jueves, 24 de junio de 2021

Lechuza y búho (y otras poesías dedicadas)

Anochece en mi ciudad,
mis pasos carecen de destino.
La lluvia se niega a escampar;
te busco en un intento sin sentido.
Empapado, vago pensando en ti,
sabiendo poco más que existes.
Por ti cruzaré océano, cordillera,
vuelvo a arriesgar el alma entera.
Aunque te ame en base a imaginarte,
aunque el pasado mi nombre manche...
Negamos, desconfiamos, dudamos,
pero estás dejando que me acerque.
Dices mi nombre, creo que me sientes,
eriges un puente entre continentes.
Ríes tan lejos de mí que otra vida parece,
mas con tu risa siento mi amor creciendo.
Amor que creía olvidado hace tanto tiempo,
pasión que, aún sin tocarnos, abraza tu cuerpo.


***

En un bosque oscuro de viejos robles cubiertos de musgo

se escucha en la niebla el desganado ulular de un gran búho.

Sus plumas de color gris han perdido brillo;
el errante vuelo no tiene patrón ni destino;
sus fuertes garras ya no tienen tanto filo;
cien cicatrices salpican las largas alas...
pero a él poco parece importarle.  

El gran búho gris vuela libre bajo la luna menguante
acompañando las correrías de ciervos y lobos.
Gritando en la noche, esquiva cuervos, azores y ramas,
volando rasante sobre las aguas de los arroyos.

Nadie sabe de dónde vino,
nadie sabe qué hace en el bosque.
La vida podría haber seguido así para el gran búho
de no ser por la noche que se acercó al gran abismo
que parte en dos el arcano bosque oscuro.
Un profundo y ancho despeñadero
de tan fuertes ráfagas de viento
que hacen imposible cruzar al otro extremo.
El animal cazaba por allí cada pocas noches
pero, en esta ocasión, todo cambió en un momento.

En el otro lado de la sima,
volando grácilmente, una joven lechuza
apareció reflejando los rayos de luna.
Su oscuro plumaje, sus ojos centelleantes,
su ulular vibrante, su belleza notable...

El gran búho gris quedó en silencio, perplejo,
contemplando a la joven lechuza oscura,
observando cada uno de sus movimientos,
admirando su silencioso vuelo,
tan cerca y, a la vez, tan lejos.
Algo se movió en su pecho. 

A partir de ese momento,
el gran búho acudió cada noche
al precipicio, al encuentro
de esa joven lechuza cuyo vuelo
le provocaba olvidados sentimientos.
Se olvidó hasta de cazar;
nada más le podía importar
que el mirar desde una orilla
la que le parecía la más bella criatura
aunque fuera imposible de alcanzar.

Estuviera la noche lluviosa o fría,
ya nevara o la tormenta amenazara,
el búho gris cumplía su ritual.
Pero, ¿era esa su felicidad?
¿El ver a la joven lechuza volar?
¿O era esa su frustración?
¿El que no pudieran volar juntos los dos?

El gran búho gris observó el despeñadero.
Las corrientes de aire amenazaban
incluso el pensamiento.
Pero esa joven lechuza merecía la pena,
no importa lo arriesgado del intento.

El gran búho gris abrió sus largas alas
y, con un aleteo, desafió al viento.


***


Como una gota de agua
encuentra su otra mitad
en medio del océano,
a la deriva en el mar,
nos encontramos,
así por casualidad.

Si la vida complotó
para que nos conociéramos,
si a pesar de los pesares
nos amamos,
si abrazo la locura
con tal de llegar hasta ti...

Con los pies descalzos
camino, metro a metro,
camino, mi negrita,
hasta tenerte frente a mí. 

Mis manos ensangrentadas
apartan cada roca en la calzada,
mis ojos te buscan bajo la luz del alba,
mi pecho late por ti hasta doler
y es que no existe problema, pena o fuerza
que me impida llegar hasta donde estés...

Extraño tus besos y aún ni te besé.
Extraño acariciar tu pecho y aún no te amé.
Si ya conozco tu olor, el tacto de tu piel,
tu sabor y tus caricias, si en otra vida, quizás
fuimos ya un único ser...
no existe distancia, tiempo o problema
que pueda evitar que te vuelva a abrazar.

Me reflejaré en tus ojos siempre,
te amaré aunque el mundo se derrumbe...
porque no necesito más luz o calor
que la que me das con tu amor;
porque no quiero más vida
si no es contigo, mi negrita.


***

Veinte años y un océano 

nos separan.

Miedos y dudas hacen larga

la madrugada.

