viernes, 3 de junio de 2016

GdP2: IV

Como guerrero y campeón de Nueva Ávila, me he enfrentado durante años a los más duros enemigos. He vencido a cientos de monstruos nacidos en el Caos y derrotado en la arena a decenas de campeones rivales. Sin embargo, reconozco que el paisaje que en ese momento me rodeaba conseguía sobrecogerme.

A mi espalda, la vegetación formaba un muro gris y deprimente de tortuosas ramas entrelazadas. Parecía acecharme, desafiándome a desandar el camino y amenazándome con la muerte si me atrevía a ello. El Bosque Maldito.

Enfrente de mí, una enorme y fría laguna que reflejaba el color plomizo del cielo. Un desapacible viento formaba diminutas olas que agonizaban en la orilla de negros guijarros. No podía ver la otra orilla, cubierta por una neblina que, poco a poco, iba haciéndose más y más densa. El Lago Nes

En el centro del lago, surgiendo de la tenue bruma, se alzaba un tétrico islote hecho de lo que parecían afiladas rocas de un sucio color blanquecino, aproximadamente tres veces más alto que ancho. El Peñasco del Dragón.

Y en la cima, presidiendo la descorazonadora escena, dos fantasmagóricos torreones rodeados de una arcana muralla derruida en varios sectores. El Reposo del Dragón.

Una visión ominosa, minimizada por el hecho de que el único sonido que se escuchaba en el lugar era un coro de lejanos maullidos. La Granja de Gatos.

-Sí, mi hermana Vicky es una fanática de los michos -comentaba Cafre en ese momento.
-Pero no hay manera de llegar al islote -dijo Rigoberta-. Y yo preferiría que Chencho no nos volviera a teletransportar tan pronto...
-¿Qué problema hay? Caminemos hasta el peñasco. La superficie del lago Nes en su zona más profunda no llegará a los tres centímetros.
-¡Me tomas el pelo!
-No, para nada. Como mi cuñado se encarga de matar a todo aquel que se interna por aquí, es algo que no suele saberse.

Efectivamente, así era. Comenzamos a andar y, chapoteando, fuimos acercándonos al Peñasco del Dragón.

-A las doce y cuarto, a unos cincuenta metros, puedo ver un cocodrilo -avisé mientras llevaba mi mano derecha a la empuñadura de mi espada.
-Ni se te ocurra -me dijo Cafre-. Ese es uno de los "gatitos" de Vicky.
-¿Qué?
-Estamos en el territorio de mi hermana y mi cuñado. Son sus reglas, no lo olvides. Si ves halcones, nutrias, terneros, ranas, panteras, golondrinas, lobos, mariposas, peces payaso, elefantes, periquitos, cerdos, boas, pinnípedos diversos, avestruces o varanos... da igual. Cualquier animal que veas aquí, al cuidado de mi hermana, son sus "gatitos". Cuantas menos preguntas hagas, mejor.
-Pero, esa "Granja de Gatos" de la que has hablado que tiene tu hermana... ¿significa que cría todo tipo de animales?
-No. En la granja de gatos cría gatos. Es obvio. El resto son sus "gatitos". De verdad, es mejor no entenderlo.
-¿Y cómo alimenta a tanto animal? ¿Cría "gatitos" para dar de comer a otros "gatitos"?
-Qué va. A los "gatitos carnívoros" los alimenta principalmente con palomas. Las palomas no son gatitos. Y cuando se le terminan las palomas, va a al supermercado de la esquina. Es saliendo del bosque maldito, por el tercer cementerio a la izquierda.
-Tu hermana fue una de las fundadoras del Comando Caprino -recordó Chess-. ¿Qué poder tiene, aparte de cuidar bichos?
-Es una ninja de primera categoría -respondió Cafre-. Tendremos que estar muy atentos para poder verla.
-¿Se camufla hasta el punto de volverse casi invisible? -me maravillé.
-Bueno, eso y que es muy bajita.

Llegamos hasta el Peñasco del Dragón. Un estrecho camino escondido entre las rocas llegaba a un enorme portón de madera maciza excavado en la roca. Cafre lo golpeó enérgicamente al tiempo que gritaba:
-¡Vicky! ¡Fer! ¡Somos Cafre, Chencho y unos amigos! ¡Abrid!

En respuesta a su llamado, el portón se abrió con un desagradable chirrido. Al momento, mi nariz se inundó con una mezcla de olores: almizcle, pienso, estiércol, incienso... Cruzamos el umbral y entramos a un recibidor bastante acogedor, decorado con muebles de época y una extensa librería. Varios gatos retozaban por el lugar. En el centro del salón, una mujer nos esperaba de pie y con expresión divertida. Cafre nos había comentado que su hermana ya había cumplido más de treinta años, pero aparentaba unos cuantos menos. Era una mujer atractiva de cabello rizado y moreno, aproximadamente de metro y medio de altura. Vestía unas ceñidas ropas de color negro; una cinta de cuero cruzaba su pecho y se unía a un ancho cinturón. De ambas prendas asomaban varios shurikens y kunais, una kusarigama, un par de nunchakus, otro par de tonfas, un ninjato y, sujeto a la espalda, un hanbo.

-¡Hola, peque! -saludó Cafre-. Chicos, esta es mi hermana Vicky.
-¿Chencho y Cafre unidos de nuevo? -preguntó Vicky socarrona-. Creí que no viviría lo suficiente como para verlo.
-Oh, sabes que Chencho es un buenazo y me lo perdona todo porque en el fondo me quiere -rió Cafre-. ¿Cierto, Chenchito?
-Aínda que me botes os cans ó rabo, léveme o demo se deixo o nabo...

Los ojos de Chencho, inyectados en sangre, se clavaron con furia en Cafre mientras sufría ese leve cortocircuito en gallego. Cafre, sabiamente, pasó veloz a otro tema.

