miércoles, 30 de mayo de 2018

GdP2: XVI


Desde lo alto de una colina, miré con preocupación hacia el horizonte. Mis compañeros del Grupo Armado Mata Cabras, tras su primer enfrentamiento con el Comando Caprino, habían decidido asaltar Nueva Ávila y enfrentarse a esos crueles humanos llamados La Doctrina.

Y yo, vuestro seguro servidor, el escriba Kayampa, me sentía inquieto. Nuestros aliados Kuroko y el Señor del Castillo de la Rosa habían decidido no intervenir. Su lucha, decían, era sólo contra el Comando Caprino y Míster Transsssporterr, respectivamente. El resto, de todos modos, fueron confiados a la batalla. Su poder es considerable, sí, pero yo tenía un mal presentimiento.

Kuroko permanecía inmóvil y silencioso. El Señor del Castillo de la Rosa descansaba sobre la hierba morada. Yo, para tranquilizar los nervios, decidí encender la radio y poner algo de música. Sonaban Los Pollastres Mitológicos:


El naranja del atardecer cae sobre la ciudad,
reflejado en las lágrimas que caen de tu mirar. 
Mi corazón se resquebraja un poco más.

Hemos recorrido juntos medio mundo,
rompiéndolo todo, peleándonos como niños...
ambos sabemos que es el final.
Ambos sabemos
que no nos volveremos a encontrar.

Bajo la mirada. 
Me preguntas cuánto te odio.
"Nunca" respondo. 

Nunca pude odiarte. Nunca podría odiarte.
Tampoco ahora. 
Pero, si me pides como probarlo, 
no lo sé.

A pesar de todo, ¿lo pasamos bien?

Siempre supimos que algún día
nuestra historia se terminaría.

Aunque no quisiéramos darnos cuenta.

Los dos somos demasiado tercos.
Y ésta ha sido la última pelea. 

Aunque de veras quisiera
poder seguir peleando contigo
antes que aceptar que ya no estarás.

Nuestras armas están rotas,
hechas pedazos, tiradas en el suelo.

Y, no por primera vez, 
me pregunto si lo que siento por ti
desde lo más profundo de mi corazón
es lo que los otros llaman "amor". 
La verdad, ya poco importa. 
Nunca sabré la respuesta.

Dices que he ganado.
Pero el mundo es poca recompensa
a cambio de perderte. 

Siempre creí que eres la mujer más bella.
Siempre creí que eres la persona más valiente.
Siempre creí que, de tan perfecta, debieras ser eterna.

Cruel ironía que yo deba matarte.
Cruel ironía que tu peor enemigo lamente tu muerte. 

Y todo porque los dos somos demasiado tercos.

El naranja del atardecer cae sobre la ciudad.

Ambos lo contemplamos con pesar a través del cristal
de la cabina del puente de mando de la nave nodriza.
El denso humo asciende hasta el cielo, 
los disparos suenan cada vez más espaciados.

Debería disfrutar el momento
pero sólo puedo fijar mis ojos en la apresada heroína
que luchó aunque no hubiera esperanza de victoria.
En su rostro, desafiante, 
se refleja la derrota, el cansancio, la tristeza.

Yo, como el villano de opereta que soy,
hago oscilar mi negra capa
y pulso el rojo botón que dispara los misiles.

Tras unos minutos,
se hace el silencio.
He conquistado el mundo.  

Y aún así, quiero caer de rodillas.
¿Por qué somos los dos tan tercos?
Te vencí,
mas no quisiste unirte a mí.

Y yo ahora entiendo que era feliz
cuando recorríamos el mundo,
peleándonos como chiquillos,
cuando yo podía seguir jugando contigo...

Ahora que me pertenece el mundo entero,
lo cambiaría por regresar a los viejos tiempos.
Lo cambiaría también
porque lo gobernaras a mi lado.

Pero ambos somos demasiado tercos.

Por última vez, nuestras miradas se cruzan.

"Nunca he podido odiarte".

Se escucha un disparo.
Mi corazón se parte.

