En el registro de la
academia militar de Nueva Ávila, mi nombre oficial consta como Hernández
Jiménez. Para abreviar, todos me llaman Herji. No me gusta ese
diminutivo... pero me he acostumbrado con el tiempo. Yo soy el campeón de
mi pueblo. El mejor combatiente de mi tribu. Mas, a pesar de todo, no soy
capaz de salvar a mi gente. Por ello, he caminado miles de
kilómetros, he superado decenas de obstáculos y vencido a cientos de enemigos… Y no estoy solo. Me acompañan
en este peligroso viaje mis tres mejores amigos.
Y todo ello para encontrar al único ser en este mundo que puede salvarnos a todos.
No conozco
de él más que relatos. Y en esta tierra cambiante, donde los
continentes cambian cada día de forma y tamaño, donde bosques
monstruosos y montañas vivientes aparecen y desaparecen como la
niebla matutina, donde el mismo tiempo se retuerce sobre sí mismo,
donde las fuerzas del Caos reinan supremas… sólo tengo una manera
de encontrarlo. La magia.
Hace ya lo que me parecen siglos, en mi amarga búsqueda de alguien que pudiera ayudarme, conocí a una
aventurera llamada Carol. Era una poderosa hechicera que controlaba
las fuerzas elementales y había pertenecido al legendario Comando
Caprino, probablemente el mejor grupo de combate que haya existido
jamás en esta tierra oscura. Al principio pensé que la propia Carol
sería la persona que libertase a mi gente, pero ella misma me
convenció de que no era así. Carol conocía a la persona indicada,
había luchado durante años al lado de tan formidable guerrero. Y
conjuró un hechizo para que yo lograra encontrarlo...
Encontrar al salvador de mi pueblo.
Durante muchos días, muchos ocasos y muchas noches, caminamos
guiados por una fuerza invisible. Y hoy, el hechizo se ha
desvanecido. Lo hemos encontrado.
Estamos en un páramo desolado, con enfermizos brotes de hierba
naranja aquí y allá. Las ruinas de una antigua ciudad humean a lo
lejos. Los restos de una hoguera y un saco de dormir sin recoger, con
diversos enseres desperdigados a su alrededor (un cepillo, una
tartera vacía, una linterna, una navaja multiusos, varias revistas
eróticas, una escopeta recortada, un estuche, un collar de orejas humanas, un bazooka, un
chándal viejo, un chaleco antibalas, unos calzoncillos rosas sucios,
una mochila, un abrigo color verde caqui con multitud de bolsillos,
un surtido de mecheros, una pistola automática, un cuaderno de
dibujo, unas botas desgastadas y el tomo “H-J” de una
enciclopedia, entre otros) me indicaban que había llegado a mi
destino.
Sin embargo, nunca creí que “el supuesto salvador de mi pueblo”
sería un hombre de unos treinta y tantos años, feo, no demasiado
musculoso, de cabello canoso y largo hasta casi la cintura, perilla de
chivo también cana, con toda su piel tostada surcada de horribles
cicatrices y quemaduras…
…y
completamente desnudo y ocupado, al parecer, en enseñarle a bailar
el “waka-waka” a un sanguinario pavo gigante de casi tres metros
de altura.
-¡Qué no, pavo! ¡Qué no! –chillaba- ¡Tienes que menear más el
culito! ¡Así!
“El
supuesto salvador de mi pueblo” estaba tan embelesado en su tarea
que ni se había enterado que ya no estaba solo, y para dar más
énfasis a sus palabras, puso su peludo trasero en pompa y comenzó a
“menearlo” en nuestra dirección.
-¿Lo ves, pavo? ¿Lo ves? ¡Tienes que poner el alma en el
movimiento! ¡Cadera-cadera-culito! ¡Levanta esas plumas, coño!
-Esto… -comencé a decir.
“El
supuesto salvador de mi pueblo” quedó como paralizado y lentamente
dio media vuelta y se nos quedó mirando con cara.... bueno, su cara
no es que reflejara una gran inteligencia, en realidad…
Uno por uno, nos observó detenidamente. A mí y a cada uno de los
miembros de mi equipo.
Me miró a mí, Herji. Quiero creer que admiró mi cuerpo musculado,
protegido por un conglomerado de cuero y malla de acero. Me
quité mi espléndido yelmo, tallado de manera que asemejase la
cabeza de un lobo, y que así “el supuesto salvador de mi pueblo”
pudiera mirar fijamente mis oscuros ojos, y que nuestras dos almas
guerreras pudieran encontrarse y reconocerse como iguales...
Sin embargo, antes de que su mirada se cruzara con la mía, él ya
estaba mirando detenidamente a mis dos compañeras.
Y no sólo creció su curiosidad.
Rojo como la grana, el supuesto salvador de mi pueblo recogió
rápidamente los calzoncillos rosas y sucios del suelo, se los puso
en un fugaz movimiento y después hizo lo mismo con el pantalón del
chándal. Cubiertos ya sus bajos, se dirigió a nosotros con unas... esto... inspiradoras palabras...
