lunes, 28 de enero de 2019

GdP2: XXI

-¡Chencho-sensei!

Parpadeé y miré a mi alrededor. Un montón de niños me miraban con ojos impacientes.

-Oh, lo siento -me disculpé-. Me quedé absorto en mis pensamientos...
-¿Absorto? ¡Chencho-sensei, por favor! ¡Parece que llevas meses sin continuar con la historia! ¡Queremos saber cómo termina la batalla del Comando Caprino contra el Grupo Armado Mata-Cabras!

La batalla, sí. Por ese motivo me quedé absorto. Supongo que es algo inevitable. Esa batalla... ¿cómo puede alterarme tanto algo que ha pasado hace tantos años? 

Ahora, soy el guardián y el maestro de estas jóvenes criaturas en este intento de renacimiento de la humanidad. Supongo que debería contarles la verdad. No ocultar los hechos, por terribles que sean. Pero, ¿qué ganaríamos con ello? ¿Acaso no es necesario que la esperanza se mantenga por irreal que resulte? Para estos niños, el Comando Caprino es un grupo de leyenda en el que se inspiran. ¿Cómo puedo mirar a los ojos a estas criaturas y decirles lo que realmente pasó?

Como decirles que nobles soldados como Herji y Chess fueron vencidos y humillados. Que Celia, nuestra líder, desertó y nos abandonó en plena lucha. Que la sanadora Rigoberta tuvo que hacer horas extras. Y que Chencho murió asesinado a manos de su archienemigo Daniel, el Señor del Castillo de la Rosa.

Daniel. El Señor del Castillo de la Rosa. Es el villano que ninguna novela querría tener, pues el héroe perecería antes de las cinco primeras páginas. Y no desaprovechó su oportunidad. Cuando vio a Chencho grogui, cantando "soy la viudita del conde Laurel" por el campo de batalla, actuó sin vacilar. La cabeza de Chencho, el componente más poderoso del Comando Caprino, rodó por el campo de batalla.

¿Qué soy yo, entonces? Supongo que únicamente soy una copia de seguridad. Chencho, haciendo gala de sus poderes como interdimensionador, había dejado planificado un botón de "cargar partida" en caso de que muriera: traer a otro Chencho de otro universo para reemplazarle. El planteamiento es sencillo. Cada vez que un interdimensionador cambia de universo o se traslada de pliegue espaciotemporal, crea una nueva dimensión. Y cuando el interdimensionador de una de esas nuevas realidades vuelve a trasladarse, crea otra nueva dimensión. Y así sucesivamene... es un crecimiento exponencial de los diversos planos de existencia, una pesadilla de la física cuántica.

Chencho lo sabía. En el momento que murió, yo me vi arrastrado de mi propia línea temporal para sustituir a mi otro yo recién fallecido... creando, de ese modo, un nuevo plano de existencia. Lo cual plantea unas cuestiones interesantes.

¿El Chencho al que sustituí era el Chencho que tuvo la idea originaria de hacer copias de seguridad en base a versiones de sí mismo provenientes de otros planos de existencia? ¿O él era a su vez la copia de seguridad de otro Checho fallecido anteriormente? ¿Es posible que el Chencho original estuviera aún vivo, contemplando desde más allá del multiverso cómo "n-ésimas" versiones de sí mismo se multiplican a un ritmo exponencial y, al mismo tiempo, sustituyen a los Chenchos caídos en combate? ¿Y si tal proliferación de realidades terminan colapsando la propia existencia del multiverso? Quizás, lo que yo debería hacer es ir eliminando a otras versiones de mí mismo y reducir el número de Chenchos activos. Pero, si hiciera eso, ¿sería asesinato o suicidio? ¿Tendrían todos los Chenchos las mismas pautas celebrales? ¿Cómo puedes hacer una copia de seguridad de ti mismo sin estar seguro de que el Chencho al que traigas de otra dimensión piensa de un modo semejante a ti? ¿Y si le gusta la pizza con piña'? ¿Y si...?

-¡Chencho-sensei!

Parpadeé y miré a mi alrededor. Los niños seguían esperando que les contara cómo había terminado esa batalla. Fingí entusiasmo y forcé una sonrisa al responder:

-¡El Comando Caprino ganó, por supuesto! ¿No es eso lo que hacen los héroes?

Pero yo sabía que, en otra dimensión y en otro espacio-tiempo, las cosas habían terminado de una manera diferente...


