jueves, 13 de septiembre de 2012

Estoy de Vuelta 2

Todas las sensaciones de su cuerpo desaparecieron a la vez, a excepción del frío de sus pies, que se extendió por todo su cuerpo, dejándolo helado.

Frente a él, los ojos negros del profesor de historia le miraban, atravesándole con la mirada. Rodeándole, sus compañeros le observaban sin decir una palabra. En su nuca podía sentir otra mirada, mucho más punzante y dolorosa. La de Isabel, que se sentaba detrás.

-No es necesario que grites, Rubén -dijo el profesor-. Efectivamente, fue Isabel II quien decidió...

Si en ese instante alguien hubiera estado dentro del cuerpo de Rubén, habría comprendido eso que dicen de pinchar con un alfiler a una persona y que no salga ni una gota de sangre.
Durante el resto de los trece minutos que duró la clase, Rubén permaneció con los ojos muy abiertos, inmóvil, escuchando y reteniendo en su memoria hasta el más mínimo detalle de la vida de Isabel II.

Así siguió hasta que la sirena propagó su estruendosa voz por todo el instituto. Al momento, la clase se convirtió en un maremágnum de alumnos recogiendo sus cosas y poniéndose sus abrigos, de papeles volando y del profesor de historia marchándose rápido, antes de que la avalancha de estudiantes le pasara por encima.

Y cuando la clase había quedado desierta, cuando todos se habían marchado, Rubén aún no había terminado de guardar en su carpeta una hoja donde había copiado setecientas treinta y ocho veces el nombre de Isabel.
-Bueno, ¿vienes o qué?

Rubén dio un respingo y miró hacia la puerta. Isabel estaba allí, mirándole con una divertida cara de impaciencia, con el abrigo puesto y una carpeta entre sus brazos cruzados.
En el pecho de Rubén algo se agitó, causándole dolor y gozo al mismo tiempo. Era su corazón, naturalmente. Y, como en un suspiro, salieron las tres únicas palabras sensatas que un enamorado puede pronunciar durante su estado de imbecibilidad.
-Isabel, te quiero.

La expresiva cara de Isabel pasó de divertida impaciencia a completa sorpresa.
-¿Cómo?
-Isabel, que... que te quiero -volvió a repetir Rubén, sintiéndose, curiosamente, como un imbécil.

Durante varios segundos sólo se miraron fijamente.
-Bueno, ¿qué... qué sientes? -preguntó por fin Rubén.
-Esto... esto para mí es una sorpresa, compréndelo -respondió Isabel en voz baja, como aturdida-. Tú... tú eres muy importante para mí, lo sabes... y yo no quisiera que nuestra amistad se deteriore. Me siento muy bien contigo y... y he pensado en ti últimamente. Te lo digo por algo, claro, pero...
-Isabel.
-¿Qué?
-¿Por qué no me besas y nos dejamos de chorradas?

Isabel arqueó una ceja y miró extrañada a Rubén. Luego sonrió, lanzó su carpeta a un pupitre vacío, corrió hasta él y se abrazaron, fundiéndose en un largo y dulce beso.

Y, por supuesto, ambos supieron que todo ese tiempo que habían pasado sintiéndose como unos imbéciles había merecido la pena.

Unos minutos después, Isabel corría a toda velocidad. La alegría que sentía por el amor recién descubierto casi ocultaba el temor a llegar tarde a su casa. Casi.
Ella vivía en un amplio séptimo piso y, según subía en el ascensor, mascullaba en voz baja las palabras que sin duda le diría su padre.
Cuando por fin llegó al séptimo, abrió la puerta del ascensor y saltó hasta la de su casa, introduciendo la llave rápida, aunque silenciosamente, en la cerradura.

Dio igual. La voz de su padre llegó desde el comedor. Una voz firme y tranquila, pero que Isabel conocía demasiado bien y auguraba tormenta.
-Sales del instituto a las dos. Deberías llegar a casa sobre las dos y cuarto. A pesar de ello, tienes cinco minutos de cortesía. Ahora son las dos y treinta y dos minutos.
-¡Casi treinta y tres, papá! -se escuchó la voz de su repelente hermano pequeño.
-Espero que tengas una explicación -continuó el padre, ignorando el comentario de su hijo.
Isabel suspiró pesadamente al entrar en el comedor y enfrentarse a su padre, impasible e inmóvil, con su porte del antiguo militar que era, presidiendo la mesa.

Nando, su gordo hermano pequeño sonreía como un estúpido, gozando del mal trago de su hermana. Su madre, como siempre, no decía nada. Parecía resignada a su suerte de ser una mera figura decorativa en este sucedáneo de familia. Nadie había probado la comida.
-Marta se torció un tobillo -mintió Isabel con tranquilidad-. No me parecía bien dejarla tirada, por eso he llegado más tarde.

Padre e hija sostuvieron sus miradas.
-Que no vuelva a suceder -terminó el primero-. Empecemos a comer.

Por su parte, Rubén entró como un vendaval en su casa, dando voces y casi bailando.
-¡Papá, mamá! ¡Isabel y yo somos novios! ¡Le gusto!
Su orondo padre apagó el viejo televisor y rió a carcajadas nada más escucharlo.
-¡Mi más sentido pésame, hijo mío! ¡Se te acabó la buena vida! -reía mientras intentaba levantarse de su ajado sofá.
-¡Juan! -le riñó su mujer mientras se levantaba para darle dos besos a su hijo-. ¡No le digas esas cosas al niño! Isabel siempre me pareció una chica muy maja... ¡enhorabuena, hijo!

Y así, durante los siguientes días, Rubén e Isabel siguieron viéndose. Ya no sólo en clase, como compañeros, sino en cualquier momento y lugar que se terciara, aprovechando la más mínima excusa. Los tímidos y torpes gestos al principio se fueron convirtiendo en tiernas caricias y dulces besos, y lo que no les daba tiempo a decirse lo escribían en largas cartas manuscritas y en no menos largos correos electrónicos.

Precisamente hablaban del último correo electrónico mientras paseaban enlazados por el parque.
-Uff... qué mal rollo tu último reenviado -decía Rubén.
-¿El de la foto de la muerta, que si no lo reenviabas a cinco personas se te aparecería su espíritu por las noches? -se echó a reir Isabel.
-Sí. No lo he reenviado, es francamente desagradable...
-Debería sentirme celosa.
-¿Celosa? -se extrañó Rubén-. ¿Por qué?
-¿Cómo que porqué? -dijo Isabel-. ¿Qué es eso de dormir con otra que no sea yo?
Y su risa envolvió a Rubén.

El problema es que siempre surgen problemas...

                                                                                                       Continuará       

2 comentarios:

  1. Los problemas suelen pasar (y cuando pasan, suelen pasar también, sobre todo si se hace algo para que pasen)

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  2. Uff... ese comentario es demasiado zen como para que yo lo entienda...xD

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