Mi espada terminó con la existencia de otros dos demonios. Aunque era obvio que los problemas sólo iban a aumentar. Con Chencho desconectado de la realidad, estábamos rodeados entre los demonios invocados por el Señor del Castillo de la Rosa y los muertos vivientes a las órdenes del Mariscal de Campo... sin contar con el poder de los propios integrantes del Grupo Armado Mata Cabras. Más aún, se esfumaba nuestro modo de huida.
Sí, estábamos jodidos.
Me preparé para enfrentar a un grupo mixto de demonios y zombis. Estaba a punto de invocar mis lobos espirituales (aprovechando que Vicky no estaba cerca) pero, antes, ocurrió el milagro...
Los zombis se abalanzaron contra los demonios. Por todo el campo de batalla, los muertos vivientes parecían haber cambiado de bando y atacaban a nuestros enemigos.
La respuesta estaba en nuestra nigromante. Chess avanzaba con paso firme, despidiendo poder e ira por cada poro, con sus ojos inyectados en sangre y una voz gutural que resonaba por todo el campo de batalla...
-Llevo casi veinte entradas siendo humillada... ¡ahora os vais a cagar, hijos de puta!
El Mariscal de Campo, portando un viejo subfusil en sus esqueléticas manos, se enfrentó a ella.
-Mis... zombis... ¿qué... has hecho?
Los ojos de Chess brillaron. El Mariscal de Campo apuntó su arma a su propia calavera y disparó, reventándose él mismo.
-¡Tú también eres un muerto viviente! -gritó Chess- ¿Lo habías olvidado, capullo?
En un momento, gracias a nuestra nigromante, el campo de batalla había quedado libre de demonios y muertos vivientes... ahora era el Comando Caprino contra el Grupo Armado Mata Cabras.
Chess, con una sonrisa, alzo el puño al cielo.
-¿Quién es la puta ama ahora? ¿Eh? ¿Quién?
-Estoy de acuerdo en que ha sido realmente sorprendente cómo has vaciado el campo de batalla de muertos vivientes -dijo el simio llamado Cuchuflí Montoya-. Pero, ahora que no hay tropas no-vivas presentes, ya no es que sirvas de mucho, ¿verdad?
Todos pudimos escuchar el corazón de Chess rompiéndose en mil pedazos. La nigromante se fue llorando del campo de batalla.
Apreté los dientes. Tras el primer embate, nosotros habíamos perdido a Chess y a Míster Transsssporterr; ellos, sólo al Mariscal de Campo. Miré alrededor. Celia y Xhugra estaban frente a frente.
Nuestra líder, portando su poderoso traje de batalla señaló a su odiada enemiga.
-Es tu final, Xhugra. Esta vez, estoy preparada contra ti.
Xhugra sonrió, mostrando su lengua bífida. Unas gotas de saliva ácida gotearon de las comisuras de sus labios y cayeron al suelo, chisporroteando. Era obvio que creía estar preparada para cualquier cosa que hubiera ideado Celia. Para cualquier cosa... menos para eso.
-¡Fer! -gritó Celia- ¡Esta tía votó en las últimas elecciones a la ultraderecha!
Se hizo un silencio en el campo de batalla. El comunista hombre-dragón interrumpió su duelo contra el enano Durk.
-¿Qué has dicho? -chilló Fer, mientras se lanzaba contra Xhugra.
Xhugra parecía que iba a objetar algo, pero no le dio tiempo. Fer exhaló su ígneo aliento y Xhugra cayó muerta al suelo, con un muñón humeante en vez de cabeza.
Los números se igualaban.
Sir Rosis, montado en su tábano gigante y armado con espada y escudo se colocó delante de mí.
-¡Campeón Herji de Nueva Ávila! -me gritó- ¡Te desafío!
-Acepto -respondí con solemnidad.
-¡Herji, colega! -se escuchó la voz de Cafre- Sir Rosis está montado y tú no... ¡estás en desventaja! ¡Usa mi pavo como montura! Yo no lo necesito para vencer al hermafrodita. O a la hermafrodita. O a le hermafrodita... ¡como coño se diga!
El pavo gigante de Cafre llegó trotando hasta mí y se agachó para que pudiera subirme. Sir Rosis podía ser un enemigo, pero era muy noble. Asintió con la cabeza y esperó, sin atacar, a que yo estuviera sentado en el inmenso animal.
De repente, sentí un gran aprecio por Cafre. Sabía perfectamente el cariño que mi compañero tenía por su montura. El que me la cediera, aunque fuera por unos momentos, suponía un gran honor para mí.
Agarré las riendas... e hice una muesca de asco. Entre las plumas de la gran ave correteaban garrapatas. Una pulga saltó a mi hombro. Comenzaban a picarme las piernas.
-¡Cafre, cabrón! -grité-. ¡Esto está lleno de parásitos!
-¿Qué esperabas, imbécil? -contestó Cafre, también a gritos-. ¡Es un jodido pavo gigante, no un puto unicornio rosa!
Maldije en todo lo maldecible. Por mi bien, más valía que el duelo contra Sir Rosis terminara rápido...
Continuará
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