Continuará


miércoles, 1 de agosto de 2018

Rabia y olvido

La que era tu luna nos contempla.
Siento tu rabia.
Veo cómo se desfigura tu rostro al gritarme.

Pero no puedo oírte.
Eso te enfurece aún más.

Sé que me odias por olvidar.
Me pregunto si realmente olvidé
o si sólo me convencí de haberlo hecho.
Me pregunto si es lo mismo.

Siento tu rabia.
Me golpeas con fuerza.

Mi labio se parte.
El sabor a sangre inunda mi boca.

Pero, por mucho que gritas,
aún no te escucho.

Me golpeas de nuevo.

Mi rodilla se clava en el suelo.

Tu grito llega como un susurro.
Me obliga a recordar.

Dios mío.
Había olvidado cuánto la amaba.

Juré que no lo olvidaría.
Juré que no olvidaría sus ojos llorando,
mirándome por última vez.
Pero olvidé, incluso, que había jurado no olvidarlo.

Me levantas y me golpeas.
Mi estómago se rinde.

Por fin te escucho.

Me odias por convertirnos en lo que ves.

Quisiera decir que lo hice lo mejor que pude.
Pero sería mentira.

Miras las cicatrices que te dejaré en herencia.
Recuerdos de una ceja abierta,
unos nudillos reventados,
un tabique nasal desviado,
un corazón que late por inercia.

Me golpeas.
Miro mis manos,
cubiertas por la sangre que mana de mi nariz.

Estoy cansado de que me pegues.
Aunque tengas razón.

Por mucho que lo odies,
no puedes evitar convertirte en lo que soy.

Prefiero recordarte con cariño.
Me voy.

Sé que volveré a encontrarte
en noches como ésta,
que hacía tantos años no pisaba.

Lloras de impotencia.
Te aprecio.
Aunque me odies,
te aprecio.

Pero soy incapaz de llorar por ti.
De llorar contigo.

Te dejo llorando.
Recojo mi sangre.
Vuelvo a centrarme en la noche.

Dios mío.
Había olvidado lo mucho que la amaba.

miércoles, 25 de julio de 2018

GdP2: XX

Recuperé mi wakizashi del cuerpo sin vida de un desafortunado engendro del caos. Delante de mí, retándome, se erguía ese extraño ser llamado Kuroko. Era más parecido a una sombra que a un ser de carne y hueso. Pero la letal energía verdosa que emitía su cuerpo no era broma alguna.

Eché un vistazo al campo de batalla. En nuestro bando Herji, Chess y Chencho estaban fuera de combate. Respecto a nuestros enemigos, Xhugra había pasado a mejor vida. Me gustaría decir lo mismo respecto al Mariscal de Campo, pero ese cadáver viviente tiene la mala costumbre de recomponerse tarde o temprano.

El multitudinario combate inicial se había convertido en diversos duelos individuales. Sonreí. Al parecer, iba a poder concentrarme en el combate contra Kuroko.

-Tú. Vicky -dijo mi enemigo-. La pequeña ninja. Uno de los componentes del Comando Caprino original. Mi venganza también ha de alcanzarte a ti.

Me reí en su cara.

-Imagino que debes ser uno de los cientos de perdedores que hemos hecho añicos en alguna ocasión... quítate esa tela negra y muestra tu rostro. Quizás así te recuerde. O, ¿quién sabe? Es posible que no. Sólo eres un mindundi rencoroso, ¿verdad?

El ser llamado Kuroko saltó hacia delante. La letal energía verde golpeó el lugar donde yo me encontraba... un segundo antes. Trozos de roca saltaron por los aires. Lancé un tajo con mi wakizashi, pero Kuroko saltó hacia atrás, esquivándolo. Mi treta de intentar enfurecerlo no había dado resultado. De hecho, yo sentía que había algo no natural en él. ¿Podría ser un androide o algo similar?

Mantuve el wakizashi en mi mano izquierda y levanté mi katana con la derecha. La extraña sombra permanecía frente a mí, sin adoptar postura alguna de combate. Sin embargo, yo sabía que si conseguía rozarme, todo habría terminado. Más aún, sentía en Kuroko algo familiar... ¿quién o qué era esta criatura? ¿Algún antiguo enemigo? Quizás debiera releer el libro que escribió mi hermano recopilando nuestras antiguas aventuras, y buscar alguna pista... pero me daba mucha pereza. Después de todo, el muy idiota había inventado o magnificado más de la mitad de esas historias y había omitido aquellas en las que no era él el protagonista...

