La que era tu luna nos contempla.
Siento tu rabia.
Veo cómo se desfigura tu rostro al gritarme.
Pero no puedo oírte.
Eso te enfurece aún más.
Sé que me odias por olvidar.
Me pregunto si realmente olvidé
o si sólo me convencí de haberlo hecho.
Me pregunto si es lo mismo.
Siento tu rabia.
Me golpeas con fuerza.
Mi labio se parte.
El sabor a sangre inunda mi boca.
Pero, por mucho que gritas,
aún no te escucho.
Me golpeas de nuevo.
Mi rodilla se clava en el suelo.
Tu grito llega como un susurro.
Me obliga a recordar.
Dios mío.
Había olvidado cuánto la amaba.
Juré que no lo olvidaría.
Juré que no olvidaría sus ojos llorando,
mirándome por última vez.
Pero olvidé, incluso, que había jurado no olvidarlo.
Me levantas y me golpeas.
Mi estómago se rinde.
Por fin te escucho.
Me odias por convertirnos en lo que ves.
Quisiera decir que lo hice lo mejor que pude.
Pero sería mentira.
Miras las cicatrices que te dejaré en herencia.
Recuerdos de una ceja abierta,
unos nudillos reventados,
un tabique nasal desviado,
un corazón que late por inercia.
Me golpeas.
Miro mis manos,
cubiertas por la sangre que mana de mi nariz.
Estoy cansado de que me pegues.
Aunque tengas razón.
Por mucho que lo odies,
no puedes evitar convertirte en lo que soy.
Prefiero recordarte con cariño.
Me voy.
Sé que volveré a encontrarte
en noches como ésta,
que hacía tantos años no pisaba.
Lloras de impotencia.
Te aprecio.
Aunque me odies,
te aprecio.
Pero soy incapaz de llorar por ti.
De llorar contigo.
Te dejo llorando.
Recojo mi sangre.
Vuelvo a centrarme en la noche.
Dios mío.
Había olvidado lo mucho que la amaba.
miércoles, 1 de agosto de 2018
miércoles, 25 de julio de 2018
GdP2: XX
Recuperé mi wakizashi del cuerpo sin vida de un desafortunado engendro del caos. Delante de mí, retándome, se erguía ese extraño ser llamado Kuroko. Era más parecido a una sombra que a un ser de carne y hueso. Pero la letal energía verdosa que emitía su cuerpo no era broma alguna.
Eché un vistazo al campo de batalla. En nuestro bando Herji, Chess y Chencho estaban fuera de combate. Respecto a nuestros enemigos, Xhugra había pasado a mejor vida. Me gustaría decir lo mismo respecto al Mariscal de Campo, pero ese cadáver viviente tiene la mala costumbre de recomponerse tarde o temprano.
El multitudinario combate inicial se había convertido en diversos duelos individuales. Sonreí. Al parecer, iba a poder concentrarme en el combate contra Kuroko.
-Tú. Vicky -dijo mi enemigo-. La pequeña ninja. Uno de los componentes del Comando Caprino original. Mi venganza también ha de alcanzarte a ti.
Me reí en su cara.
-Imagino que debes ser uno de los cientos de perdedores que hemos hecho añicos en alguna ocasión... quítate esa tela negra y muestra tu rostro. Quizás así te recuerde. O, ¿quién sabe? Es posible que no. Sólo eres un mindundi rencoroso, ¿verdad?
El ser llamado Kuroko saltó hacia delante. La letal energía verde golpeó el lugar donde yo me encontraba... un segundo antes. Trozos de roca saltaron por los aires. Lancé un tajo con mi wakizashi, pero Kuroko saltó hacia atrás, esquivándolo. Mi treta de intentar enfurecerlo no había dado resultado. De hecho, yo sentía que había algo no natural en él. ¿Podría ser un androide o algo similar?
Mantuve el wakizashi en mi mano izquierda y levanté mi katana con la derecha. La extraña sombra permanecía frente a mí, sin adoptar postura alguna de combate. Sin embargo, yo sabía que si conseguía rozarme, todo habría terminado. Más aún, sentía en Kuroko algo familiar... ¿quién o qué era esta criatura? ¿Algún antiguo enemigo? Quizás debiera releer el libro que escribió mi hermano recopilando nuestras antiguas aventuras, y buscar alguna pista... pero me daba mucha pereza. Después de todo, el muy idiota había inventado o magnificado más de la mitad de esas historias y había omitido aquellas en las que no era él el protagonista...
Un rayo de energía verdosa surcó el aire. Salté, hice una acrobacia y caí sobre mis pies. Me regañé a mí misma. ¡No te despistes, Vicky! Mantén la concentración... o al menos, inténtalo. Porque alguien había encendido la radio y volvíamos a tener a los malditos Pollastres Mitológicos de banda sonora...
Debería estar escribiendo algo muy distinto.
Pero la vida es la que dicta y la que decide.
Lancé la moneda al pozo y susurré mi deseo.
Ahora, la luna brilla.
Lo que pedí se ha cumplido.
Tumbado en la cama, desnudo,
contigo sobre mí.
Sé que te gusto.
Incluso me parece verte sonreír
cuando comienzas a succionar.
Tras matarte de un manotazo, medito
que debí especificar que no fueras una mosquito.
Contengo un suspiro.
Por fin me atrevo y miro
el hilo rojo atado a mi meñique.
Y lo sigo.
Es hora de conocer mi destino...
El otro extremo termina
en un nudo corredizo
atado alrededor de mi cuello.
Es bonito saber
que continuaré conmigo
hasta que se me ocurra estirar del hilo.
Eso digo,
pero sé que estoy jodido.
Cuesta echar de tu lado a ti mismo.
Cada vez me aguanto menos.
Pero mi último chiste es demasiado bueno.
Suspiro, me reconcilio conmigo mismo
y decido dedicarme un sincero cariño...
hasta que vuelvo a escuchar un zumbido.
-Es imposible luchar con esta puta música -maldigo en voz alta.
-A mi pesar, estoy completamente de acuerdo -asiente Kuroko.
***
Por fin, conseguí arrastrarme desde debajo de ese estúpido pavo gigante. Me pregunté qué dirían mis conciudadanos de Nueva Ávila si me vieran a mí, su campeón, en estas circunstancias. Reptando a duras penas, con múltiples fracturas, cubierto debajo de la armadura por pulgas y chinches haciendo su agosto y, lo más doloroso, habiendo reclutado como salvadores a una banda que es un manicomio ambulante. Yo, un campeón. ¿Cómo puedo ser un campeón? En esta historia, cada decisión acertada es cometer un error.
Aspiré una bocanada de aire... y me arrepentí al momento. El dolor era insoportable. Mis costillas estaban rotas. No era capaz de ponerme en pie. Rigoberta... ¿dónde estás? Desde mi forzada posición no podía ver a nuestra sanadora. Al contrario, mi campo visual lo ocupaba el duelo entre el aweonao de mi compañero Cafre y Cubbi.
Es decir, un duelo entre un estúpido pansexual de amplio espectro y un (o una) hermafrodita ninfómano (o ninfómana) capaz de chupar toda tu energía vital.
Yo lo único que quería era arrancarme los ojos. Y lo habría hecho, de haber podido moverme.
Cubbi y Cafre estaban frente a frente, desnudos, con sus respectivos miembros saludándose bien erectos.
¿Por qué? ¿Por qué tengo que ser yo quien vea esto?
Cafre comenzó a caminar tambaleándose hacia su perdición. Era obvio que las feromonas de Cubbi lo habían afectado.
Oh, por favor. Si existe alguna deidad, por favor... os lo ruego... parad. No permitáis esto. No me refiero a salvar la vida de Cafre, porque yo no la salvaría ni cagando. Incluso disfrutaría viéndolo... pero así no. Así no voy a disfrutar ver morir a Cafre. Por favor, no me hagáis ver una escena de Cafre y Cubbi teniendo sexo...
Demasiado tarde. Quiero morirme.
Cubbi se ha tumbado boca arriba en el suelo, separando sus piernas. Cafre se arrodilla y, poco a poco, introduce su pene en la vagina de su enemigo. El andrógino rostro de Cubbi se contrae de placer. Al mismo tiempo, el pene del hermafrodita crece un poco más y ya llega casi hasta la barbilla de Cafre.
¡No quiero ver eso!
Cafre comienza con sus acometidas. Juro que si ambos eyaculan a la vez, me suicido en cuanto pueda moverme...
De todos modos, debería pensar en ir consiguiendo otros campeones que liberen a mi pueblo. Cafre va a pasar a mejor vida en cuanto Cubbi comience a robarle la energía vital a... un momento... ¿Por qué está sonriendo Cafre?
Puedo escuchar la voz de Cafre. Ahora, además de sacarme los ojos, quiero reventar mis tímpanos. No es posible que haya dicho lo que ha dicho. Pero sí... sí lo ha dicho...
-¿Sabes que cuando me convierto en hombre chivo, crecen todas las partes de mi cuerpo?
Los ojos de Cubbi se desorbitan por el terror. En menos de un segundo, lo que está fornicando con Cubbi no es un humano. Es una inmensa bestia humanoide con forma de chivo.
Cubbi chilla de terror y dolor. Yo también. Puedo verlo desde aquí. Es un terrible desgarro vaginal.
El hombre chivo se incorpora. Quiero creer que ha terminado la tortura para Cubbi, pero no. El hombre chivo usa una de sus manazas y agarra el aún erecto miembro de Cubbi. Conociendo lo perturbado que es Cafre, quiero pensar que no va a masturbar a su enemigo...
Cubbi chilla de terror y dolor. Yo también. Puedo verlo desde aquí. Es una fractura de pene.
Desgarro vaginal y fractura de pene en un mismo cuerpo. Ni puedo ni quiero seguir viéndolo...
-¡Herji! -escucho la voz de Rigoberta- ¡Estás herido! Voy a sanarte lo más rápido que... ¿eh?
Miro a Rigoberta con los ojos anegados en lágrimas y niego con la cabeza.
-No, amiga mía -susurro-. No me cures a mí todavía. Cura antes a Cubbi, para que al menos mi alma deje de sangrar...
Continuará
Eché un vistazo al campo de batalla. En nuestro bando Herji, Chess y Chencho estaban fuera de combate. Respecto a nuestros enemigos, Xhugra había pasado a mejor vida. Me gustaría decir lo mismo respecto al Mariscal de Campo, pero ese cadáver viviente tiene la mala costumbre de recomponerse tarde o temprano.
El multitudinario combate inicial se había convertido en diversos duelos individuales. Sonreí. Al parecer, iba a poder concentrarme en el combate contra Kuroko.
-Tú. Vicky -dijo mi enemigo-. La pequeña ninja. Uno de los componentes del Comando Caprino original. Mi venganza también ha de alcanzarte a ti.
Me reí en su cara.
-Imagino que debes ser uno de los cientos de perdedores que hemos hecho añicos en alguna ocasión... quítate esa tela negra y muestra tu rostro. Quizás así te recuerde. O, ¿quién sabe? Es posible que no. Sólo eres un mindundi rencoroso, ¿verdad?
El ser llamado Kuroko saltó hacia delante. La letal energía verde golpeó el lugar donde yo me encontraba... un segundo antes. Trozos de roca saltaron por los aires. Lancé un tajo con mi wakizashi, pero Kuroko saltó hacia atrás, esquivándolo. Mi treta de intentar enfurecerlo no había dado resultado. De hecho, yo sentía que había algo no natural en él. ¿Podría ser un androide o algo similar?