-¡Me cago
en el hijo malparido del cura preñado de mi puto barrio! ¿Es que no
tenéis mundo que explorar? ¿Es que no tenéis bosques, montañas,
ríos, abismos y baretos de mala muerte donde perderos? ¿Es que no
tenéis aventuras que vivir y piernas que perder? ¡No! Tenéis que
venir al páramo más desolado y solitario que existe (al menos hasta
que vinisteis) en este puñetero mundo. ¡No había otro! ¡No había
otro páramo solitario y desolado más que este desolado y solitario
páramo, precisamente el páramo desolado y solitario que yo había
elegido por ser el más desolado y solitario, hasta el presente
momento, pues sigue siendo desolado, pero ha dejado de ser solitario!
¡Joder! ¿Se puede saber qué mal os he hecho yo? ¿Os he hecho yo
algo? Pero cuánto cabrón suelto...
-Eres el
supuesto salvador de mi pueblo –respondí con un hilo de voz.
-¿Cómo?
–preguntó sorprendido.
-Eres el
supuesto salvador de mi pueblo –respondí con voz más fuerte.
-No, no…
eso lo he escuchado. Es sólo que… ¿supuesto salvador de tu
pueblo? ¿Salvador? ¿Yo? La última ciudad que me contrató para “salvarla” es esa
que humea en el horizonte… ¿tú estás seguro de lo que dices?
-Creo…
creo que sí… -respondí atónito.
-Pero vamos
a ver, alma cántaro –dijo “el supuesto salvador de mi pueblo”-.
¿Cómo has llegado a la conclusión de que yo soy el supuesto
salvador de tu pueblo?
-Bueno,
Carol creía que…
-Para el
carro. ¿Carol? ¿Te refieres a la Carol que yo conozco? ¿A mi
antigua compañera del Comando Caprino?
-Sí…
-Pues te ha
tomado el pelo, chaval. Carol es mil veces más poderosa que yo, y si
no ha salvado ella a tu pueblo, habrá sido por vagancia. Y
probablemente te habrá mandado a buscarme porque le divierta la idea
de…
-¡Pero tú
eres Cafre! –grité, llamándole por su nombre-. ¡Eres miembro
fundador del legendario Comando Caprino! ¡Eres el hombre que venció
a Némesis! ¡El que conquistó el Torreón del Mago Pájaro! ¡El
héroe del Paraíso Tropical de las Mujeres Gatas! ¡El que ganó
tres veces el torneo del Fútbol Total contra los Campeones Caóticos
con tres equipos diferentes! ¡Con el propio Comando Caprino, con las
Mariquitas Futboleras y con el Patíbulo Murcia Fútbol Club! ¡Nadie
podrá nunca superar todo eso!
-Sí, sí,
todo eso es cierto… -me respondió Cafre con desdén-. Pero también
soy el que destrozó el Bastión Rojo y Negro, el que fue exiliado de
la Corte de Fuenlabrada por anegar el sector oeste de cagadas de
pavo, el que causó la disolución del propio Comando Caprino, el que
incendió “presuntamente” de manera accidental el baluarte
rebelde de Teruel Post-Caos, el que ha sido declarado varias veces
“persona non grata” en el Paraíso Tropical de las Mujeres Gatas
y también el jugador que fue expulsado en la última final de Fútbol
Total, jugando con los Tigres Sin Rayas, por decapitar a cuatro
jugadores contrarios, al árbitro, a una animadora y a tres jugadores
de mi propio equipo. ¡No soy el héroe que buscas! –cogió aire- Y
además, ¿quién coño sois?
Suspiré.
Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.
-Yo me llamo
Herji. Soy el campeón de la tribu de Nueva Ávila, y el elegido por
mi pueblo para buscar a su salvador. Soy un guerrero capaz, puedo
probarlo. Maestro en todas las disciplinas del ninjitsu, experto en
el arte de la espada y también en combatir desarmado. He vencido a…
-Tú me
importas un pito, preguntaba por ellas -me interrumpió Cafre, señalando
a mis dos compañeras.
La bella Chess adelantó un paso, retiró la capucha de su cabeza, dejó caer
su larga melena azabache y saludó. Con su falda de
tela negra, un corpiño de cuero y una larga capa oscura, pareciera que el mismo misterio cubriera su pálida piel.
-Me llamo Chess. Soy una nigromante.
Rigoberta, tan
opuesta a Chess, con su cabellera rubia, su piel tostada y sus grandes ojos azules,
vestida con una ceñida túnica blanca, saludó dulcemente:
-Me llamo Rigoberta. Domino la magia de la curación.
Por último,
mi compañero y hermano de armas Machu saludó marcialmente, haciendo
tintinear los remaches de sus arreos bélicos.