Un rayo de energía verdosa surcó el aire. Salté, hice una acrobacia y caí sobre mis pies. Me regañé a mí misma. ¡No te despistes, Vicky! Mantén la concentración... o al menos, inténtalo. Porque alguien había encendido la radio y volvíamos a tener a los malditos Pollastres Mitológicos de banda sonora...

Debería estar escribiendo algo muy distinto.
Pero la vida es la que dicta y la que decide. 
Lancé la moneda al pozo y susurré mi deseo.

Ahora, la luna brilla. 
Lo que pedí se ha cumplido.
Tumbado en la cama, desnudo,
contigo sobre mí.
Sé que te gusto. 
Incluso me parece verte sonreír
cuando comienzas a succionar. 

Tras matarte de un manotazo, medito
que debí especificar que no fueras una mosquito. 

Contengo un suspiro. 
Por fin me atrevo y miro
el hilo rojo atado a mi meñique. 
Y lo sigo.
Es hora de conocer mi destino...

El otro extremo termina
en un nudo corredizo
atado alrededor de mi cuello.
Es bonito saber
que continuaré conmigo
hasta que se me ocurra estirar del hilo.

Eso digo,
pero sé que estoy jodido. 
Cuesta echar de tu lado a ti mismo.
Cada vez me aguanto menos.
Pero mi último chiste es demasiado bueno.
Suspiro, me reconcilio conmigo mismo
y decido dedicarme un sincero cariño...
hasta que vuelvo a escuchar un zumbido. 

-Es imposible luchar con esta puta música -maldigo en voz alta.
-A mi pesar, estoy completamente de acuerdo -asiente Kuroko.

***

Por fin, conseguí arrastrarme desde debajo de ese estúpido pavo gigante. Me pregunté qué dirían mis conciudadanos de Nueva Ávila si me vieran a mí, su campeón, en estas circunstancias. Reptando a duras penas, con múltiples fracturas, cubierto debajo de la armadura por pulgas y chinches haciendo su agosto y, lo más doloroso, habiendo reclutado como salvadores a una banda que es un manicomio ambulante. Yo, un campeón. ¿Cómo puedo ser un campeón? En esta historia, cada decisión acertada es cometer un error.

Aspiré una bocanada de aire... y me arrepentí al momento. El dolor era insoportable. Mis costillas estaban rotas. No era capaz de ponerme en pie. Rigoberta... ¿dónde estás? Desde mi forzada posición no podía ver a nuestra sanadora. Al contrario, mi campo visual lo ocupaba el duelo entre el aweonao de mi compañero Cafre y Cubbi.

Es decir, un duelo entre un estúpido pansexual de amplio espectro y un (o una) hermafrodita ninfómano (o ninfómana) capaz de chupar toda tu energía vital.

Yo lo único que quería era arrancarme los ojos. Y lo habría hecho, de haber podido moverme.

Cubbi y Cafre estaban frente a frente, desnudos, con sus respectivos miembros saludándose bien erectos.

¿Por qué? ¿Por qué tengo que ser yo quien vea esto?

Cafre comenzó a caminar tambaleándose hacia su perdición. Era obvio que las feromonas de Cubbi lo habían afectado.

Oh, por favor. Si existe alguna deidad, por favor... os lo ruego... parad. No permitáis esto. No me refiero a salvar la vida de Cafre, porque yo no la salvaría ni cagando. Incluso disfrutaría viéndolo... pero así no. Así no voy a disfrutar ver morir a Cafre. Por favor, no me hagáis ver una escena de Cafre y Cubbi teniendo sexo...

Demasiado tarde. Quiero morirme.

Cubbi se ha tumbado boca arriba en el suelo, separando sus piernas. Cafre se arrodilla y, poco a poco, introduce su pene en la vagina de su enemigo. El andrógino rostro de Cubbi se contrae de placer. Al mismo tiempo, el pene del hermafrodita crece un poco más y ya llega casi hasta la barbilla de Cafre.

¡No quiero ver eso!

Cafre comienza con sus acometidas. Juro que si ambos eyaculan a la vez, me suicido en cuanto pueda moverme...

De todos modos, debería pensar en ir consiguiendo otros campeones que liberen a mi pueblo. Cafre va a pasar a mejor vida en cuanto Cubbi comience a robarle la energía vital a... un momento... ¿Por qué está sonriendo Cafre?

Puedo escuchar la voz de Cafre. Ahora, además de sacarme los ojos, quiero reventar mis tímpanos. No es posible que haya dicho lo que ha dicho. Pero sí... sí lo ha dicho...

