Mi motivo no fue otro que estar bastante aburrido
y, por pasar el rato, me lié a hostias con la vida.
Ahora tengo los nudillos pelados, la frente partida,
mucha tierra en la boca y el orgullo herido.
Aún no he aprendido a caer sin hacerme daño
pero tampoco sé rendirme y permanecer tumbado
mientras el árbitro cuenta hasta diez.
"Accidente común" reza el parte médico.
¿Común? Como si pudiera darle crédito
a cualquier cosa (cualquiera) que digan de mí.
Y aún en estas condiciones ensangrentadas,
¿me atrevo a hablarle de amor a una muchacha?
Podría haber acusado a todo el alcohol que bebí,
pero eludir la responsabilidad no es mi estilo.
¡Total, si el existir es tan divertido
que la vida, tras estrellar mi ceja contra la grava
me recoge y me deposita suave en una cama
donde al despertar lo primero que veo es su cara!
Y aunque todo puede que empiece y acabe
en un único momento de ternura,
esta vida en la que todo pasa
me deja otro bello recuerdo
que me sirve para compensar
el haberme regodeado
(durante tanto tiempo)
en el dolor del pasado.
Se han roto herrumbrosos los eslabones
que encadenaban mi alma al suelo
y vivo volando este presente...
asumiendo incluso gustoso el riesgo
de que, al aterrizar, vuelva a destrozarse mi frente.
Pues son MIS errores y son MIS aciertos,
no estoy dispuesto a renegar de ellos.
En esta decisión mía de no ocultar los sentimientos,
miro a la cara a mis peores vergüenzas...
y tras esa decisión, descubro que ya no me afectan.
(tras un juventud casi espartana),
descubra que soy callejero, carretero,
y hasta la peor acepción de caletero.
Desde hoy, en cada brillante amanecer,
en cada atardecer color pastel,
le mostraré al sol una nueva cicatriz
y, como pesado que soy,
le contaré la historia de cómo la conseguí.
Pero, al mismo tiempo,
evocaré para mis adentros
este mi nuevo y pequeño recuerdo feliz.
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