Apoyada en el puente,
calle Loreto, dirección Baquedano,
bajo el sol o la lluvia, no importa...
Siempre apostada, siempre esperando.
Pero, pequeña ángel,
¿a quién esperabas ahí?
Aunque después no volviera verte,
no puedo creer que fuera a mí.
La tarde empezaba a perder su nombre
y mi abrigo apenas contenía el frío.
Tantas veces, al pasar por el puente,
nos habíamos visto y, sin embargo,
nunca nos habíamos contemplado.
¿Cómo es posible
que en una piel tan oscura
habiten unos ojos tan claros?
Fui, ante tus iris, un cervatillo
en la noche frente a unos faros.
Era como si estuviéramos a solas,
no sólo en el puente,
también en kilómetros a la redonda.
Pequeña ángel de piel oscura y ojos claros,
¿por qué, sin decir palabra,
acariciaste mi herida al colocarme a tu lado?
Puede que sólo seamos dos solitarios
perdidos eternamente en el Gran Santiago
pero ambos sabemos que la soledad
puede desvanecerse un momento
ahora que nuestras almas se tocaron.
Es curioso que ni un sonido
saliera de mi boca.
Y aún siento a veces curiosidad
por conocer el color de tu voz.
Pero sin necesidad de hablar,
supiste que a mí no me quedaba
corazón que poder entregar...
y yo sentí que todo el amor
que una vez llegaste a albergar
se encontraba desgastado.
Pero, pequeña ángel
de piel oscura y ojos claros,
eso no impidió
que, durante tantos minutos
nos prestáramos nuestros labios.
Nunca habría siquiera sospechado
que los ángeles pudieran
sentirse tan solos como los humanos.
Y tras ese beso silencioso
volvimos a mirarnos con gratitud,
con amabilidad...
por haber aliviado un eterno instante
nuestra mutua sensación de soledad.
La pequeña ángel
de piel oscura y ojos claros
quedó en el puente...
sospecho, quizás,
para no aparecer ya más.
Y yo, bajo el brillo de las primeras estrellas,
nuevamente comencé a caminar.
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