-¿Sabes que cuando me convierto en hombre chivo, crecen todas las partes de mi cuerpo?

Los ojos de Cubbi se desorbitan por el terror. En menos de un segundo, lo que está fornicando con Cubbi no es un humano. Es una inmensa bestia humanoide con forma de chivo.

Cubbi chilla de terror y dolor. Yo también. Puedo verlo desde aquí. Es un terrible desgarro vaginal.

El hombre chivo se incorpora. Quiero creer que ha terminado la tortura para Cubbi, pero no. El hombre chivo usa una de sus manazas y agarra el aún erecto miembro de Cubbi. Conociendo lo perturbado que es Cafre, quiero pensar que no va a masturbar a su enemigo...

Cubbi chilla de terror y dolor. Yo también. Puedo verlo desde aquí. Es una fractura de pene.

Desgarro vaginal y fractura de pene en un mismo cuerpo. Ni puedo ni quiero seguir viéndolo...

-¡Herji! -escucho la voz de Rigoberta- ¡Estás herido! Voy a sanarte lo más rápido que... ¿eh?

Miro a Rigoberta con los ojos anegados en lágrimas y niego con la cabeza.

-No, amiga mía -susurro-. No me cures a mí todavía. Cura antes a Cubbi, para que al menos mi alma deje de sangrar...


Continuará


sábado, 16 de junio de 2018

GdP2: XIX

Hasta el día de hoy, eran tres las cosas que más odiaba.

Hasta el día de hoy.

Aunque no necesariamente en este orden, la primera que mencionaré es cuando te estás enamorando de alguien de quien no debes enamorarte. Y lo sabes. Pero da igual, porque terminarás haciendo el gilipollas. Y eso también lo sabes. Pero igual lo haces. Y aunque vaya mal mil y una veces, sabes que habrá una milésimo segunda vez que también lo harás. Y piensas, bueno, si al menos follo, habrá servido para algo... en fin.

La segunda es cuando debes pelear por algo o alguien... y realmente es una pelea que no quieres librar. Tienes el ojo morado, la ceja abierta, le estás reventando la cabeza contra el suelo a tu oponente y, de repente, te cruza un pensamiento tipo "pobrecillo, si igual no se merece esta paliza". La adrenalina baja a mínimos y tú te sientes mal por dentro mientras le estás retorciendo el brazo hasta rompérselo.

La tercera es cuando haces una promesa, la cual eres consciente que no vas a cumplir. Pero igual la haces. Como cuando te levantas con una resaca horrible, prometes que no vas a beber más en tu puta vida y esa misma noche te llaman para ir al carrete del siglo...

Sí. Hasta el día de hoy, esas tres eran las cosas que más odiaba.

Hasta el día de hoy.

Bueno, he de reconocer que también tengo un problema con el queso. No es que lo odie, es que me sienta mal. Lo que odio son las miradas de desaprobación de mis amigos cuando pido los nachos sin queso fundido...

De todos modos, estoy desvariando. Esas eran las cosas que más odiaba... hasta ahora mismo, que he descubierto algo que odio más que toda esa mierda junta.

La lucha contra Sir Rosis era reñida. Para mi sorpresa (a pesar que ese bipolar de Cafre me cae como una patada en los huevos), he de reconocer que su pavo gigante estaba soberbiamente entrenado. Aunque mi enemigo tenía la superioridad aérea gracias a Fresón, mi montura era mucho más ágil de lo que su envergadura hacía suponer. Sir Rosis y su tábano gigante eran veloces, pero cada vez que intentaban flanquearnos se encontraban con la amenaza de un tremendo picotazo.

Mientras nuestras respectivas monturas danzaban su mortal baile, el acero de Sir Rosis y el mío se entrecruzaban violenta y sonoramente. Sir Rosis era un letal espadachín, me gustaría haber podido enfrentarme a él en tierra firme... dudo quién de los dos habría ganado. En estas condiciones, ambos debíamos mantener el equilibrio mientras las bestias luchaban y aprovechar cuando cerraban distancia para lanzarnos tajos a degüello.

Durante minutos que a ambos se nos hicieron eternos, la lid permaneció igualada. Pavo gigante y tábano gigante se movían vertiginosamente rápido, en busca del mordisco o picotazo que decidiera la batalla. Sir Rosis y yo nos manteníamos alertas, fintando, esperando la oportunidad de enterrar nuestra espada en el cuerpo del otro...