Abrazo la almohada,

una opresión en el corazón.

La gente no comprende, 

a veces, tampoco yo.


Pero me dices "te amo"

y rompes toda distancia.

Escuchar tu voz 

devuelve a mi vida la esperanza.

Perdóname, Alexandra,

al final sólo soy humano.

Aunque lo que sí te juro

es que nadie te ama como yo te amo.

Y no tengo presente ni futuro

si no estoy al lado tuyo.

Puedes llamarme loco, 

pero eres mi amor, mi esposa, mi todo.

Alexandra, mi himno es tu nombre,

mi bandera son tus ojos.

Y solo existe la alegría

si estás en mi vida.


martes, 15 de junio de 2021

GdP2: XXXVI

 Me sorprendo al comprobar que el hombre-dragón tiene razón. Desde la fortaleza de La Doctrina, el estruendo causado por disparos, gritos y ráfagas de ametralladora aumenta. Estoy a punto de ordenar un ataque general cuando suena detrás de mí unas notas musicales que recuerdan a... ¿lambada?

-¡Désirée ha llegado! -grita una joven que parece haberse materializado desde la propia música-. ¡Alegrad esas caras! Sé que todo parece perdido, pero la música me ha llevado hasta aquí para ayudaros a derrotar el caos y...

La tal Désirée dejó de hablar y se quedó mirando fijamente a Sir Rosis, Fresón, Cubbi y Cuchuflí Montoya.

-Esto... se supone que sois el Comando Caprino... ¿qué hacen aquí estas criaturas caóticas?

-Hemos firmado una tregua -respondí sin saber muy bien qué estaba ocurriendo.

-Ah... el pentagrama no me había dicho nada de esto... ¿podría hablar con Celia, vuestra líder?

Suspiré apesadumbrado.

-Celia abandonó hace unas cuantas entradas. Podría decirse que soy el líder ahora mismo, pero con estos pirados cualquier cosa es cuestionable. 

Désirée frunció el ceño.

-¿Y por qué está aquí el Señor del Castillo de la Rosa, el mayor supervillano de este universo?

-Bueno... al parecer, él también está aliado con nosotros temporalmente -respondí sin ganas.

-Hubo una nota discordante en el tejido de la realidad musical, pero nunca creí que fuera tan enormemente discordante -Désirée sacudió la cabeza.

-No entiendo muy bien a qué te refieres, pero...

En ese momento, Chencho llegó corriendo.

-¡Tú! ¡Tú eres una músicamante! -gritó nuestro interdimensionador.

-¡Sí! -contestó orgullosa la recién llegada-. ¡Así es!

-No entiendo nada -reconocí.

Los demás se acercaron, curiosos. Chencho parecía el más entusiasmado, a pesar de la mirada celosa de Rigoberta.

-¡Llevo años intentando encontrar a alguien con el dominio de la músicamancia! ¡Esto es maravilloso!

-Vale, la chica es muy maja y tal -dijo Cafre encogiéndose de hombros- pero, ¿por qué tanta emoción?

El Señor del Castillo de la Rosa le respondió:

-Los músicamantes pueden alterar la propia realidad al modificar el entramado musical que se entrelaza con nuestra existencia. Si sus poderes se combinan con un interdimensionador, el contínuo espacio temporal puede ser...

-Vale, vale -le interrumpió Cafre-. Ahora explícalo para legos.

Daniel resopló.

-Imagina que estás jugando un videojuego de rol. Puedes desarrollar tu personaje como un mago o como un guerrero. Terminas el juego como guerrero. Vuelves a jugarlo, y lo terminas como mago. Ahora, imagina que pudieras coger los puntos fuertes de esos dos personajes (que en realidad es el mismo, sólo que en historias alternativas) y fusionarlos en una versión mejorada del mismo personaje... un interdimensionador y una músicamante pueden hacer lo mismo en la realidad. Tomar los puntos fuertes de otras versiones nuestras de universos alternativos y fusionarlos en nosotros.

-Sólo entendí que vamos a jugar un videojuego -contestó Cafre abriendo los brazos, ante la exasperación del Señor del Castillo de la Rosa.

-¡No hay tiempo para más explicaciones! -dijo Désirée-. ¡Una gran nota desafinada amenaza nuestra existencia! -y añadió, mirando a Chencho-. ¡Interpretemos nuestros poderes al mismo tiempo y aumentemos nuestro poder junto al de nuestros aliados!

Y así lo hicieron. Yo mismo no entiendo lo que ocurría, pero una intensa música inundó nuestras mentes al mismo tiempo que multitud de extraños recuerdos y vivencias de nosotros mismos en universos distintos saturaban nuestras almas.

