jueves, 24 de abril de 2014

Nueva poesía en Santiago: Español, cristiano y poeta

Y cuando por fin tengo a la muchacha
frente a mí sentada en cena romántica
y en ambiente idóneo para ligármela,
cometo la terrible torpeza
de sacar el tema
y decirle lo que opino yo,
con sinceridad,
del presidente español.

Raudo aparece de debajo de la mesa
un sujeto con caro traje y cara mala,
diciendo que
"según la ley de Seguridad Ciudadana
es una infracción grave
el ultraje a las instituciones de España".

Yo protesto (con educación):
-¡Capullo con pinta de contable!
¿No habría que definir antes qué es ultraje?

Y él me responde (con educación):
-Al contrario, esta es la pauta.
Las leyes ambiguas permiten
cazar a los que son como tú, perroflauta.

Yo protesto (con educación):
-¿No hay una ley que me respalda?
¿Y mi libertad de expresión?
A ver si va a ser verdad eso
de que con Franco se vivía mejor.

Y él me responde (con educación):
-Te jodes, cabrón.
Si no naciste de sangre real
y no tienes fortuna ni aval
según el último catastro,
o una vez nacido no te enchufó algún concejal
o no te hiciste amigo de algún politicastro
para con esos méritos ser nombrado asesor,
se te aplica la ley nueva.
O, en su caso, la que más nos convenga.

Yo protesto (con educación):
-Pero, gilipollas chaquetero,
¿no ves que estoy en el extranjero?
¡Estoy fuera de tu jurisdicción!

Como por arte de magia,
aparece a su lado
un miembro del consulado:
-Haga el favor, ciudadano,
de comportarse y ser racional;
¡no vaya a convertir un problema doméstico
en un conflicto internacional!

Quizás evalentonado
por dos cervezas que,
antes de salir, en casa tomé
y que, curiosamente habían caducado
aunque fue ayer cuando las compré
en el supermercado de aquí al lado,
contesté (con educación):

-¿Me debo preocupar por lo que diga
el representante de un funcionariado
cuyo labor históricamente
la desempeñó un caballo?

Y hala, ya la he liado.
Estos petimetres no tienen nada que hacer conmigo
(ni siquiera la ley se ha aprobado)
pero, como buenos burócratas, a mí me han jodido...
Efectivamente, la chica se ha marchado.

Así que salgo cabreado del restaurante,
con mis convicciones nunca vacilantes,
pero con mi paso algo sí tambaleante.

Me recibe la que ya es habitual en mis poesías:
la ya célebre madrugada santiaguina,
además de cierto gato gris callejero
al que bauticé hace dos días como Joputesco
por su linda y amable personalidad.

La madrugada santiaguina, Joputesco y yo.
Trío calavera al que sólo faltaría
que se nos uniera el diablo
para montar una buena timba.
Y posiblemente así lo hubiera hecho el demonio
de no ser porque está con depresión.
Al parecer se está planteando arrepentirse
y subir al cielo.
Y es que su tradicional trabajo es últimamente innecesario.
Lo hacen mucho mejor
algunos de sus autoproclamados antagonistas
con alzacuellos inmaculados pero en el espíritu afiladas aristas.

De repente, aparece a mi lado, dando un bote
y chillando, un orondo sacerdote:
-¡Blasfemo! ¿Cómo pones eso en una poesía?
¡Un Padre Nuestro y cincuenta Ave Marías!

-¿Pero es que ni una poesía me dejarán hacer tranquilo?
¿Qué autoridad moral ostenta usted
como para decirme qué tengo o no qué poner?

Y el cura saca de debajo de su sotana
un montón de legajos
que muestran unos cuantos irrenunciables datos:
Mi partida de bautismo,
mi certificado de confirmación,
mi historial como catequista
y hasta la fecha de mi extremaunción.

Parece ser que ser cristiano
ya no es un acto de fe.
Parece ser que ser cristiano
es como una nacionalidad:
Lo que digan unos documentos.
Y nada más.

Repliqué con sosiego:
-Padre, perdone que me muestre en desacuerdo,
pero en mi humilde opinión
creo que, a pesar de los nuevos aires que entran en la Iglesia,
están alejándose demasiado de las figuras
del padre Daens y el padre Damián,
o de San Francisco de Asís,
o incluso del propio Jesucristo.
Así que, teniendo en cuenta que yo soy mayor de edad,
¿por qué no se busca a otro al qu...

