miércoles, 2 de julio de 2014

Opilión

Chile no es un buen lugar para los arácnidos.
Con el miedo que hay a las arañas de rincón,
no importa que uno sólo sea un humilde opilión...
o escapas o acaban contigo de un escobazo.

Por eso pensé que mi suerte había terminado
cuando se hizo la luz en esa fría habitación
y me encontré frente a frente con un humano
que pareció estudiarme un eterno momento.
Pero, simplemente, extendió su mano
y, con una caricia, me agarró suavemente
y me depositó encima de una mesa.

Luego me habló con una sonrisa irónica:
"Después de recibir durante una semana
únicamente visitas de espectros y fantasmas
(la reputación de estas torres es merecida)
es agradable ver un huésped de carne y hueso
o, en este caso, de carne y quitina.
Aunque me temo que mi arrendada casa
no es el mejor lugar para un artrópodo...
y quizás, tampoco para cualquier otro animal.
Como ves, en mi hogar, la temperatura glaciar
sólo es apreciada por los pingüinos emperador
que han encontrado su hábitat ideal en mi habitación.
Pero el ordenador portátil dará bastante calor
como para que te encuentres cómodo acá.
Yo también quisiera sábanas más cálidas
donde mis pies no acaben envueltos en témpanos
pero invitar a alguien para compartirlas
es lo único que se me ocurre como solución
y, por desgracia, me temo que no será hoy
cuando se llegue a esa situación."

Y con esas excéntricas palabras,
el humano me rascó los quelíceros
como si yo de un perro me tratara.
Luego cambió su camisa por un polerón
y me invitó solemnemente a participar
en lo que él había decidido llamar
"una velada degenerativa inesperada".
Eso significaba que su plan era caer en la cama
para ventilarse unos nachos con queso
y una tableta de chocolate entera,
acompañado todo de una cerveza negra
mientras escuchaba una música tan mala
que, aunque los opiliones somos sordos,
hasta a mí me daba vergüenza que sonara
(no me miren así, sé leer los labios
y por eso me enteré de qué hablaba el humano).

Aunque raro, reconozco que fue buen anfitrión.
"Ojalá seas de tipo omnívoro" -me dijo-,
"no creas que tengo comida para bichos."
 Y rompió en pedazos unos nachos y se fue,
 para después traerlos junto con orégano y miel
e invitarme con un ademán a comer.

Y mientras devorábamos nuestras viandas,
me quedé mirando al particular humano.
Me pregunté porqué no me había matado
de un vulgar zapatillazo
y, en cambio, me estaba dando de comer.
Como sintiendo mi confusión,
el humano respondió:
"¿Cuáles son las probabilidades
de que dos seres vivos cualesquiera
se encuentren un punto aleatorio
de este inmenso mundo?
¿Y si a eso le añadimos
la probabilidad condicionada
de que entablen relación?
Imagino que mínima, ¿verdad?
Pero si tú y yo nos hemos encontrado
(lo cual ya es un pequeño milagro)
y además hemos entablado relación,
¿por qué habría de ser ésta
el hacernos daño?"

Y después de cenar,
cuando la luz ya se apagó,
me quedé velando el sueño del humano
en la pequeña y fría habitación.
Aunque no es habitual la amistad
entre un hombre y un opilión,
al haberse producido ésta
sabe que, por pequeña que sea,
cuentas con mi bendición.


No hay comentarios:

Publicar un comentario