La canción que suena en mi pieza llega débil hasta la cocina,
donde echo agua a ojo, un chorro de aceite y un pellizco de sal.
Antes de prender el fuego me quedo mirando la llama en la cerilla
y en mis labios una ligera mueca se convierte en una sonrisa
cuando acerco la pequeña flama hasta el pasado de mi vida
y acaban en el fuego los remordimientos sin razón de ser.
La olla me dice que quiere representar mi aventura
y yo me río pues su ocurrencia no me parece mal.
Así que en sus entrañas aumenta la temperatura
al conocer la que desde ayer es mi nueva filosofía
de que si el caldo se derrama sea por una alegría.
Pero quizá aún falte algo de picante que le dé sabor.
Dejo al cuchillo del deseo picando los dientes de ajo
y desnudo me zambullo en el pequeño mar de metal
cuyo destino es crecer hasta ser un océano real.
Allí me quedo flotando en la cálida inmensidad
haciendo inventario de cada personalidad
que a lo largo del tiempo me han adjudicado:
bohemio, ronin, anacrónico o desubicado...
Cada apelativo veraz, pero todos ellos equivocados
al ser mi alma mayor que la suma de las partes;
sabiendo ahora que en realidad he sido afortunado
con la canción que la gramola me ha obsequiado,
acepto mi responsabilidad por cada acierto y cada fallo...
pero cada momento saboreándolo.
Ahora sé desplegar mis alas,
derribar paredes con ellas
y comenzar a navegar
mientras llueven a mi alrededor
los granos de arroz.
Pueden ser cientos,
pero he descubierto
que sí era cierto
que cada uno de ellos
tiene grabado un mensaje
y que en la receta de mi vida
sólo tienen cabida
los que yo quiera degustar.
domingo, 25 de mayo de 2014
domingo, 18 de mayo de 2014
I (2º intento) de V
Un ejército de ángeles está alrededor de mí,
custodiando cada uno de mis excéntricos pasos.
No suena muy racional, lo sé,
pero es lo que mejor explica mi vida en Santiago.
Las paredes del zulo que es mi habitación
pueden parecer vacías, blancas y aburridas,
pero en cada atardecer se tiñen de color
y yo vuelo por encima de la contaminación
hacia un punto cardinal elegido al azar.
Dices que quieres conocerme mejor
pero eso nos puede llevar mucho tiempo.
Tengo una historia por cada cana que peino,
una canción para cada pequeño momento
y distinta sonrisa según la dirección del viento.
Tienes curiosidad por las riquezas que poseo,
pero seguro aparece el vértigo al razonar
que un beso vale más que un millón de pesos...
Y es que el dinero acá no tiene mejor utilidad
que el de comprar un par de cervezas a medianoche
para compartir en casa de un amigo y brindar
por cada uno de los abrazos que aún han de llegar.
No me consideres loco por susurrar al aire un "te quiero".
No es tan raro que un céfiro se sienta halagado
y en agradecimiento me traiga aromas lejanos
o me levante del suelo rodeándome en sus aéreas corrientes
que me acerquen al mar hasta dejarme en los rompientes
y allí contemplar como la marea dibuja
al ritmo de lo que le dicta la luna.
Si me pierdes de vista, no soy difícil de encontrar.
Cada madrugada estaré en la Alameda,
participando con los quiltros en locas carreras;
cada mañana en San Miguel,
abrazando gatos callejeros en calles desiertas;
cada tarde en mi azotea,
acariciando la primera estrella que aparezca.
Y si no aparezco en ningún sitio listado,
mira a tu alrededor...
Lo más seguro es que esté a tu lado
y que, por alguna extraña razón,
esta vez me haya quedado callado.
lunes, 12 de mayo de 2014
I de V
Abro un ojo a muy temprana hora en la mañana.
Lo primero que veo es a un Macaco en mi almohada.
Cierro el ojo, respiro profundo, decido despertar.
Al lado del simio ahora hay también una Cabra.