Y, por fin, el pavo gigante fue algo menos de un segundo más rápido que el tábano gigante. No necesité más. La defensa de Sir Rosis, en ese instante, quedó desguarnecida.

Y yo cometí un error fatal.

Cuando lanzaba la estocada que debía otorgarme la victoria, grité con todas mis fuerzas:
-¡MUERE!

Ese fue el final de la batalla.

Porque el gran cabrón de Cafre había enseñado a su pavo gigante a obedecer distintas órdenes como "sit", "patita", "gira"... o "muere"... para hacerse el muerto.

Fue gritar esa desafortunada palabra y el pavo gigante saltó, haciendo una excelsa pirueta, cayendo sobre su espalda, quedando patitas arriba y aplastándome entre el suelo ensangrentado y su inmensa mole.

Antes dije que había tres cosas que odiaba. Tres cosas que odiaba más que a cualquier otra en mi vida... hasta hoy. Hoy he descubierto que lo que más odio es estar ahogándome, sin casi poder respirar, aplastado entre las plumas de un estúpido pavo gigante que le gusta hacerse el muerto, sintiendo como todas esas garrapatas, pulgas y chinches corretean por debajo de mi armadura y escuchando al muy noble Sir Rosis intentando contener la risa para no acrecentar mi humillación.

Lo había jurado ya varias veces, pero lo prometí una vez más. En cuanto ese puto Cafre cumpliera con su supuesto papel de salvar a mi pueblo... yo lo mataría lentamente...


RESULTADO DEL COMBATE:
Sir Rosis - 1
Herji - 0


Continuará

domingo, 10 de junio de 2018

GdP2: XVIII

Mi espada terminó con la existencia de otros dos demonios. Aunque era obvio que los problemas sólo iban a aumentar. Con Chencho desconectado de la realidad, estábamos rodeados entre los demonios invocados por el Señor del Castillo de la Rosa y los muertos vivientes a las órdenes del Mariscal de Campo... sin contar con el poder de los propios integrantes del Grupo Armado Mata Cabras. Más aún, se esfumaba nuestro modo de huida.

Sí, estábamos jodidos.

Me preparé para enfrentar a un grupo mixto de demonios y zombis. Estaba a punto de invocar mis lobos espirituales (aprovechando que Vicky no estaba cerca) pero, antes, ocurrió el milagro...

Los zombis se abalanzaron contra los demonios. Por todo el campo de batalla, los muertos vivientes parecían haber cambiado de bando y atacaban a nuestros enemigos.

La respuesta estaba en nuestra nigromante. Chess avanzaba con paso firme, despidiendo poder e ira por cada poro, con sus ojos inyectados en sangre y una voz gutural que resonaba por todo el campo de batalla...

-Llevo casi veinte entradas siendo humillada... ¡ahora os vais a cagar, hijos de puta!

El Mariscal de Campo, portando un viejo subfusil en sus esqueléticas manos, se enfrentó a ella.

-Mis... zombis... ¿qué... has hecho?

Los ojos de Chess brillaron. El Mariscal de Campo apuntó su arma a su propia calavera y disparó, reventándose él mismo.

-¡Tú también eres un muerto viviente! -gritó Chess- ¿Lo habías olvidado, capullo?

En un momento, gracias a nuestra nigromante, el campo de batalla había quedado libre de demonios y muertos vivientes... ahora era el Comando Caprino contra el Grupo Armado Mata Cabras.

Chess, con una sonrisa, alzo el puño al cielo.
-¿Quién es la puta ama ahora? ¿Eh? ¿Quién?

-Estoy de acuerdo en que ha sido realmente sorprendente cómo has vaciado el campo de batalla de muertos vivientes -dijo el simio llamado Cuchuflí Montoya-. Pero, ahora que no hay tropas no-vivas presentes, ya no es que sirvas de mucho, ¿verdad?

Todos pudimos escuchar el corazón de Chess rompiéndose en mil pedazos. La nigromante se fue llorando del campo de batalla.

Apreté los dientes. Tras el primer embate, nosotros habíamos perdido a Chess y a Míster Transsssporterr; ellos, sólo al Mariscal de Campo. Miré alrededor. Celia y Xhugra estaban frente a frente.

Nuestra líder, portando su poderoso traje de batalla señaló a su odiada enemiga.
-Es tu final, Xhugra. Esta vez, estoy preparada contra ti.

Xhugra sonrió, mostrando su lengua bífida. Unas gotas de saliva ácida gotearon de las comisuras de sus labios y cayeron al suelo, chisporroteando. Era obvio que creía estar preparada para cualquier cosa que hubiera ideado Celia. Para cualquier cosa... menos para eso.
-¡Fer! -gritó Celia- ¡Esta tía votó en las últimas elecciones a la ultraderecha!

