jueves, 2 de enero de 2020

GdP2: XXXIII


La música es orden y caos. Sonido y silencio. Ciencia matemática y profundo sentimiento. Todo y nada a la vez. Y esa complejidad melódica extiende sus fibras por cada rincón del multiverso. Si una persona es capaz de fundirse con esas fibras, pulsarlas, sentir el pentagrama de la misma existencia... entonces es capaz de hacer milagros.

Désirée es esa persona. Es la música y la música es ella. Hasta que sintió una nota discordante en el caótico orden de la música. Supo que debía intervenir, por lo que comenzó a bailar. Su baile le hizo atravesar océanos y continentes hasta llegar a su destino...

Désirée detuvo su baile y la música se transformó en carne, hueso y sangre; en una jovencita de ojos alegres, amplia sonrisa y voluptuoso cuerpo, con la música haciendo brillar su cabello y los velos que porta, en caleidoscópicos reflejos azules y púrpuras...

Pero algo va mal. Désirée lleva su mano a la nariz y contiene una naúsea. Su baile la ha llevado hasta una inmensa y yerma llanura de tierra gris cubierta de miles, quizás millones, de cadáveres en descomposición. Numerosas bandadas de buitres, tan panzudos que casi no pueden ni revolotear, brincan de aquí para allá. Al mismo tiempo, un grupo de cinco o seis personas vestidas completamente de negro (a excepción de una mascarilla blanca que cubre sus bocas y narices), arrastran los destrozados cadáveres, uno por uno, y hacen montones con ellos. Después barren la tierra y echan lejía. Saben que sus vidas no son lo suficientemente largas como para terminar de limpiar la llanura, pero es su labor. Y ellos son personas resignadas. Abnegadas. Decididas. Impasibles. Entregadas. Son tramoyistas.

Désirée se acercó a ellos.

-¡Hola! Disculpen, ¿puedo hacerles una pregunta?
-¡Hola, bonita! Sí, claro, ¡tú dirás!
-Es que se supone que yo debía aparecer en una gran batalla. Pero... acabo de llegar y resulta que no hay batalla, está todo lleno de cadáveres, no entiendo...
-Bueno, sí, aquí hubo una gran batalla. Pero estamos hablando de la entrada número seis de esta mierda historia.
-¿Eh? ¡No me digan que he llegado tarde! ¡Pero si sólo me di una ducha! ¿Por qué entrada va ya la historia? ¿La nueve? ¿La diez?

El tramoyista miró a Désirée con una mezcla de extrañeza y compasión al responder.

-La historia lleva más de treinta entradas. La número seis fue escrita en septiembre del 2016 y estamos empezando el 2020...

-¡Cagüenlaputa!

Y, jurando en gaélico de una manera muy fea, Désirée se convirtió de nuevo en música y comenzó a dar saltos espacio-temporales a ritmo de foxtrot.

 ***

En otro lugar, muy lejos de allí, Daniel, Cafre y Cuchuflí Montoya caminan con paso decidido bajo un nocturno cielo sin estrellas.

El gran simio suspira.
-No me gusta ésto.

Daniel, el oscuro señor del Castillo de la Rosa, lo ignora.
Cafre se encoge de hombros.

-A mí no es que me guste ni me disguste. Es que no me apetece, es una jodienda...
-Soy una criatura caótica pero me siento sucio prestándome para algo así.
-Te entiendo. Pero Herji, Chess y Rigoberta son parte implicada. Aunque la idea haya sido de mi cuñado, él mismo es incapaz de contenerse. Y lo mismo sirve para Vicky. Chencho sería perfecto, pero no podemos arriesgarnos a que le dé uno de sus cortocircuitos. El bueno de Sir Rosis es demasiado noble y, desde luego, Cubbi no pega para este trabajo. Quedamos nosotros.
-¿Estás seguro que el plan de Fer funcionará?
-No lo sé. No soy tan listo como él, así que no sé si funcionará. Pero si mi cuñado piensa que va a funcionar, posiblemente es porque vaya a funcionar. Yo confío en él. Anda, alegra la cara. Prometo invitarte a un té negro cuando todo esto termine.
-Cuando todo termine, terminará también nuestra tregua. Deberemos matarnos unos a otros.
-Ah, sí. Tienes razón. Bueno, propongo que la tregua no termine hasta que te invite a ese té. ¿Hace?
-Hace.
-Bueno, atentos ahora... ahí está la barraca donde tendrá lugar la reunión.

Y Cuchuflí Montoya, el gran simio, apretó contra su pecho el maletín que portaba y del que dependía el éxito de la misión.

Y sí, en un momento tan poco apropiado, Cafre comenzó a cantar una de los Pollastres Mitológicos:


Quería decir algo trascendental
y parecer interesante.
Quería aparentar
que soy hombre de mundo
y que nada de esto me afecta.

Pero el café se enfrió, 
la cerveza se calentó
y lo más interesante en mí
son mis pies cubiertos de barro.

No te das cuenta.
No dejas de hablar
y aprietas mis dedos en tu mano.
Yo te miro, callo
y, en un gesto nervioso,
me rasco la cicatriz.
Me pregunto como reaccionarás,
cuando comprenderás
que, mientras haces planes de futuro,
yo llevo días despidiéndome de ti.
Tú te sientas a mi lado, feliz,
y yo estoy a kilómetros de aquí;
en un lugar oscuro 
al que deseo tanto como temo,
a donde siempre regreso.

Quería aparentar 
que soy hombre de mundo
y que puedo afrontar 
lo que haya de pasar.
Pero no estoy preparado 
para quedarme a tu lado.
Y preferiría no escuchar
que me pretendas acompañar.

No lloro, ni río, ni siento.
Tú sigues hablando.

Yo estoy muy lejos.

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