-Peque, te presento a Herji, Rigoberta y Chess... son el motivo por el cual estamos aquí. Pero, ¿y mi cuñado? ¿Dónde está Fer?
-Arriba -respondió Vicky-. Vamos a su despacho, se alegrará de veros.

Vicky nos guió y ascendimos por unas escaleras en espiral hasta llegar a ese despacho. Era una sala pequeña, donde en un par de mesas se acumulaban libros, ordenadores portátiles, latas de cerveza vacías y hamburguesas a medio comer. Sonaba a todo volumen una música cañera que creí reconocer como "Chaos Metal".

Sentado frente a uno de los ordenadores portátiles, absorto en lo que fuera que mostrara la pantalla, se hallaba un ser único: Un hombre flaco y de aspecto desgarbado, con el cabello corto y oscuro, bigotito más unos pelos desordenados en su barbilla. Vestía únicamente con un pantalón vaquero y unas gafas... podía ser un hombre normal, pero de su frente surgían dos pequeños cuernos en espiral y dos alas verdosas, similares a las de un inmenso murciélago escamoso, decoraban su espalda... espalda que terminaba en una cola parecida a la de un dragón de Komodo. Sus manos eran más garras que manos, y tecleaban furiosas.  
Se trataba de "El Dragón del Lago Nes"... También conocido como Fer, el novio de Vicky y el cuñado de Cafre.
Estaba absorto tecleando mientras murmuraba cosas contra "la ultraderecha", otras cosas a favor de "los auténticos comunistas" y pensamientos tales como "que así a lo tonto, si hablamos de corrupción, habremos batido más de un récord de casos aislados" al tiempo que pequeñas llamaradas escapaban de su boca. En ese momento entendí porqué Cafre había pensado en él para enfrentarse a los invasores de Nueva Ávila... pero yo tenía mis dudas.

Ese extraño y maravilloso ser al que llamaban Fer me daba miedo. Mucho miedo.

-¡Cuñaooooo! -gritó Cafre-. ¡Cuñaete, cuánto tiempo!



Continuará...

martes, 12 de abril de 2016

GdP2: III


-¿Sabes la dirección de mi hermana? -le preguntó Cafre a Chencho.
-Por supuesto, voy a veces de visita -respondió el interdimensionador-. ¿Salimos ya?
-Sí. Transporte para ti, para cuatro personas adicionales y un pavo gigante.

Chencho cerró los ojos y alzó los brazos. Poco a poco, comencé a sentir un cosquilleo.
-¿Qué hace? -preguntó Rigoberta.
-No hay límite a la masa que Chencho puede "interdimensionar". Pero necesita, por decirlo de alguna manera, "sintonizarnos" a su frecuencia. Se ha teorizado que si dispusiera de un año completo, podría desplazar de tiempo y lugar una metrópolis completa. Chencho es mucho Chencho.
-¡Es Míster Transsssporterr para ti! -gritó Chencho.
-Que sí, Chencho, que sí... ¡si sabes que siempre te llamo así en la intimidad!
Chencho masculló algo ininteligible que parecía hacer mención a la abuela de Cafre.

Sentí el aire temblar y calentarse. Una enorme naúsea me asaltó e intensos temblores se adueñaron de mi cuerpo. Un estallido de brillantes colores cegó mis ojos y colapsó mis oídos.

Cuando recuperé mis sentidos, el paisaje había cambiado por completo. Nos encontrábamos ahora en la linde de un siniestro y oscuro bosque de altísimos cedros de hojas color negro y rojo, bajo un cielo púrpura.

Iba a decir algo, pero la naúsea volvió más fuerte y no pude reprimirlo. Comencé a vomitar. Por los ruidos que hacían mis compañeras Chess y Rigoberta, supe que a ellas les pasaba lo mismo.

-Sí -escuché hablar a Cafre-. Las dos o tres primeras veces es bastante desagradable, pero después el cuerpo se acostumbra.
-Exacto -dijo Chencho, mientras nuestros estómagos parecían no vaciarse nunca-. Es un efecto secundario y desagradable al ser interdimensionados. Cafre y yo ya pasamos en su momento por eso.
-Sí -asintió Cafre-. Lo único, que a mí me está dando mucho asco verles vomitar así.
-A mí también -reconoció Chencho-. De hecho, creo que...

No hablaron más. Chencho y Cafre empezaron a vomitar también.

Tras un rato, conseguimos recomponernos todos y nos internamos en el tenebroso bosque. Aunque no ayudó que Cafre comenzara a hacer chistes bastante escatológicos sobre la "maravillosa laguna maloliente" que habíamos creado entre los cinco y que, según él, se convertiría en un punto geográfico de referencia para las generaciones venideras...
Deseando cambiar de tema, pregunté donde estábamos y hacia donde nos dirigíamos.

-Nos encontramos en el bosque maldito que rodea el gran lago Nes -explicó Cafre-. En medio del lago se encuentra un gigantesco islote llamado el Peñasco del Dragón y, en su punto más alto, hay una fortaleza llamada el Reposo del Dragón. Ahí viven mi hermana y mi cuñado, y es allí donde nos dirigimos. La interdimensionalidad de Chencho tiene un margen de error de unos pocos kilómetros, así que nos va a tocar caminar un trecho.

Chess, Rigoberta y yo palidecimos.