Se hizo un silencio en el campo de batalla. El comunista hombre-dragón interrumpió su duelo contra el enano Durk.
-¿Qué has dicho? -chilló Fer, mientras se lanzaba contra Xhugra.

Xhugra parecía que iba a objetar algo, pero no le dio tiempo. Fer exhaló su ígneo aliento y Xhugra cayó muerta al suelo, con un muñón humeante en vez de cabeza.

Los números se igualaban.

Sir Rosis, montado en su tábano gigante y armado con espada y escudo se colocó delante de mí.

-¡Campeón Herji de Nueva Ávila! -me gritó- ¡Te desafío!
-Acepto -respondí con solemnidad.
-¡Herji, colega! -se escuchó la voz de Cafre- Sir Rosis está montado y tú no... ¡estás en desventaja! ¡Usa mi pavo como montura! Yo no lo necesito para vencer al hermafrodita. O a la hermafrodita. O a le hermafrodita... ¡como coño se diga!

El pavo gigante de Cafre llegó trotando hasta mí y se agachó para que pudiera subirme. Sir Rosis podía ser un enemigo, pero era muy noble. Asintió con la cabeza y esperó, sin atacar, a que yo estuviera sentado en el inmenso animal.

De repente, sentí un gran aprecio por Cafre. Sabía perfectamente el cariño que mi compañero tenía por su montura. El que me la cediera, aunque fuera por unos momentos, suponía un gran honor para mí.

Agarré las riendas... e hice una muesca de asco. Entre las plumas de la gran ave correteaban garrapatas. Una pulga saltó a mi hombro. Comenzaban a picarme las piernas.
-¡Cafre, cabrón! -grité-. ¡Esto está lleno de parásitos!
-¿Qué esperabas, imbécil? -contestó Cafre, también a gritos-. ¡Es un jodido pavo gigante, no un puto unicornio rosa!

Maldije en todo lo maldecible. Por mi bien, más valía que el duelo contra Sir Rosis terminara rápido...

Continuará






sábado, 9 de junio de 2018

GdP2: XVII


Yo, Kayampa, suspiré. Vi cómo mis compañeros del Grupo Armado Mata Cabras lamían sus heridas... habían sido derrotados. Esos crueles humanos llamados La Doctrina eran más de lo que parecían. Usaban tácticas ordenadas, armamento pesado y no tenían escrúpulos en utilizar a pueblerinos inocentes como escudo humano. Quizás Xhugra o el Mariscal de Campo no tenían tantos reparos en matar civiles, pero para Sir Rosis o Cuchuflí Montoya era un límite moral que no estaban dispuestos a traspasar. Además, en un amplio perímetro habían minado el terreno, por lo que Cubbi arriesgaba perder una pierna si se acercaba. Si a eso juntamos que el loco de Durk hacía lo que le daba la gana en la batalla...

Me sentí abatido. Yo sólo soy un escriba, no sé pelear. El Mariscal de Campo discutía con Kuroko y con el Señor del Castillo de la Rosa. Les echaba en cara que no hubieran querido ayudarles contra La Doctrina. Pero era una discusión estéril.

Suspiré. Por su parte, Sir Rosis estaba repartiendo pociones curativas. Las heridas físicas podían cerrarse, pero la humillación de haber sido rechazados por unos simples humanos perduraría demasiado tiempo...

De repente, todos nos pusimos alerta. Se escuchaba un zumbido, nuestro vello se ponía de punta por la electricidad estática, un tenue olor a ozono flotaba en el aire...

-¡Míster Transsssporterr! -aulló de alegría el Señor del Castillo de la Rosa-. ¡Es hora de saldar cuentas!

Un portal se abrió desgarrando el espacio y el tiempo. El Comando Caprino lo atravesó gritando de furia, disparando sus armas. Buscaban la revancha, nos habían pillado desprevenidos... Pero el Señor del Castillo de la Rosa alzó los brazos y, mientras reía a carcajadas, gritó:

-¡Yo también sé abrir portales!

***
Mi nombre es Chencho. Pero en este y en otros muchos mundos soy conocido como Míster Transsssporterr. Sí, es un nombre ridículo. Pero, en su momento, me pareció que molaba. Es como cuando echas la vista atrás y relees tus primeras direcciones de correo electrónico. Supongo que me entiendes.