De repente, tal como había comenzado, todo terminó. Nos miramos los unos a los otros. Podíamos sentirlo. Éramos más fuertes, más inteligentes, más guapos. Incluso Vicky parecía haber crecido un par de centímetros. 

Chencho estaba pletórico. Sin embargo, Désirée se extrañó y preguntó:

-Pero esos dos, el Señor del Castillo de la Rosa y Cafre, no han cambiado... ¿acaso sus versiones en este mundo eran mejores en todo que cientos de versiones en otros universos?

Era cierto. Al menos en apariencia. Porque Chencho explicó enseguida:

-No. Echa un ojo a sus habilidades en vez de sus atributos... es en lo que han mejorado estos dos panolis... 

Désirée comenzó a enumerar:

-El Señor del Castillo de la Rosa ha aumentado su habilidad "traición" en siete rangos; su habilidad "uso de venenos" en cuatro rangos; "apuñalar por la espalda" en cinco; "planificar maléficamente" en tres; "exterminio de héroes" en cuatro; "invertir en bolsa" en seis... ¡Ay, ay, ay! ¿Y Cafre? ¿En qué ha mejorado Cafre? Vamos a ver... no puede ser... "resistencia a embriagarse con cerveza" ha aumentado en dos rangos; "conocimiento rolero" ha aumentado en trece rangos; "dominio de preliminares sexuales" en cinco rangos; "conocimiento de anime" en ocho rangos; "silvicultura" en dos rangos...

Suspiré. Mientras seguían sonando las notas musicales en mi cabeza, me di cuenta de que ya ni siquiera estaba sorprendido.




sábado, 6 de febrero de 2021

GdP2: XXXV

-¡Gatitos! ¡Gatitos, gatitos! ¡Gatitos! ¡Gatitoooos! ¡Gatitos, gatitos! ¡Gatitos! ¡Muchos gatitos! ¡Muchos gatitos para la nena! ¡Gatitos bonitos! ¡Gatitos chiquititos! ¡Gatitos adorables!

El lugar está lleno de los chillidos de Vicky mientras abraza, besa, acuna, apapacha y lame a un montón de cachorros de gato desconcertados por la loca que les abruma.

Fer está en lo alto de una colina, observando desde allí mi aldea ocupada, tenuemente iluminada en la noche. Me acerco hacia él, en parte deseando saber qué está pensando el hombre-dragón, en parte para alejarme de los gritos. 

-¿Cómo lo llevas, Fer? 

-Hola, Herji -me saluda-. Deberíamos tener novedades pronto.

-¿Novedades? -me extraño-. Creí que una vez Vicky hubiera rescatado a los gatos rehenes, ella misma iría asesinando a los miembros de La Doctrina, o lanzaríamos un ataque, o...

Fer niega con la cabeza.

-No, Herji. Estos enemigos no son un enjambre caótico. Están preparados contra nosotros y seguro que tienen algún plan alternativo para compensar la desaparición de los gatitos. Pero las piezas están ya en su sitio. Sólo tenemos que esperar.

-¿Las piezas? No lo entiendo... lo único que hemos hecho ha sido rescatar a unos cuantos gatos...

-Gracias a la información obtenida por un político comprado por un plato de canelones, no lo olvides. Eso ha hecho que la rueda comience a girar. Calculo que en unas horas, como muy tarde, La Doctrina perderá una parte de sus efectivos... y no tendremos que mover un dedo hasta que eso ocurra.

No comprendo al hombre-dragón. Parece completamente seguro de sus palabras, pero no alcanzo a imaginar por qué...

 

***

 

Dentro de la fortaleza, se escuchan otra clase de gritos. Militarus mira con expresión ausente los alicates que sostiene en su mano, con otro diente recién arrancado.

-Así que te vendiste por un plato de canelones, permitiendo que esa ninja enana rescatara a todos los gatos. Lo que más me duele no es que se ha hayan llevado esas mugrosas bolas de pelo. Lo que me duele es la traición. Nuestra sociedad se basa en la confianza; en la lealtad. Y si cometemos un error o tenemos un momento de debilidad, lo asumimos y lo informamos a nuestro superior al instante. Es algo que los soldados tenemos grabado en nuestra alma. Pero tú te callaste, y me has obligado a interrogar a otras cinco personas antes que tú. Me decepcionas.

El desdichado solloza mientras mira sus dientes y uñas tirados por el suelo. La puerta se abre, y entran los otros cinco miembros de La Doctrina.

