Comenzaron hablando los sentimientos.
Y, señalándome, increparon a la razón:
"Muy bien, soso aburrido. Es el momento
de que sólo uno mande en su mente y su cuerpo,
porque no cabemos los dos en este elemento".
La razón respondió:
"Tienes razón, mi banal amigo.
Pero tú sólo miras tu ombligo
y no te preocupas del peligro.
Tu locura innata lleva al abismo
y yo soy la idónea elección
para controlar la situación".
Los sentimientos se encresparon:
"Anda, no toques los cojones.
Esa vida que tú propones
es vacía, estúpida y aburrida.
Y además, en la diaria rutina
no se nota tu influencia.
No, cuando este capullo
abre la boca y dice algo
diez segundos antes
de haberlo pensado.
Entonces, tú, ¿vales para algo?"
La razón replica:
"¿Lo tuyo no son los sentimientos?
Muy bien, de acuerdo,
empecemos a debatir por ello.
Tomemos por ejemplo
tu lista de futuribles enamoramientos:
Ésta es complicada.
Ésta contigo, nada de nada.
Ésta parece no querer verte.
Ésta es neurótica y demente.
Ésta... no me creo que esté en la lista.
Ésta sabemos que será siempre amiga.
Ésta tiene pololo...
A este paso, estará mejor solo".
Los sentimientos se encrespan:
"Eso es lo que a ti te gustaría
si tú hicieras de guía...
que se quedara solo.
Hay que jugar a nada o todo,
una vida insípida
y sin compañía
para evitar que te hagan daño
pero lamentando año tras año
no haberlo intentado...
a veces hay que dar un giro
de trescientos sesenta grados".
La razón se altera:
"Bobo sentimentaloide,
con trescientos sesenta grados
terminas viendo el mismo lado.
Eso es lo que tú predicas,
locura y caos completo
para al final, que nada haya cambiado.
Saltar al vacío riendo
y pegártela contra el suelo
sólo porque te gusta el riesgo".
Los sentimientos faltan el respeto:
"Sé sincero contigo, gilipollas.
En el ser de este hombre sobras
cuando ambos sabemos
que el loco sólo piensa con la..."
La razón explota:
"¡Suficiente! ¿Quién te crees que eres?
Sólo sabes rebatir
mediante el insulto.
Esa, tu actitud infantil,
es lo que nos mete en problemas
y, al final, tengo que ser yo
quien proponga multitud de ideas
para salir vivos de tus ocurrencias".
Los sentimientos lanzan el órdago:
"Sólo encuentro dos soluciones.
O nos damos de hostias
pero nada pasará al ser abstracciones,
o dejamos que el pavo elija".
La razón lo aprueba:
"Toda decisión conlleva
al ser tomada racionalidad.
Estoy de acuerdo,
eso es que a mí me elegirá"
Los dos se volvieron hacia mí,
pero yo estaba algo ocupado...
Comiendo chocolate granulado
que, por algún motivo extraño,
me provocaba estornudos.
Y como me habían comentado
que es imposible estornudar
sin tener los ojos cerrados,
ahí estaba yo demostrando
que conmigo se habían equivocado.
Los sentimientos dijeron en voz baja:
"Ahí está el anormal.
Se traga el chocolate,
estornuda con los ojos abiertos
y una vez más lo vuelve a intentar.
Eso no es algo sentimental".
La razón añadió con un hilo de voz:
"Pues tampoco eso es muy racional;
¿de verdad estamos peleando por esto?
Antes me dedico a vaciar el mar".
Y ese es el motivo
de que, cuando me preguntan
quien guía mi camino
-si los sentimientos o la razón-,
yo, sin poder evitarlo,
deba dar como contestación:
"Chocolate en general,
¡granulado en particular!"
domingo, 31 de agosto de 2014
jueves, 28 de agosto de 2014
Espantapájaros
Acá es prácticamente una leyenda.
No sé cuanto habrá en ella de cierta
pero, en el pueblo, cuentan las viejas
que el campesino loco quiso crear
al espantapájaros perfecto...
y en su locura decidió que espantar
era algo similar a hacer el mal.
Así, construyó un armazón
con maderos y cuerdas robadas
a la vieja horca abandonada.
Y ese esqueleto de madera
lo cubrió con la vestimenta
-dicen- de ese desconocido
que fue asesinado en el sendero
aquella fría noche de invierno.
La cabeza no fue menos ruin;
era el último saco utilizado
para cubrir el rostro y la espera
de los condenados al garrote vil.
La boca era tan sólo
un tajo abierto en el cáñamo
con el mismo cuchillo
que abrió el cuello
de tantos cochinos...
Y los ojos, dos trozos de carbón
recogidos de una hoguera
que el mismo campesino loco prendió
en una noche de tormenta
y nadie en el pueblo cuenta
cual fue el ritual con el que animó
su horrorosa creación.