Mantuve el wakizashi en mi mano izquierda y levanté mi katana con la derecha. La extraña sombra permanecía frente a mí, sin adoptar postura alguna de combate. Sin embargo, yo sabía que si conseguía rozarme, todo habría terminado. Más aún, sentía en Kuroko algo familiar... ¿quién o qué era esta criatura? ¿Algún antiguo enemigo? Quizás debiera releer el libro que escribió mi hermano recopilando nuestras antiguas aventuras, y buscar alguna pista... pero me daba mucha pereza. Después de todo, el muy idiota había inventado o magnificado más de la mitad de esas historias y había omitido aquellas en las que no era él el protagonista...
Un rayo de energía verdosa surcó el aire. Salté, hice una acrobacia y caí sobre mis pies. Me regañé a mí misma. ¡No te despistes, Vicky! Mantén la concentración... o al menos, inténtalo. Porque alguien había encendido la radio y volvíamos a tener a los malditos Pollastres Mitológicos de banda sonora...
Debería estar escribiendo algo muy distinto.
Pero la vida es la que dicta y la que decide.
Lancé la moneda al pozo y susurré mi deseo.
Ahora, la luna brilla.
Lo que pedí se ha cumplido.
Tumbado en la cama, desnudo,
contigo sobre mí.
Sé que te gusto.
Incluso me parece verte sonreír
cuando comienzas a succionar.
Tras matarte de un manotazo, medito
que debí especificar que no fueras una mosquito.
Contengo un suspiro.
Por fin me atrevo y miro
el hilo rojo atado a mi meñique.
Y lo sigo.
Es hora de conocer mi destino...
El otro extremo termina
en un nudo corredizo
atado alrededor de mi cuello.
Es bonito saber
que continuaré conmigo
hasta que se me ocurra estirar del hilo.
Eso digo,
pero sé que estoy jodido.
Cuesta echar de tu lado a ti mismo.
Cada vez me aguanto menos.
Pero mi último chiste es demasiado bueno.
Suspiro, me reconcilio conmigo mismo
y decido dedicarme un sincero cariño...
hasta que vuelvo a escuchar un zumbido.
-Es imposible luchar con esta puta música -maldigo en voz alta.
-A mi pesar, estoy completamente de acuerdo -asiente Kuroko.
***
Por fin, conseguí arrastrarme desde debajo de ese estúpido pavo gigante. Me pregunté qué dirían mis conciudadanos de Nueva Ávila si me vieran a mí, su campeón, en estas circunstancias. Reptando a duras penas, con múltiples fracturas, cubierto debajo de la armadura por pulgas y chinches haciendo su agosto y, lo más doloroso, habiendo reclutado como salvadores a una banda que es un manicomio ambulante. Yo, un campeón. ¿Cómo puedo ser un campeón? En esta historia, cada decisión acertada es cometer un error.
Aspiré una bocanada de aire... y me arrepentí al momento. El dolor era insoportable. Mis costillas estaban rotas. No era capaz de ponerme en pie. Rigoberta... ¿dónde estás? Desde mi forzada posición no podía ver a nuestra sanadora. Al contrario, mi campo visual lo ocupaba el duelo entre el aweonao de mi compañero Cafre y Cubbi.
Es decir, un duelo entre un estúpido pansexual de amplio espectro y un (o una) hermafrodita ninfómano (o ninfómana) capaz de chupar toda tu energía vital.
Yo lo único que quería era arrancarme los ojos. Y lo habría hecho, de haber podido moverme.
Cubbi y Cafre estaban frente a frente, desnudos, con sus respectivos miembros saludándose bien erectos.
¿Por qué? ¿Por qué tengo que ser yo quien vea esto?
Cafre comenzó a caminar tambaleándose hacia su perdición. Era obvio que las feromonas de Cubbi lo habían afectado.
Oh, por favor. Si existe alguna deidad, por favor... os lo ruego... parad. No permitáis esto. No me refiero a salvar la vida de Cafre, porque yo no la salvaría ni cagando. Incluso disfrutaría viéndolo... pero así no. Así no voy a disfrutar ver morir a Cafre. Por favor, no me hagáis ver una escena de Cafre y Cubbi teniendo sexo...
Demasiado tarde. Quiero morirme.
Cubbi se ha tumbado boca arriba en el suelo, separando sus piernas. Cafre se arrodilla y, poco a poco, introduce su pene en la vagina de su enemigo. El andrógino rostro de Cubbi se contrae de placer. Al mismo tiempo, el pene del hermafrodita crece un poco más y ya llega casi hasta la barbilla de Cafre.
¡No quiero ver eso!
Cafre comienza con sus acometidas. Juro que si ambos eyaculan a la vez, me suicido en cuanto pueda moverme...
De todos modos, debería pensar en ir consiguiendo otros campeones que liberen a mi pueblo. Cafre va a pasar a mejor vida en cuanto Cubbi comience a robarle la energía vital a... un momento... ¿Por qué está sonriendo Cafre?
Puedo escuchar la voz de Cafre. Ahora, además de sacarme los ojos, quiero reventar mis tímpanos. No es posible que haya dicho lo que ha dicho. Pero sí... sí lo ha dicho...
-¿Sabes que cuando me convierto en hombre chivo, crecen todas las partes de mi cuerpo?
Los ojos de Cubbi se desorbitan por el terror. En menos de un segundo, lo que está fornicando con Cubbi no es un humano. Es una inmensa bestia humanoide con forma de chivo.
Cubbi chilla de terror y dolor. Yo también. Puedo verlo desde aquí. Es un terrible desgarro vaginal.
El hombre chivo se incorpora. Quiero creer que ha terminado la tortura para Cubbi, pero no. El hombre chivo usa una de sus manazas y agarra el aún erecto miembro de Cubbi. Conociendo lo perturbado que es Cafre, quiero pensar que no va a masturbar a su enemigo...
Cubbi chilla de terror y dolor. Yo también. Puedo verlo desde aquí. Es una fractura de pene.
Desgarro vaginal y fractura de pene en un mismo cuerpo. Ni puedo ni quiero seguir viéndolo...
-¡Herji! -escucho la voz de Rigoberta- ¡Estás herido! Voy a sanarte lo más rápido que... ¿eh?
Miro a Rigoberta con los ojos anegados en lágrimas y niego con la cabeza.
-No, amiga mía -susurro-. No me cures a mí todavía. Cura antes a Cubbi, para que al menos mi alma deje de sangrar...
Continuará
sábado, 16 de junio de 2018
GdP2: XIX
Hasta el día de hoy, eran tres las cosas que más odiaba.
Hasta el día de hoy.
Aunque no necesariamente en este orden, la primera que mencionaré es cuando te estás enamorando de alguien de quien no debes enamorarte. Y lo sabes. Pero da igual, porque terminarás haciendo el gilipollas. Y eso también lo sabes. Pero igual lo haces. Y aunque vaya mal mil y una veces, sabes que habrá una milésimo segunda vez que también lo harás. Y piensas, bueno, si al menos follo, habrá servido para algo... en fin.
La segunda es cuando debes pelear por algo o alguien... y realmente es una pelea que no quieres librar. Tienes el ojo morado, la ceja abierta, le estás reventando la cabeza contra el suelo a tu oponente y, de repente, te cruza un pensamiento tipo "pobrecillo, si igual no se merece esta paliza". La adrenalina baja a mínimos y tú te sientes mal por dentro mientras le estás retorciendo el brazo hasta rompérselo.
La tercera es cuando haces una promesa, la cual eres consciente que no vas a cumplir. Pero igual la haces. Como cuando te levantas con una resaca horrible, prometes que no vas a beber más en tu puta vida y esa misma noche te llaman para ir al carrete del siglo...
Sí. Hasta el día de hoy, esas tres eran las cosas que más odiaba.
Hasta el día de hoy.
Bueno, he de reconocer que también tengo un problema con el queso. No es que lo odie, es que me sienta mal. Lo que odio son las miradas de desaprobación de mis amigos cuando pido los nachos sin queso fundido...
De todos modos, estoy desvariando. Esas eran las cosas que más odiaba... hasta ahora mismo, que he descubierto algo que odio más que toda esa mierda junta.
La lucha contra Sir Rosis era reñida. Para mi sorpresa (a pesar que ese bipolar de Cafre me cae como una patada en los huevos), he de reconocer que su pavo gigante estaba soberbiamente entrenado. Aunque mi enemigo tenía la superioridad aérea gracias a Fresón, mi montura era mucho más ágil de lo que su envergadura hacía suponer. Sir Rosis y su tábano gigante eran veloces, pero cada vez que intentaban flanquearnos se encontraban con la amenaza de un tremendo picotazo.
Mientras nuestras respectivas monturas danzaban su mortal baile, el acero de Sir Rosis y el mío se entrecruzaban violenta y sonoramente. Sir Rosis era un letal espadachín, me gustaría haber podido enfrentarme a él en tierra firme... dudo quién de los dos habría ganado. En estas condiciones, ambos debíamos mantener el equilibrio mientras las bestias luchaban y aprovechar cuando cerraban distancia para lanzarnos tajos a degüello.
Durante minutos que a ambos se nos hicieron eternos, la lid permaneció igualada. Pavo gigante y tábano gigante se movían vertiginosamente rápido, en busca del mordisco o picotazo que decidiera la batalla. Sir Rosis y yo nos manteníamos alertas, fintando, esperando la oportunidad de enterrar nuestra espada en el cuerpo del otro...
Y, por fin, el pavo gigante fue algo menos de un segundo más rápido que el tábano gigante. No necesité más. La defensa de Sir Rosis, en ese instante, quedó desguarnecida.
Y yo cometí un error fatal.
Cuando lanzaba la estocada que debía otorgarme la victoria, grité con todas mis fuerzas:
-¡MUERE!
Ese fue el final de la batalla.
Porque el gran cabrón de Cafre había enseñado a su pavo gigante a obedecer distintas órdenes como "sit", "patita", "gira"... o "muere"... para hacerse el muerto.
Fue gritar esa desafortunada palabra y el pavo gigante saltó, haciendo una excelsa pirueta, cayendo sobre su espalda, quedando patitas arriba y aplastándome entre el suelo ensangrentado y su inmensa mole.
Antes dije que había tres cosas que odiaba. Tres cosas que odiaba más que a cualquier otra en mi vida... hasta hoy. Hoy he descubierto que lo que más odio es estar ahogándome, sin casi poder respirar, aplastado entre las plumas de un estúpido pavo gigante que le gusta hacerse el muerto, sintiendo como todas esas garrapatas, pulgas y chinches corretean por debajo de mi armadura y escuchando al muy noble Sir Rosis intentando contener la risa para no acrecentar mi humillación.
Lo había jurado ya varias veces, pero lo prometí una vez más. En cuanto ese puto Cafre cumpliera con su supuesto papel de salvar a mi pueblo... yo lo mataría lentamente...
RESULTADO DEL COMBATE:
Sir Rosis - 1
Herji - 0
Continuará
Hasta el día de hoy.
Aunque no necesariamente en este orden, la primera que mencionaré es cuando te estás enamorando de alguien de quien no debes enamorarte. Y lo sabes. Pero da igual, porque terminarás haciendo el gilipollas. Y eso también lo sabes. Pero igual lo haces. Y aunque vaya mal mil y una veces, sabes que habrá una milésimo segunda vez que también lo harás. Y piensas, bueno, si al menos follo, habrá servido para algo... en fin.
La segunda es cuando debes pelear por algo o alguien... y realmente es una pelea que no quieres librar. Tienes el ojo morado, la ceja abierta, le estás reventando la cabeza contra el suelo a tu oponente y, de repente, te cruza un pensamiento tipo "pobrecillo, si igual no se merece esta paliza". La adrenalina baja a mínimos y tú te sientes mal por dentro mientras le estás retorciendo el brazo hasta rompérselo.
