Lij revisó sus fuerzas. Antiguas sectas la habían
adorado hacía mucho tiempo. Alquimistas sin escrúpulos habían
pactado con ella. Y aún conservaba esa energía maligna en su
interior. La diablilla estaba segura de que podría igualar en poder
al demonio mayor durante un breve, un pequeño lapso de tiempo.
Quizás tan sólo durante unas pocas horas. Pero tampoco necesitaba
más. ¿Y cuándo la diablilla agotara esa pequeña reserva de poder?
Bueno, seguramente le tocaría esconderse durante toda la eternidad
del demonio mayor, ¡pero eso ya lo llevaba haciendo durante siglos!
Así que sus ojos se tornaron del color de la maldad y
alzó su brazo.
El Espectro aulló de dolor cuando una flamígera y a la
vez oscura garra se hincó en su espalda como hierro al rojo.
La terrible garra de Lij terminó de cerrarse y arrancó
un oscuro trozo de la sombría espalda del Espectro, que había caído
de bruces al suelo, llorando y gimiendo por el mortal dolor que
sentía.
La diablilla sonrió y hechizó al aullante Espectro
para que su aura quedara mitigada durante unas horas. Luego modeló
el trozo de espalda hasta hacerlo una negra esfera casi perfecta.
Después, la diablilla transfirió parte de su maligna energía a la
esfera y abrió su garra. La esfera comenzó a levitar con un brillo
rojizo y partió rauda hacia una dirección aparentemente al azar.
En ese mismo momento, dentro del coche, Canael se
irguió.
-Ha
cambiado de dirección –murmuró el demonio-. Por favor, Fito. Gira
a la izquierda.
El
esqueleto obedeció.
Lij
calculó todas las coordenadas, así como la velocidad de todos los
participantes en el juego y algunas de las posibles contingencias. Y
sonrió con regocijo.
Faltaba
tan sólo un agente por introducir en la ecuación.
Continuará
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