La verdad es que Rubén no tenía que haberse
preocupado por Sebas. Su mejor amigo estaba vivo.
Unas tres horas y media antes, Sebas había encendido su
maltrecho ordenador y se había conectado a Internet.
Había tardado medio día en pasar a limpio su trabajo
de literatura sobre Don Quijote (trabajo, todo sea dicho, que debería
haber sido entregado hace un mes), el cual constaba de una portada,
un índice, dos páginas convertidas en cinco tras aumentar el tamaño
de la letra lo máximo posible y una contraportada.
Sebas lo contempló orgulloso.
-Oh, tío... ¡por fin voy a aprobar literatura!
Después respiró hondo, animado por su éxito, y
comenzó a teclear. Estaba decidido a declararse a Carmen, esa
muchacha de la que él llevaba prendado tanto tiempo... le había
robado el corazón haría cosa de cuatro horas y Sebas no había
pasado nunca tanto rato pensando en una muchacha. ¡Debía haberse
enamorado! Además, la conocía desde hacía dos días y, aunque en
esos dos días ella sólo le había dicho “¡piérdete, estúpido!”,
Sebas había sabido leer en aquellos ojos claros el oculto deseo. Y
hacía cuatro horas, ella había vuelto a hablarle. Le dijo, “¿es
que no vas a dejar de seguirme, desgraciado?” y fue en ese mágico
momento cuando él comprendió que esa muchacha le había robado el
corazón.
O, en otras palabras, para que todo el mundo pueda
comprenderlo, diremos que fue en ese mágico momento cuando Sebas se
volvió imbécil (sí, aún más, pobre...).
Cuando por fin Sebas terminó de redactar el mensaje,
que empezaba con la frase: “Chorva pk insiztez n deja morir d
anbre a tu conejito?” y terminaba con la frase “no t paece q
deveria zer yo el k deviera alimmentarlo?” (en una carta que
constaba en su totalidad de dos frases), Sebas entró en su correo
eléctronico y envió el trabajo de literatura a su profesora de
literatura y su romántica carta a su querida Carmen.
O eso creía él.
-¡Me he declarao, tío! -comentó para sí mismo.
Estaba orgulloso de su valentía, y decidió celebrarlo abriendo un
par de páginas pornográficas y masturbándose.
Sin embargo, no había llegado aún al clímax cuando un
terrible presentimiento cruzó por su mente...
-Oh, tío...
Era la primera vez que Sebas interrumpía una
masturbación. No había cometido tal sacrilegio ni aquella vez,
castigado en la sala de estudios, cuando le pilló el director del
instituto. Ni tampoco cuando su madre abrió la puerta de su
habitación y le encontró violando a las muñecas de su hermana (su
madre... ¿por qué estaría tan empeñada en que se independizara?).
En esta ocasión, sin embargo, se olvidó de todo
mientras el sudor que perlaba su frente y su espalda se volvía frío.
Abrió su correo (siempre sin mensajes por leer... ¿por
qué nunca nadie le escribiría?) y confirmó sus peores temores.
Había enviado el trabajo de literatura a Carmen y su romántica
carta a su exigente profesora.
-Oh, no... -susurró un destrozado Sebas-. ¿Qué
pensará Carmen de mí cuando descubra que me he enrrollado con una
profesora?
Y tras apagar su ordenador, el alicaído Sebas decidió
afrontar las consecuencias de sus actos:
Abrió una botella de cerveza negra y comenzó a beber.
Continuará...