La tercera es cuando haces una promesa, la cual eres consciente que no vas a cumplir. Pero igual la haces. Como cuando te levantas con una resaca horrible, prometes que no vas a beber más en tu puta vida y esa misma noche te llaman para ir al carrete del siglo...
Sí. Hasta el día de hoy, esas tres eran las cosas que más odiaba.
Hasta el día de hoy.
Bueno, he de reconocer que también tengo un problema con el queso. No es que lo odie, es que me sienta mal. Lo que odio son las miradas de desaprobación de mis amigos cuando pido los nachos sin queso fundido...
De todos modos, estoy desvariando. Esas eran las cosas que más odiaba... hasta ahora mismo, que he descubierto algo que odio más que toda esa mierda junta.
La lucha contra Sir Rosis era reñida. Para mi sorpresa (a pesar que ese bipolar de Cafre me cae como una patada en los huevos), he de reconocer que su pavo gigante estaba soberbiamente entrenado. Aunque mi enemigo tenía la superioridad aérea gracias a Fresón, mi montura era mucho más ágil de lo que su envergadura hacía suponer. Sir Rosis y su tábano gigante eran veloces, pero cada vez que intentaban flanquearnos se encontraban con la amenaza de un tremendo picotazo.
Mientras nuestras respectivas monturas danzaban su mortal baile, el acero de Sir Rosis y el mío se entrecruzaban violenta y sonoramente. Sir Rosis era un letal espadachín, me gustaría haber podido enfrentarme a él en tierra firme... dudo quién de los dos habría ganado. En estas condiciones, ambos debíamos mantener el equilibrio mientras las bestias luchaban y aprovechar cuando cerraban distancia para lanzarnos tajos a degüello.
Durante minutos que a ambos se nos hicieron eternos, la lid permaneció igualada. Pavo gigante y tábano gigante se movían vertiginosamente rápido, en busca del mordisco o picotazo que decidiera la batalla. Sir Rosis y yo nos manteníamos alertas, fintando, esperando la oportunidad de enterrar nuestra espada en el cuerpo del otro...
Y, por fin, el pavo gigante fue algo menos de un segundo más rápido que el tábano gigante. No necesité más. La defensa de Sir Rosis, en ese instante, quedó desguarnecida.
Y yo cometí un error fatal.
Cuando lanzaba la estocada que debía otorgarme la victoria, grité con todas mis fuerzas:
-¡MUERE!
Ese fue el final de la batalla.
Porque el gran cabrón de Cafre había enseñado a su pavo gigante a obedecer distintas órdenes como "sit", "patita", "gira"... o "muere"... para hacerse el muerto.
Fue gritar esa desafortunada palabra y el pavo gigante saltó, haciendo una excelsa pirueta, cayendo sobre su espalda, quedando patitas arriba y aplastándome entre el suelo ensangrentado y su inmensa mole.
Antes dije que había tres cosas que odiaba. Tres cosas que odiaba más que a cualquier otra en mi vida... hasta hoy. Hoy he descubierto que lo que más odio es estar ahogándome, sin casi poder respirar, aplastado entre las plumas de un estúpido pavo gigante que le gusta hacerse el muerto, sintiendo como todas esas garrapatas, pulgas y chinches corretean por debajo de mi armadura y escuchando al muy noble Sir Rosis intentando contener la risa para no acrecentar mi humillación.
Lo había jurado ya varias veces, pero lo prometí una vez más. En cuanto ese puto Cafre cumpliera con su supuesto papel de salvar a mi pueblo... yo lo mataría lentamente...
RESULTADO DEL COMBATE:
Sir Rosis - 1
Herji - 0
Continuará
domingo, 10 de junio de 2018
GdP2: XVIII
Mi espada terminó con la existencia de otros dos demonios. Aunque era obvio que los problemas sólo iban a aumentar. Con Chencho desconectado de la realidad, estábamos rodeados entre los demonios invocados por el Señor del Castillo de la Rosa y los muertos vivientes a las órdenes del Mariscal de Campo... sin contar con el poder de los propios integrantes del Grupo Armado Mata Cabras. Más aún, se esfumaba nuestro modo de huida.
Sí, estábamos jodidos.
Me preparé para enfrentar a un grupo mixto de demonios y zombis. Estaba a punto de invocar mis lobos espirituales (aprovechando que Vicky no estaba cerca) pero, antes, ocurrió el milagro...
Los zombis se abalanzaron contra los demonios. Por todo el campo de batalla, los muertos vivientes parecían haber cambiado de bando y atacaban a nuestros enemigos.
La respuesta estaba en nuestra nigromante. Chess avanzaba con paso firme, despidiendo poder e ira por cada poro, con sus ojos inyectados en sangre y una voz gutural que resonaba por todo el campo de batalla...
-Llevo casi veinte entradas siendo humillada... ¡ahora os vais a cagar, hijos de puta!
El Mariscal de Campo, portando un viejo subfusil en sus esqueléticas manos, se enfrentó a ella.
-Mis... zombis... ¿qué... has hecho?
Los ojos de Chess brillaron. El Mariscal de Campo apuntó su arma a su propia calavera y disparó, reventándose él mismo.
-¡Tú también eres un muerto viviente! -gritó Chess- ¿Lo habías olvidado, capullo?
En un momento, gracias a nuestra nigromante, el campo de batalla había quedado libre de demonios y muertos vivientes... ahora era el Comando Caprino contra el Grupo Armado Mata Cabras.
Chess, con una sonrisa, alzo el puño al cielo.
-¿Quién es la puta ama ahora? ¿Eh? ¿Quién?
-Estoy de acuerdo en que ha sido realmente sorprendente cómo has vaciado el campo de batalla de muertos vivientes -dijo el simio llamado Cuchuflí Montoya-. Pero, ahora que no hay tropas no-vivas presentes, ya no es que sirvas de mucho, ¿verdad?
Todos pudimos escuchar el corazón de Chess rompiéndose en mil pedazos. La nigromante se fue llorando del campo de batalla.
Apreté los dientes. Tras el primer embate, nosotros habíamos perdido a Chess y a Míster Transsssporterr; ellos, sólo al Mariscal de Campo. Miré alrededor. Celia y Xhugra estaban frente a frente.
Nuestra líder, portando su poderoso traje de batalla señaló a su odiada enemiga.
-Es tu final, Xhugra. Esta vez, estoy preparada contra ti.
Xhugra sonrió, mostrando su lengua bífida. Unas gotas de saliva ácida gotearon de las comisuras de sus labios y cayeron al suelo, chisporroteando. Era obvio que creía estar preparada para cualquier cosa que hubiera ideado Celia. Para cualquier cosa... menos para eso.
-¡Fer! -gritó Celia- ¡Esta tía votó en las últimas elecciones a la ultraderecha!
Se hizo un silencio en el campo de batalla. El comunista hombre-dragón interrumpió su duelo contra el enano Durk.
-¿Qué has dicho? -chilló Fer, mientras se lanzaba contra Xhugra.
Xhugra parecía que iba a objetar algo, pero no le dio tiempo. Fer exhaló su ígneo aliento y Xhugra cayó muerta al suelo, con un muñón humeante en vez de cabeza.
Los números se igualaban.
Sir Rosis, montado en su tábano gigante y armado con espada y escudo se colocó delante de mí.
-¡Campeón Herji de Nueva Ávila! -me gritó- ¡Te desafío!
-Acepto -respondí con solemnidad.
-¡Herji, colega! -se escuchó la voz de Cafre- Sir Rosis está montado y tú no... ¡estás en desventaja! ¡Usa mi pavo como montura! Yo no lo necesito para vencer al hermafrodita. O a la hermafrodita. O a le hermafrodita... ¡como coño se diga!
El pavo gigante de Cafre llegó trotando hasta mí y se agachó para que pudiera subirme. Sir Rosis podía ser un enemigo, pero era muy noble. Asintió con la cabeza y esperó, sin atacar, a que yo estuviera sentado en el inmenso animal.
De repente, sentí un gran aprecio por Cafre. Sabía perfectamente el cariño que mi compañero tenía por su montura. El que me la cediera, aunque fuera por unos momentos, suponía un gran honor para mí.
Agarré las riendas... e hice una muesca de asco. Entre las plumas de la gran ave correteaban garrapatas. Una pulga saltó a mi hombro. Comenzaban a picarme las piernas.
-¡Cafre, cabrón! -grité-. ¡Esto está lleno de parásitos!
-¿Qué esperabas, imbécil? -contestó Cafre, también a gritos-. ¡Es un jodido pavo gigante, no un puto unicornio rosa!
Maldije en todo lo maldecible. Por mi bien, más valía que el duelo contra Sir Rosis terminara rápido...
Continuará
Sí, estábamos jodidos.
Me preparé para enfrentar a un grupo mixto de demonios y zombis. Estaba a punto de invocar mis lobos espirituales (aprovechando que Vicky no estaba cerca) pero, antes, ocurrió el milagro...
Los zombis se abalanzaron contra los demonios. Por todo el campo de batalla, los muertos vivientes parecían haber cambiado de bando y atacaban a nuestros enemigos.
La respuesta estaba en nuestra nigromante. Chess avanzaba con paso firme, despidiendo poder e ira por cada poro, con sus ojos inyectados en sangre y una voz gutural que resonaba por todo el campo de batalla...
-Llevo casi veinte entradas siendo humillada... ¡ahora os vais a cagar, hijos de puta!
El Mariscal de Campo, portando un viejo subfusil en sus esqueléticas manos, se enfrentó a ella.
-Mis... zombis... ¿qué... has hecho?
Los ojos de Chess brillaron. El Mariscal de Campo apuntó su arma a su propia calavera y disparó, reventándose él mismo.
-¡Tú también eres un muerto viviente! -gritó Chess- ¿Lo habías olvidado, capullo?
En un momento, gracias a nuestra nigromante, el campo de batalla había quedado libre de demonios y muertos vivientes... ahora era el Comando Caprino contra el Grupo Armado Mata Cabras.
Chess, con una sonrisa, alzo el puño al cielo.
-¿Quién es la puta ama ahora? ¿Eh? ¿Quién?
-Estoy de acuerdo en que ha sido realmente sorprendente cómo has vaciado el campo de batalla de muertos vivientes -dijo el simio llamado Cuchuflí Montoya-. Pero, ahora que no hay tropas no-vivas presentes, ya no es que sirvas de mucho, ¿verdad?
Todos pudimos escuchar el corazón de Chess rompiéndose en mil pedazos. La nigromante se fue llorando del campo de batalla.
Apreté los dientes. Tras el primer embate, nosotros habíamos perdido a Chess y a Míster Transsssporterr; ellos, sólo al Mariscal de Campo. Miré alrededor. Celia y Xhugra estaban frente a frente.
Nuestra líder, portando su poderoso traje de batalla señaló a su odiada enemiga.
-Es tu final, Xhugra. Esta vez, estoy preparada contra ti.
Xhugra sonrió, mostrando su lengua bífida. Unas gotas de saliva ácida gotearon de las comisuras de sus labios y cayeron al suelo, chisporroteando. Era obvio que creía estar preparada para cualquier cosa que hubiera ideado Celia. Para cualquier cosa... menos para eso.
-¡Fer! -gritó Celia- ¡Esta tía votó en las últimas elecciones a la ultraderecha!
Se hizo un silencio en el campo de batalla. El comunista hombre-dragón interrumpió su duelo contra el enano Durk.
-¿Qué has dicho? -chilló Fer, mientras se lanzaba contra Xhugra.
