En efecto. No había terminado Cafre de pronunciar su amenaza, cuando el Grupo Armado Mata Cabras inició su ataque.
Nuestros enemigos echaron a correr hacia nosotros, abalanzándose...
Pero Cafre levantó un brazo y todo se detuvo.
-¡Eh! -preguntó mi compañero- ¿Os importa que ponga algo de música mientras nos matamos?
-¡Ningún problema! -respondió a voces el Mariscal de Campo- ¡Toma el tiempo que necesites para elegir un buen tema!
Así que Cafre sacó una minicadena de las alforjas de su pavo y puso en él un muy, muy viejo cassette.
-¡Ya está! -gritó Cafre tras darle al play.
Bueno, ahora sí... el Grupo Armado Mata Cabras inició su ataque.
Y todos comenzamos a atizarnos mientras sonaba la siguiente canción... casi sin ritmo, he de decir, pero canción al fin y al cabo:
No recuerdo una noche tan romántica y silenciosa.
Ojalá nunca llegara la mañana.
Aunque hace calor,
una agradable brisa entra por la ventana.
La luna brilla en lo alto del cielo
y, a pesar de la oscuridad,
sus rayos iluminan tu rostro y tus senos.
Yo te miro.
Te miro, acostada desnuda a mi lado.
Tú también me miras
y sonríes.
Tras un instante que dura demasiado tiempo,
me coloco encima tuyo.
Quiero volver a sentirte.
Tú abrazas mi cuello con tus manos.
Tus ojos brillan pícaros.
Eres tan bella.
Pero me emociono al entrar de nuevo en ti
e, intercalando jadeos, proclamo
que quiero ser tu noble guerrero,
que quiero luchar por tu honor,
que quiero ser digno de hacerte el amor.
Tú sonríes
y me recuerdas que eres puta,
que no te queda mucho honor
y que no necesito dignidad
para acostarme contigo
mientras tenga con qué pagar.
Me ruborizo.
"Es la costumbre", te digo.
Después de volverlo a consumar,
me levanto, voy al frigo
y cojo una cerveza.
El sudor empapa mis piernas,
mi espalda y mi cabeza.
Echo un largo trago.
Tú vienes por detrás, abrazas mi cintura,
me preguntas si ya estoy cansado.
Te miro, te sonrío y te abrazo
mientras pienso
"cómo no me voy a cansar,
si he estado con vírgenes
que se movían más".
Pero eres tan bella.
No debería, pero ahí mismo, en la cocina,
no puedo resistirme a besar tus labios.
Tus ojos de gata sonríen
mientras descienden tus manos.
Y me susurras al oído
"recuerda que los besos se cobran más caros".
Te miro con mi cara de tonto,
nunca tuve muchas lumbres.
No digo lo más mínimo pero, en mi mente,
el pensamiento supremo es
"me cago en la puta (no literalmente)
con mis costumbres".
Tú, tan bella, acaricias mi pecho.
Me miras algo dubitativa
y dices que mi romanticismo te inquieta.
Una de mis manos acaricia tu mejilla,
mi otra mano juguetea con tu teta.
Alma cántaro, te da igual si tengo ladillas
pero, ¿dices que mi romanticismo te inquieta?
Tras tontear unos momentos,
volvemos a acostarnos en el lecho.
Te miro.
Eres bella. Eres bella. Eres muy bella.
Nuevamente nos miramos, uno junto al otro,
los dos desnudos.
Y, por fin, te susurro:
"cóbrame lo que me tengas que cobrar".
Te beso.
Te beso.
Te beso, te beso y te sigo besando.
Cuando por fin respiramos,
me miras dulcemente
y comentas que mi dulzura
será mi costumbre,
pero que igual es un gran defecto.
Te respondo que yo soy como un sello
cuya charnela por detrás asoma;
lo reconozco, queda muy feo,
pero no puedes arrancar la charnela
pues, si lo haces, rasgas el sello.
Y no soy un sello cualquiera,
soy un sello fosforescente de la posguerra.
Sé que no me entiendes,
porque no eres filatélica.
De hecho, quizás no tengas
más que una educación paupérrima.
Aunque, igualmente, me pareces muy bella.
Tú me explicas que por cabrón y superficial
me vas a cobrar tres veces más caro.
Y me restriegas tres veces por la cara
tu tesis doctoral en ingeniería industrial.
Yo vuelvo a quedarme con cara de tonto,
tal y como es mi costumbre.
Pero, ¿qué más da?
Ya nada importa.
Te beso.
Te beso.
Te vuelvo a besar.
Y sigo besándote.
Y te beso,
y te beso, y te beso de nuevo.
Sé que me va a costar una fortuna.
Pero no importa.
Ya nada importa.
Cuando por fin te quedas dormida,
te miro.
Mis ojos acarician todo tu cuerpo,
de abajo a arriba, lentamente.
Yo me levanto, agarro la cerveza,
bebo de ella aunque ya esté caliente.
Miro por la ventana.
Se ha nublado.
Empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia.
Sí, empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia.
En efecto,
empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia ácida.
Lluvia ácida.
Ácida lluvia.
Lluvia ácida.