Bueno, volviendo a la historia, mi teletransportación había sido perfecta. Pillamos desprevenidos al Grupo Armado Mata Cabras y caímos sobre ellos... pero subestimé la rapidez de mi archienemigo Daniel. Levantó los brazos mientras reía locamente y un portal se abrió sobre él... un portal conectado al mismo infierno. Antes de que pudiéramos darnos cuenta de qué estaba pasando, cientos de demonios cruzaron a nuestro plano de existencia. No íbamos a luchar sólo contra esos capullos del Grupo Armado Mata Cabras. También tendríamos que despachar a miles de criaturas infernales.

Por mí, bien.

Escupí al suelo. Decenas de demonios que pretendían atacarme desaparecieron. Soy un interdimensionador. Soy uno de los seres más poderosos que jamás hayan existido. Espero que les gustara el espacio exterior.

Nuevos demonios ocuparon el espacio de los anteriores. Una duda cruzó mi mente. Como en tantas otras ocasiones, me pregunté qué hacía aquí. Soy un solitario. Siempre lo he sido. Y me veo ahora luchando en una batalla que no he elegido, aliado con un tipo al que detesto. Si soy tan poderoso, ¿por qué parece que no tengo control sobre mi vida? En su momento quise apartarme, alejarme de todo y de todos, dedicarme simplemente a observar universos alternativos en otro plano de existencia, sin querer intervenir en ellos. Y sí, lo hice. No era feliz, pero estaba tranquilo...

Moví mis manos. Numerosos demonios cayeron descabezados al suelo. Pude ver a Cafre, montado en su pavo gigante, atravesando las líneas de muertos vivientes del Mariscal de Campo, intentando acercarse a Cubbi.

Cafre. Hubo un tiempo en el que lo llamé amigo. Un error que no volveré a cometer. A pesar de tener cuentas pendientes, se atrevió a sacarme de mi zona de confort, a pedirme ayuda, a involucrarme en esta aventura sin sentido... ¿Por qué? ¿Por qué accedí a ello? Me da miedo la respuesta. ¿Acaso me sentía solo? ¿Quería formar parte de algo aunque fuera de esta mierda?

Un campeón infernal comenzó a desafiarme. Antes de que terminara de hablar, ya había teletransportado sus vísceras fuera de su cuerpo.

Resoplé. Soy una persona delicada, sensible. Al contrario que estos lunáticos, no disfruto con esta violencia sin sentido. ¿Por qué no uso mis poderes para largarme al otro confín del universo y olvidarme de toda esta jodienda? Mis compañeros saben cuidarse solos...

-¡Chencho! -Rigoberta llegó hasta mí-. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Sus ojos, tan bellos, se clavaron en los míos. Después, nuevos enemigos aparecieron y me vi forzado a apartar la vista de ella.

Rigoberta. ¿Por qué mi corazón se acelera tanto cuándo está cerca de mí? Capé mis sentimientos hace mucho. Me convertí en un malote. Y ahora me derrito cuando ella aparece... joder. No tengo idea de cómo tratarla. No la conozco apenas. Si ella no estuviera aquí, ¿seguiría yo con esta gente?

Miré hacia Rigoberta, pero mis ojos sólo hallaron enemigos. Grité de furia y me dirigí hacia otro campeón infernal.

-El sol del desierto abrasó mi piel. Mis pies se han hundido en la nieve. He cruzado tanto el océano como la cordillera sin saber qué esperaba detrás. He visto manar a borbotones mi propia sangre. Me he tambaleado borracho en calles desconocidas. He amado demasiadas primeras noches, como he llorado demasiadas últimas. Prometí no volver a sentir y hoy vuelvo a estar enamorado. ¡Demonio! ¿Osas enfrentarme? Más vale que estés tan dispuesto a morir como yo lo estoy.

***

Mi nombre es Herji. Soy el campeón de mi pueblo, la tribu de Nueva Ávila. Mientras la hoja de mi espada corta en dos el cuerpo de un demonio, echo un vistazo a cómo lucha uno de los poderosos compañeros que he encontrado en mi camino. Chencho, el llamado Míster Transsssporterrr, parece que ha activado el modo deidad, arrasando hordas de enemigos. Una sonrisa asoma a mis labios. Estoy convencido de que con él en nuestro bando, la victoria es nuestra.

Bueno, eso pensaba yo... hasta que, tras pronunciar un emocionado discurso, a Chencho le dio uno de sus cortocircuitos, dejó de matar demonios y comenzó a cantar que era la viudita del conde Laurel...