Xhugra parecía que iba a objetar algo, pero no le dio tiempo. Fer exhaló su ígneo aliento y Xhugra cayó muerta al suelo, con un muñón humeante en vez de cabeza.
Los números se igualaban.
Sir Rosis, montado en su tábano gigante y armado con espada y escudo se colocó delante de mí.
-¡Campeón Herji de Nueva Ávila! -me gritó- ¡Te desafío!
-Acepto -respondí con solemnidad.
-¡Herji, colega! -se escuchó la voz de Cafre- Sir Rosis está montado y tú no... ¡estás en desventaja! ¡Usa mi pavo como montura! Yo no lo necesito para vencer al hermafrodita. O a la hermafrodita. O a le hermafrodita... ¡como coño se diga!
El pavo gigante de Cafre llegó trotando hasta mí y se agachó para que pudiera subirme. Sir Rosis podía ser un enemigo, pero era muy noble. Asintió con la cabeza y esperó, sin atacar, a que yo estuviera sentado en el inmenso animal.
De repente, sentí un gran aprecio por Cafre. Sabía perfectamente el cariño que mi compañero tenía por su montura. El que me la cediera, aunque fuera por unos momentos, suponía un gran honor para mí.
Agarré las riendas... e hice una muesca de asco. Entre las plumas de la gran ave correteaban garrapatas. Una pulga saltó a mi hombro. Comenzaban a picarme las piernas.
-¡Cafre, cabrón! -grité-. ¡Esto está lleno de parásitos!
-¿Qué esperabas, imbécil? -contestó Cafre, también a gritos-. ¡Es un jodido pavo gigante, no un puto unicornio rosa!
Maldije en todo lo maldecible. Por mi bien, más valía que el duelo contra Sir Rosis terminara rápido...
Continuará
sábado, 9 de junio de 2018
GdP2: XVII
Yo, Kayampa, suspiré. Vi cómo mis compañeros del Grupo Armado Mata Cabras lamían sus heridas... habían sido derrotados. Esos crueles humanos llamados La Doctrina eran más de lo que parecían. Usaban tácticas ordenadas, armamento pesado y no tenían escrúpulos en utilizar a pueblerinos inocentes como escudo humano. Quizás Xhugra o el Mariscal de Campo no tenían tantos reparos en matar civiles, pero para Sir Rosis o Cuchuflí Montoya era un límite moral que no estaban dispuestos a traspasar. Además, en un amplio perímetro habían minado el terreno, por lo que Cubbi arriesgaba perder una pierna si se acercaba. Si a eso juntamos que el loco de Durk hacía lo que le daba la gana en la batalla...
Me sentí abatido. Yo sólo soy un escriba, no sé pelear. El Mariscal de Campo discutía con Kuroko y con el Señor del Castillo de la Rosa. Les echaba en cara que no hubieran querido ayudarles contra La Doctrina. Pero era una discusión estéril.
Suspiré. Por su parte, Sir Rosis estaba repartiendo pociones curativas. Las heridas físicas podían cerrarse, pero la humillación de haber sido rechazados por unos simples humanos perduraría demasiado tiempo...
De repente, todos nos pusimos alerta. Se escuchaba un zumbido, nuestro vello se ponía de punta por la electricidad estática, un tenue olor a ozono flotaba en el aire...
-¡Míster Transsssporterr! -aulló de alegría el Señor del Castillo de la Rosa-. ¡Es hora de saldar cuentas!
Un portal se abrió desgarrando el espacio y el tiempo. El Comando Caprino lo atravesó gritando de furia, disparando sus armas. Buscaban la revancha, nos habían pillado desprevenidos... Pero el Señor del Castillo de la Rosa alzó los brazos y, mientras reía a carcajadas, gritó:
-¡Yo también sé abrir portales!
***
Mi nombre es Chencho. Pero en este y en otros muchos mundos soy conocido como Míster Transsssporterr. Sí, es un nombre ridículo. Pero, en su momento, me pareció que molaba. Es como cuando echas la vista atrás y relees tus primeras direcciones de correo electrónico. Supongo que me entiendes.
Bueno, volviendo a la historia, mi teletransportación había sido perfecta. Pillamos desprevenidos al Grupo Armado Mata Cabras y caímos sobre ellos... pero subestimé la rapidez de mi archienemigo Daniel. Levantó los brazos mientras reía locamente y un portal se abrió sobre él... un portal conectado al mismo infierno. Antes de que pudiéramos darnos cuenta de qué estaba pasando, cientos de demonios cruzaron a nuestro plano de existencia. No íbamos a luchar sólo contra esos capullos del Grupo Armado Mata Cabras. También tendríamos que despachar a miles de criaturas infernales.
Por mí, bien.
Escupí al suelo. Decenas de demonios que pretendían atacarme desaparecieron. Soy un interdimensionador. Soy uno de los seres más poderosos que jamás hayan existido. Espero que les gustara el espacio exterior.
Nuevos demonios ocuparon el espacio de los anteriores. Una duda cruzó mi mente. Como en tantas otras ocasiones, me pregunté qué hacía aquí. Soy un solitario. Siempre lo he sido. Y me veo ahora luchando en una batalla que no he elegido, aliado con un tipo al que detesto. Si soy tan poderoso, ¿por qué parece que no tengo control sobre mi vida? En su momento quise apartarme, alejarme de todo y de todos, dedicarme simplemente a observar universos alternativos en otro plano de existencia, sin querer intervenir en ellos. Y sí, lo hice. No era feliz, pero estaba tranquilo...
Moví mis manos. Numerosos demonios cayeron descabezados al suelo. Pude ver a Cafre, montado en su pavo gigante, atravesando las líneas de muertos vivientes del Mariscal de Campo, intentando acercarse a Cubbi.
Cafre. Hubo un tiempo en el que lo llamé amigo. Un error que no volveré a cometer. A pesar de tener cuentas pendientes, se atrevió a sacarme de mi zona de confort, a pedirme ayuda, a involucrarme en esta aventura sin sentido... ¿Por qué? ¿Por qué accedí a ello? Me da miedo la respuesta. ¿Acaso me sentía solo? ¿Quería formar parte de algo aunque fuera de esta mierda?
Un campeón infernal comenzó a desafiarme. Antes de que terminara de hablar, ya había teletransportado sus vísceras fuera de su cuerpo.
Resoplé. Soy una persona delicada, sensible. Al contrario que estos lunáticos, no disfruto con esta violencia sin sentido. ¿Por qué no uso mis poderes para largarme al otro confín del universo y olvidarme de toda esta jodienda? Mis compañeros saben cuidarse solos...
-¡Chencho! -Rigoberta llegó hasta mí-. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?
Sus ojos, tan bellos, se clavaron en los míos. Después, nuevos enemigos aparecieron y me vi forzado a apartar la vista de ella.
Rigoberta. ¿Por qué mi corazón se acelera tanto cuándo está cerca de mí? Capé mis sentimientos hace mucho. Me convertí en un malote. Y ahora me derrito cuando ella aparece... joder. No tengo idea de cómo tratarla. No la conozco apenas. Si ella no estuviera aquí, ¿seguiría yo con esta gente?
Miré hacia Rigoberta, pero mis ojos sólo hallaron enemigos. Grité de furia y me dirigí hacia otro campeón infernal.
-El sol del desierto abrasó mi piel. Mis pies se han hundido en la nieve. He cruzado tanto el océano como la cordillera sin saber qué esperaba detrás. He visto manar a borbotones mi propia sangre. Me he tambaleado borracho en calles desconocidas. He amado demasiadas primeras noches, como he llorado demasiadas últimas. Prometí no volver a sentir y hoy vuelvo a estar enamorado. ¡Demonio! ¿Osas enfrentarme? Más vale que estés tan dispuesto a morir como yo lo estoy.
***
Mi nombre es Herji. Soy el campeón de mi pueblo, la tribu de Nueva Ávila. Mientras la hoja de mi espada corta en dos el cuerpo de un demonio, echo un vistazo a cómo lucha uno de los poderosos compañeros que he encontrado en mi camino. Chencho, el llamado Míster Transsssporterrr, parece que ha activado el modo deidad, arrasando hordas de enemigos. Una sonrisa asoma a mis labios. Estoy convencido de que con él en nuestro bando, la victoria es nuestra.
Bueno, eso pensaba yo... hasta que, tras pronunciar un emocionado discurso, a Chencho le dio uno de sus cortocircuitos, dejó de matar demonios y comenzó a cantar que era la viudita del conde Laurel...
-¡Proteged a Chencho! -grité aterrado- ¡Está fuera de combate!
Pero sin Chencho, sin los poderes de Míster Transsssporterrr... ¿podríamos ganar la batalla?
Continuará
miércoles, 30 de mayo de 2018
GdP2: XVI
Desde lo alto de una colina, miré con preocupación hacia el horizonte. Mis compañeros del Grupo Armado Mata Cabras, tras su primer enfrentamiento con el Comando Caprino, habían decidido asaltar Nueva Ávila y enfrentarse a esos crueles humanos llamados La Doctrina.
Y yo, vuestro seguro servidor, el escriba Kayampa, me sentía inquieto. Nuestros aliados Kuroko y el Señor del Castillo de la Rosa habían decidido no intervenir. Su lucha, decían, era sólo contra el Comando Caprino y Míster Transsssporterr, respectivamente. El resto, de todos modos, fueron confiados a la batalla. Su poder es considerable, sí, pero yo tenía un mal presentimiento.
Kuroko permanecía inmóvil y silencioso. El Señor del Castillo de la Rosa descansaba sobre la hierba morada. Yo, para tranquilizar los nervios, decidí encender la radio y poner algo de música. Sonaban Los Pollastres Mitológicos:
El naranja del atardecer cae sobre la ciudad,
reflejado en las lágrimas que caen de tu mirar.
Mi corazón se resquebraja un poco más.
Hemos recorrido juntos medio mundo,
rompiéndolo todo, peleándonos como niños...
ambos sabemos que es el final.
Ambos sabemos
que no nos volveremos a encontrar.
Bajo la mirada.
Me preguntas cuánto te odio.
"Nunca" respondo.
Nunca pude odiarte. Nunca podría odiarte.
Tampoco ahora.
Pero, si me pides como probarlo,
no lo sé.
A pesar de todo, ¿lo pasamos bien?
Siempre supimos que algún día
nuestra historia se terminaría.
Aunque no quisiéramos darnos cuenta.
Los dos somos demasiado tercos.
Y ésta ha sido la última pelea.
Aunque de veras quisiera
poder seguir peleando contigo
antes que aceptar que ya no estarás.
Nuestras armas están rotas,
hechas pedazos, tiradas en el suelo.
Y, no por primera vez,
me pregunto si lo que siento por ti
desde lo más profundo de mi corazón
es lo que los otros llaman "amor".
La verdad, ya poco importa.
Nunca sabré la respuesta.
Dices que he ganado.
Pero el mundo es poca recompensa
a cambio de perderte.
Siempre creí que eres la mujer más bella.
Siempre creí que eres la persona más valiente.
Siempre creí que, de tan perfecta, debieras ser eterna.
Cruel ironía que yo deba matarte.
Cruel ironía que tu peor enemigo lamente tu muerte.
Y todo porque los dos somos demasiado tercos.
El naranja del atardecer cae sobre la ciudad.
Ambos lo contemplamos con pesar a través del cristal
de la cabina del puente de mando de la nave nodriza.
El denso humo asciende hasta el cielo,
los disparos suenan cada vez más espaciados.
Debería disfrutar el momento
pero sólo puedo fijar mis ojos en la apresada heroína
que luchó aunque no hubiera esperanza de victoria.