Hace años que el campesino loco murió.
Pero cuenta la leyenda
que, en las noches con niebla,
un espantapájaros se arrastra entre el cereal
y su horrible aullido llega hasta la aldea...
Pero lo que no cuentan las viejas,
lo que no quieren narrar en la aldea,
lo que ocultan esas historias de mierda
es que el espantapájaros aúlla al llorar de pena.
Llora lágrimas negras de sus ojos de carbón,
llora porque siente el mal pugnando en su interior
cuando él ni siquiera quiso ser animado ni lo pidió.
Llora porque le construyeron para crear terror
y le condenaron a no conocer otro color
que el de no poder amar ni poder ser amado.
Y llora porque ni siquiera es capaz
de hacer aquello para lo que fue creado...
No cuando una negra bandada de cuervos
se apiadó de él y las aves se convirtieron
en los únicos amigos que podrá tener
en su parodia de vida...
Llora esta noche en mi hombro
lo que necesites, espantapájaros.
Llora hasta que te hayas desahogado
y, cuando hayas descansado,
recuerda que llegarán otros tiempos...
un día en el que, a la luz del alba,
mil cuervos en una inmensa bandada,
te levantarán del suelo y, en volandas,
te llevarán hasta más allá del amanecer.
Hasta un lejano lugar donde no seas culpable...
sólo por ser.
domingo, 24 de agosto de 2014
Soñé contigo, cielo...
¿Sabes, cielo?
He escuchado que los sueños
nos muestran a nosotros mismos
en mundos paralelos al nuestro.
Pues, cielo...
creo que la he jodido si tal teoría es cierta.
Porque entonces, en multitud de universos,
estoy muriendo de forma violenta.
Y mis otros yo
suelen ser violadores, asesinos, cabrones,
mentirosos compulsivos o estafadores...
Ya decía yo que me asombra
que la gente me crea buena persona,
si en cada mundo alternativo
soy poco menos que el mal en la sombra.
Y es que, cielo...
Estoy dando tanto rodeo
para decirte que esta noche
he estado soñando contigo.
Y en el sueño,
yo no era sólo tu amigo.
Nuestro amor brillaba sincero,
tu felicidad la creaban mis besos
y mi alegría era poder protegerte,
vencer juntos nuestros miedos...
yo existía sólo para quererte.
Y me sentí extraño, cielo.
Si en un universo de cientos
tú y yo encontramos la felicidad
al abrazar nuestros cuerpos,
me pregunté si pudiera ser igual
en este mundo donde la casualidad
ha querido que nos encontremos.
Ya lo sé, cielo...
Para ti, soy casi un desconocido
y me queda grande la palabra "amigo".
Mas al pensar en esa onírica vida contigo
me desoriento y se aceleran mis latidos
hasta el punto de que crece en mi pecho
la obsesión de crear, para ti, el más bello poema...
Pero nunca existió dentro de mí tan gran poeta
y no me queda más alternativa que compensar,
como de costumbre, la calidad con la cantidad.
No añadiré nada más, cielo.
Supongo que me quedaré pensando
en este jardín que la noche ha creado
qué camino es el adecuado...
Si el que mil de mil y una veces
me arroja al peligro y al fuego
o el que una de mil y una veces
consigue que venza al mal y al miedo
y consiga decirte "te quiero".
He escuchado que los sueños
nos muestran a nosotros mismos
en mundos paralelos al nuestro.
Pues, cielo...
creo que la he jodido si tal teoría es cierta.
Porque entonces, en multitud de universos,
estoy muriendo de forma violenta.
Y mis otros yo
suelen ser violadores, asesinos, cabrones,
mentirosos compulsivos o estafadores...
Ya decía yo que me asombra
que la gente me crea buena persona,
si en cada mundo alternativo
soy poco menos que el mal en la sombra.
Y es que, cielo...
Estoy dando tanto rodeo
para decirte que esta noche
he estado soñando contigo.
Y en el sueño,
yo no era sólo tu amigo.
Nuestro amor brillaba sincero,
tu felicidad la creaban mis besos
y mi alegría era poder protegerte,
vencer juntos nuestros miedos...
yo existía sólo para quererte.
Y me sentí extraño, cielo.
Si en un universo de cientos
tú y yo encontramos la felicidad
al abrazar nuestros cuerpos,
me pregunté si pudiera ser igual
en este mundo donde la casualidad
ha querido que nos encontremos.
Ya lo sé, cielo...
Para ti, soy casi un desconocido
y me queda grande la palabra "amigo".
Mas al pensar en esa onírica vida contigo
me desoriento y se aceleran mis latidos
hasta el punto de que crece en mi pecho
la obsesión de crear, para ti, el más bello poema...