Aunque el mono sea mi tótem y mi animal guardián,
cuando trae amigos a casa al menos podría avisar.
-¿Qué es esta vez? -pregunto somnoliento.
-¡Vámonos de viaje! -responde el cercopiteco.
Me quedo mirándolo y arqueo el entrecejo.
Increíble, debe ser la primera vez
que una buena idea se le ocurre al bichejo.
Mientras agarro una mochila y me visto,
el mono hace los preparativos:
alquila una furgoneta,
la pinta de fucsia, verde neón y amarillo
y avisa para que vengan
otros dos amigos...
Al Lagarto
(porque en todo viaje que se precie
debe ir un tipo inexpresivo)
y al Águila
(porque nosotros somos muy divertidos
pero, ¿quién cuidará de nosotros
si sólo vamos nosotros?).
El mono dice que todo está preparado,
que está todo en condiciones,
y que ha llenado el maletero de Manzanas
como duraderas provisiones.
La cabra también ha "ayudado".
Lo único que ha hecho en toda la mañana
ha sido comerse mis pantalones.
El mono y yo nos rifamos a pares o nones
quién de nosotros dos conduce.
Y como siempre, el que gana es el lagarto
(silencioso e impasible, pero tiene suerte
hasta cuando no está jugando).
De manera que arranca la furgoneta
y damos el viaje como comenzado.
Anécdota sin importancia
que el lagarto tarde demasiado
en subir hasta el volante desde los pedales
y para cuando quiere reaccionar
ya ha derribado tres alambradas y dos vallas
y está atravesando todo el sembrado.
Un carabinero no tarda en darnos el alto
y cae la multa correspondiente.
No porque conduzca un lagarto
ni por el caos que ha organizado.
La multa es porque yo voy en paños menores.
Pero, ¿cómo explicar de modo convincente
que una cabra se comió mis pantalones?
El viaje es reanudado
y tras tres horas y cuarenta y siete minutos de camino,
tras mil carcajadas, mil comentarios desubicados,
mil canciones de excursión y mil chistes verdes...
el águila, el más racional de los presentes,
pregunta: "¿y cuál es nuestro destino?"
Momento incómodo.
El mono responde que el viajar
no tiene nada que ver con el llegar,
que el simple hecho de moverse
es el mayor placer de esta vida
y finalizar el viaje es un accidente,
algo accesorio aunque ocurra frecuente.
Pero sus farfulleos no esconden
que le han pillado con el carrito del helado.
Que tanto planificar y planificar y planificar...
y el sitio donde nos tendríamos que bajar,
eso no lo ha pensado.
El águila es contundente.
"No es un buen viaje si no hay destino en mente".
El mono es romántico.
"No importa el destino si el viaje se está gozando".
El lagarto simplemente calla.
Bastante tiene con intentar que la furgoneta no se despeñe
mientras la cabra vomita por la ventana.
Para que los dos contendientes dejen de discutir,
propongo la solución perfecta:
El viaje sólo acabará cuando lleguemos hasta ti.
Un trayecto de duración indeterminada
(como quiere el mono)
pero que tiene una meta muy clara
(como desea el águila).
Y aunque me verás llegar
en una furgoneta de colores chillones,
rodeado de animales locos
y para más inri sin pantalones,
al menos sabrás que todo lo viajado
no tiene otro significado
que no sea
el de fundirme en tu abrazo.
Lo primero que veo es a un Macaco en mi almohada.
Cierro el ojo, respiro profundo, decido despertar.
Al lado del simio ahora hay también una Cabra.
Aunque el mono sea mi tótem y mi animal guardián,
cuando trae amigos a casa al menos podría avisar.
-¿Qué es esta vez? -pregunto somnoliento.
-¡Vámonos de viaje! -responde el cercopiteco.
Me quedo mirándolo y arqueo el entrecejo.
Increíble, debe ser la primera vez
que una buena idea se le ocurre al bichejo.