No pude acabar una frase
que me habría metido en problemas.

Y no pude acabarla
debido a dos enormes dedos
que me agarraron del pescuezo
y me colocaron cara a cara con Dios.

-Hijo mío, te veo esta noche
bastante combativo y desvergonzado.

-Bueno, Señor, no acepto toda la responsabilidad...
¡que conste que eres Tú quien así me ha creado!

-De acuerdo, tanto para el caballero.
Ahora respóndeme, ¿qué haces tú para mejorar todo eso?

-Por supuesto, mi Señor.
Lo que hago es escribir
sobre todo lo injustificable
que en este mundo acontece,
en las diversas redes sociales.

Dios frunció el ceño y puso delante de mí
la Celestial Grabadora.
Así pude oírme decir:

-Por supuesto, mi Señor.
Lo que hago es escribir
sobre todo lo injustificable
que en este mundo acontece,
en las diversas redes sociales.

Dios me miró fijamente.

Yo puse mi mejor cara lerda
y musité:
-Que yo mismo me doy ya
una hostia con la mano abierta,
¿non?

Dios suspiró, me despidió del cielo
y me encontré de nuevo sobre la tierra. 

Parece ser que todo fue un sueño,
pues abrí los ojos
y me encontré en una reunión de poetas y bohemios
y uno de ellos terminaba de recitar en ese momento:

"No tengo miedo, 
más siento
en mi pecho una opresión.
Si no se me condenó a vivir solo,
¿por qué se me condena a vivir sin amor?"

Al parecer, me tocaba leer a mí...
pero decidí improvisar.
Y nació un bello verso de rima asonante:

-Te meto un pollazo en toda la cara
que te quito la ñoñería, gilipollas.

Pude verlo en sus ojos.

Pude verlo en los ojos de todos esos poetas
románticos y bohemios...

Efectivamente.

Como era de esperar, no apreciaban la poesía minimalista.

Y me desperté del auténtico sueño
cuando me echaban a patadas de otro sitio.

Ahí estaba, recostado en la madrugada santiaguina,
con Joputesco dormitando en mi regazo
y en el suelo un par de latas de cerveza vacías.

-Te juro por la novia que no tengo,  
que no vuelvo a bebérmelas caducadas

Pero escuché de Joputesco su ronroneo:
-No puedes jurar por lo que no existe.

-¿Lo juro por el mundo?

Escuché de Joputesco su murmullo quedo:
-No puedes jurar por lo que no te pertenece.

-¡Lo juro por mi vida!

Escuché de Joputesco un maullido lastimero:
-Júralo por el mundo,
es más tuyo que tu vida.

Y Joputesco cambió de postura
y cayó en un plácido sueño.

lunes, 7 de abril de 2014

Dedicado a "Laura"

Preciosa Laura...
Si mis cálculos no me fallan,
vuelves a tu país esta madrugada.

En nuestra despedida prometí no buscarte,
prometí incluso por azar no encontrarte,
pero nunca juré no despedirme de ti...
Y si no puedo hacerlo en persona
pues sé lo problemático que sería,
al menos déjame escribirte una poesía
que es imposible que llegues a leer.

Para que todos lo sepan,
conocí a Laura una noche,
hace unas semanas,
a una hora indeterminada.
Yo volvía de estar en la fiesta
que organizaba en su casa
el amigo de un amigo...
Fiesta, sinceramente,
cuyo motivo ni recuerdo
ni ahora importa.

Yo había bebido una copa de más
(lo sé, menuda novedad)
y la Plaza de la Constitución estaba en silencio...
hasta que la escuché gritar.
Era una mujer más o menos de mi edad,
cabello azabache, piel canela como la canción
y unos bellos ojos negros y salvajes
que reconozco podrían haber sido los culpables
de llevar al demonio hasta su perdición.

El grito no era debido
ni a un robo, ni a un asalto, ni a un infarto al corazón...
la muy loca estaba increpando a una pareja de carabineros
(acusándoles de la muerte de Salvador Allende)
y salían de su boca mil insultos en un español de irreconocible acento
junto al inconfundible hedor etílico que abrazaba su aliento.

Yo nunca he sido inteligente.
Y antes de que la situación tomara un cariz violento,
grité el primer nombre que me llegó a los labios en ese momento...

¡Laura!

Influenciado, he de reconocerlo,
por haber releído en la fiesta unas horas antes
-para hacer la coña-
el surrealista mensaje de despecho y despedida
de una ex-novia enfurecida.