En su rostro, desafiante,
se refleja la derrota, el cansancio, la tristeza.
Yo, como el villano de opereta que soy,
hago oscilar mi negra capa
y pulso el rojo botón que dispara los misiles.
Tras unos minutos,
se hace el silencio.
He conquistado el mundo.
Y aún así, quiero caer de rodillas.
¿Por qué somos los dos tan tercos?
Te vencí,
mas no quisiste unirte a mí.
Y yo ahora entiendo que era feliz
cuando recorríamos el mundo,
peleándonos como chiquillos,
cuando yo podía seguir jugando contigo...
Ahora que me pertenece el mundo entero,
lo cambiaría por regresar a los viejos tiempos.
Lo cambiaría también
porque lo gobernaras a mi lado.
Pero ambos somos demasiado tercos.
Por última vez, nuestras miradas se cruzan.
"Nunca he podido odiarte".
Se escucha un disparo.
Mi corazón se parte.
Conteniendo las lágrimas,
me giro hacia este mundo que he conquistado.
Aunque sólo quiera vivir en él
si tú estás recorriéndolo a mi lado,
como cuando éramos dos niños peleándonos.
Continuará...
domingo, 20 de mayo de 2018
GdP2 XV
Eché un vistazo a mi alrededor. Sí, seguíamos vivos. Y ahora también teníamos el estómago lleno de "pollo a la brasa". Pero era obvio que la moral de nuestro grupo estaba por los suelos. La derrota contra esos guerreros caóticos nos había afectado.
Sacudí mi cabeza y deseché los pensamientos negativos. Soy Herji. Soy el campeón de Nueva Ávila. Soy el que ha conseguido reunir nuevamente al Comando Caprino para liberar a mi tierra de la opresión. No podía permitirme sucumbir al agotamiento y a la desesperación.
Decidí que tenía que averiguar más. Más de las capacidades y motivaciones de estos nuevos enemigos, pero también de mis propios compañeros de equipo.
Me puse en pie. Decidí acercarme a Celia y entablar conversación con ella. Después de todo, era la líder de este pintoresco grupo. Celia, destornillador y alicates en mano, estaba ocupada. Subida en un taburete, reparaba su enorme exoesqueleto.
-Te vi luchando contra esa tal Xhugra. Era una pelea muy personal, ¿verdad?
Celia clavó sus ojos claros en mí. Suspiró.
-Más que personal. Mucho más. Esa criatura es mi ex-suegra.
-Lo... lo siento -dije sorprendido-. No hubiera imaginado siquiera... supongo que alguna llamarada caótica transformó a una buena mujer en ese monstruo. Lo lamento mucho. No debes culparte, es algo imposible de predecir y de evitar. Te llevabas muy bien con ella, ¿verdad?
-No sé de qué coño estás hablando -respondió Celia, mirándome como si yo fuera idiota-. Esa jodía por culo ha sido siempre igual de cabrona... y todo porque no quise casarme con el imbécil de su hijo. ¿En qué estaría pensando yo? Me encantaría tener una máquina del tiempo como la de Cafre y solucionar tantas cosas de mi pasado...
-¿Cafre tiene una máquina del tiempo? -me maravillé, aliviado por poder cambiar de tema.
-¿Eh? ¡No, no! Qué va -Celia negó con la cabeza-. Aún no la tiene. Pero sabemos que la conseguirá en algún momento. ¿Quieres ver la prueba?
Asentí con la cabeza. Celia se bajó del taburete, se acercó a Cafre (quien estaba tumbado en el césped, usando una de las patas de su pavo de almohada) y le dijo:
-¿Sabes? Me acordé de esa antigua novieta tuya, la mujer-gata. Se llamaba Dunia, ¿verdad? Hacíais buena pareja, deberías intentarlo con ella de nuevo.
-¿En serio? -Cafre se rascó la cabeza mientras se incorporaba-. No sé... quizás... bueno... quizás tengas razón. Después de todo, tú eres la inteligente... voy a llamarla.
En el momento que Cafre agarró su teléfono móvil y empezó a marcar el número, hubo un flash cegador. Yo me quedé boquiabierto. Había aparecido otro Cafre, ambos casi idénticos, salvo que el recién llegado lucía más cicatrices. Sin mediar palabra, el "nuevo" Cafre le metió tan tremenda patada en la cabeza al Cafre original, que lo dejó KO en el suelo. Acto seguido, cortó la llamada y, tal como había llegado, desapareció.
-¿Lo ves? -me dijo Celia señalando al inconsciente Cafre-. Es maravilloso. Me encantaría tener algo así y hacerle una visita a mi yo del pasado...
Miré aterrado a Celia. Asentí con la cabeza en silencio y me alejé muy lentamente de allí.
Vi a la ninja Vicky y al hombre-dragón Fer sentados en el suelo, espalda contra espalda. La primera afilaba sus armas. El segundo bebía una jarra de cerveza (preferí no pensar de dónde la habría sacado).
Me acerqué a ellos y abrí la boca:
-Fer, ¿por qué mataste al Señor Dodo? Eso de las Personificaciones Animales... quizás debamos hacer frente a repercusiones más adelante.
-En absoluto -el hombre dragón se mostraba relajado-. Yo vivo esta vida como si fuera una novela, no sé si me entiendes. Una novela en la cual el escritor es gilipollas y no sabe ni cómo va a continuarla. Lo que era ese Señor Dodo era un puto "Deus ex machina" y se merecía la muerte. Posiblemente, para que tamaña estupidez tenga alguna justificación, el escritorzuelo de los cojones se sacará de la manga algo sobre esas Personificaciones Animales y así alargar la trama. Pero, si esa es su pueril idea, que no cuente conmigo para ayudarle a concretarla.
-Además, los dodos son palomas grandes y tontas -asintió Vicky-. Y las palomas no son gatitos.
-Y hay algo más -dijo Fer-. Tú observa cualquier serie de animación. Cualquier personaje que tenga plumas azules, o es imbécil, o un incordio, o traicionero, o...
-De acuerdo, de acuerdo, lo he entendido -dije mientras me iba de allí-. Claro como el agua...
Suspiré. No sé ni porqué trataba de entender lo más mínimo sobre esta gente. Cada intento sólo significa comprenderles menos aún.
Pero, ¿y mis compañeras? ¿Cómo se encontrarían Chess y Rigoberta? De verdad, rezaba porque ellas llevaran mejor que yo esta situación...
Encontré a Rigoberta y a Chencho juntos, alejados de los demás. Ambos se miraban fijamente. Ambos sonreían. Ni uno ni la otra decían lo más mínimo. Me quedé mirándolos. Treinta segundos. Un minuto. Dos minutos. Cinco. Diez. Seguían igual. Se miraban fijamente. Sonreían. No decían lo más mínimo...
-Pero, ¿qué coño...?
-No les interrumpas -sonó la voz de Chess detrás mía-. Déjalos tranquilos. Se gustan.
-Eso es obvio. Pero, ¿por qué no hablan? ¿Por qué no se besan? ¿Por qué no hacen algo?
-Porque los dos tienen miedo de cagarla.
Miré a Chess con desesperación. La locura era contagiosa.
-Chess, ¿cómo estás tú? -pregunté, casi con miedo.
-¡Estoy harta! ¡Completamente harta! ¡Soy una nigromante, joder! ¡En todas las historias de fantasía, dicen "nigromante" y todos se cagan patas abajo! ¡Yo debería ser la puta ama aquí! ¡Y llevamos quince entradas más la introducción, y sólo he recibido humillaciones! ¿Cómo quieres que esté? ¡Explícame! ¿Por qué nadie tiembla al verme llegar?
-¡Chess! -se escuchó la voz de Vicky- ¿Quieres un poco de chocolate?
-¡Chocolate! -la cara de Chess se iluminó- ¡Ay, qué rico!
Y la poderosa nigromante se alejó dando saltitos hacia donde estaba Vicky.
Me harté.
-¡Ya está bien! -grité- ¡Escuchadme todos! Esos campeones caóticos nos vencieron porque lucharon en su terreno. Nos conocían. Cada uno de ellos eligió el oponente que mejor podía derrotar. La próxima vez, estaremos preparados. La próxima vez, nosotros decidiremos quién se enfrenta a quién. Mi única duda es qué hacemos con ese... o esa... hermafrodita llamado o llamada Cubbi. Sólo Rigoberta puede mantenerle a raya, pero en tal caso perderemos su poder de curación...
-Discrepo -dijo Cafre-. Dejadme a Cubbi a mí. Sé perfectamente cómo vencer.
-Bien -asentí-. Porque no sólo vamos a liberar a mi pueblo. ¡También nos vamos a ocupar de esos capullos caóticos!
Y alcé el puño al cielo, esperando que todos me siguieran.
Pero nadie lo hizo.
Celia me miraba con los ojos entrecerrados.
-¿Puedo preguntar quién coño te ha nombrado jefe?
-Uy...
Continuará
Sacudí mi cabeza y deseché los pensamientos negativos. Soy Herji. Soy el campeón de Nueva Ávila. Soy el que ha conseguido reunir nuevamente al Comando Caprino para liberar a mi tierra de la opresión. No podía permitirme sucumbir al agotamiento y a la desesperación.
Decidí que tenía que averiguar más. Más de las capacidades y motivaciones de estos nuevos enemigos, pero también de mis propios compañeros de equipo.
Me puse en pie. Decidí acercarme a Celia y entablar conversación con ella. Después de todo, era la líder de este pintoresco grupo. Celia, destornillador y alicates en mano, estaba ocupada. Subida en un taburete, reparaba su enorme exoesqueleto.
-Te vi luchando contra esa tal Xhugra. Era una pelea muy personal, ¿verdad?
Celia clavó sus ojos claros en mí. Suspiró.
-Más que personal. Mucho más. Esa criatura es mi ex-suegra.
-Lo... lo siento -dije sorprendido-. No hubiera imaginado siquiera... supongo que alguna llamarada caótica transformó a una buena mujer en ese monstruo. Lo lamento mucho. No debes culparte, es algo imposible de predecir y de evitar. Te llevabas muy bien con ella, ¿verdad?
-No sé de qué coño estás hablando -respondió Celia, mirándome como si yo fuera idiota-. Esa jodía por culo ha sido siempre igual de cabrona... y todo porque no quise casarme con el imbécil de su hijo. ¿En qué estaría pensando yo? Me encantaría tener una máquina del tiempo como la de Cafre y solucionar tantas cosas de mi pasado...
-¿Cafre tiene una máquina del tiempo? -me maravillé, aliviado por poder cambiar de tema.
-¿Eh? ¡No, no! Qué va -Celia negó con la cabeza-. Aún no la tiene. Pero sabemos que la conseguirá en algún momento. ¿Quieres ver la prueba?
Asentí con la cabeza. Celia se bajó del taburete, se acercó a Cafre (quien estaba tumbado en el césped, usando una de las patas de su pavo de almohada) y le dijo:
-¿Sabes? Me acordé de esa antigua novieta tuya, la mujer-gata. Se llamaba Dunia, ¿verdad? Hacíais buena pareja, deberías intentarlo con ella de nuevo.
-¿En serio? -Cafre se rascó la cabeza mientras se incorporaba-. No sé... quizás... bueno... quizás tengas razón. Después de todo, tú eres la inteligente... voy a llamarla.
En el momento que Cafre agarró su teléfono móvil y empezó a marcar el número, hubo un flash cegador. Yo me quedé boquiabierto. Había aparecido otro Cafre, ambos casi idénticos, salvo que el recién llegado lucía más cicatrices. Sin mediar palabra, el "nuevo" Cafre le metió tan tremenda patada en la cabeza al Cafre original, que lo dejó KO en el suelo. Acto seguido, cortó la llamada y, tal como había llegado, desapareció.