Conteniendo las lágrimas, 
me giro hacia este mundo que he conquistado.
Aunque sólo quiera vivir en él
si tú estás recorriéndolo a mi lado,
como cuando éramos dos niños peleándonos.



Continuará...

domingo, 20 de mayo de 2018

GdP2 XV

Eché un vistazo a mi alrededor. Sí, seguíamos vivos. Y ahora también teníamos el estómago lleno de "pollo a la brasa". Pero era obvio que la moral de nuestro grupo estaba por los suelos. La derrota contra esos guerreros caóticos nos había afectado.

Sacudí mi cabeza y deseché los pensamientos negativos. Soy Herji. Soy el campeón de Nueva Ávila. Soy el que ha conseguido reunir nuevamente al Comando Caprino para liberar a mi tierra de la opresión. No podía permitirme sucumbir al agotamiento y a la desesperación.

Decidí que tenía que averiguar más. Más de las capacidades y motivaciones de estos nuevos enemigos, pero también de mis propios compañeros de equipo.

Me puse en pie. Decidí acercarme a Celia y entablar conversación con ella. Después de todo, era la líder de este pintoresco grupo. Celia, destornillador y alicates en mano, estaba ocupada. Subida en un taburete, reparaba su enorme exoesqueleto.

-Te vi luchando contra esa tal Xhugra. Era una pelea muy personal, ¿verdad?

Celia clavó sus ojos claros en mí. Suspiró.

-Más que personal. Mucho más. Esa criatura es mi ex-suegra.
-Lo... lo siento -dije sorprendido-. No hubiera imaginado siquiera... supongo que alguna llamarada caótica transformó a una buena mujer en ese monstruo. Lo lamento mucho. No debes culparte, es algo imposible de predecir y de evitar. Te llevabas muy bien con ella, ¿verdad?
-No sé de qué coño estás hablando -respondió Celia, mirándome como si yo fuera idiota-. Esa jodía por culo ha sido siempre igual de cabrona... y todo porque no quise casarme con el imbécil de su hijo. ¿En qué estaría pensando yo? Me encantaría tener una máquina del tiempo como la de Cafre y solucionar tantas cosas de mi pasado...
-¿Cafre tiene una máquina del tiempo? -me maravillé, aliviado por poder cambiar de tema.
-¿Eh? ¡No, no! Qué va -Celia negó con la cabeza-. Aún no la tiene. Pero sabemos que la conseguirá en algún momento. ¿Quieres ver la prueba?

Asentí con la cabeza. Celia se bajó del taburete, se acercó a Cafre (quien estaba tumbado en el césped, usando una de las patas de su pavo de almohada) y le dijo:

-¿Sabes? Me acordé de esa antigua novieta tuya, la mujer-gata. Se llamaba Dunia, ¿verdad? Hacíais buena pareja, deberías intentarlo con ella de nuevo.
-¿En serio? -Cafre se rascó la cabeza mientras se incorporaba-. No sé... quizás... bueno... quizás tengas razón. Después de todo, tú eres la inteligente... voy a llamarla.

En el momento que Cafre agarró su teléfono móvil y empezó a marcar el número, hubo un flash cegador. Yo me quedé boquiabierto. Había aparecido otro Cafre, ambos casi idénticos, salvo que el recién llegado lucía más cicatrices. Sin mediar palabra, el "nuevo" Cafre le metió tan tremenda patada en la cabeza al Cafre original, que lo dejó KO en el suelo. Acto seguido, cortó la llamada y, tal como había llegado, desapareció.

-¿Lo ves? -me dijo Celia señalando al inconsciente Cafre-. Es maravilloso. Me encantaría tener algo así y hacerle una visita a mi yo del pasado...

Miré aterrado a Celia. Asentí con la cabeza en silencio y me alejé muy lentamente de allí.

Vi a la ninja Vicky y al hombre-dragón Fer sentados en el suelo, espalda contra espalda. La primera afilaba sus armas. El segundo bebía una jarra de cerveza (preferí no pensar de dónde la habría sacado).

