martes, 22 de julio de 2014

23 de julio

Las catacumbas que oculta la vieja torre
tienen fama de que, en la noche,
surgen de ellas voces y ruidos
que no corresponden...

En esa torre se alojaba un hidalgo
en su autoimpuesto exilio.
Escuchaba las habladurías
con cierto escepticismo,
pero otorgando de la duda el beneficio.
Después de todo, ¿qué no había vivido?

La vida y las casualidades
parecían haberle llevado a habitar allí.
Pero nada extraño había ocurrido...
hasta que una noche de invierno,
sin encontrar explicación y motivo,
se halló dentro de las catacumbas,
en lo más profundo.

Alguien le llamaba, y el hidalgo acudió.
Esa fue la única explicación.
El amistoso guardia, custodio del portón,
no pareció reparar en su presencia
a pesar de cruzárselo en la bajada
y, posteriormente, en la subida.
El destino quería que lo hiciera.

Permaneció el hidalgo en las profundidades
durante la eternidad que dura un momento.
"No rechazar la ayuda a ser alguno".
No importaba qué, debía honrarlo.
Ese era su juramento...
Y a su pesar descubrió que era de aplicación
independiente de que el ser estuviera vivo
o muerto.

En las profundidades tuvo una revelación
que turbó su alma.
Recordó la profecía que recitó un espectro
cuando el hidalgo no era aún un hombre,
antes de las terribles noches de tormenta:
"Amarás a tres mujeres
que destacan entre multitud;
y tras ello tendrás un hijo...
no importa qué consigas,
él será mil veces mejor que tú".

Esas profecías habían sido desechadas como falsas.
Pues, tras la tercera,
el hidalgo había abrazado a mil muchachas
y había yacido con otras mil.
La profecía no tenía sentido, se decía...
realmente fue todo una ilusión
y las frases del destino no están escritas.
Mas en las catacumbas malditas,
en esa fría noche de invierno,
el hidalgo sintió el abrazo
de la fantasmagórica verdad
y hubo a su pesar de reconocerlo...

En ningún momento
había especificado
ese olvidado espectro
seguido de la oscuridad
que sus quedas palabras
hubieran de volverse realidad
en su tierra natal.

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