Pero nunca existió dentro de mí tan gran poeta
y no me queda más alternativa que compensar,
como de costumbre, la calidad con la cantidad.
No añadiré nada más, cielo.
Supongo que me quedaré pensando
en este jardín que la noche ha creado
qué camino es el adecuado...
Si el que mil de mil y una veces
me arroja al peligro y al fuego
o el que una de mil y una veces
consigue que venza al mal y al miedo
y consiga decirte "te quiero".
jueves, 21 de agosto de 2014
El trotamundos y la soldado de fortuna
La ciudad de altas torres resplandecía a la luz del amanecer
pero ni las sombras de esos altos edificios
la pobreza de los suburbios podían esconder.
Ella era una buscavidas y una soldado de fortuna.
Sable al costado; en sus lindos ojos, sed de aventuras.
Él era un trotamundos bendecido por la luna,
la ropa polvorienta, enredado el largo cabello...
Ambos reunidos al caminar por el sendero,
convertidos en amigos el sílex y el acero:
Las oportunidades saludan a los aventureros.
Pero en la ciudad de las altas torres
una secta dominaba comercios, callejones,
alcantarillado, suburbios y, con quedos murmullos,
controlaba hasta en la corte armerías y salones.
Su símbolo, una araña ocre sin distintivo ni nombre.
La soldado de fortuna encomendó su sable
a la destrucción de esa araña ocre innombrable.
El vividor trotamundos, por su parte,
apostaba su vida al todo o nada,
bebiendo aguamiel y cortejando damas,
durmiendo en tejados o en cualquier posada.
Ella combatía.
Él sonreía.
Pero la daga emponzoñada de la araña
terminó enterrada hasta la empuñadura
en el corazón de la soldado de fortuna.
El trotamundos vio caer a su amiga.
Corrió hacia ella con el alma quebrada,
las lágrimas cayendo, la sonrisa perdida.
Se arrodilló a su lado
y envolvió el sangrante cuerpo en su abrazo.
Ella simplemente le miró...
Una mirada que no era ni de alegría
ni de dolor.
Y usó el último
de sus movimientos
para depositar en los labios de él
el que fuera el último también
de sus besos.
El trotamundos pasó toda una noche
abrazando el cadáver de su amiga
que, en el último instante de su vida,
se había transformado en su amada.
Y mientras la mantenía abrazada,
él hacía inventario del sexo y la bebida
que había acumulado mientras ella luchaba.
Se puso en pie tambaleante,
pero agarrando fuerte el sable.
Y, sobre el arma, hizo la primera promesa
que estaba decidido a no romper.
Era tal la culpabilidad en su corazón
que a su desesperación acudió
un hada gris, apiadada de su dolor.
Y el hada gris
encantó el sable,
le hizo dormir,
le dijo que no era culpable
de haber elegido vivir...
Mas si la venganza era jurada,
ahora no podía hacer más que cumplir.
El trotamundos reconvertido en asesino
despertó.
En los tejados, los gatos callejeros,
sus otrora compañeros de juegos,
se arremolinaron... pues no hay secreto
que pueda esconderse de sus ojos felinos.
Así, los animales le guiaron en la noche
hasta llegar a la más alta torre
desde la cual se domina la ciudad.
Tan miserable se sentía
el trotamundos
que con las sombras parecía
fundirse
y para los guardias igual podía
ser invisible.
Así llegó hasta el piso más alto
donde dormía el corazón de la araña.
Podía haber sido un visir, un juez, un general...
podía ser el mismísimo rey, quizás.
El trotamundos sólo podía mirar
a ese hombre sudoroso y maloliente,
hinchado por la corrupción,
durmiendo tranquilamente,
con su asqueroso cuerpo desnudo
abrazado a una puta sonriente.
El encantado sable giró violentamente.
El corazón de la araña chilló
cuando su sueño se transformó
en la realidad de ver sus negras vísceras
asomándose al exterior.
La puta salió corriendo,
la cama y las paredes se empaparon en sangre,
arriba y abajo bailaba el vengador sable.
El trotamundos escapó a la noche
sabiendo que nadie podría sentirse más solo.
En los siguientes días vagó por callejones,
intentando encontrar una razón para vivir,
sabiendo que había perdido el saber del sonreír.
Y así pasaron las estaciones,
con el trotamundos simplemente sobreviviendo,
extrañando lo que fue
y odiándolo a la misma vez.
Y así habría continuado mucho tiempo
de no ser porque una mañana de invierno
escuchó una dulce y melancólica canción.
Siguiendo las notas que traía el viento
llegó por los tejados hasta una plaza
donde una trovadora tañía un laúd.
Los gatos le avisaron
que no era prudente enamorarse de ella...
Que esa trovadora podía dañarle
(como a tantos otros había hecho antes),
ese corazón que él dudaba que aún tuviera.
