sábado, 13 de abril de 2013

Estoy de Vuelta 83


La madre de Rubén apoyó la cabeza en el hombro de su marido mientras veían sin prestar atención un capítulo repetido de una serie americana. Hoy casi no habían hablado siquiera. No habían hecho nada importante. La ausencia era aún demasiado fuerte.

De repente, un avance de las noticias interrumpió el episodio. El locutor comenzó a explicar algo sobre un tiroteo en un centro comercial, sobre ataques de pánico, histeria colectiva, disfraces de Halloween…

-¡Rubén! –gritaron ambos.

Las imágenes en blanco y negro de una cámara de seguridad podían ser borrosas, pero para ellos dos no había equivocación alguna.
Se trataba de su hijo. De Rubén.

Estaba vivo.

Lij sintió temor. Su plan no había funcionado. Todo se había ido al garete. El Espectro no había conseguido el alma pura de Isabel. Ella no había burlado al demonio mayor, todo por culpa de esa entrometida guardiana de pacotilla dorada.
Y el demonio mayor seguro que ya era consciente de que alguien había intentado interferir en sus planes.

-Naturalmente que soy consciente –gruñó una horrible voz detrás suya.
Lij no quiso darse la vuelta. Sabía perfectamente quién hablaba, y también sabía que esta vez no podría escapar. La terrible presencia continuó hablando.

-En cierto modo te estoy agradecido por mostrarme lo volátil que es la lealtad de mi pequeña mascota. Pero tú, con tu osadía y tu falta de inteligencia, has estado a punto de evitar mi venganza contra el demonio arrepentido llamado Canael. Todo por garantizarte un tiempo de diversión, ¿no es así? Para mí será un placer el castigarte con algo peor que el propio infierno.

Lij quiso balbucear una excusa, una disculpa, algo… pero no le dio tiempo.

Lij gritó cuando su ser fue arrancado del infierno y encerrado en una pequeña, opaca y oscura esfera. Lij gimió cuando su mente fue alterada para que jamás perdiera la consciencia, para que jamás perdiera la razón, para que jamás pudiera imaginar algo más allá de donde pasaría el resto de su eterna existencia, para que jamás su subconsciente pudiera hacerse cargo de su lobotomizada mente. Para que jamás pudiera imaginar algo que no fuera su prisión, pensar en algo que no fuera su prisión, abstraerse o distraerse de algo que no fuera su prisión…

Para que, por los siglos de los siglos, jamás pudiera dejar de aburrirse.

El grito de Lij recorrió todos los rincones del infinito infierno.

Continuará

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