Mientras agarro una mochila y me visto,
el mono hace los preparativos:
alquila una furgoneta,
la pinta de fucsia, verde neón y amarillo
y avisa para que vengan
otros dos amigos...
Al Lagarto
(porque en todo viaje que se precie
debe ir un tipo inexpresivo)
y al Águila
(porque nosotros somos muy divertidos
pero, ¿quién cuidará de nosotros
si sólo vamos nosotros?).
El mono dice que todo está preparado,
que está todo en condiciones,
y que ha llenado el maletero de Manzanas
como duraderas provisiones.
La cabra también ha "ayudado".
Lo único que ha hecho en toda la mañana
ha sido comerse mis pantalones.
El mono y yo nos rifamos a pares o nones
quién de nosotros dos conduce.
Y como siempre, el que gana es el lagarto
(silencioso e impasible, pero tiene suerte
hasta cuando no está jugando).
De manera que arranca la furgoneta
y damos el viaje como comenzado.
Anécdota sin importancia
que el lagarto tarde demasiado
en subir hasta el volante desde los pedales
y para cuando quiere reaccionar
ya ha derribado tres alambradas y dos vallas
y está atravesando todo el sembrado.
Un carabinero no tarda en darnos el alto
y cae la multa correspondiente.
No porque conduzca un lagarto
ni por el caos que ha organizado.
La multa es porque yo voy en paños menores.
Pero, ¿cómo explicar de modo convincente
que una cabra se comió mis pantalones?
El viaje es reanudado
y tras tres horas y cuarenta y siete minutos de camino,
tras mil carcajadas, mil comentarios desubicados,
mil canciones de excursión y mil chistes verdes...
el águila, el más racional de los presentes,
pregunta: "¿y cuál es nuestro destino?"
Momento incómodo.
El mono responde que el viajar
no tiene nada que ver con el llegar,
que el simple hecho de moverse
es el mayor placer de esta vida
y finalizar el viaje es un accidente,
algo accesorio aunque ocurra frecuente.
Pero sus farfulleos no esconden
que le han pillado con el carrito del helado.
Que tanto planificar y planificar y planificar...
y el sitio donde nos tendríamos que bajar,
eso no lo ha pensado.
El águila es contundente.
"No es un buen viaje si no hay destino en mente".
El mono es romántico.
"No importa el destino si el viaje se está gozando".
El lagarto simplemente calla.
Bastante tiene con intentar que la furgoneta no se despeñe
mientras la cabra vomita por la ventana.
Para que los dos contendientes dejen de discutir,
propongo la solución perfecta:
El viaje sólo acabará cuando lleguemos hasta ti.
Un trayecto de duración indeterminada
(como quiere el mono)
pero que tiene una meta muy clara
(como desea el águila).
Y aunque me verás llegar
en una furgoneta de colores chillones,
rodeado de animales locos
y para más inri sin pantalones,
al menos sabrás que todo lo viajado
no tiene otro significado
que no sea
el de fundirme en tu abrazo.
sábado, 10 de mayo de 2014
Otra más
Suelo componer más y mejor
cuanto peor me siento.
Pero en esta ocasión
tengo detrás mía a Erató,
con una ametralladora
apuntando a mi pescuezo
y diciendo a voz en grito:
"imbécil, continúa escribiendo".
Tampoco tengo nada mejor que hacer.
El día es gris y frío tras el cristal,
y parece que hoy tampoco te veré.
Miro el desorden a mi alrededor.
Las sombras se alargan en mi habitación
y cada pliegue en mi manta
quiere ser una muesca por cada vez
que perdí una ocasión.
Es curioso que ni en la mejor fiesta,
ni con los mejores amigos,
se alivie esta eterna sensación de soledad.
Una silueta femenina se dibuja
en el blanco cielo de invierno,
y me pregunto si es buen momento
para atreverme a acercarme más.
La araña de rincón
que desde hace siete meses habita en mi corazón
baila un agarrado
con la araña tigre
que hizo un nido en mi cerebro.