La muchacha recién rebautizada
quedó afortunadamente callada
(y bastante extrañada)
mientras yo azorado les explicaba
a la pareja de carabineros
que la chica era una amiga mía,
que había bebido demasiado
y que la había perdido sólo un momento de vista...
Les agradecí que la hubieran encontrado
y me disculpé mil veces con los pacos.

Dios estuvo de nuestro lado.
Tras soportar un breve sermón indignado,
avisándonos del lío que nos podríamos haber buscado
y creyendo que no éramos más
que un par de turistas españoles agilipollados,
los carabineros nos dejaron marchar.

Dos cuadras más lejos,
la muchacha vomitó lo que llevaba dentro.
Luego me miró con sus ojos fieros
y recalcó con voz temblorosa
que no estaba borracha,
que simplemente había sufrido
un arrebato emocional
y que con alguien (aunque fuera carabinero)
lo tenía que pagar.

Por supuesto, sonreí irónico,
era un motivo tan lógico...

Le pregunté su nombre.
Ella me devolvió la sonrisa sarcástica
y respondió:
"Laura".

Y así fue como se conocieron
en la madrugada santiaguina
la bella y temeraria felina
y el flaco poeta buscavidas.
Lo que quedaba de noche
lo pasamos sentados en un banco
hablando de nuestra vida y milagros
incluyendo hasta el más íntimo detalle.

Así supe que Laura
era chilena de nacimiento,
estadounidense de adopción,
apátrida de corazón,
rencorosa hacia el mundo por devoción.
Supe de la primera vez
que sufrió por amor,
supe de sus problemas con sus padres,
de su vuelta a Santiago
para arreglar cierto papeleo
que ni le interesaba ni le importaba,
supe que siempre se emocionaba
escuchando a Air Supply y Willie Nelson
o leyendo a Jodorowsky y Mariano Azuela,
y que temporalmente se hospedaba
relativamente cerca de Tobalaba.

Y los primeros tonos dorados del alba
nos encontraron caminando,
agarrados del brazo
y con pasos levemente tambaleantes
en busca de algún lugar abierto
donde desayunar alguna sopaipilla...
sabiéndonos al borde de caer en el río del amor
pero manteniéndonos a duras penas en la orilla.

Continuamos paseando toda la mañana,
hasta que los efectos de la noche anterior
hicieron acto de aparición
y adormecidos nos recostamos
reposando el uno en el otro apoyados,
a la sombra del cerro San Cristóbal.

Y a la tarde llegaron nuevas horas maravillosas a su lado,
aunque el sol se cansó de observarnos
y nos dejó bajo el rojo ocaso,
mirándonos embobados,
una nariz separada por tres milímetros de la otra nariz...

Pero no caímos en la tentación.

Y mi viejo amigo, el barrio Bellavista,
nos abría sus brazos,
engulléndonos en su interior.

Alquilamos una habitación para pasar la noche
en un motel bonito pero relativamente barato
(aunque quizás fuera realmente horroroso y caro,
pero yo no quiero así recordarlo).

Ella me acarició
y me miró fijamente.
Me dijo que siendo yo tan buena persona,
le daba miedo
todo lo que llegaba a ver en mis ojos.

Yo suspiré y rompí ese momento
cayendo a plomo en la cama.
Ella esbozó su sonrisa felina y,
de mala gana,
preguntó:
-¿De veras no va a pasar nada?

A mi pesar, asentí.
Ella se desnudó por completo frente a mí,
se tumbó a mi lado,
me abrazó y ambos nos quedamos así
durante demasiadas horas.

La mañana siguiente sería la mañana del adiós.

A pesar de que era un día caluroso y soleado,
lo recuerdo como envuelto en bruma.
Ambos nos dimos cuenta de que,
sólo por el hecho de nacer, la vida es injusta.
Nunca sabes si cuando estás con una persona
será la última vez que la veas...
pero es tremendamente cruel cuando sí lo sabes.

Por primera vez,
Laura y yo nos besamos.
Nos besamos con desesperación, con anhelo,
con furia, con deseo...
Ambos sabíamos que no volveríamos nunca a vernos.

No hubo una sola lágrima por su parte ni por la mía.
Era una condición que nos había impuesto la vida
por haber dejado que nos conociéramos.