Me acerqué a ellos y abrí la boca:
-Fer, ¿por qué mataste al Señor Dodo? Eso de las Personificaciones Animales... quizás debamos hacer frente a repercusiones más adelante.
-En absoluto -el hombre dragón se mostraba relajado-. Yo vivo esta vida como si fuera una novela, no sé si me entiendes. Una novela en la cual el escritor es gilipollas y no sabe ni cómo va a continuarla. Lo que era ese Señor Dodo era un puto "Deus ex machina" y se merecía la muerte. Posiblemente, para que tamaña estupidez tenga alguna justificación, el escritorzuelo de los cojones se sacará de la manga algo sobre esas Personificaciones Animales y así alargar la trama. Pero, si esa es su pueril idea, que no cuente conmigo para ayudarle a concretarla.
-Además, los dodos son palomas grandes y tontas -asintió Vicky-. Y las palomas no son gatitos.
-Y hay algo más -dijo Fer-. Tú observa cualquier serie de animación. Cualquier personaje que tenga plumas azules, o es imbécil, o un incordio, o traicionero, o...
-De acuerdo, de acuerdo, lo he entendido -dije mientras me iba de allí-. Claro como el agua...

Suspiré. No sé ni porqué trataba de entender lo más mínimo sobre esta gente. Cada intento sólo significa comprenderles menos aún.

Pero, ¿y mis compañeras? ¿Cómo se encontrarían Chess y Rigoberta? De verdad, rezaba porque ellas llevaran mejor que yo esta situación...

Encontré a Rigoberta y a Chencho juntos, alejados de los demás. Ambos se miraban fijamente. Ambos sonreían. Ni uno ni la otra decían lo más mínimo. Me quedé mirándolos. Treinta segundos. Un minuto. Dos minutos. Cinco. Diez. Seguían igual. Se miraban fijamente. Sonreían. No decían lo más mínimo...
-Pero, ¿qué coño...?
-No les interrumpas -sonó la voz de Chess detrás mía-. Déjalos tranquilos. Se gustan.
-Eso es obvio. Pero, ¿por qué no hablan? ¿Por qué no se besan? ¿Por qué no hacen algo?
-Porque los dos tienen miedo de cagarla.

Miré a Chess con desesperación. La locura era contagiosa.

-Chess, ¿cómo estás tú? -pregunté, casi con miedo.
-¡Estoy harta! ¡Completamente harta! ¡Soy una nigromante, joder! ¡En todas las historias de fantasía, dicen "nigromante" y todos se cagan patas abajo! ¡Yo debería ser la puta ama aquí! ¡Y llevamos quince entradas más la introducción, y sólo he recibido humillaciones! ¿Cómo quieres que esté? ¡Explícame! ¿Por qué nadie tiembla al verme llegar?
-¡Chess! -se escuchó la voz de Vicky- ¿Quieres un poco de chocolate?
-¡Chocolate! -la cara de Chess se iluminó- ¡Ay, qué rico!

Y la poderosa nigromante se alejó dando saltitos hacia donde estaba Vicky.

Me harté.

-¡Ya está bien! -grité- ¡Escuchadme todos! Esos campeones caóticos nos vencieron porque lucharon en su terreno. Nos conocían. Cada uno de ellos eligió el oponente que mejor podía derrotar. La próxima vez, estaremos preparados. La próxima vez, nosotros decidiremos quién se enfrenta a quién. Mi única duda es qué hacemos con ese... o esa... hermafrodita llamado o llamada Cubbi. Sólo Rigoberta puede mantenerle a raya, pero en tal caso perderemos su poder de curación...
-Discrepo -dijo Cafre-. Dejadme a Cubbi a mí. Sé perfectamente cómo vencer.
-Bien -asentí-. Porque no sólo vamos a liberar a mi pueblo. ¡También nos vamos a ocupar de esos capullos caóticos!
Y alcé el puño al cielo, esperando que todos me siguieran.
Pero nadie lo hizo.
Celia me miraba con los ojos entrecerrados.
-¿Puedo preguntar quién coño te ha nombrado jefe?
-Uy...


Continuará