-Militarus -habla Políticus con expresión sombría-. Has apresado indebidamente a cinco de mis hombres de confianza. Te has extralimitado en tus funciones y no has informado a Gobernus de estos cuestionables procedimientos. Solicito formalmente a Gobernus y Legalitus que proclamen la exacción debida por tu modo de actuar.

Militarus mira con desdén a Políticus antes de responder:

-Políticus, han sido tus burócratas los que han provocado esta crisis. Han traicionado nuestros valores e ideales, y llegarán a provocar nuestra caída si se mantienen bajo tu mando, que se ha probado incompetente y falto de recursos. Propongo formalmente a Gobernus y Legalitus que se traspasen las competencias de Políticus a mi persona mientras dure esta crisis.

-Denegado, Militarus -responde Gobernus-. De acuerdo con Legalitus, has tomado una serie de decisiones que sólo corresponden a mi persona. Antes de decidir lo más mínimo, vamos a esclarecer esta situación.

-Lo único que se debe esclarecer es si Políticus sirve para algo y si tú, Gobernus, estás haciendo un buen trabajo -escupe Militarus-. Religiosus, Legalitus, Económicus, me gustaría conocer vuestra opinión al respecto.

-La traición es una gran ofensa hacia Dios -pronuncia Religiosus-. Militarus ha hecho lo correcto al aplicar la penitencia correspondiente a los pecadores. No podemos permitir que el libertinaje campe a sus anchas.

Legalitus se encoge de hombros mientras hojea un código de leyes.

-Según nuestras leyes, Militarus ha obrado incorrectamente. Pero, como bien sabemos todos, en cualquier momento puedo tachar lo dispuesto, sustituir las disposiciones necesarias y que todo sea correcto. 

Economicus no habla, tan sólo mira a unos y a otros mientras intenta aparentar calma y valora de qué lado le interesa ponerse. 

Gobernus levanta el tono, mientras sus guardaespaldas toman posiciones:

-Militarus, quedas temporalmente despojado de tus funciones y tu rango mientras se investigan tus recientes actuaciones.

Militarus frunce el ceño mientras le rodea un grupo de soldados:

-¿Me investigas a mí cuando no has movido un dedo frente a la traición de los hombres de Políticus?


***


De repente, comienzan a escucharse disparos. Me pongo en tensión, pero Fer sonríe.

-Tranquilo, Herji. Estos imbéciles son tan predecibles como imaginé. Ya ha empezado.

-Ya ha empezado... ¿el qué?

-El golpe de estado -dice el hombre-dragón con una maquiavélica sonrisa en su rostro.


Continuará

jueves, 25 de junio de 2020

Intermedio: Ramiro


Planta decimoquinta de un viejo rascacielos en el día más corto del año.

Ramiro echa un largo vistazo a través de los gruesos cristales. La tarde es fría. El cielo está cubierto de densas nubes. El edificio de enfrente se siente más gris de lo normal.

Bebe un sorbo con resignación. Cafeína pura en un vaso de plástico.

La jefa dejó al mediodía un montón de pólizas sobre su mesa. Ramiro, a veces, se pregunta si de haberla conocido fuera de la oficina, le hubiera parecido una mujer simpática o alegre o atractiva. Nunca podría saberlo. Dentro de la oficina, nada parece atractivo o alegre. Ni su jefa, ni sus compañeros, ni la monotonía del trabajo, ni las mustias plantas en las olvidadas macetas. Mucho menos la vista de la fea ciudad que todas las mañanas le saluda.

Y, por supuesto, tampoco él.

El reflejo en la ventana le devuelve la imagen de un hombre bajo, gordinflón y anodino, cuyas entradas se hacen día a día más notorias. Parece llevar siempre la misma camisa a rayas y el mismo pantalón color ceniza. En realidad, cuelgan en su armario dieciocho camisas y dieciséis pantalones. Pero todos son iguales.

La oficina está silenciosa y vacía. Ramiro casi siempre se va el último. Si algún compañero le pregunta, la respuesta siempre es la misma:

-Saldré un poco más tarde. Tengo que tramitar un par de pólizas.

En realidad, Ramiro ha terminado el trabajo hace un par de horas. Pero disfruta al quedarse a solas en la oficina. El ritual es siempre el mismo. Organiza papeles, teclea en el ordenador, finge que trabaja, espera a que todos se hayan ido. La jefa siempre es la primera al marcharse. Después, poco a poco, uno por uno, los compañeros se levantan, cogen los abrigos, musitan un "hasta mañana" y desaparecen.

