lunes, 12 de mayo de 2014

I de V

Abro un ojo a muy temprana hora en la mañana.
Lo primero que veo es a un Macaco en mi almohada.
Cierro el ojo, respiro profundo, decido despertar.
Al lado del simio ahora hay también una Cabra.

Aunque el mono sea mi tótem y mi animal guardián,
cuando trae amigos a casa al menos podría avisar.

-¿Qué es esta vez? -pregunto somnoliento.
-¡Vámonos de viaje! -responde el cercopiteco.
Me quedo mirándolo y arqueo el entrecejo.
Increíble, debe ser la primera vez
que una buena idea se le ocurre al bichejo.

Mientras agarro una mochila y me visto,
el mono hace los preparativos:
alquila una furgoneta,
la pinta de fucsia, verde neón y amarillo
y avisa para que vengan
otros dos amigos...

Al Lagarto
(porque en todo viaje que se precie
debe ir un tipo inexpresivo)
y al Águila
(porque nosotros somos muy divertidos
pero, ¿quién cuidará de nosotros
si sólo vamos nosotros?).

El mono dice que todo está preparado,
que está todo en condiciones,
y que ha llenado el maletero de Manzanas
como duraderas provisiones.
La cabra también ha "ayudado".
Lo único que ha hecho en toda la mañana
ha sido comerse mis pantalones.

El mono y yo nos rifamos a pares o nones
quién de nosotros dos conduce.
Y como siempre, el que gana es el lagarto
(silencioso e impasible, pero tiene suerte
hasta cuando no está jugando).

De manera que arranca la furgoneta
y damos el viaje como comenzado.
Anécdota sin importancia
que el lagarto tarde demasiado
en subir hasta el volante desde los pedales
y para cuando quiere reaccionar
ya ha derribado tres alambradas y dos vallas
y está atravesando todo el sembrado.

Un carabinero no tarda en darnos el alto
y cae la multa correspondiente.
No porque conduzca un lagarto
ni por el caos que ha organizado.
La multa es porque yo voy en paños menores.
Pero, ¿cómo explicar de modo convincente
que una cabra se comió mis pantalones?

El viaje es reanudado
y tras tres horas y cuarenta y siete minutos de camino,
tras mil carcajadas, mil comentarios desubicados,
mil canciones de excursión y mil chistes verdes...
el águila, el más racional de los presentes,
pregunta: "¿y cuál es nuestro destino?"

Momento incómodo.

El mono responde que el viajar
no tiene nada que ver con el llegar,
que el simple hecho de moverse
es el mayor placer de esta vida
y finalizar el viaje es un accidente,
algo accesorio aunque ocurra frecuente.

Pero sus farfulleos no esconden
que le han pillado con el carrito del helado.
Que tanto planificar y planificar y planificar...
y el sitio donde nos tendríamos que bajar,
eso no lo ha pensado.

El águila es contundente.
"No es un buen viaje si no hay destino en mente".
El mono es romántico.
"No importa el destino si el viaje se está gozando".
El lagarto simplemente calla.
Bastante tiene con intentar que la furgoneta no se despeñe
mientras la cabra vomita por la ventana.

Para que los dos contendientes dejen de discutir,
propongo la solución perfecta:
El viaje sólo acabará cuando lleguemos hasta ti.
Un trayecto de duración indeterminada
(como quiere el mono)
pero que tiene una meta muy clara
(como desea el águila).

Y aunque me verás llegar
en una furgoneta de colores chillones,
rodeado de animales locos
y para más inri sin pantalones,
al menos sabrás que todo lo viajado
no tiene otro significado
que no sea
el de fundirme en tu abrazo.

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