jueves, 4 de septiembre de 2014

Hada Gris

Lluviosa noche en Santiago.
El forastero levanta la mirada.
Podrían ser un signo aciago
esos rayos sobre Tobalaba...
Pero si lo fuesen, ¿qué importa?
Puedo estar calado hasta los huesos,
puede que me guste meterme en líos,
puede que hable mucho y a destiempo,
puede que mi libertino albedrío
me vuelva a jugar una mala pasada.
Todo eso antes me preocupaba.
Ahora, ya no tanto.
No tanto...
No, desde que conocí
en las brumas de esta ciudad
lo que parecía ser un hada gris
que desplegó sus alas ante mí
y me abrazó con ellas.

Preciosa hada gris,
sigo sin explicarme
qué viste en el forastero
para que le ofrecieras
techo, comida y consuelo...

Preciosa hada gris,
¿por qué aún a mi lado?
Si las gracias del forastero
a tus inmerecidos cuidados
fue abrir una grieta en su pecho
para que comprobaras
la oscuridad que había dentro...
Y, a pesar de ello,
junto a un corazón polvoriento
colocaste una perla brillante
que tira de mí hacia delante
aunque mis rodillas quieran doblarse.

Y pese a ser fría la madrugada
en el callejón más solitario
de la más problemática
comuna periférica de Santiago...
al escuchar una melancólica
canción de murga uruguaya,
el forastero encuentra las agallas
para seguir hacia adelante.
Pues mejor que nadie sabe
que el hada gris no le ha olvidado.

Preciosa hada gris,
si le hablara a alguien de ti,
pensaría que me he enamorado.
Pero eso sería simplificar demasiado...
¿verdad?
Pues, el hecho
es que con tu cariño reviviste el alma
del forastero
que vino hasta tu país con nada.

Preciosa hada gris,
por todo ello... gracias.

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