lunes, 29 de abril de 2019

GdP2: XXVIII


Aún necesité un par de horas hasta que mis dolores desaparecieron por completo.

El cielo había enrojecido con la llegada del ocaso. El estridular de los grillos gigantes se volvía insoportable por momentos. El olor de los cadáveres de demonios descomponiéndose en el campo de batalla me hacía sentir naúseas. No entendía como esta puta gente, enemigos mortales hasta hace un rato, podía estar tranquilamente ahí, hablando unos con otros.

Decidí acercarme. Tanto los miembros del Comando Caprino como los del Grupo Armado Mata Cabras comían brochetas (supuse que hechas con carne de demonio) y conversaban, separados en pequeños grupos.

La ninja Vicky y su novio, el hombre-dragón llamado Fer, discutían estrategias junto al simio gigante Cuchuflí Montoya y el caballero Sir Rosis. Los cuatro parecían estar decididos a atacar a La Doctrina por simple cuestión ideológica.

Decidí pasar de largo. Por lo general, me encanta hablar sobre tácticas, ataques y defensas, pero no tenía la cabeza para pensar demasiado.

Por otro lado, Chencho, Cafre y el Señor del Castillo de la Rosa estaban charlando, apartados del resto y haciendo grandes aspavientos. Me picó la curiosidad. ¿De qué estarían hablando estos tres? ¿Acaso no se odiaban?

Me acerqué. Ninguno de ellos hizo ademán de cambiar de tema o mostrarse incómodo por mi llegada.

-No puedo -decía Chencho, con la mirada baja y negando con la cabeza.
-Ridículo -contestó el Señor del Castillo de la Rosa.
-¡Es lo más fácil del mundo! -exclamó Cafre abriendo los brazos.
-No puedo -repitió Chencho, con la mirada baja y negando con la cabeza.
-Ridículo -se reafirmó el Señor del Castillo de la Rosa.
-¡Es lo más fácil del mundo! -exclamó nuevamente Cafre abriendo los brazos.
-No puedo -repitió Chencho, con la mirada baja y negando con la cabeza.
-Ridículo -se reafirmó el Señor del Castillo de la Rosa.
-¡Es lo más fácil del mundo! -exclamó nuevamente Cafre abriendo los brazos.
-No puedo -repitió Chencho, con la mirada baja y negando con la cabeza.
-Ridículo -se reafirmó el Señor del Castillo de la Rosa.
-¡Es lo más fácil del mundo! -exclamó nuevamente Cafre abriendo los brazos.
-No puedo -repitió Chencho, con la mirada baja y negando con la cabeza.
-Ridículo -se reafirmó el Señor del Castillo de la Rosa.
-¡Es lo más fácil del mundo! -exclamó nuevamente Cafre abriendo los brazos.
-No pued...
-Perdón por interrumpir pero, ¿qué coño pasa aquí? -pregunté, aliviado por romper el bucle.

Los tres me miraron. Cafre fue quien contestó:
-¡Hola, Herji! Nada, es sólo que a Chencho le gusta una chica.
-¿Mi compañera Rigoberta? Eso lo sabemos todos, los dos son libros abiertos -dije sin darle importancia, hasta que me di cuenta que Chencho me miraba rojo como la grana.
-¿Lo ves? -Cafre le dio una palmada al interdimensionador-. ¡La tienes en el bote!
-¡No es tan fácil! -gritó Chencho.
-¡Es lo más fácil! -contestó Cafre.
-¡Me gustaría verte a ti! -resopló Chencho mientras le señalaba.

Cafre asintió con la cabeza.
-Muy bien. Te haré una demostración. Y si sale bien, tú debes hacer lo mismo con Rigoberta. ¿De acuerdo?
-De... de acuerdo... -contestó Chencho, aparentemente no demasido seguro.
-¡Chess! ¡Chess! -llamó a voces Cafre.

La nigromante se acercó desconfiada, con paso lento.
-¿Se puede saber qué tripa se te ha roto?
-Oh, nada -Cafre se encogió de hombros-. Es sólo que, con todo el jaleo de las últimas horas, creo que todos necesitamos un poco de relax, y yo había pensado en ti. ¿Te apetece un poco de sexo sin compromiso?
Chess miró a Cafre como quien mira a una hormiga.
-En circunstancias normales, te asesinaría. Pero es tu día de suerte. Me han machacado tanto el ego que, la verdad, lo necesito. Hagámoslo.

Y así, Chess y Cafre se alejaron juntos, no sin que éste último susurrara a Chencho un casi inaudible "ahora te toca a ti".

Nuestro amigo interdimensionador estaba pálido. Tragó saliva y se acercó a la sanadora.
-Ri... Rigoberta...
-¡Chencho, querido! ¡Dime!
-Oh... oh, nada... es sólo... es sólo que... con todo el jaleo... de las últimas horas... creo que todos necesitamos... un poco de relax y... y yo había... yo había... yo había pensado...
-¿Sí? ¿Tú habías pensado? -preguntó Rigoberta mientras tomaba la mano de Chencho.
-Yo... yo... yo había pensado...

Y de repente, Chencho, nuestro interdimensionador, el más poderoso de todos los presentes, con la cara completamente roja, se desmayó frente a Rigoberta.
-¡Chencho! -gritó la sanadora mientras comenzaba a usar su magia curativa en él-. ¡Chencho! ¡Vuelve!

El Señor del Castillo de la Rosa resopló con desdén.
-Ridículo.

Próximo capítulo: A hostias con La Doctrina