Mas el trotamundos siguió rondando
cada día la plaza, observándola.
Y lo hacía sabiendo que cuando la escuchaba,
que cuando la buscaba, que cuando la sentía...
su dolor era mayor por no poder abrazarla
y al mismo tiempo, cuanto más la veía
más y más perdidamente se enamoraba.
El hada gris volvió a apiadarse de él
y le entregó una rosa de encarnado color.
El trotamundos guardó tanto tiempo la flor
que, con el pasar de los días,
la mágica rosa no perdió su frescor
pero, en cambio, ese rojo intenso palideció
hasta volver sus pétalos de un tenue rosado.
Ahí el trotamundos se percató
de que no podía posponer más la decisión.
O le entregaba la flor, arriesgándose al dolor
y al amargo sabor del fracaso
o se olvidaba de la trovadora
y de lo que pudiera ser su nueva vida
y volvía a la soledad de los senderos,
a la nostalgia que trae la brisa nocturna,
a la triste pero conocida compañía de los gatos.
El trotamundos quedó mirando la rosa largo rato...
pero ni las sombras de esos altos edificios
la pobreza de los suburbios podían esconder.
Ella era una buscavidas y una soldado de fortuna.
Sable al costado; en sus lindos ojos, sed de aventuras.
Él era un trotamundos bendecido por la luna,
la ropa polvorienta, enredado el largo cabello...
Ambos reunidos al caminar por el sendero,
convertidos en amigos el sílex y el acero:
Las oportunidades saludan a los aventureros.
Pero en la ciudad de las altas torres
una secta dominaba comercios, callejones,
alcantarillado, suburbios y, con quedos murmullos,
controlaba hasta en la corte armerías y salones.
Su símbolo, una araña ocre sin distintivo ni nombre.
La soldado de fortuna encomendó su sable
a la destrucción de esa araña ocre innombrable.
El vividor trotamundos, por su parte,
apostaba su vida al todo o nada,
bebiendo aguamiel y cortejando damas,
durmiendo en tejados o en cualquier posada.
Ella combatía.
Él sonreía.
Pero la daga emponzoñada de la araña
terminó enterrada hasta la empuñadura
en el corazón de la soldado de fortuna.
El trotamundos vio caer a su amiga.
Corrió hacia ella con el alma quebrada,
las lágrimas cayendo, la sonrisa perdida.
Se arrodilló a su lado
y envolvió el sangrante cuerpo en su abrazo.
Ella simplemente le miró...
Una mirada que no era ni de alegría
ni de dolor.
Y usó el último
de sus movimientos
para depositar en los labios de él
el que fuera el último también
de sus besos.
El trotamundos pasó toda una noche
abrazando el cadáver de su amiga
que, en el último instante de su vida,
se había transformado en su amada.
Y mientras la mantenía abrazada,
él hacía inventario del sexo y la bebida
que había acumulado mientras ella luchaba.
Se puso en pie tambaleante,
pero agarrando fuerte el sable.
Y, sobre el arma, hizo la primera promesa
que estaba decidido a no romper.
Era tal la culpabilidad en su corazón
que a su desesperación acudió
un hada gris, apiadada de su dolor.
Y el hada gris
encantó el sable,
le hizo dormir,
le dijo que no era culpable
de haber elegido vivir...
Mas si la venganza era jurada,
ahora no podía hacer más que cumplir.
El trotamundos reconvertido en asesino
despertó.
En los tejados, los gatos callejeros,
sus otrora compañeros de juegos,
se arremolinaron... pues no hay secreto
que pueda esconderse de sus ojos felinos.
Así, los animales le guiaron en la noche
hasta llegar a la más alta torre
desde la cual se domina la ciudad.
Tan miserable se sentía
el trotamundos
que con las sombras parecía
fundirse
y para los guardias igual podía
ser invisible.
Así llegó hasta el piso más alto
donde dormía el corazón de la araña.
Podía haber sido un visir, un juez, un general...
podía ser el mismísimo rey, quizás.
El trotamundos sólo podía mirar
a ese hombre sudoroso y maloliente,
hinchado por la corrupción,
durmiendo tranquilamente,
con su asqueroso cuerpo desnudo
abrazado a una puta sonriente.
El encantado sable giró violentamente.
El corazón de la araña chilló
cuando su sueño se transformó
en la realidad de ver sus negras vísceras
asomándose al exterior.
La puta salió corriendo,
la cama y las paredes se empaparon en sangre,
arriba y abajo bailaba el vengador sable.
El trotamundos escapó a la noche
sabiendo que nadie podría sentirse más solo.
En los siguientes días vagó por callejones,
intentando encontrar una razón para vivir,
sabiendo que había perdido el saber del sonreír.