Los de la limpieza no llegan hasta un par de horas más tarde. Ese es el lapso de tiempo del que Ramiro disfruta. Termina el café, lanza el vaso de plástico a la papelera, respira hondo y una breve sonrisa se atisba en sus labios.

Ramiro camina por la oficina. Vaga entre las mesas, las fotocopiadoras y los archivos. Lentamente al principio. Después, cada vez más rápido. Llega un momento en el que prácticamente corre por toda la oficina. Y Ramiro se pregunta qué pasaría si sus compañeros le descubriesen. ¿Pensarían que está loco? O, simplemente, ¿se encogerían de hombros y le ignorarían?

Ramiro se detiene por fin. Intenta controlar la respiración. El placer y el sudor se han ido extendiendo por su cuerpo. Sus ojos brillan. Su vello está erizado. Su piel vibra por el dulce roce de la malla rosada que esconde la pana gris.

Ramiro, por fin, se permite sonreír. Una sonrisa breve, corta. De hecho, la única sonrisa del día. Pero una sonrisa.

Después de todo, Ramiro siempre había deseado ser bailarina.

domingo, 7 de junio de 2020

GdP2: XXXIV

Mientras caminamos en la casi oscuridad, pisando barro y respirando el denso aire, echo una mirada furtiva a mis dos acompañantes. Somos tres personas de tres bandos enemigos, unidos por las circunstancias contra otro enemigo aún más molesto. El maletín pesa en mi mano. Quedan pocos metros para llegar a la barraca cuando Daniel, el Señor del Castillo de la Rosa, se detiene.

-Necesito saber que puedo confiar en vosotros.

Cafre le mira como si se hubiera vuelto loco.

-Por supuesto que no puedes confiar en nosotros. ¿Qué gilipollez de pregunta es esa? Yo no me fío de ti, tú no te fías de mí, el mono no se fía de los dos y tampoco nosotros de él. Esto es una puta tregua, si quieres un abrazo te lo doy, pero no me vengas con confianza que en cuanto terminemos con lo de La Doctrina vamos a arrancarnos la cabeza mutuamente.
-Me importa poco lo que tú pienses. Necesito una prueba de confianza.

Cafre, con desgana, resopla. Acto seguido, se lleva la mano al pecho y pronuncia solemne:
-Te prometo por Herji que no romperé la tregua hasta que hayamos derrotado a La Doctrina.

Daniel y yo nos miramos. Creo que Cafre nos toma por idiotas.

-Soy el villano más implacable de este mundo caótico. Durante años he llevado la destrucción a incontables héroes y mis conquistas son innumerables. ¿Crees que puedes engañarme? ¡Sé perfectamente que no te importa lo más mínimo Herji! 
-Joer, pues tú me dirás qué muestra de confianza quieres...
-Quiero que tú y el mono me digáis cuál es vuestro color favorito.

Cafre y yo hicimos una mueca. ¿Qué clase de pregunta es esa?

Daniel, el Señor del Castillo de la Rosa, nos ignora y sigue hablando:

-El color favorito de alguien muestra los secretos más profundos de su alma. Yo, por ejemplo, elijo el verde. El color de la fuerza, de la energía, de la riqueza y la buena suerte...
-Pero si eres un loco cruel y megalómano, de qué coño me estás hablando -le interrumpe Cafre-. Y además, el verde también es el color de la traición, así que...
-¡Silencio, patán! Es obvio que nunca te alzarás de ese barro en el que te arrastras si ni siquiera entiendes la psicología de los colores. ¡Ahora, responde! ¿Cuál es tu color favorito?
-El gris -contesta Cafre.

Durante varios minutos sólo se escucha el rumor del viento. Hasta que Daniel chilla:

-¿Quién cojones elige como color favorito el gris?
-¡El gris es el mejor puto color! -responde Cafre, también a gritos.
-¡El gris es el color de la mediocridad! ¡De la neutralidad! ¡De la pérdida! ¿Cómo coño va a ser ese tu color favorito?
-¡Mentira! ¡Es el color de la elegancia! ¡De la firmeza! ¡Del éxito!
-¡Para empezar, capullo, ni siquiera es un color!
-Entonces, ¿por qué lo estudian en la psicología de los colores? Di que puedes elegir cualquier color como favorito... ¡menos el blanco, el negro y el gris! ¡No me jodas!
-¡No puedo confiar en alguien cuyo color favorito es el gris!
-¿Qué preferirías? ¿Que eligiera una mierda color como el amarillo?
-Mi color favorito es el amarillo -intervine. 