-¡Espera un momento! -grité al tiempo que agarraba a Cafre del brazo-. ¡Todo el mundo conoce el Peñasco del Dragón! ¡Nadie que llegue a ese lugar sale vivo! ¡Es imposible que tu hermana y tu cuñado vivan allí!
-¡Oh! ¡No es imposible! -rió Cafre-. Mi cuñado es el dragón, ¿sabes? Lo de que la gente la palma cuando llega al peñasco, es porque mi hermana y mi cuñado son un poco antisociales.
-¿Qué cojones...?
-Mi hermana Vicky se retiró de la vida aventurera y montó una granja de gatos. En cuanto a Fer, mi cuñado... Una explosión caótica hizo que le salieran alas, cola, garras, cuernos, unas cuantas escamas y desde entonces puede escupir fuego a voluntad. Ahora se dedica tranquilamente a programar videojuegos de rol en su fortaleza. Extrañamente, desde que sufrió la transformación que le dejó hecho medio dragón, Vicky lo encuentra aún más atractivo...
-¡Pero eso es bestialismo! -se escandalizó Rigoberta.
-Ay, cómo se nota que casi no habéis salido al mundo -dijo Cafre-. Yo antes era heterosexual puro y duro, pero casi todos los aventureros terminamos volviéndonos pansexuales en este mundo caótico. Pero pansexuales en el amplio espectro, ¿me entiendes?
-No. No te entiendo.
-Es fácil. Primero te fijas sólo en las chicas humanas. Pero a base de vivir aventuras, conoces a sensuales vampiresas muertas vivientes que aún no se han terminado de descomponer, o mujeres que son mitad humanas y mitad animal de feroz atractivo... De ahí a fijarte en animales inteligentes, sólo hay un paso. Y poco a poco vas probando cosas nuevas... monstruos cuyo género no está tan bien definido, seres hermafroditas, constructos o especies que no se ciñen a lo de hombre y mujer, si no que tienen más de siete géneros distintos (lo cual les complica un poco la reproducción)... Una vez mantuve una relación amorosa con una ameba gigante que tenía una personalidad encantadora. Aun la recuerdo con cariño. Cuando llevas tanto tiempo en este mundo tan cambiante... bueno, quieras o no, cambias con él.
-Si quieres mi opinión-intervino Chencho-, yo creo que tú, desde mucho antes, ya llevabas el caos dentro de ti...

Con los ojos abiertos como platos, inconscientemente, me alejé unos pasos de Cafre. Cafre me miró con expresión socarrona.
-Quédate tranquilo, Herji. No voy a fijarme en ti. No me atraes lo más mínimo ni tengo intención de llevarte a la cama. No me pones.
-¿Qué? -pregunté sin entender.
-Pues eso. Que una cosa es que yo sea pansexual de amplio espectro y otra muy distinta que me sienta atraido por todo lo que se mueva o permanezca inmóvil. Y tú, como que no.
-Espera, ¿por qué no? ¿Qué defecto tengo?
-No se trata de defectos, se trata de que no hay feeling, no hay tensión sexual entre nosotros, no me despiertas la libido para nada...
-¿Me estás diciendo que te liaste con una ameba gigante y yo no te atraigo lo más mínimo? -pregunté.
-Exacto. Pero, ¿por qué coño estás dolido? ¿Es que tú quieres algo conmigo?
-¡No! -chillé escandalizado.
-¿Entonces? ¿Qué te pasa?

Me quedé pensando largo rato. La verdad, ni tuve ni tengo respuesta que explique porqué mi orgullo se sintió herido en ese momento.

-¡Ya! -gritó Chencho-. Dejemos las charlas sentimentales metafísicas para después. ¡Hemos llegado al lago Nes!


Continuará...

jueves, 10 de marzo de 2016

GdP2: II


-Aquí tenemos dos problemas -decía Cafre mientras guardaba sus distintos enseres en las alforjas del pavo gigante y en su mochila rápida y, aparentemente, sin orden alguno-. El primero, es que vamos a necesitar ayuda para derrotar a esos putos tradicionalistas. Una cosa es enfrentarse a las hordas caóticas, que pueden incluso colapsar sobre sí mismas... otra es luchar contra unos tipos organizados y fanáticos y enamorados del antiguo régimen. Les conozco bien, he dado de hostias a unos cuantos de esos grupúsculos. Se organizan en unidades militares y son unos pesados. Por suerte, tengo varios candidatos a aumentar nuestro grupo.

-¿Y el segundo problema? -pregunté.

Cafre hizo un gesto abriendo los brazos.

-Este jodido universo -respondió-. ¿Cómo crees que podemos viajar hasta una tierra tan relativamente lejana? Vosotros me habéis encontrado gracias a la magia de Carol, pero en este mundo donde en cualquier momento nos arriesgamos a que una bruma caótica cambie carreteras, montañas y llanuras por abismos infinitos u océanos de pelotas de colores... no, necesitamos una brújula. Por suerte para vosotros, tengo la solución. Poco después de la disolución del Comando Caprino, hice equipo con un "interdimensionador".

Miré a Chess y a Rigoberta. Ambas se encogieron de hombros.
-No sé qué es eso -reconocí.
-No me extraña. Hay muy pocos interdimensionadores. Son criaturas capaces de romper las reglas de tiempo y espacio en finas hebras. Y haciendo eso, pueden viajar por esas hebras a otros tiempos, otros lugares, otras dimensiones, otros universos... independientemente de si energías caóticas, mágicas, electromagnéticas, fiscales o psíquicas están presentes o no.
 -¿Es como un teletransportador glorificado? -pregunté confuso.
-Algo así -sonrió Cafre-. Termino de guardar todas mis cosas, me visto y os lo muestro.

Así lo hizo. Se puso una camiseta de color marrón (ignoro si ese era su color o era por la suciedad), una chupa desgastada de cuero negro y se ajustó una bandolera, un cinturón con varias bolsas enganchadas y una funda de pistola. Del bolsillo de la chaqueta sacó una especie de pequeño cubo metálico con un botón rojo en uno de los lados... y lo apretó.

Un olor acre comenzó a percibirse mientras sentíamos nuestros cuerpos cargándose de energía estática. Un ligero zumbido, apenas imperceptible, se fue haciendo más y más fuerte hasta ser molesto al oído. Y tras unos segundos, una figura se materializó de la nada frente a nosotros.