Medito que, tras la explosión,
bien podríamos ser, tú y yo,
los únicos seres vivos
en kilómetros a la redonda.
Aunque poco importa.
Ya poco importa.
Ya nada importa.
Doy por hecho que antes que salga el sol
habremos muerto los dos,
abrazados, asesinados por la radiación.
Me encojo de hombros,
bebo otro sorbo
y miro como la muerte cae
a través de la ventana.
En este momento,
ya nada importa nada.
Entonces caigo en la cuenta,
que es una estupidez querer cobrarme
si nuestra última noche es esta.
Mi último pensamiento, al azar,
es que, quizás,
tú tampoco sepas, quieras o puedas
de las que son tus costumbres
escapar.
-¿Qué mierda de canción has puesto esta vez? -gritó Celia quien, enfundada en su armadura tecnológica, se enfrentaba a su mortal enemiga Xhugra.
Era un combate terrible. Ambas contendientes se movían más rápido de lo que la vista podía seguir. Celia no dejaba de disparar rayos de plasma, pero Xhugra era terriblemente ágil y no sufría para esquivarlos. Cuando atacaba y sus ácidas garras arañaban la metálica armadura de nuestra líder, la parte afectada humeaba y se escuchaba un terrible siseo.
-¡Los que cantan se llaman "Los Pollastres Mitológicos"! -respondió Cafre mientras se aferraba desesperadamente a su pavo-. ¡Lo mismo te juegan un partido de "Fútbol Total" que te componen una canción!
A Cafre tampoco le iban bien las cosas. Su enemigo personal, el Mariscal de Campo, había convocado una inmensa horda de zombis. El noble pavo gigante iba de aquí para allá aplastando muertos vivientes pero, por cada tres que desmembraba, aparecían ocho más. Por su parte, Cafre lanzaba granadas, disparaba escopetas y escupía a los más despistados... pero era obvio que no podría mantener ese ritmo por mucho tiempo.
Mis esperanzas se volcaron en Fer. El hombre-dragón era, posiblemente, uno de los más poderosos guerreros aquí presentes... pero mi corazón se rompió. Fer estaba volando, realizando todo tipo de complicadas maniobras aéreas, y no era capaz siquiera de reservar una porción de segundo para inhalar y expulsar su flamígero aliento. El llamado Durk era su oponente, y parecía ser también un completo lunático. Aunque Durk no pudiera volar, la ametralladora que tenía en vez de brazo no cesaba de disparar a nuestro compañero, quien sólo podía esquivar sin pensar en nada más. Hubo un momento en el cual Fer se lanzó como un halcón a por su enemigo, pero el enano le esquivó haciendo la croqueta y siguió disparándole sin descanso.
Fer no podía ayudarnos, pero... ¿y Vicky? Yo no podía verla en el campo de batalla...
...y es que no estaba en el campo de batalla.
Vicky, la mortífera ninja, estaba corriendo, huyendo despavorida, mientras Sir Rosis la perseguía montado en su tábano gigante.
-¡Detente, pardiez! -gritaba Sir Rosis-. ¡Lucha dignamente! ¡Esto es humillante tanto para ti como para mí!
-¡Eso quisiera, pero no puedo! -lloraba Vicky-. ¡Tengo fobia a las moscas y a los tábanos! ¡No son gatitos! ¡Son feos y desagradables!
Todos pudimos ver como al enorme tábano llamado Fresón se le humedecían los ocelos. Qué cruel era Vicky, incluso cuando no era su intención serlo.
Pensé que quizás lo mejor sería que Chencho nos sacara de aquí cuanto antes. Le busqué con la mirada.
Nuestro compañero Chencho, Míster Transsssporter, no iba a ser capaz de teletransportarnos esta vez. Se encontraba librando una terrible batalla contra el temible Señor del Castillo de la Rosa.
Era una batalla silenciosa, mortal... ninguno de los dos decía lo más mínimo, pero todos podíamos sentir las poderosas energías mentales que emanaban de sus cabezas.
Míster Transsssporter había optado por una variante de la apertura española, pero el Señor del Castillo de la Rosa había optado por una defensa Morphy cerrada. Estaban los dos muy igualados... hasta que a Chencho le dio uno de sus cortocircuitos y movió el caballo del flanco de dama justo al sitio donde menos debía moverlo. El Señor del Castillo de la Rosa sonrió sádicamente y avanzó un peón. Amenazaba mate en cinco jugadas.
Maldije en silencio. Quizás, en esta ocasión, no serían los míticos componentes del Comando Caprino quienes salvaran el día. Quizás era hora de que mis compañeras y yo demostráramos lo que realmente valíamos.
Bueno, Chess no es que pudiera ayudar mucho. El gigantesco gorila albino, Cuchuflí Montoya, tenía agarrados sus brazos con una de sus manazas. Chess pataleaba en el aire. Sus poderes necrománticos no afectaban lo más mínimo al enorme simio.
-Por favor, señorita, le pido que recapacite -decía el gorila-. Es obvio que no puede ganar y no quiero hacerle daño. Reconozca su derrota y deje de patalear, se lo ruego...
