lunes, 8 de octubre de 2012

Estoy de Vuelta 13

-A todo ésto, ¿cómo te llamas? -le preguntó Fito al demonio mientras caminaban hacia la verja.
-Canael -respondió el demonio.
-Diría que encantado de conocerte -masculló Fito-, pero no estamos en mi situación preferida.
-Te entiendo perfectamente.

Con una mezcla de alivio y opresión, uno por uno, fueron atravesando la frontera entre el cementerio y el mundo de los vivos.

Primero Rubén, con Cosme en su mano, como si fuera un horrendo estandarte.
Después Sheila y Poeta, visiblemente atemorizados.
Y por último Canael y Fito, mirando a todas partes con intranquilidad.

Una vez fuera del cementerio, la opresión se tornó esperanza y desahogo.

-¡Estamos fuera! -exclamó Sheila con su dulce voz-. ¡Por fin estamos fuera!
Canael aspiró con fuerza el aire, hinchando su musculoso pecho. Cosme, por su parte, lo único que lamentaba era no tener cuerpo y no poder ponerse a bailar y a saltar. Poeta comenzó a entonar una oda de alabanza.
Sin embargo, Rubén estaba impasible, pensando en la cara de sus padres y de Isabel cuando le vieran aparecer. Quizás hubiera hecho mejor quedándose en el cementerio... ¿o no?

-¡Ay, Dios mío! -lloriqueaba Fito-. ¡Hemos salido del cementerio! ¡Nos vamos a condenar! ¡Nos van a echar a los leones!
-¡Me toca los cojones! -le gritó Cosme.
-¡Oh, qué expresividad en esa rima! -comentó Poeta maravillado.
-¡Te lo dije antes, si quieres quedarte, quédate! -siguió Cosme-. Pero si vienes, ¡no vuelvas a hacer un sólo comentario agorero! ¿Entendido?

Fito no contestó y les siguió arrastrando los pies.

El cementerio estaba en la cima de un extenso descampado cubierto de senderos de tierra y plantas espinosas, salpicado ocasionalmente por algún muro medio derruido. La luna brillaba ahora con fuerza y las estrellas se veían perfectamente en el cielo.

-Hemos de atravesar el descampado hasta llegar a la carretera -explicó Cosme- y de ahí, ir hasta la ciudad.
-No tardaremos mucho -asintió Sheila.

Así, el extraño sexteto atravesó cautelosamente el descampado. Por fin, Canael echó abajo parte de una alambrada metálica que les obstaculizaba el camino y bajaron hasta la carretera, completamente desierta.

-¡Oh, esto es maravilloso! -comentó Sheila-. En estos minutos, casi me parece que haya pasado toda una vida desde que estábamos en el cementerio.
-Te entiendo -asintió Cosme-. A mí también me cuesta creer que hace nada estuviéramos enterrados.
-¡Mira las estrellas! -rió Sheila-. ¡Qué preciosas! Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo bonitas que se ven. Es muy tonto, pero me siento viva…

Los seis siguieron la carretera durante un trecho, hasta llegar a una cuesta bordeada por unos cuantos tristes árboles, tras la cual se oían voces.

-Hay gente por allí -comentó Rubén.

Continuará

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