Era un hombre que rondaría los treinta años, moreno, de cara bonachona bien afeitada y unas pequeñas gafas que le daban un aire intelectual. Debía ser algo parecido a un ciborg, pues en su sien derecha tenía implantado una especie de cable que conectaba con una aparatosa hombrera repleta de interruptores y fusibles. Vestía un extraño traje de color negro brillante salpicado con parches metálicos aquí y allá, con unos guantes, botas y cinto que parecían ir a juego con la hombrera.

El recién llegado nos miró extrañado... hasta que posó su mirada en Cafre.

-¡Cafre! ¿Tú otra vez? ¡Me has convocado cuando estaba a punto de presenciar en directo la caída de Troya a manos de los guerreros zulús en el año 2.086! ¿Por qué me has llamado? ¡Sabes que es peligroso colmar la paciencia de Míster Transsssporterr!

En ese momento, reconocí su acento como el de la isla llamada Neo Tenerife del Caos del Niño Jesús.

-Ya, ya, Chencho... sé lo único y maravilloso que eres -replicó Cafre con aire despectivo-. Mira, tío, necesito tu ayuda. Necesito reclutar a varias personas y no puedo permitirme el lujo de que cuando esté a punto de llegar, una llamarada caótica me haga aparecer en el otro extremo del mundo, o algo peor.
-¿Y por qué debería ayudarte? -preguntó Chencho, receloso.
-Me lo debes. Recuerda que yo te ayudé a ti cuando el asunto del deshilachamiento del ganchillo interestelar que provocaste -respondió Cafre.
-Ummm... es cierto... pero siempre que me junto contigo, termino teniendo problemas.
-¡Eso es mentira!
-Paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia que, según quedó maltrecho aquel con quien combatisteis, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad, y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel, que nos ha de sudar el hopo.

Chess, Rigoberta y yo nos miramos extrañados.
-¿Perdón?

El tal Chencho no pudo disimular una mueca de ira.
-¡Esto es por culpa de Cafre! -gritó.
-Eso es una exageración... realmente fue que Chencho y yo estábamos luchando codo con codo contra un ejército del Caos y por mala fortuna le alcanzó un disparo que afectó sus chips de coherencia, lo que le provoca cortocircuitos y...
-¡Me disparaste tú!
-En el calor del combate... el fuego amigo... los daños colaterales... ya se sabe...
-¡Ya había terminado la pelea!
-Te debí confundir con un enemigo en la lejanía...
-¡Me disparaste a bocajarro!
-Fue un descuido sin importancia por la tensión del momento... un error imposible de predecir... una nimia equivocación...
-¡Estabas borracho!
-Joder, si nos ponemos quisquillosos, va a parecer que el disparo hubiera podido evitarse...

Chencho tomó aire de manera ostentosa, intentando no estrangular a Cafre.

-Bueno, ¿qué? ¿Nos vas a ayudar?
-Sí, pero será la última vez. Y después de esto, estaremos en paz. ¡Y no te volveré a ver! ¿Entendido?
-¡Por supuesto! -se alegró Cafre-. ¡Ese es el espíritu! ¡Compañeros hasta el final!

Chencho miró con ojos asesinos a Cafre.
-¡Empecemos cuanto antes! -gruñó el "interdimensionador"- ¿Cuál será el primer destino?
-Podríamos hacer una visita a mi hermana y mi cuñado... ¡estoy seguro que ellos se apuntan a un bombardeo! -respondió Cafre aplaudiendo.

Chess, Rigoberta y yo nos miramos sin decir nada.

(próximo episodio: ¡Reunión Familiar!)

jueves, 28 de enero de 2016

GdP2: I


En el registro de la academia militar de Nueva Ávila, mi nombre oficial consta como Hernández Jiménez. Para abreviar, todos me llaman Herji. No me gusta ese diminutivo... pero me he acostumbrado con el tiempo. Yo soy el campeón de mi pueblo. El mejor combatiente de mi tribu. Mas, a pesar de todo, no soy capaz de salvar a mi gente. Por ello, he caminado miles de kilómetros, he superado decenas de obstáculos y vencido a cientos de enemigos… Y no estoy solo. Me  acompañan en este peligroso viaje mis tres mejores amigos.

Y todo ello para encontrar al único ser en este mundo que puede salvarnos a todos.

No conozco de él más que relatos. Y en esta tierra cambiante, donde los continentes cambian cada día de forma y tamaño, donde bosques monstruosos y montañas vivientes aparecen y desaparecen como la niebla matutina, donde el mismo tiempo se retuerce sobre sí mismo, donde las fuerzas del Caos reinan supremas… sólo tengo una manera de encontrarlo. La magia.

Hace ya lo que me parecen siglos, en mi amarga búsqueda de alguien que pudiera ayudarme, conocí a una aventurera llamada Carol. Era una poderosa hechicera que controlaba las fuerzas elementales y había pertenecido al legendario Comando Caprino, probablemente el mejor grupo de combate que haya existido jamás en esta tierra oscura. Al principio pensé que la propia Carol sería la persona que libertase a mi gente, pero ella misma me convenció de que no era así. Carol conocía a la persona indicada, había luchado durante años al lado de tan formidable guerrero. Y conjuró un hechizo para que yo lograra encontrarlo...

Encontrar al salvador de mi pueblo.

Durante muchos días, muchos ocasos y muchas noches, caminamos guiados por una fuerza invisible. Y hoy, el hechizo se ha desvanecido. Lo hemos encontrado.

Estamos en un páramo desolado, con enfermizos brotes de hierba naranja aquí y allá. Las ruinas de una antigua ciudad humean a lo lejos. Los restos de una hoguera y un saco de dormir sin recoger, con diversos enseres desperdigados a su alrededor (un cepillo, una tartera vacía, una linterna, una navaja multiusos, varias revistas eróticas, una escopeta recortada, un estuche, un collar de orejas humanas, un bazooka, un chándal viejo, un chaleco antibalas, unos calzoncillos rosas sucios, una mochila, un abrigo color verde caqui con multitud de bolsillos, un surtido de mecheros, una pistola automática, un cuaderno de dibujo, unas botas desgastadas y el tomo “H-J” de una enciclopedia, entre otros) me indicaban que había llegado a mi destino.