-¿Lo ves? -me dijo Celia señalando al inconsciente Cafre-. Es maravilloso. Me encantaría tener algo así y hacerle una visita a mi yo del pasado...
Miré aterrado a Celia. Asentí con la cabeza en silencio y me alejé muy lentamente de allí.
Vi a la ninja Vicky y al hombre-dragón Fer sentados en el suelo, espalda contra espalda. La primera afilaba sus armas. El segundo bebía una jarra de cerveza (preferí no pensar de dónde la habría sacado).
Me acerqué a ellos y abrí la boca:
-Fer, ¿por qué mataste al Señor Dodo? Eso de las Personificaciones Animales... quizás debamos hacer frente a repercusiones más adelante.
-En absoluto -el hombre dragón se mostraba relajado-. Yo vivo esta vida como si fuera una novela, no sé si me entiendes. Una novela en la cual el escritor es gilipollas y no sabe ni cómo va a continuarla. Lo que era ese Señor Dodo era un puto "Deus ex machina" y se merecía la muerte. Posiblemente, para que tamaña estupidez tenga alguna justificación, el escritorzuelo de los cojones se sacará de la manga algo sobre esas Personificaciones Animales y así alargar la trama. Pero, si esa es su pueril idea, que no cuente conmigo para ayudarle a concretarla.
-Además, los dodos son palomas grandes y tontas -asintió Vicky-. Y las palomas no son gatitos.
-Y hay algo más -dijo Fer-. Tú observa cualquier serie de animación. Cualquier personaje que tenga plumas azules, o es imbécil, o un incordio, o traicionero, o...
-De acuerdo, de acuerdo, lo he entendido -dije mientras me iba de allí-. Claro como el agua...
Suspiré. No sé ni porqué trataba de entender lo más mínimo sobre esta gente. Cada intento sólo significa comprenderles menos aún.
Pero, ¿y mis compañeras? ¿Cómo se encontrarían Chess y Rigoberta? De verdad, rezaba porque ellas llevaran mejor que yo esta situación...
Encontré a Rigoberta y a Chencho juntos, alejados de los demás. Ambos se miraban fijamente. Ambos sonreían. Ni uno ni la otra decían lo más mínimo. Me quedé mirándolos. Treinta segundos. Un minuto. Dos minutos. Cinco. Diez. Seguían igual. Se miraban fijamente. Sonreían. No decían lo más mínimo...
-Pero, ¿qué coño...?
-No les interrumpas -sonó la voz de Chess detrás mía-. Déjalos tranquilos. Se gustan.
-Eso es obvio. Pero, ¿por qué no hablan? ¿Por qué no se besan? ¿Por qué no hacen algo?
-Porque los dos tienen miedo de cagarla.
Miré a Chess con desesperación. La locura era contagiosa.
-Chess, ¿cómo estás tú? -pregunté, casi con miedo.
-¡Estoy harta! ¡Completamente harta! ¡Soy una nigromante, joder! ¡En todas las historias de fantasía, dicen "nigromante" y todos se cagan patas abajo! ¡Yo debería ser la puta ama aquí! ¡Y llevamos quince entradas más la introducción, y sólo he recibido humillaciones! ¿Cómo quieres que esté? ¡Explícame! ¿Por qué nadie tiembla al verme llegar?
-¡Chess! -se escuchó la voz de Vicky- ¿Quieres un poco de chocolate?
-¡Chocolate! -la cara de Chess se iluminó- ¡Ay, qué rico!
Y la poderosa nigromante se alejó dando saltitos hacia donde estaba Vicky.
Me harté.
-¡Ya está bien! -grité- ¡Escuchadme todos! Esos campeones caóticos nos vencieron porque lucharon en su terreno. Nos conocían. Cada uno de ellos eligió el oponente que mejor podía derrotar. La próxima vez, estaremos preparados. La próxima vez, nosotros decidiremos quién se enfrenta a quién. Mi única duda es qué hacemos con ese... o esa... hermafrodita llamado o llamada Cubbi. Sólo Rigoberta puede mantenerle a raya, pero en tal caso perderemos su poder de curación...
-Discrepo -dijo Cafre-. Dejadme a Cubbi a mí. Sé perfectamente cómo vencer.
-Bien -asentí-. Porque no sólo vamos a liberar a mi pueblo. ¡También nos vamos a ocupar de esos capullos caóticos!
Y alcé el puño al cielo, esperando que todos me siguieran.
Pero nadie lo hizo.
Celia me miraba con los ojos entrecerrados.
-¿Puedo preguntar quién coño te ha nombrado jefe?
-Uy...
Continuará
martes, 13 de marzo de 2018
GdP2 XIV
En efecto. No había terminado Cafre de pronunciar su amenaza, cuando el Grupo Armado Mata Cabras inició su ataque.
Nuestros enemigos echaron a correr hacia nosotros, abalanzándose...
Pero Cafre levantó un brazo y todo se detuvo.
-¡Eh! -preguntó mi compañero- ¿Os importa que ponga algo de música mientras nos matamos?
-¡Ningún problema! -respondió a voces el Mariscal de Campo- ¡Toma el tiempo que necesites para elegir un buen tema!
Así que Cafre sacó una minicadena de las alforjas de su pavo y puso en él un muy, muy viejo cassette.
-¡Ya está! -gritó Cafre tras darle al play.
Bueno, ahora sí... el Grupo Armado Mata Cabras inició su ataque.
Y todos comenzamos a atizarnos mientras sonaba la siguiente canción... casi sin ritmo, he de decir, pero canción al fin y al cabo:
No recuerdo una noche tan romántica y silenciosa.
Ojalá nunca llegara la mañana.
Aunque hace calor,
una agradable brisa entra por la ventana.
La luna brilla en lo alto del cielo
y, a pesar de la oscuridad,
sus rayos iluminan tu rostro y tus senos.
Yo te miro.
Te miro, acostada desnuda a mi lado.
Tú también me miras
y sonríes.
Tras un instante que dura demasiado tiempo,
me coloco encima tuyo.
Quiero volver a sentirte.
Tú abrazas mi cuello con tus manos.
Tus ojos brillan pícaros.
Eres tan bella.
Pero me emociono al entrar de nuevo en ti
e, intercalando jadeos, proclamo
que quiero ser tu noble guerrero,
que quiero luchar por tu honor,
que quiero ser digno de hacerte el amor.
Tú sonríes
y me recuerdas que eres puta,
que no te queda mucho honor
y que no necesito dignidad
para acostarme contigo
mientras tenga con qué pagar.
Me ruborizo.
"Es la costumbre", te digo.
Después de volverlo a consumar,
me levanto, voy al frigo
y cojo una cerveza.
El sudor empapa mis piernas,
mi espalda y mi cabeza.
Echo un largo trago.
Tú vienes por detrás, abrazas mi cintura,
me preguntas si ya estoy cansado.
Te miro, te sonrío y te abrazo
mientras pienso
"cómo no me voy a cansar,
si he estado con vírgenes
que se movían más".
Pero eres tan bella.
No debería, pero ahí mismo, en la cocina,
no puedo resistirme a besar tus labios.
Tus ojos de gata sonríen
mientras descienden tus manos.
Y me susurras al oído
"recuerda que los besos se cobran más caros".
Te miro con mi cara de tonto,
nunca tuve muchas lumbres.
No digo lo más mínimo pero, en mi mente,
el pensamiento supremo es
"me cago en la puta (no literalmente)
con mis costumbres".
Tú, tan bella, acaricias mi pecho.
Me miras algo dubitativa
y dices que mi romanticismo te inquieta.
Una de mis manos acaricia tu mejilla,
mi otra mano juguetea con tu teta.
Alma cántaro, te da igual si tengo ladillas
pero, ¿dices que mi romanticismo te inquieta?
Tras tontear unos momentos,
volvemos a acostarnos en el lecho.
Te miro.
Eres bella. Eres bella. Eres muy bella.
Nuevamente nos miramos, uno junto al otro,
los dos desnudos.
Y, por fin, te susurro:
"cóbrame lo que me tengas que cobrar".
Te beso.
Te beso.
Te beso, te beso y te sigo besando.
Cuando por fin respiramos,
me miras dulcemente
y comentas que mi dulzura
será mi costumbre,
pero que igual es un gran defecto.
Te respondo que yo soy como un sello
cuya charnela por detrás asoma;
lo reconozco, queda muy feo,
pero no puedes arrancar la charnela
pues, si lo haces, rasgas el sello.
Y no soy un sello cualquiera,
soy un sello fosforescente de la posguerra.
Sé que no me entiendes,
porque no eres filatélica.
De hecho, quizás no tengas
más que una educación paupérrima.
Aunque, igualmente, me pareces muy bella.
Tú me explicas que por cabrón y superficial
me vas a cobrar tres veces más caro.
Y me restriegas tres veces por la cara
tu tesis doctoral en ingeniería industrial.
Yo vuelvo a quedarme con cara de tonto,
tal y como es mi costumbre.
Pero, ¿qué más da?
Ya nada importa.
Te beso.
Te beso.
Te vuelvo a besar.
Y sigo besándote.
Y te beso,
y te beso, y te beso de nuevo.
Sé que me va a costar una fortuna.
Pero no importa.
Ya nada importa.
Cuando por fin te quedas dormida,
te miro.
Mis ojos acarician todo tu cuerpo,
de abajo a arriba, lentamente.
Yo me levanto, agarro la cerveza,
bebo de ella aunque ya esté caliente.
Miro por la ventana.
Se ha nublado.
Empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia.
Sí, empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia.
En efecto,
empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia ácida.
Lluvia ácida.
Ácida lluvia.
Lluvia ácida.
Medito que, tras la explosión,
bien podríamos ser, tú y yo,
los únicos seres vivos
en kilómetros a la redonda.
Aunque poco importa.
Ya poco importa.
Ya nada importa.
Doy por hecho que antes que salga el sol
habremos muerto los dos,
abrazados, asesinados por la radiación.
Me encojo de hombros,
bebo otro sorbo
y miro como la muerte cae
a través de la ventana.
En este momento,
ya nada importa nada.
Entonces caigo en la cuenta,
que es una estupidez querer cobrarme
si nuestra última noche es esta.
Mi último pensamiento, al azar,
es que, quizás,
tú tampoco sepas, quieras o puedas
de las que son tus costumbres
escapar.
-¿Qué mierda de canción has puesto esta vez? -gritó Celia quien, enfundada en su armadura tecnológica, se enfrentaba a su mortal enemiga Xhugra.
Era un combate terrible. Ambas contendientes se movían más rápido de lo que la vista podía seguir. Celia no dejaba de disparar rayos de plasma, pero Xhugra era terriblemente ágil y no sufría para esquivarlos. Cuando atacaba y sus ácidas garras arañaban la metálica armadura de nuestra líder, la parte afectada humeaba y se escuchaba un terrible siseo.
-¡Los que cantan se llaman "Los Pollastres Mitológicos"! -respondió Cafre mientras se aferraba desesperadamente a su pavo-. ¡Lo mismo te juegan un partido de "Fútbol Total" que te componen una canción!
A Cafre tampoco le iban bien las cosas. Su enemigo personal, el Mariscal de Campo, había convocado una inmensa horda de zombis. El noble pavo gigante iba de aquí para allá aplastando muertos vivientes pero, por cada tres que desmembraba, aparecían ocho más. Por su parte, Cafre lanzaba granadas, disparaba escopetas y escupía a los más despistados... pero era obvio que no podría mantener ese ritmo por mucho tiempo.
