Mientras tanto, en la casa de Isabel, los ánimos
estaban un poco encendidos.
-Son
ya más de las diez. ¿Y tu hija? -preguntó el padre de Isabel a su
mujer.
-En casa de mi hermana -respondió ésta en voz baja,
mientras preparaba la cena.
-¿No va a cenar con nosotros?
-Dijo que se quedaba a dormir con la tía.
-Llama a casa de tu hermana y dile a tu hija que venga a
cenar inmediatamente.
-Sabes que vive en la capital...
-Pues que tu hermana la traiga en coche.
-Por favor -suplicó la madre-, dale un respiro...
-¿Respiro? -se indignó el padre-. ¡Disciplina es lo
que necesita esa muchacha!
Y el padre comenzó a dar un discurso sobre la
irresponsabilidad, la indecencia y la tontería de su hija mientras
su mujer se mordía el labio y callaba.
Felisa ya había tenido más que suficiente. Estaba
segura que a la mujer no le hacía falta más que un pequeñito
empujón. Así que, invisible, susurró unas palabras de energía al
oído de la madre de Isabel, al mismo tiempo que minaba con sus manos
invisibles la voluntad de su marido.
-Además de esas compañías con las que se junta...
-seguía diciendo el padre.
-¡Escúchame, gilipollas! -gritó la madre mientras
lanzaba un plato al fregadero, rompiéndose en mil pedazos-. ¡Su
novio ha muerto! ¡Muerto! ¡Y tú actúas como si no hubiera pasado
nada, maldito cerdo! Quizás queramos a nuestra hija, pero jamás se
lo hemos demostrado. Tú por tu estúpida educación militar y yo...
¡yo porque soy una idiota cobarde que jamás se ha atrevido a
plantarte cara! Y eso por no hablar del imbécil de su hermano. Ese
novio suyo es el único que realmente ha demostrado quererla, y ahora
está muerto. No sé si a la edad de tu hija habrías perdido ya la
capacidad de sentir, pero si aún eras capaz de amar imagínate que
pierdes para siempre a la única persona que te ha querido...
-Yo quiero a Isabel -afirmó el padre en voz baja,
tragando saliva, totalmente amilanado por su mujer.
-Entonces -siseó la madre, la cual acababa de
comprender que se había casado con un calzonazos-, ¿por qué no se
lo demuestras de una puta vez?
El padre miró anonadado a su mujer. Luego se retiró
sin decir palabra. La madre, por su parte, comenzó a recoger los
trozos del plato roto.
En ese momento, llegó Nando corriendo a la cocina.
-He estado pensando -dijo Nando-, que voy a decirle al
vecino de arriba, a ése que nos cae tan mal, que porqué no sale con
Isabel... ¡a lo mejor también se muere!
-Nando, hijo -le pidió su madre-, ven un momento, por
favor, hay algo que tenía que haberte dicho hace ya tiempo...
Y Nando se marchó llorando de la cocina después de que
su madre le cruzara la cara.
Felisa estaba realmente satisfecha. Ojalá esa sensación
hubiera durado algo más, en vez de convertirse en una desesperanza
completa cuando el querubín le explicó que sus protegidos habrían
de enfrentarse al Espectro, y que debía ser ella la que les enviara
a por él.
Al mismo tiempo, en casa de Rubén, sus padres dormían
abrazados con los ojos llenos de lágrimas.
Continuará...