Sin embargo, nunca creí que “el supuesto salvador de mi pueblo” sería un hombre de unos treinta y tantos años, feo, no demasiado musculoso, de cabello canoso y largo hasta casi la cintura, perilla de chivo también cana, con toda su piel tostada surcada de horribles cicatrices y quemaduras…

y completamente desnudo y ocupado, al parecer, en enseñarle a bailar el “waka-waka” a un sanguinario pavo gigante de casi tres metros de altura. 

-¡Qué no, pavo! ¡Qué no! –chillaba- ¡Tienes que menear más el culito! ¡Así!

El supuesto salvador de mi pueblo” estaba tan embelesado en su tarea que ni se había enterado que ya no estaba solo, y para dar más énfasis a sus palabras, puso su peludo trasero en pompa y comenzó a “menearlo” en nuestra dirección. 

-¿Lo ves, pavo? ¿Lo ves? ¡Tienes que poner el alma en el movimiento! ¡Cadera-cadera-culito! ¡Levanta esas plumas, coño!

-Esto… -comencé a decir.

El supuesto salvador de mi pueblo” quedó como paralizado y lentamente dio media vuelta y se nos quedó mirando con cara.... bueno, su cara no es que reflejara una gran inteligencia, en realidad…

Uno por uno, nos observó detenidamente. A mí y a cada uno de los miembros de mi equipo.

Me miró a mí, Herji. Quiero creer que admiró mi cuerpo musculado, protegido por un conglomerado de cuero y malla de acero. Me quité mi espléndido yelmo, tallado de manera que asemejase la cabeza de un lobo, y que así “el supuesto salvador de mi pueblo” pudiera mirar fijamente mis oscuros ojos, y que nuestras dos almas guerreras pudieran encontrarse y reconocerse como iguales...

Sin embargo, antes de que su mirada se cruzara con la mía, él ya estaba mirando detenidamente a mis dos compañeras.

Y no sólo creció su curiosidad.

Rojo como la grana, el supuesto salvador de mi pueblo recogió rápidamente los calzoncillos rosas y sucios del suelo, se los puso en un fugaz movimiento y después hizo lo mismo con el pantalón del chándal. Cubiertos ya sus bajos, se dirigió a nosotros con unas... esto... inspiradoras palabras...

-¡Me cago en el hijo malparido del cura preñado de mi puto barrio! ¿Es que no tenéis mundo que explorar? ¿Es que no tenéis bosques, montañas, ríos, abismos y baretos de mala muerte donde perderos? ¿Es que no tenéis aventuras que vivir y piernas que perder? ¡No! Tenéis que venir al páramo más desolado y solitario que existe (al menos hasta que vinisteis) en este puñetero mundo. ¡No había otro! ¡No había otro páramo solitario y desolado más que este desolado y solitario páramo, precisamente el páramo desolado y solitario que yo había elegido por ser el más desolado y solitario, hasta el presente momento, pues sigue siendo desolado, pero ha dejado de ser solitario! ¡Joder! ¿Se puede saber qué mal os he hecho yo? ¿Os he hecho yo algo? Pero cuánto cabrón suelto...

-Eres el supuesto salvador de mi pueblo –respondí con un hilo de voz.
-¿Cómo? –preguntó sorprendido.
-Eres el supuesto salvador de mi pueblo –respondí con voz más fuerte.
-No, no… eso lo he escuchado. Es sólo que… ¿supuesto salvador de tu pueblo? ¿Salvador? ¿Yo? La última ciudad que me contrató para “salvarla” es esa que humea en el horizonte… ¿tú estás seguro de lo que dices?
-Creo… creo que sí… -respondí atónito.
-Pero vamos a ver, alma cántaro –dijo “el supuesto salvador de mi pueblo”-. ¿Cómo has llegado a la conclusión de que yo soy el supuesto salvador de tu pueblo?
-Bueno, Carol creía que…
-Para el carro. ¿Carol? ¿Te refieres a la Carol que yo conozco? ¿A mi antigua compañera del Comando Caprino?
-Sí…
-Pues te ha tomado el pelo, chaval. Carol es mil veces más poderosa que yo, y si no ha salvado ella a tu pueblo, habrá sido por vagancia. Y probablemente te habrá mandado a buscarme porque le divierta la idea de…
-¡Pero tú eres Cafre! –grité, llamándole por su nombre-. ¡Eres miembro fundador del legendario Comando Caprino! ¡Eres el hombre que venció a Némesis! ¡El que conquistó el Torreón del Mago Pájaro! ¡El héroe del Paraíso Tropical de las Mujeres Gatas! ¡El que ganó tres veces el torneo del Fútbol Total contra los Campeones Caóticos con tres equipos diferentes! ¡Con el propio Comando Caprino, con las Mariquitas Futboleras y con el Patíbulo Murcia Fútbol Club! ¡Nadie podrá nunca superar todo eso!
-Sí, sí, todo eso es cierto… -me respondió Cafre con desdén-. Pero también soy el que destrozó el Bastión Rojo y Negro, el que fue exiliado de la Corte de Fuenlabrada por anegar el sector oeste de cagadas de pavo, el que causó la disolución del propio Comando Caprino, el que incendió “presuntamente” de manera accidental el baluarte rebelde de Teruel Post-Caos, el que ha sido declarado varias veces “persona non grata” en el Paraíso Tropical de las Mujeres Gatas y también el jugador que fue expulsado en la última final de Fútbol Total, jugando con los Tigres Sin Rayas, por decapitar a cuatro jugadores contrarios, al árbitro, a una animadora y a tres jugadores de mi propio equipo. ¡No soy el héroe que buscas! –cogió aire- Y además, ¿quién coño sois?