Mis esperanzas se volcaron en Fer. El hombre-dragón era, posiblemente, uno de los más poderosos guerreros aquí presentes... pero mi corazón se rompió. Fer estaba volando, realizando todo tipo de complicadas maniobras aéreas, y no era capaz siquiera de reservar una porción de segundo para inhalar y expulsar su flamígero aliento. El llamado Durk era su oponente, y parecía ser también un completo lunático. Aunque Durk no pudiera volar, la ametralladora que tenía en vez de brazo no cesaba de disparar a nuestro compañero, quien sólo podía esquivar sin pensar en nada más. Hubo un momento en el cual Fer se lanzó como un halcón a por su enemigo, pero el enano le esquivó haciendo la croqueta y siguió disparándole sin descanso.
Fer no podía ayudarnos, pero... ¿y Vicky? Yo no podía verla en el campo de batalla...
...y es que no estaba en el campo de batalla.
Vicky, la mortífera ninja, estaba corriendo, huyendo despavorida, mientras Sir Rosis la perseguía montado en su tábano gigante.
-¡Detente, pardiez! -gritaba Sir Rosis-. ¡Lucha dignamente! ¡Esto es humillante tanto para ti como para mí!
-¡Eso quisiera, pero no puedo! -lloraba Vicky-. ¡Tengo fobia a las moscas y a los tábanos! ¡No son gatitos! ¡Son feos y desagradables!
Todos pudimos ver como al enorme tábano llamado Fresón se le humedecían los ocelos. Qué cruel era Vicky, incluso cuando no era su intención serlo.
Pensé que quizás lo mejor sería que Chencho nos sacara de aquí cuanto antes. Le busqué con la mirada.
Nuestro compañero Chencho, Míster Transsssporter, no iba a ser capaz de teletransportarnos esta vez. Se encontraba librando una terrible batalla contra el temible Señor del Castillo de la Rosa.
Era una batalla silenciosa, mortal... ninguno de los dos decía lo más mínimo, pero todos podíamos sentir las poderosas energías mentales que emanaban de sus cabezas.
Míster Transsssporter había optado por una variante de la apertura española, pero el Señor del Castillo de la Rosa había optado por una defensa Morphy cerrada. Estaban los dos muy igualados... hasta que a Chencho le dio uno de sus cortocircuitos y movió el caballo del flanco de dama justo al sitio donde menos debía moverlo. El Señor del Castillo de la Rosa sonrió sádicamente y avanzó un peón. Amenazaba mate en cinco jugadas.
Maldije en silencio. Quizás, en esta ocasión, no serían los míticos componentes del Comando Caprino quienes salvaran el día. Quizás era hora de que mis compañeras y yo demostráramos lo que realmente valíamos.
Bueno, Chess no es que pudiera ayudar mucho. El gigantesco gorila albino, Cuchuflí Montoya, tenía agarrados sus brazos con una de sus manazas. Chess pataleaba en el aire. Sus poderes necrománticos no afectaban lo más mínimo al enorme simio.
-Por favor, señorita, le pido que recapacite -decía el gorila-. Es obvio que no puede ganar y no quiero hacerle daño. Reconozca su derrota y deje de patalear, se lo ruego...
-¡Estoy hasta los cojones que no tengo de sentirme como una mierda impotente! -gritaba Chess mientras seguía pataleando-. ¡Cagüen to lo que se menea! ¡Demasiados putos capítulos van ya, joder!
-Señorita, por favor se lo pido, modere ese lenguaje...
¿Y Rigoberta? Nuestra sanadora se estaba enfrentando a Cubbi, el hermosísimo ser hermafrodita. Parecía que esta pelea estaba destinada al empate. Cubbi emitía sus feromonas mientras paseaba alrededor de Rigoberta, pero los poderes curativos de la sanadora bastaban para que las feromonas no la afectaran.
-Eres consciente de que así no podrás ganarme, ¿verdad? -le desafió Rigoberta.
-Oh, querida, nunca quise ganarte -sonrió encantadoramente Cubbi-. Simplemente, si estás ocupada en mí... no podrás curar a tus compañeros, ¿cierto?
Rigoberta palideció. Parece que no había caido en ese detalle.
Un sudor frío perlaba mi frente. Era mejor que me concentrara en mi propio oponente. Decía llamarse Kuroko, era poco más que un humanoide envuelto en telas negras y sus movimientos parecían algo mecánicos... pero era mortal. Contrarrestaba perfectamente mis ataques. Una finta, un amago, un ataque esquivado por milímetros. Ambos estábamos demasiado igualados. Nuestra pelea podría durar horas.
-No tengo nada contra tí, extraño -dijo Kuroko-. Mi venganza es contra los antiguos integrantes del Comando Caprino. Pero si interfieres, no dudes que te mataré.
-¡Nadie matará al Comando Caprino antes que yo! -grité.
Se hizo un parón en todos los combates. Me sentí observado.
-Estoooo... me traicionó el subconsciente, ¿vale? -reconocí-. ¿A vosotros nunca os ha pasado? ¡Joder! ¡Es que a veces hartáis tanto que dan ganas de mataros!
Los combates se reanudaron como si nada hubiera ocurrido. Las explosiones, disparos y cuchilladas volvieron a ser los amos del lugar.
Parecía que, efectivamente, era sólo cuestión de tiempo que el Grupo Armado Mata Cabras venciera definitivamente al Comando Caprino...
De repente, todo cambió.
Ya no estábamos ahí.
Ahora estábamos en un maravillo jardín lleno de flores, árboles frutales, estanques, pavos reales y aves del paraíso.
-¿Qué cojones...? -preguntó Vicky.
Todos miramos a Chencho. Éste levantó sus manos.
-¡Yo no he sido esta vez!
Yo estaba anonadado. ¿Quizás una marea caótica nos había arrojado a otro lugar y otro tiempo?
Una voz se escuchó detrás de nosotros.
-¡He sido yo!
Nos giramos para ver a un emperifollado señor muy, muy obeso, vestido con un frac azulado y que además portaba monóculo. En vez de pelo, tenía largas plumas azules. Su nariz era enorme y parecía el pico de un gigantesco pájaro. Su trasero estaba decorado también con un amplio penacho de plumas azules.
-¡Soy el Viejilante de Plumas Azules llamado Señor Dodo! -saludó-. ¡Soy uno de los representantes del grupo llamado Personificaciones Animales! ¡Os he salvado para reclamar vuestra ayuda! Os cuento gustoso... seguidme, por favor...
Fer se adelantó. Sus ojos echaban literalmente chispas.
-Esto es un "Deus ex machina", ¿verdad? ¡Un puto "Deus ex machina"! ¿No es cierto? ¿Cómo te atreves a joder la historia con un puto "Deus ex machina"?
El Señor Dodo palideció mientras tartamudeaba...
-No entiendo... de verdad os digo que las Personificaciones Animales necesitamos vuestra ayuda...
Pero Fer no estaba por la labor de calmarse.
-¡Si algún día algún gilipollas cuenta nuestra historia, parecerá que no tiene imaginación y que tiene que recurrir a un puto "Deus ex machina"! ¿No lo entiendes? ¡Mi historia parecerá una mierda! ¡Mejor morir con honor que vivir siendo un siervo del capital! ¡Es hora de que el Señor Dodo se extinga!
Y el hombre dragón echó su aliento de fuego sobre el Señor Dodo, quien comenzó a chillar y a correr envuelto en llamas hasta que, tras unos segundos, cayó muerto al suelo.
Miré anonadado, aterrado y enfadado a Fer, quien había matado a nuestro salvador.
-¿Qué has hecho? -grité-. ¡Ni siquiera Cafre habría hecho...!
Miré a Cafre. Tenía la escopeta en la mano. Me miró con un gesto estúpido y se acercó al cadáver del Señor Dodo.
-¡La verdad es que yo habría hecho lo mismo! Pero Fer se me adelantó esta vez.
Después, Cafre se agachó, arrancó uno de los brazos del cadáver del Señor Dodo, lo agitó hasta apagar las llamas y se lo llevó a la boca. Lo desgustó, asintió con la cabeza y dijo:
-Pollo a las brasas. Delicioso.
Resultado del primer combate:
Grupo Armado Mata Cabras - 1
Comando Caprino - 0
Nuestros enemigos echaron a correr hacia nosotros, abalanzándose...
Pero Cafre levantó un brazo y todo se detuvo.
-¡Eh! -preguntó mi compañero- ¿Os importa que ponga algo de música mientras nos matamos?
-¡Ningún problema! -respondió a voces el Mariscal de Campo- ¡Toma el tiempo que necesites para elegir un buen tema!
Así que Cafre sacó una minicadena de las alforjas de su pavo y puso en él un muy, muy viejo cassette.
-¡Ya está! -gritó Cafre tras darle al play.
Bueno, ahora sí... el Grupo Armado Mata Cabras inició su ataque.
Y todos comenzamos a atizarnos mientras sonaba la siguiente canción... casi sin ritmo, he de decir, pero canción al fin y al cabo:
No recuerdo una noche tan romántica y silenciosa.
Ojalá nunca llegara la mañana.
Aunque hace calor,
una agradable brisa entra por la ventana.
La luna brilla en lo alto del cielo
y, a pesar de la oscuridad,
sus rayos iluminan tu rostro y tus senos.
Yo te miro.
Te miro, acostada desnuda a mi lado.
Tú también me miras
y sonríes.
Tras un instante que dura demasiado tiempo,
me coloco encima tuyo.
Quiero volver a sentirte.
Tú abrazas mi cuello con tus manos.
Tus ojos brillan pícaros.
Eres tan bella.
Pero me emociono al entrar de nuevo en ti
e, intercalando jadeos, proclamo
que quiero ser tu noble guerrero,
que quiero luchar por tu honor,
que quiero ser digno de hacerte el amor.
Tú sonríes
y me recuerdas que eres puta,
que no te queda mucho honor
y que no necesito dignidad
para acostarme contigo
mientras tenga con qué pagar.
Me ruborizo.
"Es la costumbre", te digo.
Después de volverlo a consumar,
me levanto, voy al frigo
y cojo una cerveza.
El sudor empapa mis piernas,
mi espalda y mi cabeza.
Echo un largo trago.
Tú vienes por detrás, abrazas mi cintura,
me preguntas si ya estoy cansado.
Te miro, te sonrío y te abrazo
mientras pienso
"cómo no me voy a cansar,
si he estado con vírgenes
que se movían más".
Pero eres tan bella.
No debería, pero ahí mismo, en la cocina,
no puedo resistirme a besar tus labios.
Tus ojos de gata sonríen
mientras descienden tus manos.
Y me susurras al oído
"recuerda que los besos se cobran más caros".
Te miro con mi cara de tonto,
nunca tuve muchas lumbres.
No digo lo más mínimo pero, en mi mente,
el pensamiento supremo es
"me cago en la puta (no literalmente)
con mis costumbres".
Tú, tan bella, acaricias mi pecho.
Me miras algo dubitativa
y dices que mi romanticismo te inquieta.
Una de mis manos acaricia tu mejilla,
mi otra mano juguetea con tu teta.
Alma cántaro, te da igual si tengo ladillas
pero, ¿dices que mi romanticismo te inquieta?
Tras tontear unos momentos,
volvemos a acostarnos en el lecho.
Te miro.
Eres bella. Eres bella. Eres muy bella.
Nuevamente nos miramos, uno junto al otro,
los dos desnudos.
Y, por fin, te susurro:
"cóbrame lo que me tengas que cobrar".
Te beso.
Te beso.
Te beso, te beso y te sigo besando.