-¡Proteged a Chencho! -grité aterrado- ¡Está fuera de combate!

Pero sin Chencho, sin los poderes de Míster Transsssporterrr... ¿podríamos ganar la batalla?


Continuará
 

miércoles, 30 de mayo de 2018

GdP2: XVI


Desde lo alto de una colina, miré con preocupación hacia el horizonte. Mis compañeros del Grupo Armado Mata Cabras, tras su primer enfrentamiento con el Comando Caprino, habían decidido asaltar Nueva Ávila y enfrentarse a esos crueles humanos llamados La Doctrina.

Y yo, vuestro seguro servidor, el escriba Kayampa, me sentía inquieto. Nuestros aliados Kuroko y el Señor del Castillo de la Rosa habían decidido no intervenir. Su lucha, decían, era sólo contra el Comando Caprino y Míster Transsssporterr, respectivamente. El resto, de todos modos, fueron confiados a la batalla. Su poder es considerable, sí, pero yo tenía un mal presentimiento.

Kuroko permanecía inmóvil y silencioso. El Señor del Castillo de la Rosa descansaba sobre la hierba morada. Yo, para tranquilizar los nervios, decidí encender la radio y poner algo de música. Sonaban Los Pollastres Mitológicos:


El naranja del atardecer cae sobre la ciudad,
reflejado en las lágrimas que caen de tu mirar. 
Mi corazón se resquebraja un poco más.

Hemos recorrido juntos medio mundo,
rompiéndolo todo, peleándonos como niños...
ambos sabemos que es el final.
Ambos sabemos
que no nos volveremos a encontrar.

Bajo la mirada. 
Me preguntas cuánto te odio.
"Nunca" respondo. 

Nunca pude odiarte. Nunca podría odiarte.
Tampoco ahora. 
Pero, si me pides como probarlo, 
no lo sé.

A pesar de todo, ¿lo pasamos bien?

Siempre supimos que algún día
nuestra historia se terminaría.

Aunque no quisiéramos darnos cuenta.

Los dos somos demasiado tercos.
Y ésta ha sido la última pelea. 

Aunque de veras quisiera
poder seguir peleando contigo
antes que aceptar que ya no estarás.

Nuestras armas están rotas,
hechas pedazos, tiradas en el suelo.

Y, no por primera vez, 
me pregunto si lo que siento por ti
desde lo más profundo de mi corazón
es lo que los otros llaman "amor". 
La verdad, ya poco importa. 
Nunca sabré la respuesta.

Dices que he ganado.
Pero el mundo es poca recompensa
a cambio de perderte. 

Siempre creí que eres la mujer más bella.
Siempre creí que eres la persona más valiente.
Siempre creí que, de tan perfecta, debieras ser eterna.

Cruel ironía que yo deba matarte.
Cruel ironía que tu peor enemigo lamente tu muerte. 

Y todo porque los dos somos demasiado tercos.

El naranja del atardecer cae sobre la ciudad.

Ambos lo contemplamos con pesar a través del cristal
de la cabina del puente de mando de la nave nodriza.
El denso humo asciende hasta el cielo, 
los disparos suenan cada vez más espaciados.

Debería disfrutar el momento
pero sólo puedo fijar mis ojos en la apresada heroína
que luchó aunque no hubiera esperanza de victoria.
En su rostro, desafiante, 
se refleja la derrota, el cansancio, la tristeza.

Yo, como el villano de opereta que soy,
hago oscilar mi negra capa
y pulso el rojo botón que dispara los misiles.

Tras unos minutos,
se hace el silencio.
He conquistado el mundo.  

Y aún así, quiero caer de rodillas.
¿Por qué somos los dos tan tercos?
Te vencí,
mas no quisiste unirte a mí.

Y yo ahora entiendo que era feliz
cuando recorríamos el mundo,
peleándonos como chiquillos,
cuando yo podía seguir jugando contigo...

Ahora que me pertenece el mundo entero,
lo cambiaría por regresar a los viejos tiempos.
Lo cambiaría también
porque lo gobernaras a mi lado.

Pero ambos somos demasiado tercos.

Por última vez, nuestras miradas se cruzan.

"Nunca he podido odiarte".

Se escucha un disparo.
Mi corazón se parte.

Conteniendo las lágrimas, 
me giro hacia este mundo que he conquistado.
Aunque sólo quiera vivir en él
si tú estás recorriéndolo a mi lado,
como cuando éramos dos niños peleándonos.



Continuará...