miércoles, 19 de septiembre de 2012

Estoy de Vuelta 5

Sebas parpadeó, como despertando de un profundo sueño.
-Ay, que resacón...
Lo que veía a su alrededor parecía la habitación de un hospital.
-Bienvenido, muchacho -sonó una voz a su izquierda.
Sebas maldijo en voz baja, giró la cabeza y vio un médico de aspecto bonachón que le sonreía.
-¿Ande estoy...? -susurró.
-En el hospital, chaval. Tienes suerte de estar vivo. El camión sólo te alcanzó de refilón, pero te golpeaste muy fuerte en la cabeza y en el pecho...
-Ondia, por eso no me he muerto -rió Sebas-. Con la de calabazas que me han dao, tengo el pecho como una roca... ¡y ya la cabeza ni te cuento!
Sebas rió con ganas, pero se paró en seco.
-¿Y mi colega? -preguntó al médico-. ¿Y Rubén?

La tarde caía triste sobre un mundo gris, manchado de rojo por el bajo sol del crepúsculo. El cementerio, a esa hora, no era más que la dantesca parodia de un jardín, difuminándose la macabra línea divisoria entre la vida y la muerte.
Las dos docenas de personas que, vestidas de negro, escuchaban el sermón del cura, mantenían expresiones hoscas y serias, si bien realmente lo que se preguntaban en su interior era si la perorata del sacerdote duraría mucho tiempo.

-Queridos hermanos. Nos hemos reunido aquí hoy para despedirnos de Tomás Povedilla Huertas, un joven que ha sido muy valioso para todos nosotros...
-No generalices, carcamal -susurró por lo bajo uno de los asistentes al funeral. Otro hombre que estaba a su lado no pudo evitar esbozar una sonrisa.

-El muchacho al que hoy despedimos -siguió hablando el cura-, ha sido nuestro amigo, nuestro confidente, nuestro hermano...
-Y también uno de los mayores capullos que ha pisado nunca el pueblo -terminó el hombre.
-¡Cállate, por favor! -le advirtió su compañero conteniendo la risa.
-¡Era tan bueno! -sonó en ese mismo momento la voz quejumbrosa de una anciana.
-¡Ya saltó la otra! -replicó por lo bajo el mismo hombre-. Ésta es la misma vieja que no dejaba de repetir que estaría mejor bajo tierra... y ahora viene con que era muy bueno... ¡idiota!
-¡Y tan joven! -añadió la anciana.
-¡Pues por eso murió! -siguió el hombre en un murmullo-. ¡Por joven! ¡Sólo los jóvenes idiotas practican los deportes de riesgo! Así, pasó, cayó precipicio abajo y aterrizó con la cabeza... con lo poco que la usaba, seguro que ni se enteró de que se había quedado sin ella. Sólo a un estúpido integral se le ocurre practicar puenting con los amigos sin medir antes la cuerda... le sobraban cinco metros. Si quería llamar la atención, lo ha conseguido, desde luego.

-Cenizas a las cenizas, polvo al polvo -continuaba el cura.
-Mira, mira -dijo el hombre-, el curita ya empieza a acertar... polvo al polvo... ¡si el muy desgraciado sólo pensaba en eso! ¡En echar polvos!
-Pero qué bestia eres... -responde su amigo.
-¿Bestia, yo? Ese mamón se trabajó a mi hija en mi propia cama. Dime ahora quién es el bestia. Si no fuera porque era hijo de quien era...

Isabel no tenía ni idea de a quién estaban enterrando. Tampoco le importaba. Durante las dos últimas semanas, había ido todas las tardes al cementerio, a llorar desconsolada, de rodillas, frente a la tumba de Rubén.
-Nunca amaré a otro -susurraba-. Jamás volveré a amar.

Y ese juramento fue el que alteró su destino.

Continuará



2 comentarios:

  1. tendrá al padre contento... pasa menos tiempo en casa que cuando tenía novio...

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  2. Reconozco que eso a mí no se me había ocurrido xDD

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