No sé cuanto habrá en ella de cierta
pero, en el pueblo, cuentan las viejas
que el campesino loco quiso crear
al espantapájaros perfecto...
y en su locura decidió que espantar
era algo similar a hacer el mal.
Así, construyó un armazón
con maderos y cuerdas robadas
a la vieja horca abandonada.
Y ese esqueleto de madera
lo cubrió con la vestimenta
-dicen- de ese desconocido
que fue asesinado en el sendero
aquella fría noche de invierno.
La cabeza no fue menos ruin;
era el último saco utilizado
para cubrir el rostro y la espera
de los condenados al garrote vil.
La boca era tan sólo
un tajo abierto en el cáñamo
con el mismo cuchillo
que abrió el cuello
de tantos cochinos...
Y los ojos, dos trozos de carbón
recogidos de una hoguera
que el mismo campesino loco prendió
en una noche de tormenta
y nadie en el pueblo cuenta
cual fue el ritual con el que animó
su horrorosa creación.
Hace años que el campesino loco murió.
Pero cuenta la leyenda
que, en las noches con niebla,
un espantapájaros se arrastra entre el cereal
y su horrible aullido llega hasta la aldea...
Pero lo que no cuentan las viejas,
lo que no quieren narrar en la aldea,
lo que ocultan esas historias de mierda
es que el espantapájaros aúlla al llorar de pena.
Llora lágrimas negras de sus ojos de carbón,
llora porque siente el mal pugnando en su interior
cuando él ni siquiera quiso ser animado ni lo pidió.
Llora porque le construyeron para crear terror
y le condenaron a no conocer otro color
que el de no poder amar ni poder ser amado.
Y llora porque ni siquiera es capaz
de hacer aquello para lo que fue creado...
No cuando una negra bandada de cuervos
se apiadó de él y las aves se convirtieron
en los únicos amigos que podrá tener
en su parodia de vida...
Llora esta noche en mi hombro
lo que necesites, espantapájaros.
Llora hasta que te hayas desahogado
y, cuando hayas descansado,
recuerda que llegarán otros tiempos...
un día en el que, a la luz del alba,
mil cuervos en una inmensa bandada,
te levantarán del suelo y, en volandas,
te llevarán hasta más allá del amanecer.
Hasta un lejano lugar donde no seas culpable...
sólo por ser.
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