-Mi nombre
es Machu. Tengo el poder de regenerar mi cuerpo.
-¡Ni de
coña! –chilló Cafre agarrándome de la pechera- ¡Una nigromante,
una sanadora y un regenerador! ¿Sabes lo que eso significa,
bakayaroo? ¿Es que nunca has leido un tebeo de superhéroes, una
novela de fantasía o un manga de ciencia-ficción? El guionista va a
machacarnos sin piedad, porque sabe que por muchas heridas
sangrantes, mucho flotar en el túnel, mucha diarrea asesina o muchos
tajos desmembradores… ¡da igual! ¡Da igual! ¡Da igual porque
sabe que siempre nos van a curar, a revivir o a regenerar! ¡Esto no
va a ser una aventura, esto tiene pinta de convertirse en una puta novela
sadomasoquista!
-Pero…
-intenté replicar sin comprender nada.
-¡Te lo
demostraré! –chilló Cafre.
Y agarrando
la escopeta recortada que había en el suelo, en un movimiento
relámpago, “el supuesto salvador de mi pueblo” disparó y le
voló la cabeza a Machu. Su cuerpo cayó a plomo al suelo, manando sangre.
-¿Lo ves?
–siguió chillando- ¡Esto es lo que pasa! ¡Ahora se regenerará y
se habrá llevado un tiro para nada! ¡Por simple morbo!
-Machu no
puede regenerar una herida tan grave en la cabeza –repliqué
aterrado en un murmullo, mientras contenía las lágrimas.
-¡No pasa
nada! –gritó histérico Cafre-. ¡Porque tu amiga la curadora le
sanará la herida, justo a tiempo de recibir otro balazo!
-Pero la ha
palmado –susurró Rigoberta, con los ojos desorbitados-. No puedo curar
a quien ya está muerto…
-¡No pasa
nada! –siguió gritando Cafre-. ¡Porque la nigromante lo va a
revivir de todos modos!
-Sólo puedo
crear muertos vivientes –replicó Chess, aterrada-. Te has cargado
a Machu y sólo puedo hacer de su cuerpo un zombi sin cabeza…
-¡No pasa
nada! Porque… porque…
Cafre calló
en ese momento y se nos quedó mirando a los tres. Su ceño se arqueó
mientras Chess y Rigoberta rompían a llorar y en mi propia garganta se
hacía un nudo.
-Pues… lo
siento mucho… -dijo Cafre-. De todos modos, creo que os hecho un
favor. Ese tal Machu tenía pinta de traidor, ¿eh?
No pude
evitarlo. Comencé a llorar desconsoladamente.
En un
intento de disculparse con nosotros por matar a nuestro compañero,
Cafre aceptó escuchar nuestra historia (aunque advirtió que no se
uniría a nosotros ni loco) e incluso se ofreció a prepararnos algo
de comida (un nauseabundo plato que él llamaba “vísceras de
sectario acribillado”; Cafre juró por su conciencia que el
ingrediente principal era el repollo).
-Mi tribu,
Nueva Ávila, ha sido invadida -expliqué.
-Me la suda
–respondió Cafre-. Eso es lo que hacen las fuerzas del Caos.
Invadir. Pero, como es su naturaleza, cambian a mejor, luego a peor,
luego desaparecen, luego reaparecen… todo pasa.
-No han sido
las fuerzas del Caos –respondí.
-Me la trae
floja –Cafre negó con la cabeza-. ¿Salteadores humanos? ¿Rebeldes
renegados? ¿Bandidos? En vez de a mí, contrata a unos cuantos
mercenarios y escupid plomo. Problema solucionado.
-No es ese
tipo de problema –le dije.
-¿Cucarachas?
¿Pulgas? ¿Piojos? Hazte con una buena provisión de insecticida.
Cuando vuelvas a tu pueblo, la invasión será historia.
-¡Que no!
–grité desesperado.
-Pues chico,
no se me ocurren más invasiones… no será tan grave. Pero vamos,
que sea lo que sea, no pienso ir con vosotros.
-¡Mi tribu
era una aldea pacífica, familiar y anárquica! ¡Y ha sido invadida
por un grupo militarmente organizado de nostálgicos del antiguo mundo! ¡Quieren reinstaurar el uso del dinero, los partidos políticos, la burocracia, los visados para inmigrantes, los contratos por obra y servicio, los intereses bancarios y hasta el festival de Eurovisión!
Cafre
palideció.
-Hijos de
puta… no son capaces de dejar que las mareas caóticas sigan su
curso… ¡No puedo consentirlo! ¡Agarraos los machos, gente! ¡Nos
piramos! ¡Vamos a meterles espadas de bronce por el culo a esos
cabrones hasta que escupan esculturas de Rodin!
En ese
momento, muy a mi pesar, asumí que Carol tenía razón. Este
lunático era perfecto para esta misión.
Era el
perfecto salvador de mi pueblo.
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