viernes, 21 de diciembre de 2012

Estoy de Vuelta 47


-¡Nos persiguen! -gritó Sheila-. Esos cazadores investigadores... ¡lo que sean! Canael, ¿no puedes hacer algo?
-Lo intento, pero el sacerdote que va con ellos debe ser un exorcista de primer grado -contestó el demonio-. No logro invocar ninguno de mis poderes.
-¿Entonces qué hacemos? -se alarmó Fito-. ¿Les regalamos a Poeta para que lo estudien? ¿Nos ponemos de rodillas y rezamos a San Jacobo, patrón de los empanados?

Harry se asomó por la ventana de la furgoneta y apuntó con su pistola durante un par de segundos. Apretó el gatillo y los muertos vivientes escucharon como el faro trasero izquierdo del vehículo reventaba.

-¡Van a matar a Sebas! -chilló Rubén.
-¡Es verdad! -asintió Cosme-. ¡Aún está en el maletero!
-¡No puedo quitármelos de encima! -protestó Fito-. ¡Esos torquemadas nos comen terreno!

Poeta agarró su lira y se asomó por la ventanilla.

-“Este atropello no lo puedo permitir.
Acabaré con esos estúpidos
sin darles siquiera la ocasión de huir.
Han desatado la más cruel tormenta:
pasadme la caja de herramientas”.
-¿La caja de...? ¿Para qué? -preguntó Fito sin comprender.
-“¡Obedéceme aunque sea a tientas,
y pásame la puta caja de herramientas!

Sheila, rápidamente, hizo caso al enfadado Poeta y le dio la caja de herramientas. Mientras, un segundo disparo destrozaba el espejo retrovisor derecho. Poeta agarró de la caja un martillo, una llave inglesa y un destornillador. Con rapidez y pericia, apoyó las herramientas sobre los tendones de su lira y estiró lo más que pudo. Apuntó con presteza y, cuando el coche de los cazadores estuvo a tiro, los soltó.

Harry se preparaba para efectuar su tercer disparo cuando un destornillador se clavó en su mano, haciéndole gritar de dolor. Logró sujetar la pistola, pero tuvo que dejarla caer al momento siguiente, cuando una llave inglesa impactó en su cabeza.
Por su parte, el martillo hizo añicos la luna delantera del vehículo de los cazadores. El conductor, Manolo, se sobresaltó tanto que dió un volantazo y la furgoneta se salió de la carretera, quedando inmóvil en la cuneta.

-¡Chupaos esa, idiotas! -chilló Fito carcajeándose.

Continuará

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