-¡Estoy hasta los cojones que no tengo de sentirme como una mierda impotente! -gritaba Chess mientras seguía pataleando-. ¡Cagüen to lo que se menea! ¡Demasiados putos capítulos van ya, joder!
-Señorita, por favor se lo pido, modere ese lenguaje...
¿Y Rigoberta? Nuestra sanadora se estaba enfrentando a Cubbi, el hermosísimo ser hermafrodita. Parecía que esta pelea estaba destinada al empate. Cubbi emitía sus feromonas mientras paseaba alrededor de Rigoberta, pero los poderes curativos de la sanadora bastaban para que las feromonas no la afectaran.
-Eres consciente de que así no podrás ganarme, ¿verdad? -le desafió Rigoberta.
-Oh, querida, nunca quise ganarte -sonrió encantadoramente Cubbi-. Simplemente, si estás ocupada en mí... no podrás curar a tus compañeros, ¿cierto?
Rigoberta palideció. Parece que no había caido en ese detalle.
Un sudor frío perlaba mi frente. Era mejor que me concentrara en mi propio oponente. Decía llamarse Kuroko, era poco más que un humanoide envuelto en telas negras y sus movimientos parecían algo mecánicos... pero era mortal. Contrarrestaba perfectamente mis ataques. Una finta, un amago, un ataque esquivado por milímetros. Ambos estábamos demasiado igualados. Nuestra pelea podría durar horas.
-No tengo nada contra tí, extraño -dijo Kuroko-. Mi venganza es contra los antiguos integrantes del Comando Caprino. Pero si interfieres, no dudes que te mataré.
-¡Nadie matará al Comando Caprino antes que yo! -grité.
Se hizo un parón en todos los combates. Me sentí observado.
-Estoooo... me traicionó el subconsciente, ¿vale? -reconocí-. ¿A vosotros nunca os ha pasado? ¡Joder! ¡Es que a veces hartáis tanto que dan ganas de mataros!
Los combates se reanudaron como si nada hubiera ocurrido. Las explosiones, disparos y cuchilladas volvieron a ser los amos del lugar.
Parecía que, efectivamente, era sólo cuestión de tiempo que el Grupo Armado Mata Cabras venciera definitivamente al Comando Caprino...
De repente, todo cambió.
Ya no estábamos ahí.
Ahora estábamos en un maravillo jardín lleno de flores, árboles frutales, estanques, pavos reales y aves del paraíso.
-¿Qué cojones...? -preguntó Vicky.
Todos miramos a Chencho. Éste levantó sus manos.
-¡Yo no he sido esta vez!
Yo estaba anonadado. ¿Quizás una marea caótica nos había arrojado a otro lugar y otro tiempo?
Una voz se escuchó detrás de nosotros.
-¡He sido yo!
Nos giramos para ver a un emperifollado señor muy, muy obeso, vestido con un frac azulado y que además portaba monóculo. En vez de pelo, tenía largas plumas azules. Su nariz era enorme y parecía el pico de un gigantesco pájaro. Su trasero estaba decorado también con un amplio penacho de plumas azules.
-¡Soy el Viejilante de Plumas Azules llamado Señor Dodo! -saludó-. ¡Soy uno de los representantes del grupo llamado Personificaciones Animales! ¡Os he salvado para reclamar vuestra ayuda! Os cuento gustoso... seguidme, por favor...
Fer se adelantó. Sus ojos echaban literalmente chispas.
-Esto es un "Deus ex machina", ¿verdad? ¡Un puto "Deus ex machina"! ¿No es cierto? ¿Cómo te atreves a joder la historia con un puto "Deus ex machina"?
El Señor Dodo palideció mientras tartamudeaba...
-No entiendo... de verdad os digo que las Personificaciones Animales necesitamos vuestra ayuda...
Pero Fer no estaba por la labor de calmarse.
-¡Si algún día algún gilipollas cuenta nuestra historia, parecerá que no tiene imaginación y que tiene que recurrir a un puto "Deus ex machina"! ¿No lo entiendes? ¡Mi historia parecerá una mierda! ¡Mejor morir con honor que vivir siendo un siervo del capital! ¡Es hora de que el Señor Dodo se extinga!
Y el hombre dragón echó su aliento de fuego sobre el Señor Dodo, quien comenzó a chillar y a correr envuelto en llamas hasta que, tras unos segundos, cayó muerto al suelo.
Miré anonadado, aterrado y enfadado a Fer, quien había matado a nuestro salvador.
-¿Qué has hecho? -grité-. ¡Ni siquiera Cafre habría hecho...!
Miré a Cafre. Tenía la escopeta en la mano. Me miró con un gesto estúpido y se acercó al cadáver del Señor Dodo.
-¡La verdad es que yo habría hecho lo mismo! Pero Fer se me adelantó esta vez.
Después, Cafre se agachó, arrancó uno de los brazos del cadáver del Señor Dodo, lo agitó hasta apagar las llamas y se lo llevó a la boca. Lo desgustó, asintió con la cabeza y dijo:
-Pollo a las brasas. Delicioso.
Resultado del primer combate:
Grupo Armado Mata Cabras - 1
Comando Caprino - 0
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