Por una vez, esas dos parecen tenerlo claro.
Yo no estoy tan seguro.
Pero realmente no sé si viviré tres mil años
o si sobreviviré siquiera
a las próximas dos horas.
Mirándolo de ese modo,
tampoco cuesta tanto tomar cualquier decisión...
pero a cambio sí cuesta demasiado
tomar la vida en serio.
Y mi vida no ha dejado de ser una broma.
Una broma divertida, estúpida, demente,
desubicada, incorrecta, sincera, vehemente...
Pero siempre solitaria.
Decido salir a la ciudad y enfrentarme al frío.
¿Quién sabe?
Quizás, por una casualidad, te encuentre.
Dejo a las dos arañas bailando mientras me visto.
Iré pensando si merece la pena arriesgarse,
iré pensando si me acerco a ti conscientemente...
Pero creo que la respuesta es "sí" porque,
aunque saliera mal...
¿qué importa?
No creo que pueda estar más solo que ahora.
jueves, 1 de mayo de 2014
La poesía del subfusil
Crucé el océano
y subí a las colinas cubiertas de bruma.
Me hice amigo del aguacero en el desierto,
de la contaminación de la ciudad,
de la soledad en los parques por la noche
y de cada animal que me quiera escuchar.
Acaricio el subfusil.
Alcancé la cima de las montañas,
rodé por los senderos cubiertos de polvo,
me dejé los pies en los rompientes,
y mi superyó pregunta nuevamente
"¿te arrepientes?"
pues él mejor que nadie sabe
que todo esto lo hice buscándote
sin saber siquiera si existías.
Dos cartuchos en la recortada.
Me instalé en la cueva más profunda
y es tentador quedarme acá,
arropado, en paz,
olvidarme del mundo de fuera
y olvidarte también a ti.
Pero sin saber muy bien
qué quiero conseguir,
escalo y salgo al exterior.
El cuchillo está bien afilado.
Los precedentes no son buenos.
Quizás realmente esté enfermo
por eliminar de forma consciente
todo pensamiento racional,
ignorar mis cicatrices
y querer compartir momentos contigo.
No debería hacer tantas locuras tan a menudo.
Pero esta vez no se cumplirá el guión...
El error me encontró preparado.
Y mis instintos y mi mente enferma
no se saldrán nuevamente con la suya.
Apoyo el subfusil en mi pecho y aprieto el gatillo.
El corazón sale despedido;
uno de mis gatos callejeros lo olisquea,
lo agarra con la boca y se lo lleva.
Me vuelo la cabeza con la recortada.
Mis sesos desperdigados protestan con vehemencia...
luego se distraen viendo por sí mismos el exterior
y se olvidan de mí.
Agarro el cuchillo y de un certero tajo
elimino también mis bajos instintos.
Resulta que se parecen algo a mí tras tanto tiempo juntos:
Una vez libres, mis genitales se van a hacer turismo.
Desde entonces camino por la vida
convertido en un eunuco con un agujero en el pecho
y con otro hueco donde antes había un cerebro.
He eliminado toda posibilidad de acercarme a ti.
Ahora mis amigos me dicen que,
últimamente,
mi conversación ha mejorado.
Que se me ve más inteligente,
que me visto con mayor propiedad,
que no estoy tan desubicado.
Que las muchachas se fijan más en mí
y que todos quieren llevarse bien conmigo
porque les parezco, de manera extraña,
un tipo muy interesante.
Es lo que pasa siempre:
Todo el mundo habla bien de ti
cuando no estás vivo.
Pero si yo me convertí en esto
fue para dejar de pensar en ti,
para dejar de soñar contigo,
para dejar de imaginar queriéndonos,
para llevar a cero la probabilidad
de acariciar tu cuerpo.
Sin embargo
las cosas no están funcionando.
En mis tres ausencias
la carne se regenera
y es tu nombre el que están formando.
Y de nuevo quiero salir afuera
para encontrarme contigo
y volver a enamorarme.
Preparo la motosierra.
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