-¿Qué? -preguntó Rubén, sintiendo que la cordura se le escapaba.
-¿Cómo te llamas? -preguntó a su vez el esqueleto.
-Ru... Rubén.
-¡Encantado, Rurrubén! Mis amigos me llaman Fito... ¡el placer es tuyo!
Rubén le miró sin comprender.
-Sé que ahora estás asqueado y confuso, pero una vez te acostumbras al cementerio, no está mal.
Rubén miró alrededor. El cementerio referido era extenso, un macabro bosque de cruces y lápidas que emitían un insano brillo blanquecino cuando reflejaban la luz de la luna llena que lograba atravesar el manto de oscuras y ominosas nubes.
El débil sonido de la fría brisa nocturna no podía eliminar el tenebroso silencio que se adueñaba de todo el camposanto. A lo lejos, entre retorcidos rosales espinosos, ramos de oscuras flores mustias y enormes cruces de mármol, diminutos fuegos fatuos iluminaban espectralmente, por unos momentos, la oxidada verja que servía de frontera al mundo vivo, antes de extinguirse y volver a dejar como suprema dueña a la oprimente oscuridad.
Cipreses y nichos, fosas y tumbas, deprimente reino de quietud y negrura. Un gato negro observaba inmóvil la escena entre los arbustos.
-Sí, sí -se apresuró a decir Fito-. Puedes ver en la oscuridad. Teniendo en cuenta el mundo en el cual vivimos, sería una puñeta no tener visión nocturna, ¿no crees?
Rubén no contestó. Aún no había terminado de digerirlo todo, cuando Fito siguió hablando:
-La verdad es que no sé qué pasa en este cementerio... a mí deberían haberme llevado para enterrarme en mi Galicia natal, pero en vez de ello me enterraron en el antiguo cementerio del pueblo de al lado y ningún problema... sin embargo, al cabo de un par de años me exhumaron y me enterraron aquí por alguna oscura razón que no alcanzo a imaginar. Que yo recuerde, nunca reviví en mi primer cementerio, pero a las pocas noches de llegar a éste... ya ves, semivivito y coleando. Aunque no todos, somos muchos los cadáveres que despertamos por la noche.
-Entonces... -recapacitó Rubén con un escalofrío- ¿estamos condenados a vagar por el cementerio para siempre?
-No, hombre -respondió Fito-. Si quieres nos metemos en la sección de fiambres del hipermercado. Mira, hace dos días llegó uno nuevo -Fito señaló una tumba-, estoy convencido de que antes de una semana está saliendo de su lecho de mármol.
Rubén miró hacia dicha tumba. La inscripción en la lápida rezaba "Tomás Povedilla Huertas", y como epitafio habían grabado las últimas palabras que el muchacho había dicho en vida: "Bueno, capullos, espero que hayáis fijado bien la cuerda".
-Memoriza bien la ubicación de tu tumba -decía Fito-, no vaya a ser que te pierdas y termines en el ataud que no es... hay algunos muertos que tienen una mala leche tremenda...
Continuará
Llamar capullos a los que se supone que confías tu vida no suele ser buena idea... siempre puede quedar algo floja... por descuido, claro.
ResponderEliminarEl auténtico deporte de riesgo es ese... ^^
ResponderEliminarBah, los políticos se insultan todo el día y mira tu que riesgos corren, que los enchufen en una empresa gorda o que los asciendan a puestos donde puedan causar más daño...
ResponderEliminarEl tema de los políticos es que les gustan los deportes de riesgo...
ResponderEliminarPero el riesgo lo corre el pueblo, claro...
Es lo que tiene gestionar cosas que no son tuyas, que a veces las confundes con las tuyas. Es muy complicado, hay que entenderles a los pobres...
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