Vuelve a hacerse el silencio. Los tres nos miramos con odio.
Y, obviamente, nos liamos a golpes.

Entramos en la cochambrosa barraca cosa de media hora después. Ojos morados, narices ensangrentadas, hematomas diversos.

Las tres personas que nos esperan, sentados alrededor de una ruinosa mesa, nos miran extrañados. Se trata de un hombrecillo vestido con traje oscuro y corbata a rayas, acompañado de dos guardaespaldas. El hombrecillo comienza a hablar con voz nerviosa.

-Estábamos a punto de irnos. Nos arriesgamos mucho al venir aquí, y...
-Sí, sí. Lo sabemos -le corta Daniel de malas maneras-. ¿Tienes la información?
-Tengo todo aquí -responde el hombrecillo, mostrando un papel-. La localización de todos los cachorros de gato usados como rehenes. No sé qué queréis hacer con ésto pero, ¿por qué debería dártelo? ¿Qué te hace pensar que voy a traicionar a mis socios de la Doctrina?

Cafre me hace una seña. Pongo el maletín sobre la mesa. Tecleo la clave de quince dígitos, desactivo el cierre explosivo, anulo la alarma, desmonto el cinturón de castidad y abro el maletín. Un inconfundible olor llena toda la barraca.

Canelones.

-La bechamel es casera -dijo Cafre-. Todo un lujo en esta realidad caótica. Hay suficiente para ti y para tus dos guardaespaldas. ¿Se cierra el trato?

Antes de que respondan, puedo ver en sus ojos que sí. Se cierra el trato.

Fer, el hombre-dragón, tenía razón. Cualquier político se vende por un plato de canelones. Al principio, creía que su plan sería rescatar a los gatos, meter a la ninja  y que Vicky los matara a todos. Pero, no. No es así. El plan de Fer es mucho más insidioso que eso...




jueves, 2 de enero de 2020

GdP2: XXXIII


La música es orden y caos. Sonido y silencio. Ciencia matemática y profundo sentimiento. Todo y nada a la vez. Y esa complejidad melódica extiende sus fibras por cada rincón del multiverso. Si una persona es capaz de fundirse con esas fibras, pulsarlas, sentir el pentagrama de la misma existencia... entonces es capaz de hacer milagros.

Désirée es esa persona. Es la música y la música es ella. Hasta que sintió una nota discordante en el caótico orden de la música. Supo que debía intervenir, por lo que comenzó a bailar. Su baile le hizo atravesar océanos y continentes hasta llegar a su destino...

Désirée detuvo su baile y la música se transformó en carne, hueso y sangre; en una jovencita de ojos alegres, amplia sonrisa y voluptuoso cuerpo, con la música haciendo brillar su cabello y los velos que porta, en caleidoscópicos reflejos azules y púrpuras...

Pero algo va mal. Désirée lleva su mano a la nariz y contiene una naúsea. Su baile la ha llevado hasta una inmensa y yerma llanura de tierra gris cubierta de miles, quizás millones, de cadáveres en descomposición. Numerosas bandadas de buitres, tan panzudos que casi no pueden ni revolotear, brincan de aquí para allá. Al mismo tiempo, un grupo de cinco o seis personas vestidas completamente de negro (a excepción de una mascarilla blanca que cubre sus bocas y narices), arrastran los destrozados cadáveres, uno por uno, y hacen montones con ellos. Después barren la tierra y echan lejía. Saben que sus vidas no son lo suficientemente largas como para terminar de limpiar la llanura, pero es su labor. Y ellos son personas resignadas. Abnegadas. Decididas. Impasibles. Entregadas. Son tramoyistas.

Désirée se acercó a ellos.

-¡Hola! Disculpen, ¿puedo hacerles una pregunta?
-¡Hola, bonita! Sí, claro, ¡tú dirás!
-Es que se supone que yo debía aparecer en una gran batalla. Pero... acabo de llegar y resulta que no hay batalla, está todo lleno de cadáveres, no entiendo...
-Bueno, sí, aquí hubo una gran batalla. Pero estamos hablando de la entrada número seis de esta mierda historia.
-¿Eh? ¡No me digan que he llegado tarde! ¡Pero si sólo me di una ducha! ¿Por qué entrada va ya la historia? ¿La nueve? ¿La diez?

El tramoyista miró a Désirée con una mezcla de extrañeza y compasión al responder.

-La historia lleva más de treinta entradas. La número seis fue escrita en septiembre del 2016 y estamos empezando el 2020...

-¡Cagüenlaputa!