Suspiré. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.

-Yo me llamo Herji. Soy el campeón de la tribu de Nueva Ávila, y el elegido por mi pueblo para buscar a su salvador. Soy un guerrero capaz, puedo probarlo. Maestro en todas las disciplinas del ninjitsu, experto en el arte de la espada y también en combatir desarmado. He vencido a…
-Tú me importas un pito, preguntaba por ellas -me interrumpió Cafre, señalando a mis dos compañeras.

La bella Chess adelantó un paso, retiró la capucha de su cabeza, dejó caer su larga melena azabache y saludó. Con su falda de tela negra, un corpiño de cuero y una larga capa oscura, pareciera que el mismo misterio cubriera su pálida piel.
-Me llamo Chess. Soy una nigromante.

Rigoberta, tan opuesta a Chess, con su cabellera rubia, su piel tostada y sus grandes ojos azules, vestida con una ceñida túnica blanca, saludó dulcemente:
-Me llamo Rigoberta. Domino la magia de la curación.

Por último, mi compañero y hermano de armas Machu saludó marcialmente, haciendo tintinear los remaches de sus arreos bélicos.
-Mi nombre es Machu. Tengo el poder de regenerar mi cuerpo.

-¡Ni de coña! –chilló Cafre agarrándome de la pechera- ¡Una nigromante, una sanadora y un regenerador! ¿Sabes lo que eso significa, bakayaroo? ¿Es que nunca has leido un tebeo de superhéroes, una novela de fantasía o un manga de ciencia-ficción? El guionista va a machacarnos sin piedad, porque sabe que por muchas heridas sangrantes, mucho flotar en el túnel, mucha diarrea asesina o muchos tajos desmembradores… ¡da igual! ¡Da igual! ¡Da igual porque sabe que siempre nos van a curar, a revivir o a regenerar! ¡Esto no va a ser una aventura, esto tiene pinta de convertirse en una puta novela sadomasoquista!
-Pero… -intenté replicar sin comprender nada.
-¡Te lo demostraré! –chilló Cafre.

Y agarrando la escopeta recortada que había en el suelo, en un movimiento relámpago, “el supuesto salvador de mi pueblo” disparó y le voló la cabeza a Machu. Su cuerpo cayó a plomo al suelo, manando sangre.

-¿Lo ves? –siguió chillando- ¡Esto es lo que pasa! ¡Ahora se regenerará y se habrá llevado un tiro para nada! ¡Por simple morbo!
-Machu no puede regenerar una herida tan grave en la cabeza –repliqué aterrado en un murmullo, mientras contenía las lágrimas.
-¡No pasa nada! –gritó histérico Cafre-. ¡Porque tu amiga la curadora le sanará la herida, justo a tiempo de recibir otro balazo!
-Pero la ha palmado –susurró Rigoberta, con los ojos desorbitados-. No puedo curar a quien ya está muerto…
-¡No pasa nada! –siguió gritando Cafre-. ¡Porque la nigromante lo va a revivir de todos modos!
-Sólo puedo crear muertos vivientes –replicó Chess, aterrada-. Te has cargado a Machu y sólo puedo hacer de su cuerpo un zombi sin cabeza…
-¡No pasa nada! Porque… porque…

Cafre calló en ese momento y se nos quedó mirando a los tres. Su ceño se arqueó mientras Chess y Rigoberta rompían a llorar y en mi propia garganta se hacía un nudo.
-Pues… lo siento mucho… -dijo Cafre-. De todos modos, creo que os hecho un favor. Ese tal Machu tenía pinta de traidor, ¿eh?

No pude evitarlo. Comencé a llorar desconsoladamente.

En un intento de disculparse con nosotros por matar a nuestro compañero, Cafre aceptó escuchar nuestra historia (aunque advirtió que no se uniría a nosotros ni loco) e incluso se ofreció a prepararnos algo de comida (un nauseabundo plato que él llamaba “vísceras de sectario acribillado”; Cafre juró por su conciencia que el ingrediente principal era el repollo).

-Mi tribu, Nueva Ávila, ha sido invadida -expliqué.
-Me la suda –respondió Cafre-. Eso es lo que hacen las fuerzas del Caos. Invadir. Pero, como es su naturaleza, cambian a mejor, luego a peor, luego desaparecen, luego reaparecen… todo pasa.
-No han sido las fuerzas del Caos –respondí.
-Me la trae floja –Cafre negó con la cabeza-. ¿Salteadores humanos? ¿Rebeldes renegados? ¿Bandidos? En vez de a mí, contrata a unos cuantos mercenarios y escupid plomo. Problema solucionado.
-No es ese tipo de problema –le dije.
-¿Cucarachas? ¿Pulgas? ¿Piojos? Hazte con una buena provisión de insecticida. Cuando vuelvas a tu pueblo, la invasión será historia.
-¡Que no! –grité desesperado.
-Pues chico, no se me ocurren más invasiones… no será tan grave. Pero vamos, que sea lo que sea, no pienso ir con vosotros.
-¡Mi tribu era una aldea pacífica, familiar y anárquica! ¡Y ha sido invadida por un grupo militarmente organizado de nostálgicos del antiguo mundo! ¡Quieren reinstaurar el uso del dinero, los partidos políticos, la burocracia, los visados para inmigrantes, los contratos por obra y servicio, los intereses bancarios y hasta el festival de Eurovisión!

Cafre palideció.

-Hijos de puta… no son capaces de dejar que las mareas caóticas sigan su curso… ¡No puedo consentirlo! ¡Agarraos los machos, gente! ¡Nos piramos! ¡Vamos a meterles espadas de bronce por el culo a esos cabrones hasta que escupan esculturas de Rodin!

En ese momento, muy a mi pesar, asumí que Carol tenía razón. Este lunático era perfecto para esta misión.

