles futuros alternativos has visto?
Chess me miró como si fuera imbécil.
-¿Posibles futuros alternativos? ¿De qué coño hablas? ¿Te crees que estás en una película de superhéroes? Yo le he preguntado a los antiguos espíritus difuntos si tu estrategia tendría éxito. Y la respuesta está clara. Nos fostian de mala manera. Así de claro. Fin de la consulta.

No conseguí controlar mi frustración. Me encaré con el Señor del Castillo de la Rosa. 
-¡Aunque quizás nuestras posibilidades sean mejores si terminamos con un traidor antes de que él termine con nosotros!
Daniel me miró como quien mira a un insecto.
-¿Estás seguro que me quieres acusar de algo que no ha ocurrido?

En ese momento Chencho se acercó con ademán serio.
-Herji, ¿podemos hablar a solas?
Asentí con la cabeza y nos alejamos unos metros de los demás.

-Dime, Chencho.
-Herji, ¿estás seguro de que ese destino sea erróneo? Quizás debamos llevar a cabo tu plan de todos modos.
-¿Qué? ¿De qué me estás hablando? ¡Pero si nos matan a todos!
-Sí, pero si te fijas, Rigoberta y yo terminamos juntos...
-¡Morís juntos! ¡Es algo distinto!
-No sé, a mí me parece tierno...

Si no fuera porque en ese momento llegaron Fer y Cafre, habría estrangulado a nuestro interdimensionador.
-¿Y vosotros? ¿Qué queréis?
-Sé cómo vencer a La Doctrina -respondió el hombre-dragón.

Miré a Fer a los ojos. Y supe que decía la verdad.

Continuará