Y, jurando en gaélico de una manera muy fea, Désirée se convirtió de nuevo en música y comenzó a dar saltos espacio-temporales a ritmo de foxtrot.

 ***

En otro lugar, muy lejos de allí, Daniel, Cafre y Cuchuflí Montoya caminan con paso decidido bajo un nocturno cielo sin estrellas.

El gran simio suspira.
-No me gusta ésto.

Daniel, el oscuro señor del Castillo de la Rosa, lo ignora.
Cafre se encoge de hombros.

-A mí no es que me guste ni me disguste. Es que no me apetece, es una jodienda...
-Soy una criatura caótica pero me siento sucio prestándome para algo así.
-Te entiendo. Pero Herji, Chess y Rigoberta son parte implicada. Aunque la idea haya sido de mi cuñado, él mismo es incapaz de contenerse. Y lo mismo sirve para Vicky. Chencho sería perfecto, pero no podemos arriesgarnos a que le dé uno de sus cortocircuitos. El bueno de Sir Rosis es demasiado noble y, desde luego, Cubbi no pega para este trabajo. Quedamos nosotros.
-¿Estás seguro que el plan de Fer funcionará?
-No lo sé. No soy tan listo como él, así que no sé si funcionará. Pero si mi cuñado piensa que va a funcionar, posiblemente es porque vaya a funcionar. Yo confío en él. Anda, alegra la cara. Prometo invitarte a un té negro cuando todo esto termine.
-Cuando todo termine, terminará también nuestra tregua. Deberemos matarnos unos a otros.
-Ah, sí. Tienes razón. Bueno, propongo que la tregua no termine hasta que te invite a ese té. ¿Hace?
-Hace.
-Bueno, atentos ahora... ahí está la barraca donde tendrá lugar la reunión.

Y Cuchuflí Montoya, el gran simio, apretó contra su pecho el maletín que portaba y del que dependía el éxito de la misión.

Y sí, en un momento tan poco apropiado, Cafre comenzó a cantar una de los Pollastres Mitológicos:


Quería decir algo trascendental
y parecer interesante.
Quería aparentar
que soy hombre de mundo
y que nada de esto me afecta.

Pero el café se enfrió, 
la cerveza se calentó
y lo más interesante en mí
son mis pies cubiertos de barro.

No te das cuenta.
No dejas de hablar
y aprietas mis dedos en tu mano.
Yo te miro, callo
y, en un gesto nervioso,
me rasco la cicatriz.
Me pregunto como reaccionarás,
cuando comprenderás
que, mientras haces planes de futuro,
yo llevo días despidiéndome de ti.
Tú te sientas a mi lado, feliz,
y yo estoy a kilómetros de aquí;
en un lugar oscuro 
al que deseo tanto como temo,
a donde siempre regreso.

Quería aparentar 
que soy hombre de mundo
y que puedo afrontar 
lo que haya de pasar.
Pero no estoy preparado 
para quedarme a tu lado.
Y preferiría no escuchar
que me pretendas acompañar.

No lloro, ni río, ni siento.
Tú sigues hablando.

Yo estoy muy lejos.

lunes, 18 de noviembre de 2019

GdP2: XXXII


Respiro hondo. Un hedor acre inunda mis pulmones. A duras penas consigo que mis manos dejen de temblar. Los ojos me lloran. Quiero pensar que es por las nubes de gas y no por los compañeros que han muerto. El sonido de las balas parece detenerse por un momento. Están recargando. Miro hacia arriba. Busco el cielo, pero sólo veo humo.

El cadáver de Fresón, la fiel montura de Sir Rosis, me sirve de improvisada trinchera. De repente, entre varias explosiones, escucho lo que parece una melodía. ¿Estoy acaso desvariando? Echo una rápida ojeada al campo de batalla y mi corazón se encoge.

Es Cafre. Transformado en hombre-chivo, lucha contra un pelotón de soldados. Los enemigos disparan, pero a él no parece importarle las balas que perforan su cuerpo. Les embiste, quebrando huesos y rompiendo cabezas. No sé si admirarle o compadecerle. Si en su forma alternativa tuviera el suficiente cerebro, sabría que sus heridas son ya mortales. Pero no lo sabe. Y mientras la parca no decide que ha sido suficiente, continúa luchando. Si le quedan minutos o segundos de vida, sólo el destino lo sabe.

Y mientras riega con su sangre el campo de batalla, en su desvencijada radio suena su grupo favorito, "Los Pollastres Mitológicos".