Era el perfecto salvador de mi pueblo.


miércoles, 27 de enero de 2016

Guerra de Pavos 2: Introducción

Me resulta tan difícil creerlo… todo se ha ido. Todo. Ya no existe. No hay Fuerzas del Caos. No hay ocasos eternos. No hay una alteración bizarra y surrealista en nuestra civilización, no hay monstruos saliendo de desagües rotos, no hay gallinas gigantes corriendo por páramos desolados, ni cuervos parlantes, ni ridículos mutantes por doquier, ni…

No. Todo se ha ido. Todo se ha marchado. El mundo ha vuelto a ser normal. Sospecho que algún estúpido rebelde ha descubierto la manera de despedir las Fuerzas del Caos de nuestro mundo. Todo vuelve a ser como antes. Todo.

Miro el amanecer a través del sombrío cristal de un tren. Me miro a mí, con traje, corbata y bien afeitado, en dirección a la oficina. Miro a mi alrededor. Una multitud de gente apretujada y con cara aburrida y somnolienta, leyendo grises noticias en grises periódicos que hablan de gente muriendo por la indiferencia de otros, sin querer pensar en cómo la gris rutina les devora a ellos.

Esto no debería ser así. O, mejor dicho, sí debe ser así. Pero durante un tiempo, no lo fue. No debería serlo.
Las Fuerzas del Caos entraron en nuestro mundo y lo convirtieron en algo distinto. Pero no peor. Nunca peor. Yo era un guerrero. Ahora no sé lo que soy.

Y lo más inquietante, no sé porqué soy el único que puede recordarlo. Mis amigos han vuelto a como eran antes. Creen que siempre han vivido aquí. Ni siquiera los que mutaron. Y yo he intentado transformarme de nuevo, miles de veces. Nada ha pasado. Nada ha ocurrido.

Me siento solo.

Me siento tan solo…

Grité una maldición al despertar. Miré a mi alrededor. Un extenso páramo desolado. Yo estaba dentro de un viejo saco de dormir, tumbado en un lecho de hierba anaranjada, arropado por un rojizo cielo decorado de nubes violáceas y bandadas de pteranodones. En el horizonte, sólo son distinguibles las ruinas humeantes de una antigua ciudad. A mi lado, un enorme pavo de dos metros y medio de altura dormita con cara de mala leche. Un poco más lejos, los cadáveres medio devorados de tres mapaches cornudos gigantes y el cuerpo descabezado de un sectario propagandista son el mudo aviso de que mi pavo y yo no somos tan gentiles como parecemos.
-Qué pesadilla tan horrorosa –murmuré-. Por un momento, creí que todo había dejado de ser normal…

Y, suspirando, me acomodé en mi saco de dormir y cerré los ojos.

miércoles, 8 de julio de 2015

Barra de Metal

Aún me viene el recuerdo
de aquellas tardes en el pueblo;
en la vieja, apartada casa de los abuelos,
rodeada de campos de trigo y un sendero
que conectaba con la carretera al centro.

Siempre pensé que eran temores de niña
cuando, por el rabillo del ojo, creía ver
escondida en el cereal una oscura figura
moviéndose amenazadora, lenta, furtiva...
alrededor de la casa, casi sin mover una espiga.

Yo lo achacaba a mi imaginación,
a una ilusión óptica, al viento
o al tenue movimiento
de un zorro, un lince o un tejón.

Pero, ¿por qué también mi mamá
quedaba largo rato mirando el cereal
y parecía a veces temblar?

Yo siempre encontraba una solución
y descartaba preocupar a mi abuelita
con esas historias sin explicación.

Sin embargo, todo cambió
el último día de unas vacaciones.
Una tarde que fijé mi atención
en una de las muchas fotos
que decoraban un mueble del salón.
En una fotografía antigua
donde aparecía un joven;
no sé si apuesto, de melancólica expresión.
Y aunque había muchos más retratados
que yo no conocía,
fue por éste que pregunté a mi abuelita.

Mi abuelita...
Su expresión, siempre afable,
vi por primera vez como cambió
a una sombra de tristeza y de dolor.
Tras un breve suspiro, me habló:

"Fue hace muchos años, mi hijita.
Yo sólo tenía unos pocos más que tú,
cuando tuve que elegir entre dos pretendientes.
Uno era el hijo del terrateniente;
apuesto, de ojos grises, voz tierna e inteligente.
Pero, profundizando tras su rostro siempre sonriente
sólo hallaba desprecio, temor, odio y rencor.

El otro era extraño, solitario, hijo de forasteros...
siempre descuidado, torpe hablando y caminando.
Pero tras su mirada gris y triste era fácil apreciar
que nadie en este mundo podría quererme más.

Sus ojos sinceros me cautivaron.
Yo tuve clara mi decisión.
Durante dos semanas justas
no hubo pareja más feliz que nosotros dos.

Y eso, el hijo del terrateniente no lo soportó.

El decimoquinto día,
cuando yo me dirigía
a encontrarme con mi amante,
una mano fuerte y ruda tapó mis labios;
otra, a la vez, inmovilizó mis brazos.
Me raptaron.

Amordazada y maniatada,
sin poder hacer nada,
me obligaron a ver, escondida en la distancia,
como el hijo del terrateniente
llegaba hasta mi enamorado,
le saludaba y le susurraba algo...

Lo que le dijo,
yo no lo supe hasta un tiempo después...
que yo, su primer amor verdadero,
había sido regalada a un rufíán
apodado Carnicero...
conocido en el pueblo por diversos altercados
y por haber atacado a dos muchachas
a las que, después, había violado.

Esos, mis queridos ojos tristes, se oscurecieron.
Mi adorado saltó sobre el hijo del terrateniente,
las manos que tantas caricias me regalaron
se crisparon de furia, horror y miedo.
Una se cerró sobre el cuello
del hijo del tirano.
La otra cayó una y otra vez
sobre el que había sido un hermoso rostro,
hasta que de él sólo quedó
sangre, heridas abiertas,
carne sanguinolenta.