Cuando por fin respiramos,
me miras dulcemente
y comentas que mi dulzura
será mi costumbre,
pero que igual es un gran defecto.
Te respondo que yo soy como un sello
cuya charnela por detrás asoma;
lo reconozco, queda muy feo,
pero no puedes arrancar la charnela
pues, si lo haces, rasgas el sello.
Y no soy un sello cualquiera,
soy un sello fosforescente de la posguerra.
Sé que no me entiendes,
porque no eres filatélica.
De hecho, quizás no tengas
más que una educación paupérrima.
Aunque, igualmente, me pareces muy bella.
Tú me explicas que por cabrón y superficial
me vas a cobrar tres veces más caro.
Y me restriegas tres veces por la cara
tu tesis doctoral en ingeniería industrial.
Yo vuelvo a quedarme con cara de tonto,
tal y como es mi costumbre.
Pero, ¿qué más da?
Ya nada importa.
Te beso.
Te beso.
Te vuelvo a besar.
Y sigo besándote.
Y te beso,
y te beso, y te beso de nuevo.
Sé que me va a costar una fortuna.
Pero no importa.
Ya nada importa.
Cuando por fin te quedas dormida,
te miro.
Mis ojos acarician todo tu cuerpo,
de abajo a arriba, lentamente.
Yo me levanto, agarro la cerveza,
bebo de ella aunque ya esté caliente.
Miro por la ventana.
Se ha nublado.
Empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia.
Sí, empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia.
En efecto,
empiezan a caer las primeras
gotas de lluvia ácida.
Lluvia ácida.
Ácida lluvia.
Lluvia ácida.
Medito que, tras la explosión,
bien podríamos ser, tú y yo,
los únicos seres vivos
en kilómetros a la redonda.
Aunque poco importa.
Ya poco importa.
Ya nada importa.
Doy por hecho que antes que salga el sol
habremos muerto los dos,
abrazados, asesinados por la radiación.
Me encojo de hombros,
bebo otro sorbo
y miro como la muerte cae
a través de la ventana.
En este momento,
ya nada importa nada.
Entonces caigo en la cuenta,
que es una estupidez querer cobrarme
si nuestra última noche es esta.
Mi último pensamiento, al azar,
es que, quizás,
tú tampoco sepas, quieras o puedas
de las que son tus costumbres
escapar.
-¿Qué mierda de canción has puesto esta vez? -gritó Celia quien, enfundada en su armadura tecnológica, se enfrentaba a su mortal enemiga Xhugra.
Era un combate terrible. Ambas contendientes se movían más rápido de lo que la vista podía seguir. Celia no dejaba de disparar rayos de plasma, pero Xhugra era terriblemente ágil y no sufría para esquivarlos. Cuando atacaba y sus ácidas garras arañaban la metálica armadura de nuestra líder, la parte afectada humeaba y se escuchaba un terrible siseo.
-¡Los que cantan se llaman "Los Pollastres Mitológicos"! -respondió Cafre mientras se aferraba desesperadamente a su pavo-. ¡Lo mismo te juegan un partido de "Fútbol Total" que te componen una canción!
A Cafre tampoco le iban bien las cosas. Su enemigo personal, el Mariscal de Campo, había convocado una inmensa horda de zombis. El noble pavo gigante iba de aquí para allá aplastando muertos vivientes pero, por cada tres que desmembraba, aparecían ocho más. Por su parte, Cafre lanzaba granadas, disparaba escopetas y escupía a los más despistados... pero era obvio que no podría mantener ese ritmo por mucho tiempo.
Mis esperanzas se volcaron en Fer. El hombre-dragón era, posiblemente, uno de los más poderosos guerreros aquí presentes... pero mi corazón se rompió. Fer estaba volando, realizando todo tipo de complicadas maniobras aéreas, y no era capaz siquiera de reservar una porción de segundo para inhalar y expulsar su flamígero aliento. El llamado Durk era su oponente, y parecía ser también un completo lunático. Aunque Durk no pudiera volar, la ametralladora que tenía en vez de brazo no cesaba de disparar a nuestro compañero, quien sólo podía esquivar sin pensar en nada más. Hubo un momento en el cual Fer se lanzó como un halcón a por su enemigo, pero el enano le esquivó haciendo la croqueta y siguió disparándole sin descanso.
Fer no podía ayudarnos, pero... ¿y Vicky? Yo no podía verla en el campo de batalla...
...y es que no estaba en el campo de batalla.
Vicky, la mortífera ninja, estaba corriendo, huyendo despavorida, mientras Sir Rosis la perseguía montado en su tábano gigante.
-¡Detente, pardiez! -gritaba Sir Rosis-. ¡Lucha dignamente! ¡Esto es humillante tanto para ti como para mí!
-¡Eso quisiera, pero no puedo! -lloraba Vicky-. ¡Tengo fobia a las moscas y a los tábanos! ¡No son gatitos! ¡Son feos y desagradables!
Todos pudimos ver como al enorme tábano llamado Fresón se le humedecían los ocelos. Qué cruel era Vicky, incluso cuando no era su intención serlo.
Pensé que quizás lo mejor sería que Chencho nos sacara de aquí cuanto antes. Le busqué con la mirada.
Nuestro compañero Chencho, Míster Transsssporter, no iba a ser capaz de teletransportarnos esta vez. Se encontraba librando una terrible batalla contra el temible Señor del Castillo de la Rosa.
Era una batalla silenciosa, mortal... ninguno de los dos decía lo más mínimo, pero todos podíamos sentir las poderosas energías mentales que emanaban de sus cabezas.
Míster Transsssporter había optado por una variante de la apertura española, pero el Señor del Castillo de la Rosa había optado por una defensa Morphy cerrada. Estaban los dos muy igualados... hasta que a Chencho le dio uno de sus cortocircuitos y movió el caballo del flanco de dama justo al sitio donde menos debía moverlo. El Señor del Castillo de la Rosa sonrió sádicamente y avanzó un peón. Amenazaba mate en cinco jugadas.
Maldije en silencio. Quizás, en esta ocasión, no serían los míticos componentes del Comando Caprino quienes salvaran el día. Quizás era hora de que mis compañeras y yo demostráramos lo que realmente valíamos.
Bueno, Chess no es que pudiera ayudar mucho. El gigantesco gorila albino, Cuchuflí Montoya, tenía agarrados sus brazos con una de sus manazas. Chess pataleaba en el aire. Sus poderes necrománticos no afectaban lo más mínimo al enorme simio.
-Por favor, señorita, le pido que recapacite -decía el gorila-. Es obvio que no puede ganar y no quiero hacerle daño. Reconozca su derrota y deje de patalear, se lo ruego...
-¡Estoy hasta los cojones que no tengo de sentirme como una mierda impotente! -gritaba Chess mientras seguía pataleando-. ¡Cagüen to lo que se menea! ¡Demasiados putos capítulos van ya, joder!
-Señorita, por favor se lo pido, modere ese lenguaje...
¿Y Rigoberta? Nuestra sanadora se estaba enfrentando a Cubbi, el hermosísimo ser hermafrodita. Parecía que esta pelea estaba destinada al empate. Cubbi emitía sus feromonas mientras paseaba alrededor de Rigoberta, pero los poderes curativos de la sanadora bastaban para que las feromonas no la afectaran.
-Eres consciente de que así no podrás ganarme, ¿verdad? -le desafió Rigoberta.
-Oh, querida, nunca quise ganarte -sonrió encantadoramente Cubbi-. Simplemente, si estás ocupada en mí... no podrás curar a tus compañeros, ¿cierto?
Rigoberta palideció. Parece que no había caido en ese detalle.
Un sudor frío perlaba mi frente. Era mejor que me concentrara en mi propio oponente. Decía llamarse Kuroko, era poco más que un humanoide envuelto en telas negras y sus movimientos parecían algo mecánicos... pero era mortal. Contrarrestaba perfectamente mis ataques. Una finta, un amago, un ataque esquivado por milímetros. Ambos estábamos demasiado igualados. Nuestra pelea podría durar horas.
-No tengo nada contra tí, extraño -dijo Kuroko-. Mi venganza es contra los antiguos integrantes del Comando Caprino. Pero si interfieres, no dudes que te mataré.
-¡Nadie matará al Comando Caprino antes que yo! -grité.
Se hizo un parón en todos los combates. Me sentí observado.
-Estoooo... me traicionó el subconsciente, ¿vale? -reconocí-. ¿A vosotros nunca os ha pasado? ¡Joder! ¡Es que a veces hartáis tanto que dan ganas de mataros!
Los combates se reanudaron como si nada hubiera ocurrido. Las explosiones, disparos y cuchilladas volvieron a ser los amos del lugar.
Parecía que, efectivamente, era sólo cuestión de tiempo que el Grupo Armado Mata Cabras venciera definitivamente al Comando Caprino...
De repente, todo cambió.
Ya no estábamos ahí.
Ahora estábamos en un maravillo jardín lleno de flores, árboles frutales, estanques, pavos reales y aves del paraíso.
-¿Qué cojones...? -preguntó Vicky.
Todos miramos a Chencho. Éste levantó sus manos.
-¡Yo no he sido esta vez!
Yo estaba anonadado. ¿Quizás una marea caótica nos había arrojado a otro lugar y otro tiempo?
Una voz se escuchó detrás de nosotros.
-¡He sido yo!
Nos giramos para ver a un emperifollado señor muy, muy obeso, vestido con un frac azulado y que además portaba monóculo. En vez de pelo, tenía largas plumas azules. Su nariz era enorme y parecía el pico de un gigantesco pájaro. Su trasero estaba decorado también con un amplio penacho de plumas azules.
-¡Soy el Viejilante de Plumas Azules llamado Señor Dodo! -saludó-. ¡Soy uno de los representantes del grupo llamado Personificaciones Animales! ¡Os he salvado para reclamar vuestra ayuda! Os cuento gustoso... seguidme, por favor...
Fer se adelantó. Sus ojos echaban literalmente chispas.
-Esto es un "Deus ex machina", ¿verdad? ¡Un puto "Deus ex machina"! ¿No es cierto? ¿Cómo te atreves a joder la historia con un puto "Deus ex machina"?
El Señor Dodo palideció mientras tartamudeaba...
-No entiendo... de verdad os digo que las Personificaciones Animales necesitamos vuestra ayuda...
Pero Fer no estaba por la labor de calmarse.
-¡Si algún día algún gilipollas cuenta nuestra historia, parecerá que no tiene imaginación y que tiene que recurrir a un puto "Deus ex machina"! ¿No lo entiendes? ¡Mi historia parecerá una mierda! ¡Mejor morir con honor que vivir siendo un siervo del capital! ¡Es hora de que el Señor Dodo se extinga!
Y el hombre dragón echó su aliento de fuego sobre el Señor Dodo, quien comenzó a chillar y a correr envuelto en llamas hasta que, tras unos segundos, cayó muerto al suelo.
Miré anonadado, aterrado y enfadado a Fer, quien había matado a nuestro salvador.
-¿Qué has hecho? -grité-. ¡Ni siquiera Cafre habría hecho...!
Miré a Cafre. Tenía la escopeta en la mano. Me miró con un gesto estúpido y se acercó al cadáver del Señor Dodo.
-¡La verdad es que yo habría hecho lo mismo! Pero Fer se me adelantó esta vez.
Después, Cafre se agachó, arrancó uno de los brazos del cadáver del Señor Dodo, lo agitó hasta apagar las llamas y se lo llevó a la boca. Lo desgustó, asintió con la cabeza y dijo:
-Pollo a las brasas. Delicioso.
Resultado del primer combate:
Grupo Armado Mata Cabras - 1
Comando Caprino - 0
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