Y así pasaron las estaciones,
con el trotamundos simplemente sobreviviendo,
extrañando lo que fue
y odiándolo a la misma vez.
Y así habría continuado mucho tiempo
de no ser porque una mañana de invierno
escuchó una dulce y melancólica canción.
Siguiendo las notas que traía el viento
llegó por los tejados hasta una plaza
donde una trovadora tañía un laúd.
Los gatos le avisaron
que no era prudente enamorarse de ella...
Que esa trovadora podía dañarle
(como a tantos otros había hecho antes),
ese corazón que él dudaba que aún tuviera.
Mas el trotamundos siguió rondando
cada día la plaza, observándola.
Y lo hacía sabiendo que cuando la escuchaba,
que cuando la buscaba, que cuando la sentía...
su dolor era mayor por no poder abrazarla
y al mismo tiempo, cuanto más la veía
más y más perdidamente se enamoraba.
El hada gris volvió a apiadarse de él
y le entregó una rosa de encarnado color.
El trotamundos guardó tanto tiempo la flor
que, con el pasar de los días,
la mágica rosa no perdió su frescor
pero, en cambio, ese rojo intenso palideció
hasta volver sus pétalos de un tenue rosado.
Ahí el trotamundos se percató
de que no podía posponer más la decisión.
O le entregaba la flor, arriesgándose al dolor
y al amargo sabor del fracaso
o se olvidaba de la trovadora
y de lo que pudiera ser su nueva vida
y volvía a la soledad de los senderos,
a la nostalgia que trae la brisa nocturna,
a la triste pero conocida compañía de los gatos.
El trotamundos quedó mirando la rosa largo rato...
domingo, 17 de agosto de 2014
El Depa
A quince pisos de altura sobre la Alameda
prevalece un horrible color verde pistacho.
El caballo amenaza jaque mate en dos
y la música suena desde la habitación.
No hay ganas de asomarnos a la terraza
de este piso de solteros con acento español;
la cordillera perdió la batalla ante el smog
y aunque yo ya debería cenar algo,
el sofá usó conmigo su poder de succión.
Se vuelve a llenar la jarra de té
(hostias, llega la arrendadora...
¿Quién no ha pagado? ¡Escóndete!
¿Alguna visita se quedó hoy a dormir
y hay que esconderla también?
Calma todos, dejó una frazada gris
y la casera se volvió a ir)
y...
Coño, ¿eso no es una araña de rincón?
No, no puede ser una araña de rincón
si la jodía se pasea por el medio del salón...
¡Obvio, po!
El periodista que podría ser
el mejor amigo de cualquiera pregunta:
¿Y si hacemos un debate?
Antes de que siquiera se proponga un tema,
el psicólogo experto en sexología ya lo rebate
mientras el carretero con un poso de tristeza
los mira divertido y abre una cerveza.
Y la conversación gira, evoluciona y degenera
hasta que, rendidos, tan sólo brindamos
por la mutua amiga que volvió a su tierra.
Y afuera de estas paredes (que han visto
sesiones de hipnosis, involuntarios encierros,
carretes épicos y unos cuantos secretos)
ya puede amenazar el temblor, rugir el viento,
llegar la lluvia torrencial o el sol del desierto...
que dentro de ellas, al menos por esta noche,
sólo queremos que exista el problema
de decidir qué nos hacemos de cena.
prevalece un horrible color verde pistacho.
El caballo amenaza jaque mate en dos
y la música suena desde la habitación.
No hay ganas de asomarnos a la terraza
de este piso de solteros con acento español;
la cordillera perdió la batalla ante el smog
y aunque yo ya debería cenar algo,
el sofá usó conmigo su poder de succión.
Se vuelve a llenar la jarra de té
(hostias, llega la arrendadora...
¿Quién no ha pagado? ¡Escóndete!
¿Alguna visita se quedó hoy a dormir
y hay que esconderla también?
Calma todos, dejó una frazada gris
y la casera se volvió a ir)
y...
Coño, ¿eso no es una araña de rincón?
No, no puede ser una araña de rincón
si la jodía se pasea por el medio del salón...
¡Obvio, po!
El periodista que podría ser
el mejor amigo de cualquiera pregunta:
¿Y si hacemos un debate?
Antes de que siquiera se proponga un tema,
el psicólogo experto en sexología ya lo rebate
mientras el carretero con un poso de tristeza
los mira divertido y abre una cerveza.
Y la conversación gira, evoluciona y degenera
hasta que, rendidos, tan sólo brindamos
por la mutua amiga que volvió a su tierra.
