miércoles, 3 de julio de 2013

Estoy de Vuelta 87

-No sabía que podías teletransportar objetos –musitó asombrado Rubén.
-No puedo –respondió Canael-. Pero un demonio arrepentido puede compensar siempre sus pecados menores. Devolví lo que había robado. Nada más.

El viaje al museo de ciencias naturales pareció tardar horas, a pesar de que llegaron allí mucho antes de lo que sería recomendable en cuanto a seguridad vial se refiere. Se detuvieron frente al jardín que rodeaba el museo y abandonaron el coche a la carrera. Las gabardinas robadas que Fito y Poeta aún vestían ondeaban al viento, dejando ver el óseo espectáculo interior.

-¡Deberíamos disimular un poco! –gritó Cosme desde los brazos de Rubén.
-¡No hay tiempo! –rugió Canael, atravesando al vuelo la entrada principal del museo, ignorando el desconcierto y el horror tanto de los guardias de seguridad como de los, a esa hora, escasos visitantes y turistas.

Isabel se detuvo para poder observar una cuidada exposición de minerales. El esqueleto de un brontosaurio descansaba encima de su cabeza. Dos ardillas disecadas la miraban como con curiosidad desde el otro extremo de la sala.

Cada brillo de amatista, de ágata, de olivino, de calcedonia, de pirita o de glaucofana no hacían más que recordarle el brillo de la sonrisa, de los ojos, del cabello de Rubén…

Isabel suspiró. Creyó que era a causa de sus propias lágrimas, pero dio la impresión de que los minerales se oscurecían poco a poco… fue demasiado tarde para huir cuando se percató de que algo horrible se materializaba delante de ella.

Una masa de oscuridad viva y hambrienta.


-Por fin –sintió Isabel que algo aullaba en su cabeza-. Por fin.

Continuará