domingo, 18 de mayo de 2014

I (2º intento) de V


Un ejército de ángeles está alrededor de mí,
custodiando cada uno de mis excéntricos pasos.
No suena muy racional, lo sé,
pero es lo que mejor explica mi vida en Santiago.

Las paredes del zulo que es mi habitación
pueden parecer vacías, blancas y aburridas,
pero en cada atardecer se tiñen de color
y yo vuelo por encima de la contaminación
hacia un punto cardinal elegido al azar.

Dices que quieres conocerme mejor
pero eso nos puede llevar mucho tiempo.
Tengo una historia por cada cana que peino,
una canción para cada pequeño momento
y distinta sonrisa según la dirección del viento.

Tienes curiosidad por las riquezas que poseo,
pero seguro aparece el vértigo al razonar
que un beso vale más que un millón de pesos...
Y es que el dinero acá no tiene mejor utilidad
que el de comprar un par de cervezas a medianoche
para compartir en casa de un amigo y brindar
por cada uno de los abrazos que aún han de llegar.

No me consideres loco por susurrar al aire un "te quiero".
No es tan raro que un céfiro se sienta halagado
y en agradecimiento me traiga aromas lejanos
o me levante del suelo rodeándome en sus aéreas corrientes
que me acerquen al mar hasta dejarme en los rompientes
y allí contemplar como la marea dibuja
al ritmo de lo que le dicta la luna.

Si me pierdes de vista, no soy difícil de encontrar.
Cada madrugada estaré en la Alameda,
participando con los quiltros en locas carreras;
cada mañana en San Miguel,
abrazando gatos callejeros en calles desiertas;
cada tarde en mi azotea,
acariciando la primera estrella que aparezca.

Y si no aparezco en ningún sitio listado,
mira a tu alrededor...
Lo más seguro es que esté a tu lado
y que, por alguna extraña razón,
esta vez me haya quedado callado.


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