sábado, 6 de octubre de 2012

Estoy de Vuelta 11

-La oferta es tentadora, Fito -soltó de pronto Cosme.
-Pero, ¿qué coño estás diciendo? -replicó Fito-. ¿Qué propones que hagamos? ¿Acompañarle? ¿Tú sabes la que podemos organizar? ¡Oh, sí! ¡Ya veo los titulares! ¡Una horda de muertos vivientes asola la ciudad! ¡Será maravilloso, saltaremos a la fama y presentaremos los noticiarios!
-No sé si será maravilloso -contestó Cosme-, pero suena divertido. Y eso es bastante más de lo que vamos a encontrar aquí.
-Estáis locos. Lo único que conseguiréis es matar de un infarto a alguien.
-Estupendo, que se una al club -dijo Cosme con indiferencia-. De todos modos, ¿por qué discutimos? Tú te quieres quedar, te quedas. Yo me quiero ir, así que me voy. Y si Rubén me acepta, me iré además por un motivo.
-¡Claro, le serás muy útil! -explotó Fito-. ¡Por si no fuera suficiente el ir a ver a la novia dos semanas después de palmarla, se llevará de carabina a una calavera parlante clavada en un palo!
-¡Oh, bien! -le replicó Cosme- ¡Es mucho mejor tu plan de quedarnos en el cementerio hasta el fin de los tiempos mientras oímos por enésima vez tu colección de chistes verdes!
-¿Qué tienen de malo mis chistes verdes? -se indignó Fito- ¡Y además, no son verdes! ¡Son necrofílicos!
-Yo le acepto si quiere acompañarme -intervino Rubén con un hilo de voz-. Pero acompañado o no, yo me voy de aquí.

Rubén agarró el palo en el cual estaba clavado Cosme y dio media vuelta hacia la oxidada verja. Fito y Poeta se miraron y les siguieron pasados unos segundos.

-Es una locura, ¿sabéis? -protestó Fito-. Lo único que haréis será provocar follones y meteros en líos.
-Al menos haremos algo -le rebatió Cosme-. Será un agradable cambio en la rutina de los últimos treinta años.

No había terminado de hablar Cosme cuando unas rojizas llamaradas rodearon la verja.

-¿Dónde creéis que vais, insensatos? -tronó una desagradable y gutural voz-. ¿Quién pretende abandonar este lugar maldito?
-¡Os lo dije! -gritó Fito-. ¡Os lo dije! ¡Es un castigo divino por abandonar el cementerio!
-¿Quién eres? -preguntó Cosme sin miedo-. ¡Muéstrate!
-Soy el guardián del cementerio -respondió la voz-. Un demonio que se arrepintió de sus pecados y que, en penitencia, debe guardar el camposanto hasta el fin de los tiempos...
-¿Guardar el cementerio? -gritó Cosme al aire-. ¿Guardar el cementerio de qué?

Las llamaradas se extinguieron tan rápido como habían surgido. La voz habló con un tono mucho más melancólico que atemorizador.

-Hace cientos y cientos de años, este lugar era un túmulo íbero. Aquí enterraban a sus muertos, y convocaron un guardián para garantizar su seguridad en su eterno descanso. Sin embargo, se arrojó una maldición sobre el lugar y pocos, muy pocos, son los que logran descansar en paz aquí. El guardián original desapareció... y ahora estoy yo.
-Puedes matarme si quieres -dijo Rubén-. Pero yo voy a salir.
-Mejor dicho -añadió Cosme-, puedes rematarnos. Yo voy a salir con él.

Una columna de humo surgió frente a ellos y comenzó a formar rápidamente una figura humana. Era un atractivo hombre joven de piel broncínea. Estaba desnudo, y dos largas alas de murciélago surgían de su espalda. Sus ojos brillaban completamente rojos y un par de pequeños cuernos nacían en su frente. Cuando habló, enseñó amenazadoramente sus colmillos.
-Estúpidos, vuestro lugar está aquí. ¿Qué pensáis hacer? ¿Uniros a los vivos? Eso va contra todas las leyes de la naturaleza.
-¡Y el vivir eternamente también! -gritó Cosme-. Si puedes liberarme de esta existencia, te lo ruego, líbrame. Y si no puedes, haz el favor de meterte las alas en el culo y apartarte para dejarnos pasar.

El demonio miró asombrado a Cosme. Parecía confundido.

-¿Por qué queréis salir? En todos los siglos que he guardado este lugar, nadie se ha acercado a la verja siquiera... ¿por qué vosotros? ¿Por qué ahora?
-Tengo que ver a mis padres y a mi novia -contestó Rubén en un susurro.
-Si te das cuenta, verás que ni siquiera huele mal -explicó Cosme-. Y lleva dos semanas enterrado. Si no es una señal, ¿qué es?

El demonio asintió pensativo.

-Es cierto, parece una señal. Os dejaré pasar, aunque ello me cueste mi tan deseada salvación...

Continuará...

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