Y afuera de estas paredes (que han visto
sesiones de hipnosis, involuntarios encierros,
carretes épicos y unos cuantos secretos)
ya puede amenazar el temblor, rugir el viento,
llegar la lluvia torrencial o el sol del desierto...
que dentro de ellas, al menos por esta noche,
sólo queremos que exista el problema
de decidir qué nos hacemos de cena.
miércoles, 13 de agosto de 2014
La larga balada de los diez meses menos un día
Llegar hasta mi cama y dejarme caer a plomo sobre el colchón.
Lo hago siempre, aunque deba pedir disculpas después
por despertar al recuerdo de la mujer desnuda que duerme en él.
Pero ella sonríe y me pregunta cómo me ha ido el día.
No estoy seguro qué responder...
¿Se refiere a qué tal en la pega? ¿A qué nivel tengo la alegría?
Me mira con cariño y frunce el ceño...
Sabe que nuevamente escribiré una poesía
y que me reiteraré siendo yo en ella el protagonista.
¿Qué puedo decir? Tiene razón, es cierto.
Mi egocentrismo tiene derecho a salir un momento,
que se despeje, que tome un poco el fresco,
que se pone muy pesado si no le dejo.
Alzo la mirada y observo la cordillera nevada
a la que el ocaso cubre de tonalidad rosada.
Aún me pregunto a veces qué hago aquí,
si era más importante lo que perdí
que todos los motivos por los que huí.
Reconozcámoslo,
si no encajé en el lugar donde nací,
¿cómo pretendo acomodarme en otro país?
Supongo que haciéndolo, no más...
Sostengo en mi mano dos tarjetas plastificadas
y ambas horribles fotografías
me devuelven la mirada.
Las dos tarjetas dicen ser de identidad
pero, ¿cuál de ellas dice la verdad?
¿La que dice que soy español
aunque me haya escupido fuera
la primera tierra que conocí?
¿O la que junto a la bandera chilena
me proclama extranjero
pero me da arriendo, trabajo y dinero?
Pero... ¿encajo?
Aunque ya supiera el significado
desde hace tiempo,
hace cosa de tres noches me dijeron
"¡compadre, que te está joteando la mina esa!"
Y yo sólo podía pensar en una veta de mineral
bailando con ganas una jota aragonesa.
Pero... ¿encajo?
Si hasta se cubre mi piel de urticaria
cuando alguien me menciona
lo de la "madre patria".
Y si no encajo, ¿cómo encajar?
Supongo que podría regalar mi corazón
a la primera mujer en Chile que lo quiera
y que el calor de otro cuerpo alivie la espera
de decidir si pertenezco a esta u otra tierra.
Pero el cabrón del músculo no quiere cooperar
y, cuando lo intento, me chilla:
"¡Te jodes! ¡Yo soy demisexual!"
Ay... es obvio que eso no va a funcionar.
Sí, sé que es malo poner la venda antes de la herida
pero, ¿qué quieren?
Es lo que me enseñó cada hostia recibida
en esta puta vida.
Y puede que haya pronunciado
demasiados "te amo"
demasiado rápidamente
y también a demasiada gente...
pero incluso en los temas del amor
me veo en la situación
de sólo funcionar mediante prueba y error.
¿Qué precio pagaría antes que continuar
a solas en este mi querido país extraño?
¿Y si me dieran dos opciones?
Supongo que estaría dispuesto
a pasar otra noche en el peor barrio de Santiago
(pero esta vez con las dos cejas abiertas
y además sin pantalones)
antes que seguir andando a solas y a tientas.
Pero bueno, ese no es ahora el problema.
Retomemos la cuestión
de qué lugar físico debería sentir como propio.
Quizás sólo debiera ser lo comprendido
entre las tres paredes de esta pieza
y esa cuarta con forma de cristalera.
Pieza
que poco a poco se asemeja a un hogar,
acumulando ropa, papeles y cantidad
de sueños por realizar.
Pieza
donde habitamos los cuatro imposibles:
El recuerdo de la mujer desnuda
que continúa retozando en mi cama;
la espectral niña fantasma
a la que invité a mi casa
tras visitar el sótano de mi edificio
(porque no me daba la gana
de que la pobre pasara otra noche
en ese horrible sitio);
y un dorado ángel guardián,
que no sé qué bendición merecí
pero Dios lo envió a Chile
para que cuidara de mí.
Y se lo agradezco, sí.
Mas provoca muy incómodo malestar
cuando yo me necesito desfogar
y noto, de repente, su mirar resignado
mientras yo estoy agarrado
a cierto mágico bastón de mago.
Y a mis tres etéreas amistades
les planteo la curiosa cuestión
de que ya no sienta tristeza ni melancolía.
Simplemente, es como si se hubiera agudizado
la sensación de desubicación,
de sentirme solo aunque esté en pleno carrete,
de querer crear algo enorme y alegre
aunque, realmente,
le sea difícil conseguir algo de esa calaña
a un tipo que le cuesta levantarse cada mañana.
