lunes, 17 de septiembre de 2012

Estoy de Vuelta 4

Sin embargo, si Isabel había roto lazos con su familia, en el caso de Rubén los había roto con sus amigos. La mayoría de ellos estaban resentidos con Rubén, ya que también se habían vuelto imbéciles por Isabel. A éste le importaba un carajo, pero se preguntaba qué les habría pasado a la mayoría de sus colegas. En verdad, a todos menos uno.

Hemos de decir que el mejor amigo de Rubén era un veinteañero con el cerebro de un ochoañero llamado Sebas.

Los únicos comportamientos predecibles de Sebas se referían a su vestimenta y complementos: Siempre vestía con unos viejos tejanos deshilachados y una raída camiseta gris cubierta por su desgastada cazadora de cuero negro. Nadie recordaba la última vez que se le había visto con algo distinto a ésto. Ni siquiera sus padres. Las desordenadas y sucias greñas le caían sobre el rostro, casi ocultándolo por completo... y así mejor, pues su expresión no solía reflejar una apabullante lucidez.
En contraste con su ropa, de su cuello siempre colgaban enormes cadenas, collares y cintas doradas, y también solía llevar enrrollada en el antebrazo derecho, dejando caer uno de los extremos junto a su mano, una brillante cadena dorada (que no de oro) de intrincados eslabones.

Es una lástima que, para no interrumpir en demasía el ritmo de la obra, haya sido necesario omitir muchos detalles interesantes relativos a la vida de esta gran persona que es Sebas.

Naturalmente, encaja a la perfección con el estereotipo de estudiante problemático y simplón, repetidor de curso y aficionado a los porros, a los videojuegos, a la bebida alcohólica de alta graduación, a los juegos de rol, a los tebeos de superhéroes y a la masturbación reiterada. Sí, es cierto, pero no podemos olvidarnos del gran corazón que latía bajo su pecho tatuado y que compensaba con creces sus pequeños defectos. Después de todo, son los pequeños vicios los que condimentan nuestra rutinaria vida.

En el día aciago, Rubén y Sebas caminaban juntos por la calle, hablando de Isabel.
-Joer, tío -decía Sebas-. Ya me molaría a mí tener también una tía como Isa como piba.
-Pero yo no estoy con Isabel por el físico, Sebas.
-Eso es lo que me jode. Si te da igual el físico quédate con una fea y déjanos las guapas a los demás.
-¿Realmente te molesta?
-¿Estás de coña? ¡Qué va! Ahora mismo, lo único que me molesta es que, cuando llegue a casa, tengo que hacer el trabajo de literatura que había que entregar la semana pasada. Y ojalá no se me olvide enviárselo luego por correo electrónico a la profe...
-La vida me sonríe, Sebas. Nunca me he sentido tan bien, tan... completo.
-Me mola verte tan feliz, tío. Me estás levantando la moral. ¡Vívamos juntos la vida, tío!
-¡Vivamos la vida! -repitió Rubén, feliz.

Y según cruzaban la calle, les atropelló un camión.

Nota del autor:
Sí, es una putada, pero nadie había dicho que esta historia iba a ser la típica historia de adolescentes enamorados (o imbéciles). Además, por el título de esta historia ya se podían imaginar que alguien se iría, ¿no?

Recuerden que la vida no es justa, y el mejor ejemplo es que cuando te enamoras te vuelves imbécil, lo cual hace mucho más difícil que ese delicioso objeto de deseo del que te has enamorado pueda llegar a sufrir imbecibilidad por ti algún remoto día...

Y para eso cuando te lo roban. Que te vengan diciendo que la vida es justa cuando te lo roban. Tanto tiempo haciendo el imbécil para que luego te lo roben...


Continuará...

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