Otra noche sueño contigo
aunque aún siga sin conocerte.
En este plano oscuro
sólo intuyo la línea que nos une.
Mis ojos buscan el punto
donde consiga encontrarte.
Reconozco que dudo 
si lo conseguiré en esta vida
o será ya en la siguiente.
No importa.
Aunque sólo me quede la muerte
seguiré corriendo hacia ti.

Cierro los ojos y sueño
y te busco sin ser consciente.
Quiero creer que existe
la línea invisible que nos une.
Que, aunque tiempo y espacio
se retuercen,
tú también me sientes.
Quiero descifrar
la pista que me dejé a mí mismo
cuando estaba borracho y dormido.
Mas sólo veo un garabato;
tengo miedo de volver a dormir
por si todo cobra sentido
y deja de tenerlo al despertar. 

Mi pecho se oprime
al querer llenarse con lo que aún no eres.
Mi voz se enmudece
al escuchar la realidad.
Mi razón quiere justificar
lo que no tiene existencia.

Mi instinto quiere cambiar la canción,
quiere olvidarte antes de que llegues;
prefiere caminar con mi única compañía
y me mira, mitad pena, mitad desprecio. 
Me siento tentado de darle la razón;
pero eso implica reconocer 
que he desperdiciado mi vida
y prefiero creer la esperanza de una mentira
antes que en una realidad vacía.

La música termina, antes de tiempo, con una explosión. También la vida de Cafre. Mi compañero, el que tantos dolores de cabeza me provocó, el supuesto salvador de mi pueblo, cae al suelo desmembrado. Recuerdo que esa canción terminaba con el instinto llamando gilipollas al autor y reventándole la cabeza para que dejase de sufrir.

Se hace, por un instante, el silencio en el campo de batalla.

El humo se dispersa. Veo a Chencho tendido sobre las piernas de Rigoberta. La sanadora llora mientras, impotente, intenta devolver la salud al maltrecho cuerpo. Grita que le ama, que le ama desde la primera vez que le vio. Pero Chencho no tiene fuerzas para responder. Sólo consigue alzar la mano lo suficiente como para acariciar una mejilla anegada en lágrimas.

Me levanto. Todo está perdido, pero aún puedo llevarme a alguno por delante. Ni siquiera eso me es concedido. Sin comprender, siento cómo algo atraviesa mi espalda y veo sobresalir la hoja de una espada por mi abdomen. La voz de Daniel, el Señor del Castillo de la Rosa, resuena en mi nuca.

-Lo siento, Herji. Esta batalla se ha perdido. Prefiero apostar a caballo ganador.

Todo se vuelve negro.

-Y ya está -dijo Chess, recogiendo sus dados de hueso-. Ese es el relato de los antiguos espíritus difuntos. Lo siento, Herji. Según sus predicciones, todos morimos si decidimos seguir esa mierda de estrategia tuya.

Sentí como todos me miraban con cara de circunstancias. Tragué saliva.
-¿Puedo preguntar cuántos posibles futuros alternativos has visto?
Chess me miró como si fuera imbécil.
-¿Posibles futuros alternativos? ¿De qué coño hablas? ¿Te crees que estás en una película de superhéroes? Yo le he preguntado a los antiguos espíritus difuntos si tu estrategia tendría éxito. Y la respuesta está clara. Nos fostian de mala manera. Así de claro. Fin de la consulta.

No conseguí controlar mi frustración. Me encaré con el Señor del Castillo de la Rosa. 
-¡Aunque quizás nuestras posibilidades sean mejores si terminamos con un traidor antes de que él termine con nosotros!
Daniel me miró como quien mira a un insecto.
-¿Estás seguro que me quieres acusar de algo que no ha ocurrido?

En ese momento Chencho se acercó con ademán serio.
-Herji, ¿podemos hablar a solas?
Asentí con la cabeza y nos alejamos unos metros de los demás.

-Dime, Chencho.
-Herji, ¿estás seguro de que ese destino sea erróneo? Quizás debamos llevar a cabo tu plan de todos modos.
-¿Qué? ¿De qué me estás hablando? ¡Pero si nos matan a todos!
-Sí, pero si te fijas, Rigoberta y yo terminamos juntos...
-¡Morís juntos! ¡Es algo distinto!
-No sé, a mí me parece tierno...

Si no fuera porque en ese momento llegaron Fer y Cafre, habría estrangulado a nuestro interdimensionador.
-¿Y vosotros? ¿Qué queréis?
-Sé cómo vencer a La Doctrina -respondió el hombre-dragón.

Miré a Fer a los ojos. Y supe que decía la verdad.

Continuará