Los tres se miran y conversan.
Su resolución es traerme chocolate y cerveza.
Muchas gracias.
Solucionar, nada de nada...
Pero al menos me alegráis el estómago.
Así, enchocolatado y encervecido,
paso otra noche con mis tres amigos.
Y antes de caer dormido,
pienso que sería bonito
poner el contador a cero...
si no fuera
porque el cuentakilómetros de mi alma
hace mucho tiempo que se pasó de frenada.
Lo hago siempre, aunque deba pedir disculpas después
por despertar al recuerdo de la mujer desnuda que duerme en él.
Pero ella sonríe y me pregunta cómo me ha ido el día.
No estoy seguro qué responder...
¿Se refiere a qué tal en la pega? ¿A qué nivel tengo la alegría?
Me mira con cariño y frunce el ceño...
Sabe que nuevamente escribiré una poesía
y que me reiteraré siendo yo en ella el protagonista.
¿Qué puedo decir? Tiene razón, es cierto.
Mi egocentrismo tiene derecho a salir un momento,
que se despeje, que tome un poco el fresco,
que se pone muy pesado si no le dejo.
Alzo la mirada y observo la cordillera nevada
a la que el ocaso cubre de tonalidad rosada.
Aún me pregunto a veces qué hago aquí,
si era más importante lo que perdí
que todos los motivos por los que huí.
Reconozcámoslo,
si no encajé en el lugar donde nací,
¿cómo pretendo acomodarme en otro país?
Supongo que haciéndolo, no más...
Sostengo en mi mano dos tarjetas plastificadas
y ambas horribles fotografías
me devuelven la mirada.
Las dos tarjetas dicen ser de identidad
pero, ¿cuál de ellas dice la verdad?
¿La que dice que soy español
aunque me haya escupido fuera
la primera tierra que conocí?
¿O la que junto a la bandera chilena
me proclama extranjero
pero me da arriendo, trabajo y dinero?
Pero... ¿encajo?
Aunque ya supiera el significado
desde hace tiempo,
hace cosa de tres noches me dijeron
"¡compadre, que te está joteando la mina esa!"
Y yo sólo podía pensar en una veta de mineral
bailando con ganas una jota aragonesa.
Pero... ¿encajo?
Si hasta se cubre mi piel de urticaria
cuando alguien me menciona
lo de la "madre patria".
Y si no encajo, ¿cómo encajar?
Supongo que podría regalar mi corazón
a la primera mujer en Chile que lo quiera
y que el calor de otro cuerpo alivie la espera
de decidir si pertenezco a esta u otra tierra.
Pero el cabrón del músculo no quiere cooperar
y, cuando lo intento, me chilla:
"¡Te jodes! ¡Yo soy demisexual!"
Ay... es obvio que eso no va a funcionar.
Sí, sé que es malo poner la venda antes de la herida
pero, ¿qué quieren?
Es lo que me enseñó cada hostia recibida
en esta puta vida.
Y puede que haya pronunciado
demasiados "te amo"
demasiado rápidamente
y también a demasiada gente...
pero incluso en los temas del amor
me veo en la situación
de sólo funcionar mediante prueba y error.
¿Qué precio pagaría antes que continuar
a solas en este mi querido país extraño?
¿Y si me dieran dos opciones?
Supongo que estaría dispuesto
a pasar otra noche en el peor barrio de Santiago
(pero esta vez con las dos cejas abiertas
y además sin pantalones)
antes que seguir andando a solas y a tientas.
Pero bueno, ese no es ahora el problema.
Retomemos la cuestión
de qué lugar físico debería sentir como propio.
Quizás sólo debiera ser lo comprendido
entre las tres paredes de esta pieza
y esa cuarta con forma de cristalera.
Pieza
que poco a poco se asemeja a un hogar,
acumulando ropa, papeles y cantidad
de sueños por realizar.
Pieza
donde habitamos los cuatro imposibles:
El recuerdo de la mujer desnuda
que continúa retozando en mi cama;
la espectral niña fantasma
a la que invité a mi casa
tras visitar el sótano de mi edificio
(porque no me daba la gana
de que la pobre pasara otra noche
en ese horrible sitio);
y un dorado ángel guardián,
que no sé qué bendición merecí
pero Dios lo envió a Chile
para que cuidara de mí.
Y se lo agradezco, sí.
Mas provoca muy incómodo malestar
cuando yo me necesito desfogar
y noto, de repente, su mirar resignado
mientras yo estoy agarrado
a cierto mágico bastón de mago.
Y a mis tres etéreas amistades
les planteo la curiosa cuestión
de que ya no sienta tristeza ni melancolía.
Simplemente, es como si se hubiera agudizado
la sensación de desubicación,
de sentirme solo aunque esté en pleno carrete,
de querer crear algo enorme y alegre
aunque, realmente,
le sea difícil conseguir algo de esa calaña
a un tipo que le cuesta levantarse cada mañana.