Y yo lo vi todo.

El hijo del terrateniente perdió un ojo,
un tímpano, el labio inferior, toda su apostura.
Y tardó un año en no necesitar ayuda
hasta para cambiar de postura.

Mi amado no se detuvo en eso.
Llegó hasta la cabaña de Carnicero
sujetando en las manos una barra de hierro.
Y encontró que el bandido
no me había tocado un pelo.

El plan del hijo del terrateniente se había ejecutado,
quizás, con demasiada perfección...
Yo fui obligada a ver como esos bellos ojos tristes
ocultaban una bestia en su interior.
Todos pensaban que yo no podría soportarlo.
Carnicero rió, creyendo a su rival devastado.

Pero la derrota convirtió de nuevo a mi amado
en una furia de adrenalina, de rabia, de locura...
Y ante mis ojos desorbitados
la barra de hierro se alzó.

La muerte de Carnicero fue lenta y brutal.
Y cuando mi adorado se alzó ensangrentado,
me miró...
Nunca volví a ver tal expresión de culpa y pesar.

Mi amado de ojos tristes huyó.
Yo le grité desesperada que volviera,
que todo lo sucedido me daba igual,
que no me dejara sola,
que todo le podría perdonar...
Pero...

Pero él no se perdonó.

Nunca regresó.

Con el pasar de los años superé el dolor.
Conocí a tu abuelo, me volví a enamorar.
Pero esos ojos tristes, no los podré olvidar.
No sé si está vivo o muerto pero,
llámame tonta, a veces me parece verlo en el trigal.
¿Quién sabe?
Quizás sea él. Quizás sea su espectro.
Me gusta creer que aún me cuida,
como un salvaje ángel guardián."

Mi abuelita miró con cariño la fotografía.
Yo no sabía qué pensar.
Esa noche terminaban mis vacaciones
y nos despedimos de los abuelos.
Pero no sé porque, ya en el coche,
una extraña sensación al poco de arrancar
me hizo girar la cabeza y mirar hacia atrás.

Pude ver claramente cómo en el sendero,
en medio del trigal,
una figura humana y oscura
nos miraba marchar.

Un rayo de luna
hizo brillar en su mano
un destello enfermizo...
Un reflejo que, quizás,
proviniera de una barra de metal.

lunes, 16 de febrero de 2015

La Bruja y yo

La luna llena brilla enorme y dorada sobre el horizonte,
allá donde se pierden las luces de esta enorme ciudad.
Y yo disfruto la vista y pienso que, por cada luz,
debe haber toda una historia detrás...
Veo e imagino. Tampoco puedo hacer mucho más.
Porque, siendo sincero, no tengo idea de como bajar.

"¿Cómo has llegado acá?" -pregunta la Luna divertida.
Suspiro antes de contestar:
-Pues el tema es que aquí, en Chile, me gano la vida
vendiendo de puerta en puerta insumos de repostería.
Por eso, cuando vi una casa hecha toda en golosinas,
pensé: "esta es la mía".

Pero...
la mujer que atendía no trabajaba la repostería.
Como en el cuento, la vieja era adicta a la brujería
y creyó que era bueno el planteamiento:
Una casa de dulce como cebo
para atraer a niños lelos
y, acto seguido, comerlos.
La pobre no sabía que también atraía a los comerciantes
que vendemos papel de azúcar o colorantes vegetales.

Mas la bruja (de Salamanca) no me convirtió en su bocado.
Al contrario, al escuchar mi mercantil alegato
acerca de fotografías comestibles y tintas para aerógrafo,
fuentes de chocolate fundido y pendones publicitarios,
se convenció de que yo era el aprendiz de brujo
que ella había estado durante siglos buscando.

Así, la muy loca ejecutó un sortilegio
y detuvo por completo el tiempo.
Durante lo que me pareció un milenio
me enseñó hechizos, pociones y encantamientos.
O le puso empeño, al menos...

Porque a la hora de invocar un familiar, por ejemplo,
tuve que realizar varios intentos.
Primero llegó un gato de religión cristiana
que de brujería no quería saber nada;
luego un murciélago con miedo a la oscuridad;
un cuervo criado por gorriones de ciudad
e incluso una filosofal y pensativa llama.

Tampoco presté mucha atención
a las clases de "conjuros de amor".
¿Para qué? Si puedo abrazar cada día
a la muchacha más linda de la región
sin necesidad de recurrir a la hechicería.

Y también me despisté en la disertación
que la vieja daba sobre transformación...
Así pasó.
En vez de transformarme yo en cabrón,
transformé a mi mentora en una simple mosca
y el gato cristiano la cazó y se la comió.

Pero no todo fueron metidas de pata y fracasos.
En ese milenio que para mí transcurrió
con el auténtico tiempo paralizado,
dominé la magia realmente importante:
Aprendí a convocar papas fritas, cerveza y chocolate.
Y también aprendí a volar con una simple escoba
-aunque la sensación de flotar en el aire
no es diferente a cuando beso a mi polola-
pero el penoso accidente en el que murió mi mentora
acaeció antes de que me explicara como bajar la escoba.

Y por eso, señora Luna... aquí y ahora, así me encuentro.
En un cepillo volador, sin saber descender del cielo,
acompañado de una llama, un gato, un murciélago y un cuervo
(en lo que los otros brujos y arpías han bautizado
como la "escoba de Noé del español reculiado").

Pero no pasa nada, estoy disfrutando de la vista
mientras me inflo a cerveza, papas fritas y chocolate
e intento localizar desde el aire la casa de Martina.
Después de todo, pasé un milenio aprendiendo brujería
y resulta que es poco más que una chuchería
si lo comparo con la magia de abrazar a mi chica
y ver como aparece en su rostro una sonrisa.