-¡Esa es! -gritó Rubén-. ¡Esa es la calle donde vive
Isabel! En el número catorce, el piso séptimo...
-¡Por fin! -exclamó Fito-. Ahora sólo tienes que
bajarte del coche, llamar al telefonillo y decirle a tu novia que
eres un muerto viviente.
Rubén miró horrorizado a su amigo.
-Quizás Rubén prefiera que un demonio invisible tantee
el camino -dijo Canael con tono educado.
-Yo también puedo hacerme invisible, podría
acompañarle -añadió Sheila-. Si quieres echaremos un vistazo de
como está tu novia...
Rubén asintió con la cabeza. Parecía que todo el
arrojo que había tenido hasta este momento se hubiera esfumado. Se
sentía completamente inseguro y sólo quería retrasar el momento de
reencontrarse con Isabel lo más posible.
Canael y Sheila se desvanecieron. Los dos amigos,
invisibles e intangibles, visibles sólo por ellos mismos, volaron
hasta un alféizar del piso que Rubén les había indiciado y se
asomaron por la ventana.
Era la habitación de Isabel, ordenada y limpia. Dentro
de ella, había un chico gordo de unos once años, que parecía
furioso y con las mejillas rojas, revolviendo los cajones de su
hermana. Por fin, pareció hallar lo que buscaba. Con una malvada
sonrisa de triunfo, cogió un puñado de fotos de uno de los cajones.
Eran las únicas fotos que Isabel y Rubén se habían hecho juntos en
dos o tres fotomatones. Nando habría preferido quemar todas esas
cartas cursis que Rubén le escribía a su hermana cada pocos días,
pero Isabel las llevaba siempre encima como un amuleto, bien en el
bolso, bien en la mochila.
-¿Qué está haciendo? -susurró Sheila desde el
alféizar.
-Daño -respondió el demonio, quien permaneció
inmutable cuando Nando sacó un mechero del bolsillo. Sheila se
indignó.
-Canael... ¡tenemos que hacer algo!
Continuará...
Y justo en ese momento es cuando se lían ¿no?
ResponderEliminar¡NO! ¡Sheila es mía, lo entiendes!!!??? ¡Sólo mía!!!
ResponderEliminarGRROAAAAAAAURRGGG!!!
Bueno, sí. La verdad es que lo pensé.