Los tres se miran y conversan.
Su resolución es traerme chocolate y cerveza.
Muchas gracias.
Solucionar, nada de nada...
Pero al menos me alegráis el estómago.
Así, enchocolatado y encervecido,
paso otra noche con mis tres amigos.
Y antes de caer dormido,
pienso que sería bonito
poner el contador a cero...
si no fuera
porque el cuentakilómetros de mi alma
hace mucho tiempo que se pasó de frenada.
domingo, 10 de agosto de 2014
Pequeña ángel
Apoyada en el puente,
calle Loreto, dirección Baquedano,
bajo el sol o la lluvia, no importa...
Siempre apostada, siempre esperando.
Pero, pequeña ángel,
¿a quién esperabas ahí?
Aunque después no volviera verte,
no puedo creer que fuera a mí.
La tarde empezaba a perder su nombre
y mi abrigo apenas contenía el frío.
Tantas veces, al pasar por el puente,
nos habíamos visto y, sin embargo,
nunca nos habíamos contemplado.
¿Cómo es posible
que en una piel tan oscura
habiten unos ojos tan claros?
Fui, ante tus iris, un cervatillo
en la noche frente a unos faros.
Era como si estuviéramos a solas,
no sólo en el puente,
también en kilómetros a la redonda.
Pequeña ángel de piel oscura y ojos claros,
¿por qué, sin decir palabra,
acariciaste mi herida al colocarme a tu lado?
Puede que sólo seamos dos solitarios
perdidos eternamente en el Gran Santiago
pero ambos sabemos que la soledad
puede desvanecerse un momento
ahora que nuestras almas se tocaron.
Es curioso que ni un sonido
saliera de mi boca.
Y aún siento a veces curiosidad
por conocer el color de tu voz.
Pero sin necesidad de hablar,
supiste que a mí no me quedaba
corazón que poder entregar...
y yo sentí que todo el amor
que una vez llegaste a albergar
se encontraba desgastado.
Pero, pequeña ángel
de piel oscura y ojos claros,
eso no impidió
que, durante tantos minutos
nos prestáramos nuestros labios.
Nunca habría siquiera sospechado
que los ángeles pudieran
sentirse tan solos como los humanos.
Y tras ese beso silencioso
volvimos a mirarnos con gratitud,
con amabilidad...
por haber aliviado un eterno instante
nuestra mutua sensación de soledad.
La pequeña ángel
de piel oscura y ojos claros
quedó en el puente...
sospecho, quizás,
para no aparecer ya más.
Y yo, bajo el brillo de las primeras estrellas,
nuevamente comencé a caminar.
calle Loreto, dirección Baquedano,
bajo el sol o la lluvia, no importa...
Siempre apostada, siempre esperando.
Pero, pequeña ángel,
¿a quién esperabas ahí?
Aunque después no volviera verte,
no puedo creer que fuera a mí.
La tarde empezaba a perder su nombre
y mi abrigo apenas contenía el frío.
Tantas veces, al pasar por el puente,
nos habíamos visto y, sin embargo,
nunca nos habíamos contemplado.
¿Cómo es posible
que en una piel tan oscura
habiten unos ojos tan claros?
Fui, ante tus iris, un cervatillo
en la noche frente a unos faros.
Era como si estuviéramos a solas,
no sólo en el puente,
también en kilómetros a la redonda.
Pequeña ángel de piel oscura y ojos claros,
¿por qué, sin decir palabra,
acariciaste mi herida al colocarme a tu lado?
Puede que sólo seamos dos solitarios
perdidos eternamente en el Gran Santiago
pero ambos sabemos que la soledad
puede desvanecerse un momento
ahora que nuestras almas se tocaron.
Es curioso que ni un sonido
saliera de mi boca.
Y aún siento a veces curiosidad
por conocer el color de tu voz.
Pero sin necesidad de hablar,
supiste que a mí no me quedaba
corazón que poder entregar...
y yo sentí que todo el amor
que una vez llegaste a albergar
se encontraba desgastado.
Pero, pequeña ángel
de piel oscura y ojos claros,
eso no impidió
que, durante tantos minutos
nos prestáramos nuestros labios.
Nunca habría siquiera sospechado
que los ángeles pudieran
sentirse tan solos como los humanos.
Y tras ese beso silencioso
volvimos a mirarnos con gratitud,
con amabilidad...
por haber aliviado un eterno instante
nuestra mutua sensación de soledad.
La pequeña ángel
de piel oscura y ojos claros
quedó en el puente...
sospecho, quizás,
para no aparecer ya más.
Y yo, bajo el brillo de las primeras estrellas,
nuevamente comencé a caminar.
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