allá donde se pierden las luces de esta enorme ciudad.
Y yo disfruto la vista y pienso que, por cada luz,
debe haber toda una historia detrás...
Veo e imagino. Tampoco puedo hacer mucho más.
Porque, siendo sincero, no tengo idea de como bajar.
"¿Cómo has llegado acá?" -pregunta la Luna divertida.
Suspiro antes de contestar:
-Pues el tema es que aquí, en Chile, me gano la vida
vendiendo de puerta en puerta insumos de repostería.
Por eso, cuando vi una casa hecha toda en golosinas,
pensé: "esta es la mía".
Pero...
la mujer que atendía no trabajaba la repostería.
Como en el cuento, la vieja era adicta a la brujería
y creyó que era bueno el planteamiento:
Una casa de dulce como cebo
para atraer a niños lelos
y, acto seguido, comerlos.
La pobre no sabía que también atraía a los comerciantes
que vendemos papel de azúcar o colorantes vegetales.
Mas la bruja (de Salamanca) no me convirtió en su bocado.
Al contrario, al escuchar mi mercantil alegato
acerca de fotografías comestibles y tintas para aerógrafo,
fuentes de chocolate fundido y pendones publicitarios,
se convenció de que yo era el aprendiz de brujo
que ella había estado durante siglos buscando.
Así, la muy loca ejecutó un sortilegio
y detuvo por completo el tiempo.
Durante lo que me pareció un milenio
me enseñó hechizos, pociones y encantamientos.
O le puso empeño, al menos...
Porque a la hora de invocar un familiar, por ejemplo,
tuve que realizar varios intentos.
Primero llegó un gato de religión cristiana
que de brujería no quería saber nada;
luego un murciélago con miedo a la oscuridad;
un cuervo criado por gorriones de ciudad
e incluso una filosofal y pensativa llama.
Tampoco presté mucha atención
a las clases de "conjuros de amor".
¿Para qué? Si puedo abrazar cada día
a la muchacha más linda de la región
sin necesidad de recurrir a la hechicería.
Y también me despisté en la disertación
que la vieja daba sobre transformación...
Así pasó.
En vez de transformarme yo en cabrón,
transformé a mi mentora en una simple mosca
y el gato cristiano la cazó y se la comió.
Pero no todo fueron metidas de pata y fracasos.
En ese milenio que para mí transcurrió
con el auténtico tiempo paralizado,
dominé la magia realmente importante:
Aprendí a convocar papas fritas, cerveza y chocolate.
Y también aprendí a volar con una simple escoba
-aunque la sensación de flotar en el aire
no es diferente a cuando beso a mi polola-
pero el penoso accidente en el que murió mi mentora
acaeció antes de que me explicara como bajar la escoba.
Y por eso, señora Luna... aquí y ahora, así me encuentro.
En un cepillo volador, sin saber descender del cielo,
acompañado de una llama, un gato, un murciélago y un cuervo
(en lo que los otros brujos y arpías han bautizado
como la "escoba de Noé del español reculiado").
Pero no pasa nada, estoy disfrutando de la vista
mientras me inflo a cerveza, papas fritas y chocolate
e intento localizar desde el aire la casa de Martina.
Después de todo, pasé un milenio aprendiendo brujería
y resulta que es poco más que una chuchería
si lo comparo con la magia de abrazar a mi chica
y ver como aparece en su rostro una sonrisa.
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