Como ves, mi loca y perfecta Laura,
han pasado las semanas
y no he olvidado la fecha de tu partida.
Si me preguntan, diré que jamás ha ocurrido,
que todo es inventado,
que jamás exististe,
que esta poesía
no es más que una parida
por una desubicada alma escupida
debido a que se aburría...

Pero si tú, mi preciosa felina,
mi amor de tres días,
por una casualidad de la vida llegaras a leer esto,
ten por seguro que tu recuerdo quedó grabado
en el espíritu de este desgraciado.
Te deseo buen viaje en esta madrugada
de vuelta a ese país que,
al igual que este, no sientes como tuyo.

Y te pido perdón
y ojalá no te ofendas...
Ojalá comprendas
que teniendo allí un buen esposo
y un niño de cuatro años,
simplemente me sentí incapaz,
pequeña Laura querida,
de complicarte la vida.

jueves, 3 de abril de 2014

Pequeño Interludio 4: Sin dedicatoria

Agarro una silla.
Me sirvo un largo trago de tónica.
Miro a mis invitados.

Me siento descortés
pues sé que pedirán alcohol los tres,
y yo no quiero acompañarlos.
Pero también sé
que esta será una larga noche
y yo necesito estar sobrio para enfrentarlos...

Mis invitados.

Quieren hablar
de mi estabilidad mental,
de mi situación sentimental,
de si estoy bien o estoy mal.

Qué novedad.

Mis invitados.
Mis tres invitados...
Mi futuro, mi presente, mi pasado.

Le sirvo a mi futuro un generoso chorro de whisky
en un ancho vaso con tres hielos.

Mi presente pide simplemente tomar un poco de pisco
sin nada que acompañar.

Mi pasado agarra una botella de cerveza negra,
un trozo de chocolate puro y una bolsa de cortezas...
Después levanta su bebida e, irónico,
brinda por mí.

Aún no me ha perdonado.

Mi pasado
me odia por todas las veces que dijo "te amo".
Por cada vez que ha jurado que no se marcharía de su lado.
Por todas esas promesas que debieron haber sido eternas,
porque se atrevió a soñar con cuidar
a cada muchacha que ha amado hasta el fin de los tiempos,
porque cada vez que su boca pronunció "te quiero"...
Era cierto.
Él lo decía de corazón.

Pero yo le he convertido en un mentiroso.
Y siento en mi pecho el rencor de sus ojos.

Todos correspondemos al brindis.
Todos nos llevamos la bebida a los labios.
¿Qué otra cosa podemos hacer?
Por mucho que escucharlo duela,
mi pasado ya no tiene aquí influencia.

Mi futuro,
esta noche, parece divertido pero desdibujado.
Y quizás, ligeramente ebrio,
hace el juramento
de entregarse por completo
a la primera mujer que lo encuentre
tras haberlo buscado
con la única intención de abrazarlo.

Pobre estúpido.
A pesar de que sabe lo que está por llegar,
aún se escapa como un gato bohemio
a los tejados para recitar a la luna sus poesías,
sin querer reconocer que a esa lejana roca sin alma
poco puede importarle si vive, si muere o si ama.

Mi presente se ríe
y hace un comentario soez
acerca de su futura ocurrencia.

Él sólo quiere seguir adelante,
independientemente de lo que sea que pase.

Parece que está orgulloso
de saber lidiar con la nostalgia,
de limpiar todo lo que Dios le ha vomitado,
de prosperar en un país lejano;
y presume de superar también
todas las rupturas con cada mujer
que mi pasado ha amado...

Pero todos sabemos que,
a pesar de la suerte que tiene,
a pesar de a lo que ha sobrevivido,
a pesar de que hace amigos
incluso en las madrugadas
de los peores suburbios santiaguinos...

En realidad...

En realidad oculta
que se muere
porque tú
no estás
con él
ahora
aquí.

Mi pasado, mi presente, mi futuro,
dirigen sus miradas hacia mí;
quieren saberlo...

¿Y yo? ¿Qué es lo que yo quiero?

Lo que quiero es imposible.
Porque...
Quizás únicamente quiero escapar del tiempo,
romper las reglas de la realidad,
dormir y no estar solo al despertar
y
(por irrazonable que sea),
dar a la vez
a mi futuro, mi presente y mi pasado
todo lo que quieren.

Y aunque haciendo eso yo no consiga nada,
y aunque haciendo eso yo incluso pierda,
quizás al menos sirva
para que esos tres invitados,
por fin,
de una puta vez,
callen.